Hace ahora cinco años, cuando releí Crimen y Castigo, de Fiódor Dostoyevski, comprendí al fin el significado de la palabra redención. Encarcelado en su propia habitación, preso preventivo del delirio y el fanatismo, Raskólnikov escucha con atención las palabras del inspector Porfiri. Aún sin pruebas, este ha descubierto la culpabilidad del héroe por la muerte de Aliona Ivánovna. Su rechazo a la verdad y al honor, casi patriótico, que reside en el acto de la confesión, resultan insoportables para el inspector. De pie junto a Raskólnikov, clavando su mirada en las pupilas amarillas y febriles del protagonista, este le aconseja el camino más difícil: la vida. Si aún conserva un mínimo de dignidad, debe descartar la idea del suicidio y asumir las consecuencias del horror. Hipnotizado por la figura compacta y fría del inspector, el héroe inicia así su descenso a los infiernos, convencido esta vez de que, en su capa más profunda, habrá un halo de luz que agilice su descanso. Ese proceso de deconstrucción que, por diversas razones, he visto en más de una ocasión a lo largo de mi vida profesional, solo lo comprendí leyendo a Dostoyevski y sintiendo como propias las heridas que se autoinflige Raskólnikov hasta el final de la novela. La literatura fue el gran manual que me permitió entender las pasiones del individuo y las complejidades, casi siempre éticas, que se asocian al crimen.
Lo mismo cabe decir del amor y la guerra. Más allá del esplendor, casi siempre sanguinario, que se inmiscuye en la razón del combatiente, emerge la pena causada por el desamor. El dolor de Aquiles por la muerte de Patroclo hace que el héroe se resguarde en su oscura tienda de campaña, ajeno al ruido del metal y a los gritos que horadan la madrugada en Ilión. Nada, ni siquiera la futura gloria, arrebata a Aquiles su angustia, ni su deseo de sucumbir a la memoria para reconstruir con fuego la estampa inquebrantable de su compañero. El amor es aquí una fuente inagotable de abismo, pero también de salvación. Tetis, su madre, solicita a Hefesto que forje para Aquiles una nueva armadura, perlada con representaciones holísticas de la vida y la guerra que reflejen la complejidad de su destino y su carácter inevitable. La renovación del héroe y su regreso a la vanguardia del ejército griego, para desmontar ese terrible mecanismo que conforman el olvido y el dolor, son fruto del amor.
La literatura es el gran vehículo que despeja las ecuaciones del mundo. La culpa y la redención, en el caso de Dostoyevski, o los monumentales delirios que se nutren del amor, a veces insolente, hacia el prójimo, en el caso de Homero, son dos ejemplos que aúnan la gran verdad plasmada en Los aerostatos (Anagrama, 2024), la última novela de Amélie Nothomb: solo en la literatura hallaremos el heroísmo, la resiliencia y los mecanismos de transformación necesarios para combatir el caos.
En ella, la autora de Los nombres epicenos y Primera sangre narra la historia de una joven estudiante de filología que se convierte en profesora de Pie, un adolescente superdotado. El amor de esta por la literatura y la tendencia de su alumno por la soledad y la autodestrucción sirven a Amélie Nothomb para tejer una relación que trasciende lo convencional y sirve de espejo a sus protagonistas en un proceso conjunto de búsqueda y transformación. La pasión de una y la genialidad de otro tejerán un vínculo condenado a la salvación y el despertar.
Esta es una novela magistral. La ya acreditada capacidad de la autora belga para compactar sus historias hasta el punto de convertirlas en una unidad perfecta, sin fisuras y no exenta de profundidad, asoma en Los aerostatos. Nadie como Nothomb puede combinar el elocuente uso del diálogo y el poder, a veces irreverente, de la intertextualidad. En un escenario simple, pero hábilmente descrito, en el que sobrevuelan la alienación ante las estructuras vigentes y un anhelo desesperado de conexión humana, la autora ahonda en ese deseo identitario y revelador del que seríamos solo reos sin la compañía de la literatura. Y desplegando la agilidad y vehemencia con que el inspector Porfiri convenció a Raskólnikov de que la vida asoma siempre a raudales del infierno, Amélie Nothomb nos recuerda que la pasión literaria puede ser tan reveladora como esos deseos infatigables que abruman nuestra larguísima oscuridad.
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Autora: Amélie Nothomb. Título: Los aerostatos. Traducción: Sergi Pàmies. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.
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