Foto de portada: Rubén Batida
Si salen ustedes a dar un paseo por Alcobendas y encuentran a Elvira Navarro sentada en un banco, con las gafas de sol puestas y el móvil en la mano, no piensen que está manteniendo una conversación a través de WhatsApp o que anda malgastando el tiempo en Twitter. Porque lo que seguramente hace es corregir el manuscrito de su próxima novela o el cuento de su siguiente antología. La onubense afincada en Madrid vive obsesionada con la idea de que escribir es reescribir y, como se pasa el día revisando una y otra vez sus propios textos, ha elaborado todo un catálogo de métodos para convertir en entretenido lo que, de tan repetitivo, puede llegar a ser un tormento. Usar la aplicación de Word del teléfono es uno de esos trucos. Pero hay más. Muchos más.
Elvira Navarro no escribe sus libros de un modo lineal. No le gusta empezar por el principio ni terminar en el final, prefiriendo redactar fragmentos sueltos que luego ya ensamblará. Trabaja de esta forma tan extraña porque se mueve por impulsos, y si un día siente la urgencia de construir la escena central de la novela, pues la construye y se queda tan ancha, y si a la mañana siguiente le da por redactar el primer párrafo de su ficción, pues va y lo redacta, y si ese mismo día pero ya entrada la noche decide ponerse con la última frase de la historia, pues se pone a componer esa oración y aquí no ha pasado nada. Y cuando pasado algún tiempo descubre que tiene acumulados tantos cachitos de novela que ya no sabe dónde meterlos, pues se pone a ordenarlos tal que si fueran las piezas de un puzzle, y sanseacabó. En otras palabras: la primera versión de cualquier libro de Elvira Navarro es un batiburrillo de escenas desordenadas, mientras que la segunda es el resultado de colocar esas mismas escenas en una línea temporal. Un lío de padre muy señor mío, de acuerdo, pero el caso es que funciona. Y si no lo creen, abran uno de sus libros y alucinen con la arquitectura.
Después de escribir y coser todo ese material, Navarro inicia lo que es la corrección estilística propiamente dicha, un proceso que en su caso recuerda al de un escultor desbastando un gran bloque de mármol. La escritora imprime por primera vez el documento y se pone a eliminar palabras, frases y hasta párrafos enteros, y tanto empeño pone en esta eliminación sistemática de material sobrante que algunas de sus novelas vinieron al mundo con trescientas páginas, pero llegaron a la vida adulta con apenas ciento cincuenta. Y si alguien tiene tan pocos conocimientos sobre el oficio de escribir que pregunta qué pasó con la mitad restante, le diremos que acabó en el útil de trabajo más práctico de cuantos puedan encontrarse en la mesa de un escritor o, mejor dicho, bajo esa misma mesa: la papelera.
Pero no ha acabado ahí la cosa, puesto que, tras esta primera corrección de estilo, viene la segunda, y la tercera, y la cuarta, y sabe Dios cuántas otras. Navarro es de la vieja escuela y le gusta corregir en papel. Así que imprime el manuscrito de nuevo, coge un bolígrafo y se pone a tachar, añadir y trasladar parágrafos enteros. Después integra los cambios en el documento original y, antes de imprimirlo de nuevo, le cambia el formato. La autora repetirá esta operación un montón de veces, pero en cada ocasión el grafismo tendrá un aspecto distinto. Por ejemplo: si hoy imprime con tipografía Times New Roman y cuerpo 12, mañana lo hará con Calibri y cuerpo 9 y pasado con Cambria y cuerpo 11; y si ahora aplica interlineado 2, después será el 1 y más tarde 1,5; y si en este momento decide sacar el texto corrido, luego lo diseñará en dos columnas y a la otra puede que sin alineado… Navarro está convencida de que la percepción visual que tenemos de un libro no sólo influye en el modo en que nos relacionamos con su contenido, sino también en el empeño que pondremos a la hora de corregirlo. De ahí que vaya probando las distintas combinaciones estéticas que ofrece el programa informático y, cuando se enfrente a la sexta, séptima u octava lectura del manuscrito, al menos éste tendrá un aspecto desconocido.
Y es esta búsqueda un tanto obsesiva de nuevos formatos que le permitan corregir la novela como si fuera la primera vez que se enfrenta a ella la que le ha llevado a descubrir que no hay plataforma más útil para captar las erratas, las repeticiones y las cacofonías que el teléfono móvil. En la pantalla de uno de estos dispositivos la página de Word aparece tan comprimida y las palabras permanecen tan juntas que, según la autora, los fallos estilísticos saltan a la vista con una facilidad asombrosa. De manera que en la actualidad, cuando Elvira Navarro se cansa de estar en su despacho, sale a la calle con ese aparato al cien por cien de batería, busca un banco en el que pasar la tarde y se pone a corregir un texto tantas veces pulido que, oigan, a veces hasta deslumbra. Tal vez ese sea el motivo por el que la autora siempre lleva gafas de sol. Quién sabe.
—————————
El último libro de relatos de Elvira Navarro es La isla de los conejos (Literatura Random House).
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: