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Ángeles subterráneos (3): Lawrence Ferlinghetti - Zenda
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Ángeles subterráneos (3): Lawrence Ferlinghetti

MADRID 1994 Poetas, salid de vuestros armarios,  / abrid vuestras ventanas, abrid vuestras puertas, / habéis estado demasiado enterrados / en vuestros cerrados mundos… A principios de los años noventa existía todavía el correo ordinario. Extraordinario habría que empezar a llamarle ahora. Los mails daban ya sus primeros pasos, pero las grandes bufandas seguían aguardándonos...

MADRID 1994

Poetas, salid de vuestros armarios,  / abrid vuestras ventanas, abrid vuestras puertas, / habéis estado demasiado enterrados / en vuestros cerrados mundos…

A principios de los años noventa existía todavía el correo ordinario. Extraordinario habría que empezar a llamarle ahora. Los mails daban ya sus primeros pasos, pero las grandes bufandas seguían aguardándonos en una reducida caja de caudales llamada buzón. Abrirlo era siempre una ceremonia, un contener la respiración, una carta esperada o una posible botella echada al mar por la intemperie de alguien allá lejos abrigándose de pronto  en tu orilla. Ahora yo no tengo ni siquiera su llave. Mi mujer o mis hijas lo abren a veces para pasarme alguna multa de tráfico. En algunas cosas desde luego hemos ido a peor.

Los árboles aún están cayendo, / y ya no iremos a los bosques… 

Abrí la caja y allí estaba el tesoro. Sobre aéreo y contenido celestial. Incendiario, también. El poema que enviaba Ferlinghetti, junto a una vibrante traducción al castellano de Uberto Stabile, era increíble y parecía escrito además a la medida de El hombre de la Calle, la revista que dirigía entonces contra viento y marea y que llevaba como grito de guerra la leyenda Revista de poesía entrometida. 

No es ahora momento de que el artista se esconda / sobre, más allá o tras los escenarios, / indiferente, cortándose las uñas. / No es ahora momento para nuestros pequeños juegos literarios. / Poetas para poetas escribiendo poesía sobre la poesía… 

97 años acaba de cumplir este hombre al que el músico Bob Dylan definió como “fundador de la librería City Lights e hijo predilecto de San Francisco, y cuya decisión de publicar Aullido de Allen Ginsberg en 1956 le supuso un juicio por obscenidad pública. Un hombre valiente y un poeta valiente…” Pacifista radical, habría que añadir, desde que en la segunda guerra mundial un joven soldado con su nombre entrara en la ciudad de Nagasaki, pocas semanas después de caer sobre ella la bomba atómica, y quedara devastado para siempre. Resucitado en poeta. 

Pero lo que realmente comenzaba a entusiasmarme de esta gente era su generosidad. Aquellos tipos duros, curtidos en mil batallas, que urdían y ardían  palabras, no se casaban con nadie y vivían de sus derechos editoriales, tardaban un segundo en autorizarme a publicar sus poemas desde que conocían el carácter celebratorio, entrometido y altruista, que no benéfico, de la revista. Los poetas beats fluían, y dejaban fluir. Algo muy distinto a los remilgos, exigencias y mil obstáculos que siempre algún colega español de guardia ponía a nuestras periódicas peticiones de colaboración.

Poetas, descended una vez más a las calles del mundo / y abrid vuestras mentes… / No esperéis a la revolución, o sucederá sin vosotros. / Dejad de murmurar, y hablad en voz alta… 

Librería City Lights

Librería City Lights

Había lanzado al mar cuatro cartas —Snyder, Ginsberg, Corso, Ferlinghetti, los poetas vivos de la generación beat—, y el buzón entró en ebullición en apenas dos semanas, y en fiesta luego durante años en una orgía literaria transoceánica que se prolongó con alguno de ellos mucho más allá de aquel deslumbrante número de El Hombre de la Calle —diseñado por Pep Carrió y grapado mano a mano por los dos en una humilde y cuasi clandestina imprenta del barrio de Prosperidad—, convertido ya hoy en joya bibliográfica.

Cuatro autores excepcionales y cuatro poemas fundacionales, precedidos por las palabras que les dedicó en su momento Jack Kerouac, el que quizá fuera el menos poeta y el más poético de todos ellos: “Yo nunca había conocido a gente tan estrafalaria, y a la vez tan seria. Gente loca por vivir, por hablar, por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo; gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas…”.

Las definiciones sobre qué es realmente la poesía son y han sido infinitas a lo largo de la historia. Ferlinghetti ha declarado de hecho en muchas ocasiones que se trata de un tema inagotable, y afirma incluso que escribe desde hace décadas un libro titulado Qué es poesía al que va añadiendo poemas —cosas, dice él—, de forma permanente. Sin responderse nunca. Y sin embargo aún recuerdo mis latidos acelerados con aquella carta y su poema en la mano…

Poesía, el vehículo común / para el transporte del público / hacia lugares más altos…


 

 

Serie de artículos de Fernando Beltrán que tiene como eje vertebrador el número extraordinario que la revista El Hombre de la Calle dedicó a los poetas de la generación Beat Gary Snyder, Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti y Gregory Corso.

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Fernando Beltrán

Fernando Beltrán (Oviedo 1956). Autor de los poemarios Aquelarre en Madrid, Ojos de agua, El gallo de Bagdad, Amor ciego, Bar adentro, La Semana Fantástica, El corazón no muere, Mujeres encontradas, Sólo el que ama está solo, Los días y Hotel Vivir. Reunida en Donde nadie me llama (Hiperión), su obra ha sido traducida parcialmente a más de veinte idiomas, y de forma completa al francés. Sus artículos y ensayos en prosa han sido editados por la Universidad de Valladolid bajo el título La vida en ello. Profesor en varias instituciones académicas, creador del estudio creativo El Nombre de las Cosas y fundador del Aula de las Metáforas, su obra ha sido galardonada, entre otros, con el Premio Asturias de las Letras y el premio Foro Europeo. Su último poemario es La curación del mundo, publicado en Hiperión, con portada de Pep Carrió. @nombrarlascosas

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