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Antón Castro: "Me gusta el periodismo con rostro humano, de emociones directas" - Zenda
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Antón Castro: «Me gusta el periodismo con rostro humano, de emociones directas»

Escritor, periodista, director del suplemento Artes y Letras del Heraldo de Aragón desde hace veinte años, Antón Castro es sobre todo un poeta que cuenta historias como el Merlín de Cunqueiro que sueña con el mar de lejos y lee de las personas sus sueños y su corazón.

Foto de portada: Foto: José Miguel Marco

Escritor, periodista, director del suplemento Artes y Letras del Heraldo de Aragón desde hace veinte años, Antón Castro es sobre todo un poeta que cuenta historias como el Merlín de Cunqueiro que sueña con el mar de lejos y lee de las personas sus sueños y su corazón. Esa vocación suya le valió el Premio Nacional de Periodismo Cultural, pero sobre todo el reconocimiento afectuoso de escritores, de pintores, de músicos, de compañeros de profesión de papel y también de los personajes de sus más de treinta libros, donde el lenguaje es una forma de la imaginación y de la felicidad.

—Se reivindica mucho últimamente el periodismo cultural. ¿Qué es para ti, un género, una información especializada? 

"El periodismo cultural en efecto es especializado, pero es periodismo y debe contar, explicar, interpretar, mostrar tendencias, vacíos"

—Es una información especializada que tiene que mirar todo lo que sucede alrededor. La cultura, tan extensa y tan polisémico el término, está en el mundo, lo acelera y colabora en el debate. Es esencial para educar la sensibilidad, la inteligencia y cargarnos de razones y emociones. El periodismo cultural en efecto es especializado, pero es periodismo y debe contar, explicar, interpretar, mostrar tendencias, vacíos. Tiene que abrir veredas.

—¿Terminarán convirtiéndose los suplementos culturales en revistas digitales con su propia gestión y anunciantes? 

—Tal como va el mundo tecnológico, tan deprisa, todo es posible, y ese parece una de las posibilidades más claras. Ya estamos ahí desde hace tiempo y cada vez hay más puntos de divulgación y de estrategias de comunicación. También parece claro que los muros de pago no funcionan… De todas formas, el papel sigue estando muy vivo y se lee de otro modo. Con más pausa. Y a los artistas, y casi a todo el mundo en general, le sigue gustando mucho salir en el papel. Si solo salen en la edición digital, la pregunta inmediata es: ¿saldrá en el papel? Si solo salen en el papel, la pregunta también es: ¿no hay edición digital?

—Hay quienes defienden que la industria cultural no necesita periodistas, sino buenos gestores que avancen propuestas, que reflexionen o que provoquen. ¿Estás de acuerdo? 

—La cultura necesita buenos gestos y activistas culturales, dinámicos, nada perezosos, que no sean sectarios, que miren la cantidad de propuestas tan distintas que hay, pero siempre se necesitarán periodistas que lean y vean, que cuenten, que critiquen, que ofrezcan análisis, detalles, puntos de vista…, y que tengan el afán de descubrir y de visibilizar tantas y tantas propuestas diferentes que surgen cada día. El periodismo cultural es tan imprescindible como el político, el económico o el deportivo.

¿La cultura debe ser una actitud cotidiana? 

"La cultura está en todas partes todo el tiempo pero, como todo lo que pasa en el mundo, exige un poco de curiosidad y de respeto"

—No debe ser. Lo es. Una actitud cotidiana que está en nosotros, en el aire, en un paseo en el tranvía, a orillas del río, en cualquier conversación. No se aleja ni un instante. Siempre hay un libro a la vista, una canción, un pintor, una película, un videoclip, una serie de televisión, grandes y pequeñas cosas que nos estimulan. La cultura está en todas partes todo el tiempo pero, como todo lo que pasa en el mundo, exige un poco de curiosidad y de respeto, y puede afrontarse de mil maneras, incluso sin temor, sin pedantería y sin idolatría. Y si hace con pasión y optimismo, sin perdonarles la vida a los que no entendemos o no piensan como nosotros, aún mejor.

¿Crees que existe una masificación de la cultura? 

—Llega, de múltiples formas, a la gente y eso está ahí. La democracia también ha sido y es el descubrimiento de un abanico de nombres, hechos, autores, obras de arte o literarias que forman parte del acervo común. Ahora todo está al alcance de un clic, y no pienso necesariamente en la piratería. Hay tanto por saber, hay tanto por descubrir, que la masificación solo es una adherencia. Y en cierto modo una fiesta. Los que quieren elegir algo más sofisticado o particular, especializado o atrabiliario, también lo pueden hacer. Salen tantas cosas a diario que lo incómodo no es la masificación sino esa angustia de no llegar a todo y a la vez el placer de descubrir voces, canciones, estéticas, sorpresas.

—Reivindicas siempre el papel del “periodista de batalla”, que en el fondo es quien más dignifica la profesión. ¿No es una especie en extinción frente al periodismo de despacho, de redes, de datos? 

"Me gusta el periodismo con rostro humano, de emociones directas. Ese arte de oír para contar vidas e historias con el mejor lenguaje posible"

—He de confesar que miro a mis compañeros que hacen tantas cosas en las redes con admiración y envidia. Yo soy un completo inútil, y casi siempre me siento superado, pero en realidad lo que me gusta es ir a los sitios, escuchar, ver, sentir, tomar notas, aprender procesos e intentar contarlo. Me gusta el periodismo con rostro humano, de emociones directas. Ese arte de oír para contar vidas e historias con el mejor lenguaje posible —a veces el más bello, si se lograra el más exacto— es lo que me cautivó del periodismo, que para mí también ha sido una continua escuela de vida y una agencia que alienta la sensibilidad y la percepción. Como casi todos, en estos tiempos de prisas y de clics y del «share» diario, esa pantalla que te dice lo que se ve, lo que se lee, lo que interesa, también he sucumbido a la prisa, y el vértigo y la inseguridad me dominan. Hay días cuando te vas de la redacción en que dudas hasta de que seas capaz de escribir una página más, sin pretender que sea una obra maestra.

—Tu blog fue muy seguido por la gente de la cultura. ¿TikTok, Instagram representan el blog actual? 

—Mi blog antoncastro.blogia.com perdió la batalla frente a Facebook, que ha sido mi segunda vida al margen del periódico y la televisión, pero tengo la sensación de que ahí todo es muy efímero, de fogonazo, y un semillero de ansiedad. El blog siempre está ahí, lo cuido menos porque también tengo la sensación de que nunca he vivido con tanto estrés como ahora. De narcisismo no digo nada, pero cada uno tiene el suyo y ese es uno de los misterios más curiosos de la condición humana. Ha sido durante años como el diario que no he sabido meter en un libro, algo que me habría gustado. Como con otras cosas, ya he renunciado.

Foto: José Miguel Marco

—La entrevista es uno de tus géneros preferidos, muy desarrollada en tu programa Borradores. ¿Cuál es tu fórmula para una buena conversación que desvele al entrevistado y a su obra?

"La realidad supera a la ficción todo el tiempo, incluso cuando parece anodina"

—Que el entrevistado se sienta como en el sofá de su casa, que esté relajado y que tenga la sensación de que puede ahondar en cualquier cosa, ya sea un pensamiento estructurado, una confidencia íntima o sus conocimientos, que está siendo escuchado. A mí me gusta mucho ese diálogo donde el entrevistado se atreve a decirlo todo, o casi todo, porque es el momento ideal para hacerlo. El sujeto importante verdaderamente es él. La entrevista es su tiempo y es una oportunidad de nunca se sabe del todo de qué. De manera más directa, cuando entrevistas sobre una novedad, una exposición o un disco, conocer lo mejor posible esas nuevas entregas y al autor, y si puedes sacarlo del discurso automático, mejor.

—¿La vida sucede en los periódicos o las noticias son igualmente ficciones desde diferentes ángulos?

—La realidad supera a la ficción todo el tiempo, incluso cuando parece anodina. Y hay muchos titulares o situaciones que podrían ser materia de ficción: ¿Por qué Pedro Sánchez echa de golpe a los ministros Carmen Calvo o Ávalos, por qué prescinde del hombre que lo había reinventado, Iván Redondo? ¿Se podrá creer dentro de 200 años todo el esperpento del «procés» y las huidas de Puigdemont? El Shakespeare del mañana hará ficción histórica de ello.

—La literatura es otro género en el que has hecho carrera con novelas y libros de cuentos como Cariñena, El testamento de Patricio Julve o Golpes de mar. En la mayoría la fábula es el corazón de los argumentos. 

"Mi pasión por contar nace de mi infancia, en mi casa, al calor del fuego, se contaban relatos de pura pesadilla todas las noches"

—Quizá sea un narrador emotivo y sentimental. Todo empezó con un libro que se titulaba Los pasajeros del estío. Vivía en un pueblo del Teruel solitario y paradisíaco, en Camarena de la Sierra. Tras pasar por la consulta de la médico, la gente venía a contarme sus historias. Sacaba los cuadernos, tomaba notas, y le daba vueltas a lo que me contaban. De aquello salió un libro no muy largo, pero de atmósfera mítica, un viaje de casi medio siglo por España desde la Guerra Civil a las puertas de la democracia. Con ese bagaje, y de modo más consciente, hice El testamento de amor de Patricio Julve que es el libro de un paisaje que inspiró a Galdós, Baroja, Valle-Inclán, hasta a Manuel Vicent. Un libro que abarca desde las guerras carlistas hasta Tierra y libertad de Ken Loach, que cierra el libro. Mi pasión por contar nace de mi infancia, en mi casa, al calor del fuego, se contaban relatos de pura pesadilla todas las noches. Y las fábulas iban y venían como el viento enloquecido.

¿El gusto por las viejas fábulas es la raíz gallega que lleva en el ADN? 

—Creo que sí. Me crié con Castelao, Ánxel Fole, Rafael Dieste, Otero Pedrayo, Méndez Ferrín, Rosalía de Castro; luego Bécquer, García Márquez y Albert Camus. Y luego Borges y Cortázar. Y no tardaron en aparecer mujeres que adoro: Isak Dinesen y Mercè Rodoreda.

Foto: Toni Galán

¿El latido de la narración es oral y encantamiento o no es? 

—A mí me gustaban aquellos cuentos de personajes que aparecían tras la lluvia y traían un sinfín de historias de todo: marinos, vendedores de radios, lobos, gallinas que dejaban un huevo de oro en el monte. El cuento oral era la perfecta forma de suspender el tiempo y de crear un refugio donde la palabra daba calor y seguridad ante los temores de la oscuridad. Se contaba con un hechizo inadvertido, con puro embeleso inconsciente, sin afectación. La literatura iba y venía en los labios de la aldea sin saberlo.

—¿Cuál es el instante en el que nacen los cuentos?

" El escritor tiene que estar alerta todo el tiempo a lo que sucede y a lo que oye sin que nadie se dé cuenta"

—Desde hace unos años, mientras conduzco, corro un poco o monto en bici… Hace años soñaba mucho y algunos sueños pasaban a mis cuentos. Nace de la realidad y sus paradojas. Nace de las contradicciones y de la búsqueda. Y también nace de la lectura de los otros. Y de las gentes con las que me paro a hablar en cualquier circunstancia. El escritor tiene que estar alerta todo el tiempo a lo que sucede y a lo que oye sin que nadie se dé cuenta. Aldecoa y sus amigos salían a la calle y a los bares para alimentar sus ficciones.

En muchas de tus relatos el cierzo es atmósfera e incluso personaje. ¿Sabes leer el viento?

—No sé si lo sé leer, pero si hay algo que me encanta es el lenguaje de las estaciones. Y el cierzo, capaz de producir incluso una extraña forma de locura, me encanta. Lo descubrí en Zaragoza, pero creo que alguna vez lo oí y lo sentí en los bosques gallegos cuando me tendía en la tierra y aplicaba el oído sobre el musgo. Oía algo parecido al cierzo y al corazón del mar. 

También los faros. ¿La imaginación es el tuyo?

—Hay escritores mucho más imaginativos que yo, y más talentosos, y muchos más constantes, pero creo que la imaginación y la búsqueda de un hechizo en la narración son dos de mis características. Los faros siempre me han encantado y los fareros. Están en ‘Golpes de mar’ y en ‘El cazador de ángeles’ se cierra con tres poemas. El farero es el guardián solitario que trabaja por todos sin salir de sí mismo. 

—Vives en la cuna de Goya y tienes muchos amigos en el mundo de la plástica. ¿Qué pinta la pintura en tu vida? 

"La pintura es lentitud, color, forma, contemplación y gesto para alcanzar el rostro del tiempo"

—En menos de un mes he estado tres veces en Fuendetodos, un lugar que me fascina y que también explica qué difícil es, a veces, tratar la posteridad de los genios. Se ha hecho mucho, sin duda; si la política no fuera un territorio de vaivenes, se haría mucho más a largo plazo. La pintura me encanta desde muy joven, pero sobre todo desde que trabajo en un periódico. He conocido a muchos pintores, les he escrito catálogos, los entrevisto, les pido portadas para Artes & Letras, y me fascinan. Muy cerca de Goya para mí está Pradilla, un pintor de estudio, un maestro de la técnica y la mirada, alejado de la condición de Goya de cronista, visionario y profeta de sus turbulencias más íntimas. Son muchos los pintores que me encantan. La pintura es lentitud, color, forma, contemplación y gesto para alcanzar el rostro del tiempo, una belleza intemporal hecha de materia, concentración, manufactura y sueño

El boxeo es otra de sus pasiones compartida en su infancia con su padre. ¿Sería el boxeo un ajedrez donde se suda y se sangra? 

—El boxeo es, como dices, uno de los grandes vínculos con mi padre. A él le apasionaba y me contagió su pasión; aprendía historias de boxeadores en diarios deportivos, entre ellos As color, que luego le contaba. Con él vi las peleas de Pedro Carrasco, Pepe Durán, Urtain, Perico Fernández, José Legrá, etc, y los grandes combates de Cassius Clay y Frazier, Clay y Evangelista, Clay y Foreman, Carlos Monzón y Rodrigo Valdez. Él era como un niño asombrado y feliz, de las pocas veces que no se quedaba dormido ante el televisor. Con el paso del tiempo, gracias a Aldecoa, Mailer, Alcántara, Fernando Vadillo, Julio Cortázar y Eduardo Arroyo, vi que el boxeo tiene ese ajedrez del sudor y la sangre que lleva al púgil a ser capaz de matar al rival y de morir en el castigo. Uno de los libros que más me ha impresionado jamás es Del boxeo de Joyce Carol Oates, que iba a las peleas con su padre.

Antón Castro, Villarroya de la Sierra, 1989.

¿Escribir es otra forma de entender a los otros, como dice su amigo Fernando Sanmartín? 

—Siempre. Fernando Sanmartín es uno de mis escritores favoritos, de los que aprendes a diario porque habita un silencio elegante y solo aspira a contar el mundo de afuera y de adentro sin estridencias. No puedes entenderte a ti mismo si no entiendes a tus personajes. Y a la gente que camina a tu lado, con mayor o menor empatía. La literatura nace del lenguaje, de la memoria, de la realidad y de los sueños, y en todo ello están los otros. Que pueden ser un paraíso, un infierno, un limbo apacible o la indiferencia.

—Zaragoza acoge casi a una hermandad importante en la cultura de la ciudad y en tus afectos. David Trueba. Javier Tomeo. Ignacio Martínez de Pisón. Dos muy especiales han sido también Félix Romeo y José Antonio Labordeta. ¿Qué huella es la que dejaron? 

"La poesía se escribe cuando menos se espera, como decía Pepe Hierro. La escritura poética me mejora como escritor y como ser humano"

—Una huella increíble, vívida, indeleble. Empezando por la relación entre ellos: Félix fue el hijo varón que Labordeta no llegó a tener, tuvo tres hijas, y a la vez fue el padre, juvenil, que había perdido Labordeta. La relación entre ambos fue muy provechosa, conectó a Labordeta con las nuevas generaciones y de ahí han salido muchos proyectos, revistas, libros, conciertos, pero sobre todo un clima, un entusiasmo, un respeto general. Si Labordeta poseía el don inefable de la comunicación, era el carisma de la nobleza, más o menos bruta, Félix era el inventor de imposibles, un joven sabio y curioso, trabajador incansable, al que la vida le importaba tanto que podía discutir con cualquiera hasta por el vuelo de un mosquito. Y si se propasaba en su vehemencia pedía disculpas luego con un email de arrepentimiento por los malos modos. Félix ayudó a mucha gente a crear, a ser escritor, a avanzar en la vida. Y tuvo otro valor excepcional, no envidió a nadie. Lo cual no quiere decir que no tuviera sus dolorosos momentos de melancolía.

Periodismo cultural, narrativa, pero en el fondo y por dentro de tu lenguaje y en tu actitud eres poeta. ¿El género donde refugias la experiencia y tu autorretrato? 

—Eso es lo que me dicen muchas veces. No empecé a publicar poseía hasta los 50 años. Y ya llevo siete libros. La poesía se escribe cuando menos se espera, como decía Pepe Hierro. Hago una poesía un poco narrativa, que emana de la realidad, pero me encanta. Aunque me siento ante todo un contador de historias, no soy nada original, tengo la sensación de que la escritura poética me mejora como escritor y como ser humano.

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Guillermo Busutil

Guillermo Busutil escritor y periodista. Colabora como crítico de arte en el suplemento Culturas de La Vanguardia y articulista de El País, Letra Global y Litoral. Ha sido director de la revista Mercurio de 2007 a 2012, y columnista, crítico de cine y de teatro de La Opinión de Málaga de 2003 a 2020. Ha publicado los libros La cultura, querido Robinson (2019 Fórcola); Noticias del frente (Tropo editores 2014); Vidas prometidas (Tropo 2011. Premio Andalucía 2012) Nada sabe cómo la boca del verano (EDA 2005) y Drugstore (Páginas de espuma 2003) entre otros títulos.

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