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Antimemorias de Jorge Semprún, de Gonzalo Toledano Rodríguez de la Pica - Zenda
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Antimemorias de Jorge Semprún, de Gonzalo Toledano Rodríguez de la Pica

Antimemorias de Jorge Semprún literaturiza un personaje real y lo convierte en un personaje de ficción. Circunstancia que, a su vez, tiene mucho que ver con la obra literaria del Semprún real, ya que éste, en la casi totalidad de su obra literaria, se utilizó a sí mismo como un personaje más de sus obras...

Antimemorias de Jorge Semprún literaturiza un personaje real y lo convierte en un personaje de ficción. Circunstancia que, a su vez, tiene mucho que ver con la obra literaria del Semprún real, ya que éste, en la casi totalidad de su obra literaria, se utilizó a sí mismo como un personaje más de sus obras literarias.

Y si bien es cierto que se toman referencias biográficas reales y contrastadas de la biografía de Semprún, estas se mezclan a partes iguales con aquellas exclusivamente producto de la imaginación del autor.

Zenda adelanta las primeras páginas del libro, escrito por Gonzalo Toledano Rodríguez de la Pica y publicado por Renacimiento.

***

1

JORGE SEMPRÚN, ALIAS FEDERICO SÁNCHEZ.

1964. Aquel año escuché mi nombre por última vez. Probablemente, fue en boca de Gregorio López Raimundo, compañero de habitación de aquel palacio de invierno. Si no ruso, al menos checoslovaco.

Fernando Claudín había pedido como última voluntad, compartir habitación conmigo. Pero Pasionaria, con buen criterio, acordó separarnos. Temía -y no sin motivo- que fuéramos a conspirar más de lo acostumbrado.

Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo, tanto monta, monta tanto, nos habían traído hasta aquí para darnos un escarmiento, o lo que en la jerga comunista viene a denominarse simplemente purga. Estaban decididos a expulsarnos del PCE. Y para llevar a cabo semejante acción, tenían que organizar una performance que incluyera juicio sumarísimo y ejecución.

Claudín creía poder convencerles de lo contrario. Pero él y yo sabíamos que si hubiera ocurrido algo así, seríamos testigos de un milagro. Más increíble que el de los panes y los peces. Quizá, a la altura de la resurrección del joven Lázaro.

No te equivoques, Fernando, la sentencia ya está tomada. Nadie organiza un comité en un recóndito rincón de Checoslovaquia para escuchar los argumentos de dos peligrosos heterodoxos. No se trata de convencer, sino de vencer.

No te equivoques, Fernando, la sentencia ya está tomada. Nadie organiza un comité en un recóndito rincón de Checoslovaquia para escuchar los argumentos de dos peligrosos heterodoxos. No se trata de convencer sino de vencer.

***

Fernando sigue erre que erre. Se pasa el día escribiendo notas en un pequeño cuaderno, confiando en que la razón será más poderosa que el puño en alto. Además de iluso, estoy convencido de que es un terco. Con el inri añadido de saber, mejor que nadie, como nos las gastamos los comunistas. Y si no, que le pregunten a Vicente Uribe. En 1956, con su ayuda inestimable, la de Claudín, fue expulsado del PCE. Lo mismo que nos ocurrirá a nosotros.

—Uribe era un estalinista de tomo y lomo —me recuerda con viveza Fernando.

—Que tire la primera piedra, el que esté libre de pecado —le digo.

—Déjate de gilipolleces, que pareces un cura. Eran otros tiempos, Jorge. Había que romper con el pasado. Ya sabes, borrón y cuenta nueva. Lo mismito que hizo Kruschev.

—Pero a la española.

Fernando no me engaña. La caída de Uribe, como la de tantos otros, fue un juego de poder. Un pacto al alimón entre Pasionaria y Carrillo para arrebatarle la corona al pobre de  Vicente.

Ahora sí. Ya no tengo dudas. Acabo de tener una epifanía. Interior. En mi cabeza. Él. Gregorio López Raimundo fue la última persona en dirigirse a mí como Federico Sánchez. Mi memoria ha buceado por entre sus desgastadas neuronas hasta dar con el momento exacto. La sinapsis se ha hecho de rogar pero ha dado los frutos deseados.

Se gira y me da la mano. Suelto una vieja maleta color marrón desgastado y le estrecho la mía. Gregorio apenas consigue sujetarla. Sus dedos flácidos, casi inertes, se despegan rápidamente de los míos. Por miedo. Como si temiera un terrible contagio: el de la verdad.

—Hasta siempre, Federico Sánchez.

—Hasta nunca, Gregorio López.

Me marcho con cierto aire no sé muy bien de qué. La cabeza alta y el corazón destrozado. Fernando Claudín me espera con gesto esquivo y su acostumbrada apariencia de angustia vital. Sin mirarnos, iniciamos el camino de salida de un castillo de cuentos que ha servido como teatro para echar el telón a una función que, quién lo diría, parece durar desde siempre. Lo mismo que el bautismo.

