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Antonio Colinas: como pisar sobre la nieve virgen - Zenda
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Antonio Colinas: como pisar sobre la nieve virgen

Con el corazón abierto, ofreciste de par en par las manos al misterio de ese agua purísima, paciente y queda. Dolían los dedos mientras los acercabas a tu boca. Los labios, azules de ansiedad, como samaritana inversa. Probaste el virginal secreto. Y jamás supiste su sabor, jamás el porqué sació una sed distinta, aunque lo...

Recuerda aquella vez que pisaste por primera vez la nieve: el camino de entrada hasta tu casa cubierto de ese sueño blanco. Cómo se hunden los pies suavemente mientras cruje el aire y el hielo se compacta. Tus ojos, incólumes, gastados por el frío, pero más calientes. Aquella sensación que no ha vuelto nunca: un paso, otro paso, uno más en lo profundo de esa senda. La oración del invierno derramada sobre tejados, árboles y calles. El silencio por entre los resquicios de la fiesta infantil en las laderas.

Con el corazón abierto, ofreciste de par en par las manos al misterio de ese agua purísima, paciente y queda. Dolían los dedos mientras los acercabas a tu boca. Los labios, azules de ansiedad, como samaritana inversa. Probaste el virginal secreto. Y jamás supiste su sabor, jamás el porqué sació una sed distinta, aunque lo hizo.

Otra noche,
la nieve de tu piel y de tu vida
reposan milagrosamente al lado
de un resplandor de llamas,
del amor que se enciende en más amor.
El que te salvará.
El que nos salvará.

La obra de Antonio Colinas (La Bañeza, 1946) comienza en una senda, en llano, en primavera. Y poco a poco, a lo largo de toda una vida de composición y pensamiento poético, asciende hacia las altas montañas donde reina la nieve y es invierno. Un calvario natural que ha purificado la palabra a lo largo de sus libros, hasta convertirla en algo cercano al decir profundo con la arquitectura de un cristal de hielo. Tan complejo como sencillo; tan inalcanzable como humano; tan místico como terreno.

"Es una literatura que se construye orgánica, que nace precedida del pensamiento y la búsqueda, que intensifica los sentidos más inéditos"

Leer sus libros —los últimos especialmente— es adentrarse en una catedral de cedros, donde el incienso es brasa de hogar y la hostia que se arrima a los labios —testigo último de un juramento que nos hace humanos— alguna palabra iridiscente. En cada verso, estrofa a estrofa. En sus propias palabras, una poesía que supone «un regreso a la realidad-realidad, al humanismo, a la mística de sentido universalizado».

Se trata de un territorio desconocido en el que el propio poeta pisa con tiento segundo a segundo, porque su deseo es saber ver, despertar del dormir inocente en el que estamos, trascender un mundo que nos define a través de una mirada abarcadora que surge tras imponer el tamiz de lo íntimo. Es una literatura que se construye orgánica, que nace precedida del pensamiento y la búsqueda, que intensifica los sentidos más inéditos. Poesía pura del que debe confesarse ante un Dios laico, versos espirituales ante el altar de Gea, un decir silente en el que habita el grito afinado de lo Eterno.

Para el que sabe ver
siempre habrá al final del laberinto
de la vida
una puerta de oro.

Si la atraviesas hallarás un patio
con musgo, empedrado,
y en él dos cedros opulentos con
sus pájaros dormidos.
(No encontrarás ya aquí la música de Orfeo,
sino solo silencio).
Cruza el patio. Verás luego otra puerta.
Ábrela.

Ya dentro, en la penumbra,

verás un muro
y, en él, unas palabras muy borrosas
de cuya sencillez brota la luz
que, lenta, pasa a ti y te devuelve
al fin la libertad,
la plenitud del ser:
«Sean siempre alabadas
las palabras dulcísimas
que sanan: paz y bien».

Después, ya en la soledad profunda,
verás que te hallas frente a otra puerta
que aún no puedes abrir,
porque no es el momento:
la que quizá te lleve a otro laberinto,
al laberinto último, invisible.
¿De él habrá salida?

(Solo queda esperar,
esperar al amparo seguro
de esas letras borrosas
que sanan).

Inspiras, poeta, la vida. Espiras el poema como en barrunto de cascadas que asemejan tu aliento. ¿Cómo extraes lo poético del fuego, del agua y del natural verdor de los árboles cerrados en torno? ¿De qué modo perfilas el alma, hábil punta que abre grietas en la carne? «Escritor total», dice de ti José Luis Puerto, al tiempo que define una lírica en la que emoción y meditación «se conjugan siempre en esta poesía». Pero no solo eso: «En la poesía de Antonio Colinas se aúnan y sintetizan también, de un modo conseguido, preocupación estética y preocupación metafísica; a las cuales habría que añadir asimismo una honda preocupación moral», escribe Puerto en el imafronte de Por sendero invisible, una exquisita antología esencial recogida en Renacimiento en 2018.

No ser novísimo: la libertad del camino íntimo

Pero hay que retroceder para encajar la historia. Regresar en el tiempo a esos primeros versos juveniles, invocados a fuerza de lecturas y misterios que se posan en los ojos. En 1967 el poeta escribe Junto al lago, un primer libro en el que ya apunta muchos de los espacios únicos que mirará a lo largo de su trayectoria.

"Colinas sintoniza algo mejor con etiquetas como las de novísimo heterodoxo. Porque hay mucho más en su poesía que culturalismo hueco"

Por estilo, edad, contexto y referencias, Colinas bien podría haber sido uno de los novísimos de Castellet. Pero no entró en la antología. Y el poeta lo agradece. Porque Colinas se siente ajeno, aunque vinculado, lejos, pero cerca, de ese grupo de poetas que llegaron casi a la caricatura del culturalismo, el arte pop, el gusto por el cine y el desprecio a cierta poesía anterior.

Declarado completamente machadiano, Colinas sintoniza algo mejor con etiquetas como las de «novísimo heterodoxo». Porque hay mucho más en su poesía que culturalismo hueco. Por eso, en unas conferencias celebradas el pasado mes de septiembre en homenaje a los 50 años de la antología novísima, Colinas quiso ‘agradecer’ al compilador el haberse quedado, como otros, fuera: mayor libertad para emprender un camino íntimo, para buscar esa verdad en todos los puntos cardinales donde haya, siquiera, una de sus esquirlas. Y así, comprenderse en el final del tiempo. Y mirar atrás y agradecer ese camino de cientos de poemas.

Engrandecer la pregunta

La poesía de Antonio Colinas es una interrogación sin símbolos. Y es que no se puede contemplar el mundo desde un balcón distinto al de la pregunta. El poeta, como el niño, ha de sorprenderse ante la inmensidad y aleatoriedad de el universo que nos contiene —«seguramente no hay poesía sin infancia en plenitud», escribirá—, y dejar volar la memoria y el ingenio para encontrar respuestas más allá de lo evidente. Es como un juego íntimo en el que las cuestiones que son origen se convierten en anécdota espectral ante el poema.

"Siento cómo está ya engarzado en mí en Noche más allá de la noche, algunos de tus libros, que releo ahora, en estos días de invierno mientras piso el prólogo de la nieve"

Alumbran sus ojos aquel lugar donde pone el corazón. Respira armonía y el tiempo, arcano y lento, se detiene. Orbitan ahora los poema en busca de una fuerza gravitatoria con nombre de piedra, de inventos, de noche, de verdad. «Nadie mira hacia el cielo. / Nadie lee en la tierra. / Nadie escucha la agonía / del murmullo del agua en los manantiales». Apenas él. Únicamente su cabeza salvífica y desprendida, en entrega, para dibujar un presente que se escapa a la palabra.

Dices: «Poesía y vida han ido para mí siempre entrañablemente unidas».

Dices: «La obra traspasada por la experiencia de lo vital».

Dices: «La poesía, pues, estando profundamente enraizada en el proceso de vivir, no responde a una visión ‘fotográfica’ de la realidad, sino que surge siempre para metamorfosearla».

Y lo veo, tangible, en El laberinto invisible. Lo hago mío en Tiempo y abismo. Siento cómo está ya engarzado en mí en Noche más allá de la noche, algunos de tus libros, que releo ahora, en estos días de invierno mientras piso el prólogo de la nieve.

Surgen, en esa inquietud creadora, poemas que ya forman parte del corpus lírico de nuestras generaciones. ‘Sepulcro en Tarquinia’, algunos de los poemas de Noche más allá de la noche, ‘Giacomo Casanova acepta el cargo de bibliotecario’ o ‘Regreso a Petanovium’. Hay, en estos y en otros tantísimos poemas de su vasta producción, estelas de mármol, estatuas de gloria antigua, partituras para orquesta que resuenan entre alejandrinos meditados —«un cisne flota en la música de Liszt»— , vida sobre la vida… Un espectáculo.

Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
He respirado al lado del mar fuego de luz.
Lento respira el mundo en mi respiración.
En la noche respiro la noche de la noche.
Respira el labio en labio el aire enamorado.
Boca puesta en la boca cerrada de secretos,
respiro con la sabia de los troncos talados,
y, como roca voy respirando el silencio
y, como las raíces negras, respiro azul
arriba en los ramajes de verdor rumoroso.
Me he sentado a sentir cómo pasa en el cauce
sombrío de mis venas toda la luz del mundo.
Y yo era un gran sol de luz que respiraba.
Pulmón el firmamento contenido en mi pecho
que inspira la luz y espira la sombra,
que recibe el día y desprende la noche,
que inspira la vida y espira la muerte.
Inspirar, espirar, respirar: la fusión
de contrarios, el círculo de perfecta consciencia.
Ebriedad de sentirse invadido por algo
sin color ni sustancia, y verse derrotado,
en un mundo visible, por esencia invisible.
Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
Me he sentado en el centro del mundo a respirar.
Dormía sin soñar, mas soñaba profundo
y, al despertar, mis labios musitaban despacio
en la luz del aroma: «Aquel que lo conoce
se ha callado y quien habla ya no lo ha conocido».

Sentir amor, amor: sentirlo dentro

A lo largo de las distintas etapas de su poesía —el propio escritor identifica tres perfectamente diferenciadas— la mujer es una constante. El ser amado se dibuja así como una premonición en ese camino de búsqueda: ella está en el origen y en el final de cada palabra, ha sido escrita antes de que exista el lenguaje y los versos que la dibujan permanecerán, tallados sobre la piedra elemental de nuestro origen.

"De ella, en sus cabellos ralos, penden las llamas de decenas de versos que ahora son poema. Y muchos otros de los que el escritor habrá de hacer materia lírica"

Colinas observa a la mujer «en su sentido germinal, genuino, telúrico: el que revela el símbolo fértil y poderoso del eterno femenino», escribe en el estudio inicial de su obra completa, editado en Siruela. Pero son todas una mujer concreta, que tiene en su nombre el de todas aquellas otras de la Historia, que recoge en su vientre el antiguo augurio de las que están por venir. María José, su amor adolescente ya maduro, ese impulso único que abre caminos de contemplación bajo la música de Liszt y las estrellas… Una lucerna alimentada por el destino.

De ella, en sus cabellos ralos, penden las llamas de decenas de versos que ahora son poema. Y muchos otros de los que el escritor —isla natural de montes altos, místico y oriente, León cerrado y frío— habrá de hacer materia lírica. Versos como «Un día te encontré y te pertenezco», «Estoy en deuda con tus ojos vivos», «quiero sembrar la dicha de tenerte», «no me saques del laberinto sin salida / de tus ojos».

"Caen algunos copos sobre el mapa inmenso que es la poesía de Antonio Colinas. Páginas de rutas aleatorias que ponen ante tus ojos una verdad mística que solo revela su camino de oro a quien la busca"

De brazos naturales, con pies como raíces, la silueta femenina toma forma de arrecife o estrella. Es un pecho que amamanta, un regazo caliente, la carne tibia tras el sexo, el amor pausado y de membrillo cuando ancianos… una voz que acumula distintas voces a modo de collage o puzle sin perfiles. Allí está siempre: con una mirada firme o sin ojos, perpetuamente dibujada o siendo tan solo esbozo de un ensayo. Pero está. Y el poeta le dice:

Ámame en estos valles solitarios,
ámame en esta tierra de desvelos.
Lejos, en la distancia, sólo hay dudas
y el llanto cotidiano del recuerdo.
Como la tierra oscura da a la rama,
con su savia, la gracia y el sustento,
yo te daré, dormida entre mis brazos,
cuanto en mis venas es savia y fuego.
Quiero tu dulce sombra, quiero el fruto
maduro y luminoso de tus pechos.
Ámame en estos valles solitarios
donde estás y no estás.

Como un poseso

te busco, y no te hallo, y te persigo,
estás en mí y no estás mientras te ensueño.
Quiero que un día, cuando solo queden
en amoroso abrazo nuestros huesos,
haya encima otra rama que reciba
el soplo y la esperanza de este viento.

Caen algunos copos sobre el mapa inmenso que es la poesía de Antonio Colinas. Páginas de rutas aleatorias que ponen ante tus ojos una verdad mística que solo revela su camino de oro a quien la busca. Una verdad, una mirada sincera que indaga y entrega todo lo que tiene: amor, naturaleza, islas, tiempo, mar, Oriente, el pulso de la noche, dos violines afinando a solas… poesía que es Poesía. Y basta contemplar, saberse ritmo, mirarse verso en un cristal de nieve.

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Daniel J. Rodríguez

Daniel J. Rodríguez (Murcia, 1992) es periodista graduado por la Universidad de Murcia con un trabajo final dedicado a definir el 'género' de entrevista narrativa. Actualmente trabaja como community manager para, entre otras, la Universidad de Murcia. Ha codirigido la revista de poesia La Galla Ciencia, donde también publicaba entrevistas de personalidad. Ha sido redactor del área de cultura del diario regional La Opinión de Murcia. @DanielJRguez

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