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Almudena de Arteaga: "Felicitas de Saint-Maxent y Bernardo de Gálvez eran la pareja perfecta" - Zenda
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Almudena de Arteaga: «Felicitas de Saint-Maxent y Bernardo de Gálvez eran la pareja perfecta»

No es alta, ni tampoco baja. Puede que rubia o quizás morena. En algún momento el lector la imaginará de ojos verdes, y en otros sus pupilas se mostrarán marrones. Almudena de Arteaga no ha querido definir físicamente a la heroína de su novela, Felicitas de Saint-Maxent. La escritora ha preferido centrarse en su personalidad...

No es alta, ni tampoco baja. Puede que rubia o quizás morena. En algún momento el lector la imaginará de ojos verdes, y en otros sus pupilas se mostrarán marrones. Almudena de Arteaga no ha querido definir físicamente a la heroína de su novela, Felicitas de Saint-Maxent. La escritora ha preferido centrarse en su personalidad —arrolladora—, en la increíble fuerza que la llevó a atravesar continentes y en su gran determinación para resistir a pesar de las penalidades que le tocó enfrentar. De Felicitas solo vemos su espalda en la portada de La virreina criolla (Harper Collins, 2022), apenas adivinamos su figura, lo suficiente para soñar con esta mujer que por sí sola ya era abrumadora y que junto a su segundo marido, Bernardo de Gálvez, formo un tándem imbatible. La autora de La princesa de Éboli —grande de España por nacimiento, abogada de profesión y escritora por devoción— vuelve a rescatar del olvido a una gran mujer para protagonizar su última novela, repitiendo el éxito logrado cuando hizo lo propio con Catalina de Aragón y María de Molina.

Hablamos con Almudena de Arteaga de los espías españoles que ayudaron a los Estados Unidos a ser una nación, de mestizaje, mujeres salvadas del ostracismo con la literatura, de piratas de Nasáu y de plantar pinos en Guipúzcoa.

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—Dicen que detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer. Después de leer su novela se puede afirmar que detrás de una mujer inmensa como Felicitas de Saint-Maxent había otro hombre de las mismas proporciones, Bernardo de Gálvez.

"Yo creo que Bernardo fue un hombre inteligentísimo. Los Gálvez se hicieron a sí mismos"

—Eran una pareja perfecta. Yo creo que Bernardo fue un hombre inteligentísimo. Los Gálvez se hicieron a sí mismos. En solo dos generaciones salieron de un pueblo muy pequeño de Málaga llamado Macharaviaya para ocupar puestos muy importantes. Su tío José llegó a ser nada más y nada menos que ministro de las Indias, que era el Ministerio más importante en ese momento. Bernardo llegó a la Luisiana siendo bastante joven —si lo miramos con ojos de hoy en día—, y supo muy bien a qué árbol acercarse. Los conflictos allí eran complicados porque acababa de pasar del reino de Francia al de España. La inmensa mayoría de los pobladores eran franceses y se alzaron contra los españoles. Bernardo se acercó a la familia que apoyaba a los españoles y se casó con una de las hijas del hombre más influyente de la Luisiana y que no conocía el tránsito del Mississippi, algo que a posteriori le sirvió para ayudar a Estados Unidos.

—Cuando hablamos de exploradores y conquistadores pensamos en hombres, pero hubo muchas mujeres que hicieron ese viaje hacia el Nuevo mundo. Como Inés de Suárez, por ejemplo.

—Sí, hubo muchas. Contemporáneas de Felicitas y posteriores. Muchísimas mujeres iban a buscar una vida mejor, algunas incluso se iban solas. Mujeres valientes que iban a intentar matrimoniar, que era lo que buscaba una mujer en aquel periodo de la historia. También viajaban para intentar tener sus propios terrenos, pero para eso necesitaban a un hombre en aquella época. No quiero cometer anacronismos. Lo curioso de Felicitas es que teniéndolo todo allí — por herencia, por haberlo conseguido ella sola—, una vida plena, una vez que se queda viuda decide volver a España. Yo digo que hace el tornaviaje, al contrario del resto de las mujeres que emigraban a América.

—¿Cómo descubrió la historia de Felicitas de Saint-Maxent?

"Una idea para una novela puede surgir de cualquier lugar, pero esta vez vino de la mano de una amiga"

—Pues a través de Molly Long, una amiga mía que pertenece a un movimiento que quizá en España no sea muy conocido, pero que sí que lo es mundialmente: las mujeres de la revolución americana. Son miles a lo largo y ancho de este mundo. La mayoría americanas, que están orgullosas de serlo, y que quieren llevar la historia de Estados Unidos a todo el mundo. Molly había nacido en Pensacola. El que se conozca la historia de Bernardo sabe que Pensacola fue una de las plazas que conquistó a los ingleses. Molly conocía muy bien a Felicitas y ella fue la que me dio una tesina doctoral de un americano —como siempre, conocen mejor fuera nuestra historia que nosotros mismos— llamado Henry Bergman, que murió hace un par de años. Molly me animó a leerla porque le pareció una historia fascinante: una mujer que pudiendo haber sido americana optó por ser española. Y soy la que me lo traje. Una idea para una novela puede surgir de cualquier lugar, pero esta vez vino de la mano de una amiga.

—La mayoría de las protagonistas de sus novelas son mujeres: la Beltraneja, la princesa de Éboli, Catalina de Aragón… ¿Qué opina de los estudios de la historia con perspectiva de género?

—Yo lo que intento es rescatar a mujeres olvidadas, que estaban en el ostracismo más absoluto. Yo gané el Premio de Novela Histórica Alfonso X El Sabio con María de Molina: Tres coronas medievales (2004). El título ya lo dice todo: fue reina tres veces en Castilla. Al investigar descubrí que había grandes compendios de historia de ese momento, como el de Menéndez Pidal, pero que apenas le dedicaban tres párrafos a María de Molina. A mí no me gusta hablar de género en historia, no me gusta mezclar conceptos, pero sí que creo que tenemos que seguir sacando a mujeres de ese ostracismo. De hecho, yo tengo varias metidas en un cajón a la espera de ser rescatadas en algún momento.

—¿Y qué opina de la tendencia de adaptar las ficciones de época a la contemporaneidad como en el caso de Los Bridgerton? ¿Puede tener un efecto contraproducente al obviar el racismo y todo lo que supuso?

"Hay una leyenda negra en nuestra historia, del Imperio español, que ha sido escrita por nuestros enemigos y que nosotros nos hemos acabado creyendo"

—Como ya he dicho, yo intento no cometer anacronismos. Y sobre todo, intento no falsear la historia. Eso es algo de lo que estamos muy cansados (risas). De hecho, hay una leyenda negra en nuestra historia, del Imperio español, que ha sido escrita por nuestros enemigos y que nosotros nos hemos acabado creyendo. Esto es lo que es más increíble, que los propios españoles acabamos creyendo lo que cuentan en nuestra contra. Yo pienso que estas series y películas están muy bien, pero siempre que el que lo ve tenga muy claro que es pura ficción. Yo echo de menos series con más empaque histórico. Se trata de un escenario con un telón de fondo que pudo existir, pero con unos personajes que tampoco, y vestidos de una manera que tampoco iban así. Es que es todo muy falso. Ahora bien, si tienes claro que lo que quieres es entretenerte y no aprender historia, estupendo.

—En la parte de América que tuvo relaciones con España no hay que imaginar nada, ni adaptar razas a la contemporaneidad. Su novela se centra en un punto fundamental que sirve para explicar y comprender ese continente, el mestizaje.

—A la hora de escribir siempre tengo cerca parte de la documentación. Y hay un libro que siempre está en mi mesa, que es de las castas. Esto suena extraño, parece que estamos hablando de la India, pero no estamos hablando de la India, estamos hablando de nuestros virreinatos americanos. Te cuenta la cantidad de razas diferentes que hubo. En lugar de castas vamos a hablar de razas, del mestizaje. Hay una gran cantidad de nombres diferentes para ese mestizaje. Y como nuestro idioma es riquísimo, a cada mezcla se le puso un nombre: un negro con una india, un mulato con una española… Cada relación generaba un nombre. En la novela yo primero juego con un personaje de ficción, que es Ágata, que es fascinante, que acompaña a la protagonista, que en realidad es medio de ficción, porque existió y era la hija de una negra liberta y de un indio. Ágata tenía esa belleza y esa potencia que tiene el mestizaje, que yo siempre he admirado muchísimo. Y por otra parte, quiero dejar muy claro, y lo dejo muy claro en el libro, que las personas que vivían en nuestros virreinatos eran tan españoles como el que vivía en Toledo o Cuenca, algo que no pasaba con los que vivían en el norte de América, que eran colonos, vivían en colonias. Lo nuestro no eran colonias, eran virreinatos, y funcionaban como provincias españolas. Eso es algo que también se ha perdido en la tradición y que yo intento explicar a través de la novela. Todos los pobladores de nuestros virreinatos tenían los mismos derechos.

—En Estados Unidos, George Washington y Barack Obama sí que homenajearon a Bernardo de Gálvez, algo que no ha ocurrido en España. ¿Cómo es posible que un personaje como él sea tan poco conocido, y reconocido, en nuestro país?

"Espero que después de esta novela todo el mundo sepa quién fue Bernardo de Gálvez y quién fue Felicitas de Saint-Maxent"

—Pues como ha ocurrido con otros muchos. Por ejemplo Isabel Zendal. Cuando escribí sobre ella en el 2010 tampoco era conocida. Ahora ya tiene su propio hospital. Yo con la novela histórica no intento hacer un compendio de historia, ni mucho menos, intento hacerlo divulgativo. En mi historia Felicitas es el sol y Bernardo su satélite, cosa que no pasa normalmente en los libros de Bernardo de Gálvez, donde él siempre es el sol. Espero que después de esta novela todo el mundo sepa quién fue Bernardo de Gálvez y quién fue Felicitas de Saint-Maxent, una mujer que vivió mil vidas: el tráfico de mercancías por el Mississippi, el acoso de los piratas… Los españoles estaban esquilmados por Nasáu. Bernardo iba a atacar a los piratas y ella esperaba en el puerto a que volviese. Llegó a tener a un hermano preso por los corsarios y tuvieron que pagar rápidamente el rescate que pedían por él. Ella vivió también el virreinato de Nueva España en su momento de máximo apogeo; era increíble la riqueza que había allí en esa época. Tuvo un final, como el que tienen muchas de mis protagonistas, que no es el que hubiese querido cualquier mujer de su momento.

—El tiempo que le tocó vivir a la protagonista de su novela fue uno de los más apasionantes de la historia. Entre el antiguo y el nuevo régimen, de revolución en revolución.

—Él ya vivió dos momentos importantísimos de la historia del mundo. Allí vivió lo que fue la independencia de Estados Unidos, y vivió cómo España les ayudó en esa lucha. Ella participó también en esa red de espionaje que se fraguó en la Luisiana y que tuvo presencia en todo el país. Entre esos espías estaba Juan Miralles, que murió en la casa de George Washington. Esos agentes traían la información al Reino de España para que supiésemos lo que necesitaban los rebeldes. El otro gran momento histórico de esa época, aunque ella no estuvo allí, fue la Revolución Francesa.

—Los primeros capítulos del libro se abren con versos de autores del Siglo de Oro. No parece una casualidad.

—No es un guiño. A mí me encanta la poesía. Siempre busco algún verso que tenga algo que ver. Utilizo esos versos del Siglo de Oro porque quería demostrar el hambre que había en el nuevo continente del viejo, y de todo lo que pudiera significar esa cultura. Tenemos que tener en cuenta que en América no tenían una historia muy sólida que mantener, aparte de la de las tribus que poblaban aquellos territorios.

—Su novela también trata el rechazo que se producía en los países europeos a los que regresaban después de haber estado en el Nuevo Mundo.

"Era ella la que había viajado y visitado medio mundo, y ellos solo conocían la corte"

—Rechazo y admiración. Eso lo reflejo en la novela cuando ella llega a la Corte madrileña con sus hijos, al prometer a Bernardo que los va a educar en España. Por un lado hay rechazo, porque los viejos nobles recelan  —ahora ellos son condes de Gálvez por méritos propios— de los nuevos. Hay varias escenas donde se le acusa de nueva noble, como si fuese diríamos hoy en día una pueblerina que viene a la ciudad, cuando en realidad era ella la que había viajado y visitado medio mundo y ellos solo conocían la corte. Por un lado hay una admiración por el exotismo que traían de otros lugares, pero por el otro sí que es verdad que los desprecian un poco.

—Usted era abogada antes de ser escritora. ¿Cómo ha sido el paso de redactar demandas a redactar novelas históricas?

—Fabuloso (risas). Hace veinte años aposté por La princesa de Éboli. Cuando íbamos por la edición número veintitrés, y había sido traducida a dos idiomas, aposté por dejar de redactar demandas para redactar novelas, consciente de que era una apuesta compleja y complicada, porque un despacho de abogados te da un sueldo fijo y dedicarse única y exclusivamente a la literatura es complicado. Ahora mismo yo creo que todos los escritores somos como los cantantes: hace 20 años un cantante grababa un disco, hacía tres conciertos y ya está. Ahora tiene que estar todo el rato de gira. Pues nosotros igual. Ahora escribimos una novela y luego estamos dando conferencias. Porque si no la promocionas la novela queda en el ostracismo más absoluto, como lo estaban mis protagonistas (risas).

—Además de las giras promocionales de tus libros, también participas en los actos de la asociación Escritores con la Historia.

—Sí. Nos hemos unido independientemente de las ideologías que podamos tener, pero todos buscamos un mismo fin: transmitir la cultura y que la cultura pueda llegar a todos.

—He leído que aparte de duquesa, corríjame si me equivoco, ha ejercido usted de leñadora…

"Todo esto de tener niños, escribir libros y plantar árboles yo lo he hecho a lo grande"

—Soy. Soy leñadora (risas). Lo digo en broma. Este año he plantado 6.000 pinos en Guipúzcoa. Todo esto de tener niños, escribir libros y plantar árboles yo lo he hecho a lo grande (reímos). En serio, creo que la naturaleza nos tiene que acompañar y la tenemos que cuidar muchísimo. Además de dedicarme a la gestión forestal tengo una cantera de arena. Son esas cositas que tienes que hacer para acompañar a la literatura, porque si no, es complicado vivir solamente de la literatura. Son tres profesiones muy dispares: escritora, leñadora y minera.

—Usted, que siempre ha puesto el esfuerzo en el centro de su vida, en la educación de sus hijos, ¿cómo valora la reciente polémica sobre la meritocracia?

—Yo creo que todo lo que consigues en la vida tiene que ser con esfuerzo. Esto es algo que ya tengo clarísimo desde que era muy joven. A la felicidad —aquí entramos en un terreno complicado— se llega valorando lo que tenemos alrededor. Y lo que se consigue con esfuerzo se valora mucho más.

—¿Cuáles son sus próximos proyectos de escritura? ¿Qué mujeres están esperando a salir de ese cajón?

—Tengo a la mujer de un marino en cartera, que no voy a decir quién es, porque de repente me salen muchos copiones. Que suena un poco mal. A mucha gente se le ilumina la bombillita, vamos a decirlo así (risas). Esta vez salto al siglo XVII.

—¿Tendremos en alguna de sus novelas una protagonista del siglo XXI?

—No. No lo creo.

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Miguel Ángel Santamarina

Nací en Burgos, y ahora vivo bajo las palmeras de Almuñécar. Estoy prisionero en Zenda desde sus comienzos. No me canso de darle a la tecla. En breve, publico un libro de historia, mientras le sigo dando vueltas a mi primera novela.

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