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Antes de escribir - Zenda
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Antes de escribir

El germen de una novela no siempre es un chispazo argumental. Muchas veces es la aparición de un personaje lo que impulsa a un escritor a entrar en su estudio, cerrar la puerta y aislarse durante meses, años. Eso es lo que le ocurrió a Marc Colell, que un día imaginó a Carlota, la protagonista...

El germen de una novela no siempre es un chispazo argumental. Muchas veces es la aparición de un personaje lo que impulsa a un escritor a entrar en su estudio, cerrar la puerta y aislarse durante meses, años. Eso es lo que le ocurrió a Marc Colell, que un día imaginó a Carlota, la protagonista de su novela Reino vegetal, y se vio impelido a reconstruir el verano en la Costa Brava en la que saltó a la vida adulta.

En este Making of, Marc Colell explica el origen de Reino vegetal (Ya lo dijo Casimiro Parker).

***

Antes de escribir, del acto de escribir, de la primera palabra, no hay nada. No hay borradores, no hay intención, no hay estructura. Nada. Después aparece, siempre hay algo que aparece, que reclama su lugar. En mi caso, suele ser una imagen, una sensación… Pero también puede ser un personaje —escondido, hasta el momento, en la propia confusión de los recuerdos—. Carlota apareció como un destello, una marca borrosa, un punto alejado. Estaba sentada en el césped. Se cubría con una toalla, tenía frío, pero no quería levantarse, recorrer el sendero de los cipreses, llegar hasta su casa. Traté de sortearla, de mirar más allá. Pero empezó a destacar, a adquirir una forma, a reclamar la posibilidad —la vaga posibilidad— de su existencia.

"La fuente, mi fuente, es la memoria. No es una memoria de fechas. No es una memoria de acontecimientos. Es un reducto de sensaciones, de insistencias"

Y desde ella, desde Carlota, se fue revelando el resto. Su casa, su familia, sus vecinos… Y también la urbanización, un reino con dos barreras, una de entrada, otra de salida, y la pretensión de que nada cambie, la juventud, el ocio, las paellas, el mar, los turistas, el verano, Rob Lowe, Tito, Piraña, las azafatas del “Un, dos, tres”… Pero todo cambia, el tiempo es caprichoso y se cuela por cualquier lado. Por nuestras manos, por las vidas que inventamos, que recreamos (y también —por supuesto— en la ficción).

No conseguí alejarme, dejarla sola. Me acerqué hasta ella. Cerca, tan cerca, que pude contemplar su piel, sentir su respiración. Y tuve que escribirla, completarla con palabras, otorgarle un perfil —enfrentado a la invención de los recuerdos—.

Porque la fuente, mi fuente, es la memoria. No es una memoria de fechas. No es una memoria de acontecimientos. Es un reducto de sensaciones, de insistencias. Algo que tiene que aflorar, que ser dicho, como un germen, como el reflejo inevitable de mí mismo.

Parece fácil. Volver atrás, a la escritura terminada, resuelta, a la escritura llevada a la imprenta, transformada en un objeto, en algo que viaja, que penetra en las casas. Al peso exacto de una edición, de una tirada, de los ejemplares repetidos, de las Carlotas multiplicadas, sometidas a la impresión y a la lectura.

"Carlota sigue ahí, detenida, encerrada, comiendo con sus padres, con su hermano, vagando por la urbanización, limpiando las redes de pesca, sentada en la proa de un barco, buscando los escondites de su amigo..."

Escribo (o he escrito, hasta ahora) sin fichas, sin notas, sin documentación. La investigación, si puede llamarse así, se cita en mi interior, en el relieve que me sustenta, que me arropa, en mi propio ovillo —o en mi memoria— sentimental. Carlota, esta Carlota, no necesita anotaciones. No las necesita porque existe. Alguien podría hacerlas, tras la lectura, completar una hoja con sus datos: 13 años, rubia, alta, padre, madre, hermano, abuelo y un amigo que no está, que ya no está, y que no podrá regresar. Tiene una perrita, Julieta, de su misma edad. Una perra vieja y desdentada… Pero es algo más. Perdió a un amigo. Nadie reconoce su dolor. Lo recuerda como una forma de respiración, como un tránsito corporal. Siente predilección por lo minúsculo. Y un empeño por la vida, una vida que implora, que se implora, y que implora en los demás. A pesar de todo, contra todo. Respirar. Como un recaudo, como una forma destacada de verdad…

Podríamos seguir con las fichas —como botánicos de este Reino vegetal—. Personajes: vigilante, camarero, Olivia, Carmen, Andreu, Patricia, la pareja de payasos, los Montesa, los Barry, Ritter, Pompeu… Lugar: urbanización playera, Costa Dorada, dos piscinas, frontón, bar, hoteles con nombres horteras, Miramar, Bajamar, Solimar… Y un verano.

Pero no importa. Nada de esto importa, en realidad. Ni las clasificaciones ni los principios. Porque Carlota sigue ahí, detenida, encerrada, comiendo con sus padres, con su hermano, vagando por la urbanización, limpiando las redes de pesca, sentada en la proa de un barco, buscando los escondites de su amigo… Debemos acudir a la palabra, a los párrafos, para conocerla, para encontrarla. Escribir es un acto misterioso, cargado de sombras y felicidad, de trampas y deseos. Es un acto irreductible. Pero escribir sobre lo que ya está escrito, tratar de recuperar el asombro, el impulso desconocido…

«Yo tampoco lo entiendo —decía, Calderón, refiriéndose a su propia obra— y todos dicen que es mío».

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Autor: Marc Colell. Título: Reino vegetal. Editorial: Ya lo dijo Casimiro Parker. Venta: Todos tus libros.

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Marc Colell

Licenciado en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (Argentina). Ha publicado, junto con Javier Aparicio, la colección de aforismos calderonianos 'Jardín Paremiológico' (Edhasa), la biografía 'Calderón en tres jornadas' (Istmo) y 'La estilística de Dámaso Alonso, Amado Alonso y Carlos Bousoño' (Universitat de Girona). Colabora en Zenda-Edhasa. Su novela 'Reino vegetal' ha obtenido la mención especial en la 45 edición de los Premios Literarios Kutxa de Irún. Vive en L’Escala.

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