Foto de portada: Jesús García Castelo.
Se habla poco de la importancia que tienen las parejas en la vida laboral de los/as escritores/as. Bueno, sí que se habla, pero casi siempre para trazar un retrato negativo, por condescendiente, de quienes apoyan desinteresadamente a la persona amada. Es como si la gente hubiera olvidado qué es el amor. Y el amor es, por si necesitan ustedes que se lo recuerden, la voluntad inquebrantable de propiciar la felicidad de quien duerme a tu lado. Nada más que eso, tampoco nada menos.
Su pluriempleo llenaba la nevera, de acuerdo, pero también vaciaba el alma. Así que un día le dijo a su mujer que tenían que hablar y ambos se sentaron a la mesa. Emilio se secó las manos en las perneras, limpió sus gafas con la punta de la camisa y miró a su esposa a los ojos. Fue entonces cuando le soltó que lo que él quería, lo que quería por encima de cualquier cosa en el mundo, por encima incluso de tener la nevera repleta, era profesionalizarse como escritor. Y luego añadió que, para conseguir su objetivo, habría de renunciar a uno de los trabajos, concretamente al de preparador de oposiciones, con el impacto que eso tendría en la economía familiar. Pero todo esto, añadió, sólo lo haré si estás a mi lado.
Su mujer agachó la cabeza y prolongó un silencio. Durante aquellos segundos, probablemente imaginó los cambios que esa decisión traería a sus vidas, puede que también sopesara las posibilidades de su esposo para hacerse realmente un hueco en un mundo tan etéreo como es el de la literatura, incluso es probable que meditara sobre el modo en que su marido se iría apagando si no materializaba sus aspiraciones. Y al final levantó la barbilla, cerró los puños y dijo que sí, que adelante, que estoy contigo en esto.
Emilio Lara tardó casi una década en alcanzar su objetivo. Pero, desde el mismo día en que obtuvo el visto bueno de su pareja, se volcó en el estudio del arte de narrar. Ya en aquel entonces era un hombre concienzudo, uno de esos que saben que importa más el esfuerzo que el talento, que con vocación y tiempo se sobrepasa cualquier meta, que más vale morir habiendo intentado algo que abandonar el mundo sabiendo que fuimos cobardes. Nueve años después, a los 45, publicó su primera ficción, La cofradía de la Armada Invencible, y uno más tarde la segunda, El relojero de la Puerta del Sol, por la que obtuvo el Premio Andalucía de la Crítica y por la que al fin se sintió un escritor de verdad. Porque antes de que eso ocurriera se consideraba un profesor que escribía, después, un escritor que impartía clases. Y tengan ustedes presente que el orden de las subordinadas aquí sí que altera el producto. Por supuesto que lo altera.
Emilio Lara se queja de que los autores no acostumbran a hablar del tremendo esfuerzo que implica convertirse en escritor. No del que conlleva construir una novela, que también, sino de los sacrificios psicológicos, económicos y matrimoniales que hay que hacer para profesionalizarse en el sector. Un esfuerzo que afecta tanto a uno como a otro dentro de la pareja. Un esfuerzo, por tanto, que realizan y padecen dos. En este caso, fue una mujer la que apoyó a un escritor, pero podría haber sido un hombre el que respaldara a una autora, o cualquier otra combinación. Que los tiempos han cambiado y gracias a Dios.
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La última novela histórica de Emilio Lara es Venus en el espejo (Edhasa).
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