—¿Tendremos que devolver el carnet, no te parece? —me pregunta Fernando.

—Bastará con quemarlo o guardarlo en un cajón repleto de viejos papeles. Ese en el que uno suele esconder la vida.

Han pasado siete años de ese día, y no imaginé que nadie me volvería a llamar por mi viejo alias. ¿Acaso creías poder prescindir de tu nombre? No has cambiado nada. Ya veo que tu espíritu burgués sigue dominando tu pensamiento de intelectual cabeza de chorlito. No somos dueños de nada. Entérate, de NADA. El Partido lo es TODO.

La veo acercarse como si fuera la Bardot, llamando la atención por donde pasa. La melena rubia recogida en un moño blanco como la sal. Enjuta y de luto. Rodeada de curiosos y admiradores.

Con su andar orgulloso, pisa sobre las baldosas amarillas de un jodido aeropuerto yugoslavo. Sueño que estoy en el mundo de Oz. Ella es la Reina de Corazones y yo la pequeña Dorothy con barba de tres días, corbata negra y aspecto desaliñado.

Dolores Ibárruri, alias Pasionaria, se acerca con la media sonrisa que acostumbra y el rostro cubierto de surcos por donde no crecen más que puntos negros.

—¡Federico Sánchez! ¡Qué alegría!

(Callo)

—¡Cuánto tiempo!

(Callo)

—Estás igual. Déjate que te mire.

(Callo)

—Parece que fue ayer.

(Callo)

—Es él. Míralo, Irene.

Irene es Irene Falcón. Su fiel escudera. Me sonríe. Le devuelvo el gesto con cierta cortesía. Todo muy contenido. Ella habla sin parar. Como el megáfono que anuncia vuelos a destinos nada sospechosos como Berlín, Bucarest o La Habana. Como esa azafata vestida de azul que se pasará el viaje entero ofreciéndote cacahuetes, almohadas o güisqui.

—Valiente bribón estás hecho, Federico Sánchez. Eres un descastado. ¿Desde cuando no sé nada de ti?

Desde 1964. Castillo de Zbraslav, Checoslovaquia para más señas.

—¿Y se puede saber qué haces por aquí?

Pasionaria me acaricia la cara con suavidad y firmeza. Si me diera un bofetón, lo aceptaría sin rechistar. Al menos, esa es la sensación que tengo. Dolores me estrecha la mano. Sus venas se funden entre mis dedos y aunque parezca extraño, la ternura se apodera de mí. Ahora podría contarle qué narices hago aquí, aunque no me creería. Pensaría que es otra de mis mentiras. Y a fe que no le faltaría razón.

Mi presencia en Belgrado se debe a una corrida de toros. Brillante idea de mi viejo amigo Domingo Dominguín, ¡cómo no! Pero con resultado incierto. A su hermano Luis Miguel, uno de los morlacos le ha dado una voltereta que ni pa qué. Fue al rematar una verónica al primero de la fría tarde, dirían las crónicas.

—¿Has echado un ojo a la enfermería, Domingo? —le pregunta el matador a su hermano, apoderado y empresario.

—Está todo controlado. Material de primera, maestro.

—¿Y los doctores?

—Catedráticos, lo menos.

—¿Y hablan el cristiano?

—No. Pero te aseguro que saben cortar por donde hay que cortar y coser por donde hay que coser. Con eso nos basta, matador.

Solo ha sido la muñeca. Más que el golpe, la gravedad del percance se debe al puntazo de una banderilla mal colocada por el tercero de la cuadrilla. Aunque según los entendidos, Luis Miguel Dominguín llegará a la feria del Pilar. Menos mal, suspira Domingo. Según me relata mi amigo en confidencia, al maestro le duelen más las perras dejadas de ganar que las cicatrices.

Todo es desconcertante: la nieve cayendo sobre la taleguilla manchada del torero, los oles en serbocroata y las palabras que me dedica Pasionaria después de tanto tiempo.

—Tenemos que hablar.

—Cuando quieras.

—Entre tú y yo, hay una conversación pendiente, Federico Sánchez.

No hay tiempo para más. El megáfono que no para de rajar, nos interrumpe. Última llamada del vuelo de Aeroflot a Moscú. La madre patria espera a la hija pródiga.

Pasionaria se aleja. Irene se da la vuelta y me dice adiós con la mano. Una despedida en toda regla. Desprenderse. La vida es renunciar. Y yo, la verdad, aún no sé si lo he logrado hacer con mi viejo amigo y camarada Federico Sánchez.

—————————————

Autor: Gonzalo Toledano Rodríguez de la Pica. TítuloAntimemorias de Jorge Semprún. Editorial: Renacimiento. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Gonzalo Toledano Rodríguez de la Pica.

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Ricarrob
Ricarrob
11 meses hace

Quizás el ministro más honrado desde la transición. Quizás el único ministro de cultura que realmente ha habido desde la transición. El único que dimitió cuando no estuvo de acuerdo o cuando comprendió que lo utilizaban de imagen, de maquillaje. Quizás el único humanista de todos los ministros habidos.

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