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Antonio Otero Seco, el último poeta olvidado - Zenda
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Antonio Otero Seco, el último poeta olvidado

Antonio Otero Seco nació en Cabeza del Buey (Badajoz) en 1905 y murió en 1970 en Rennes, Francia, país en el que se exilió y ejerció como profesor universitario y crítico literario, reseñando obras literarias españolas del exilio y del interior, textos que fueron recogidos en un volumen póstumo, Obra periodística y crítica: Exilio 1947-1970....

Autor de la última entrevista a Lorca, amigo de Chaves Nogales, publicó en el mismo 1936 la primera novela sobre la Guerra Civil, su firma —Antonio Otero Seco— fue habitual en el suplemento literario de Le Monde y ahora su poesía completa, Poemas de ausencia y lejanía, ha sido rescatada con un prólogo de Juan Manuel Bonet.

Antonio Otero Seco nació en Cabeza del Buey (Badajoz) en 1905 y murió en 1970 en Rennes, Francia, país en el que se exilió y ejerció como profesor universitario y crítico literario, reseñando obras literarias españolas del exilio y del interior, textos que fueron recogidos en un volumen póstumo, Obra periodística y crítica: Exilio 1947-1970.

Tanto el nombre de la editorial sevillana que se ha hecho cargo de la cuidada edición de su «Poesía Completa», Libros de la Herida, como el de la colección en la que este volumen ha sido incluido, Poesía en Resistencia, parecían estar esperando la obra poética de un autor que desde su exilio defendió con valentía la literatura y la cultura españolas. En el emocionante epílogo que culmina esta edición, el hijo de Otero Seco, el pintor Mariano Otero San José (fallecido en 2019), que conoció el exilio en 1956, cuando tenía 14 años, dice que aunque su esposa y sus dos hijas son naturales de Rennes él conserva la nacionalidad española «por convicción y por fidelidad a la memoria» de sus padres, y añade: «No puedo olvidar que mi padre se autodefinía como español, liberal y republicano».

Además de ese epílogo y el prólogo de Bonet, la edición incluye algunas fotos familiares y el enlace a una grabación inédita de 1960 en la que el poeta recita sus propios versos. Bonet dice en su prólogo que la de Otero Seco es la obra poética «de un herido, de un traspapelado por la historia», como demuestran frases que dejó en cartas a sus amigos «Allí, en España —¡qué triste es decir allí!—» o «Nos falta el suelo —la tierra— y el cielo de España para ser felices. Nunca nos acostumbraremos a otros horizontes», u otras que expresan deseos que nunca vio cumplidos: «Volveremos a servir a España y volveremos a tener un papel en la reconstrucción de España».

Los editores de Libros de la Herida, José María Gómez y David Eloy Rodríguez, consideran un acto de justicia literaria e histórica publicar esta obra poética completa por el enorme talento del escritor y su lúcido talante ético, y han añadido que en Francia la obra de este autor está bien editada, tanto su poesía como sus libros sobre Lorca y Dalí y su correspondencia. La editorial sevillana ya está preparando ahora la edición de su novela sobre la Guerra Civil, Gavroche en el parapeto, cuya primera edición es de 1936.

Periodista además de escritor, Otero Seco publicó entrevistas en Estampa, reportajes sobre Marruecos y artículos en la prensa extremeña y madrileña —El Sol, La Voz y La Libertad—, algunos de ellos acompañados por fotos que él mismo hacía. Frecuentó los estudios de pintores y escultores, además de la legendaria tertulia de Pombo, que capitaneó su admirado Gómez de la Serna, y fue admirador de Lorca, Alberti, Juan Ramón Jiménez y Fernando Villalón, al que consideró el más andaluz de todos.

Estudió bachillerato en Badajoz, Derecho en Sevilla y Granada y Filosofía y Letras en Madrid. Su poesía contiene metáforas audaces, con aires ultraístas y toques de greguería, y publicó numerosos reportajes sobre el Madrid sitiado y las trincheras de la Guerra Civil, a cuyo término fue condenado a treinta años de cárcel, aunque el fiscal pidió la pena capital. Tras su excarcelación sufrió detenciones y torturas hasta que en 1947 logró huir disfrazado de cura y con documentación falsa a Francia, donde el hispanista Jean François Botrel lo describió como «un caballero triste y melancólico, bondadoso y retraído a la vez, ejemplo de dignidad en la adversidad».

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