Foto de portada: Carlos Ruiz.
Lorenzo Silva emplea tres, cuatro y hasta cinco años en pensar —no en escribir, ¡ojo!, sino en pensar— la novela que pretende construir. Y durante todo ese periodo de tiempo, además de entreverar los mimbres del argumento, se plantea constantemente dos preguntas: ¿por qué? y ¿para qué? La primera, por qué debo escribir esta historia, interpela directamente a su yo más íntimo, puesto que profundiza en los motivos que le llevan a sentirse atraído por esa trama en concreto, pero al mismo tiempo concierte a los lectores, ya que indaga en las razones por las que ellos también habrán de disfrutarla.
Así pues, tras experimentar el fogonazo que origina sus novelas, Lorenzo Silva no se obsesiona ni con el cómo ni con el cuándo ni con el dónde, sino con el por qué y el para qué, y en vez de precipitar una respuesta que cierre rápidamente esos interrogantes y que le permita ponerse a trabajar de inmediato, lo que hace este madrileño afincado en un pueblo de Toledo es dar vueltas a las dos preguntas primero durante semanas, después durante meses y al final durante años, no sentándose a escribir la ficción correspondiente —aunque sí otras, lógicamente— hasta que no tiene absolutamente claras las respuestas a ambos puntos y, también, hasta que no ha construido en su cabeza el esqueleto básico de la historia. Y es que Lorenzo Silva es de esos autores que opinan que un narrador no debe empezar a teclear hasta que no se ha contado a sí mismo la historia que quiere escribir las suficientes veces como para que su cerebro crea que se trata de un recuerdo, no de una invención. Imaginen.
Para Lorenzo Silva pensar la novela es tan importante como redactarla. Lo hace durante años y, aun así, se atasca en alguna que otra escena. Durante la redacción final, a veces le ocurre que no sabe hacia donde tirar y, aunque la tentación siempre sea la de seguir adelante y ya veremos a dónde llega la historia, él prefiere apartar las manos del teclado, ponerse a pensar durante las horas o días que sean necesarios y retomar únicamente el trabajo cuando sepa qué le espera al final del camino.
Queda entonces claro que Lorenzo Silva sólo se sienta ante el ordenador cuando ya ha armado el esqueleto de su novela en la cabeza y cuando solo resta encajar los órganos, encarrilar las venas, verter los humores, enganchar los músculos y, al final, estirar la piel. Hace todo esto durante el invierno, concretamente de noviembre a febrero, época en la que se encierra en su casa y se pone por fin a escribir. Son cuatro meses intensos, se podría decir que obsesivos, durante los cuales sigue una disciplina más prusiana que el acero con el que se forjaban los sables de los húsares: levantarse a las 06:00 AM, encender el ordenador a las 07:00, comer una pieza de fruta y beber una taza de café a las 12:00, seguir escribiendo hasta las 14:00, subirse a la elíptica y sentarse a comer, y retomar la novela sobre las 15:30 para no soltarla hasta las 20:00, cuando no un poquito más tarde. Y así un día tras otro, sin distinción de laborales y festivos, durante aproximadamente los 120 días en que habrá de redactar una novela que, a tenor de sus últimos títulos, sobrepasará las 300 páginas. Una tarea tiránica que, eso sí, le deja ocho meses libres para pensar o, en general, para vivir.
Ah, y una cosa más: este hombre no tiene manías ni fetiches ni secretos laborales dignos de mención, pero siempre da el mismo consejo cuando algún aspirante se acerca a hablar con él: olvídese del cliffhanger, del plot-twist y de los demás anglicismos harto frecuentes en los cursillos baratos de guionista de televisión. Que la literatura es una cosa seria y basta ya de tratarla como a un producto de consumo sin ningún valor.
———————
La última novela de Lorenzo Silva es Púa (Destino).
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: