La última de Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) es una novela sencilla, aparentemente sin recovecos ni aparentes sorpresas pero dotada de un encanto indescifrable. No te veré morir (Seix Barral, 2023) despliega una historia de amor a larga distancia donde la pasión es tal vez un trampantojo, un ensimismamiento, una táctica de distracción de sueños rotos o insatisfacciones inaudibles. Gabriel Aresti y Adiana Zumer se enamoran en la adolescencia, se separan a los veinte y no se vuelven a ver hasta medio siglo después gracias a la azarosa participación de un personaje que, en principio, no debía servir más que como gozne narrativo y que acaba brillando como el más fascinante del libro, un pobre diablo llamado Julio Maíquez.
Cuando hablamos por teléfono con Muñoz Molina, el escritor se disculpa en un par de ocasiones por interrumpir la conversación para echarle agua a unas alubias que anda cocinando. «Me da miedo que se me agarren».
******
—Hábleme del proceso de gestación de No te veré morir. Un libro más breve de lo habitual en su bibliografía, más concentrado, ¿verdad?
—Sí, bueno, yo he escrito también algunas novelas cortas, aunque menos conocidas, como Carlota Fainberg o En ausencia de Blanca. Se trata de un género que me gusta mucho pero no siempre he encontrado el material adecuado. Una novela es precisamente un encuentro entre algo que contar y la forma de contarlo. Y ahora he tenido la suerte de que ocurriera. Tenía muy presente la necesidad de ser sintético y contenido.
—¿Y cómo fue ese encuentro con el material? ¿Cuál es la genealogía de esta novela?
—Hará unos siete años, me contaron una historia de un reencuentro semejante al que aquí narro que me llamó mucho la atención cuando la escuché. Lo que más me sorprendió fue ver como algo real un argumento que llevaba tiempo barajando en mi cabeza. Pero el desencadenante final es que hallé un comienzo para contar aquella historia, una frase, en realidad: «Si estoy aquí y estoy viéndote y hablando contigo, esto ha de ser un sueño».
—Hablemos de los sueños. Hay dos momentos que cifran de alguna forma No te veré morir. Uno de ellos es cuando el anciano Gabriel Aristu le dice a la anciana Adriana Zuber: «Ha habido épocas en las que no te he recordado, pero nunca he dejado de soñar contigo». ¿Existe un juego literario equívoco aquí entre el sueño y la memoria?
—No es un juego literario, es un juego cognitivo. Solemos atribuir a la memoria consciente unas capacidades que no tiene, ya que no funciona bien como instrumento de recuerdo verdadero. No hace falta leer a Proust para darse cuenta de esto, basta nuestra propia consciencia. Los recuerdos más fuertes son los que nos llegan de pronto a través de la revelación sensorial. Y lo que ocurre es que, en el sueño, a diferencia de la memoria consciente, veces se preservan mucho mejor los detalles de la realidad. No es necesario creer en el psicoanálisis para aceptar que una gran parte de la vida mental sucede en la inconsciencia. Muchos sueños son triviales, pero otros nos pueden devolver con muy vívidos detalles a nuestros padres que murieron hace tiempo. La invocación consciente no es capaz de nada semejante.
—El otro momento al que me refiero es cuando esta vez Adriana le dice, o reprocha a Zuber: «Igual no me querías tanto como pensabas, o no estabas enamorada de quien yo era. Estabas enamorado de tu amor por mí». El lector no acaba de decidirse: ¿es esta una historia de amor real o más bien, un enamoramiento del amor en sí, del amor como antídoto a la frustración vital?
—Cabe esa posibilidad. Cualquier novela que valga algo aspira a dar cuenta de la ambivalencia y la ambigüedad. Efectivamente, a veces no nos enamoramos de alguien, a veces nos enamoramos del amor. Stendhal llamó a esto «cristalización». Esto es, el amor no consiste tanto en la contemplación de otra persona como en el hecho de que esa persona, por algún motivo, hace cristalizar ensoñaciones y deseos previos.
—Es esta una novela además con una estructura digamos convencional, salvo la primera parte, esa larga frase única que se devana a lo largo de 73 páginas. ¿Qué efecto buscaba en el lector al arrancar de esta forma un tanto inusual?
—Mi finalidad al escribir novelas es contar lo mejor posible el mundo. Soy un novelista realista. Lo que ocurre es que el realismo muchas veces lo asociamos a un tipo de narración convencional y no tiene por qué ser así como nos enseñaron los grandes maestros del siglo XX como Joyce, Faulkner o Virginia Woolf. Ninguno de ellos quería innovar o romper, diría yo, sino contar lo mejor posible. Y yo busco lo mismo. En esta novela ese comienzo peculiar que menciona es inseparable de la historia que busco. Fue el tono, el ritmo que, con mucha incertidumbre, me impuso la historia. Hallé una correspondencia entre el estado febril del hombre que se acerca al encuentro con esa mujer después de tanto tiempo y mi propio estado febril al contarlo. La escritura es el retrato de su propio proceso.
—La música aquí es crucial. ¿Algo así como el sostén vital, la tabla que permite mantener a flote a unos personajes que son como náufragos a la deriva?
—Bueno, es que la música es un refugio extraordinario. La música no es referencial, es sólo forma sin mensaje, una intensidad poderosísima, un fluir. Pero aquí la música, que tanta importancia ha tenido en mi vida no caracteriza sólo a un personaje, sino que da forma a la propia novela. Hay una novela que adoro y acabo de volver a leer recientemente, ‘El ruido y la furia’. En esta obra de Faulkner lo que más me seduce es que cada parte de la novela es completamente autónoma de las otras, con puntos de vista distintos, es como un tardío cuarteto de cuerda de Beethoven. Esa ha sido mi referencia para esta novela.
—Hay un tercer personaje aquí, un tipo gris y doliente que, sin embargo, sirve de activador de la parte final de esta historia: Julio Maíquez. El único narrador, por cierto en primera persona de esta historia. ¿Cumple un papel puramente técnico, algo así como un gozne narrativo? Lo digo porque el pobre diablo es tal vez aquel con quien más se encariña el lector… Y se le hurta, a él y al lector, incluso el desenlace.
—Tal vez porque no hay desenlace… Este personaje iba a ser en principio solamente un mediador. En las novelas de Conrad aparecen personajes similares que cuentan una parte de la historia. A mí me gustan muchos esos narradores delegados y con tal fin cree a Julio Maíquez. Pero algo pasó cuando escribía el libro. Maíquez empezó a llenarse con experiencias mías muy poderosas de hace ya muchos años de mis viajes a Estados Unidos. Y también con otro asunto lateral sombrío que agraciadamente no me había ocurrido a mí, el hombre que pierde a su hija. Y de esta forma, el personaje se me escapó y alcanzó una soberanía propia. En las novelas, como en la vida, hay gente así, tipos que no tienen suerte.
—Tres momentos señalan, me parece, la evolución del país extranjero, esos Estados Unidos gigantescos y cargados de esperanzas. La llegada de Aristu en los revoltosos años 60, la posterior de Maíquez en los moderados y progresistas 90 de Clinton y esa conversación final entre Aristu y Máiquez ya en pleno trumpismo desaforado. Usted que ha vivido tanto en EEUU y lo conoce bien, diría que se ha convertido en un país peor, menos amable y más dividido hasta el punto de que el actual interludio de Biden solo sea un espejismo?
—Fíjese que no fui consciente de eso hasta que acabé el libro, pero es verdad, aquí hay también un relato histórico marcado por esos tres momentos que usted señala. Pero cuidado, los años 60 del flower power son de esperanza, pero también son los de Vietnam, el asesinato de Luther King, etc. Y los 90, que es cuando yo llegué allí, el mismo día que Clinton llegaba a la presidencia, también fueron engañosos, años de prosperidad progresista, pero también de privatización, desregulación bancaria y neoliberalismo. Y, por último, la época final de Trump, ha visto como Estados Unidos se alza como un país más dividido que España, algo inverosímil de pensar cuando yo era joven. EEUU es un país que se bate entre las luces de los derechos civiles y la sombra horrible del racismo y el integrismo, un contraste hoy más exacerbado que nunca.
—¿Le tienta escribir una novela que transcurra en la actualidad española?
—No, no, bastante tengo con los artículos. Ja, ja, ja. Los caminos de la ficción y los de la no ficción son totalmente distintos. Uno se puede proponer escribir un ensayo sobre la actualidad, pero no una novela, yo no elijo la novela que escribo. Y luego es que la actualidad es terrible, veo a la gente por la calle pegada a la pantalla de su móvil, trabajando para los dueños de las redes sociales, para esos forajidos que están destruyendo las mentes humanas. Con todo, cada vez veo una mayor resistencia y creo que la literatura prevalecerá.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: