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Alicia Sornosa: "Viajar no consiste en llegar a los lugares, sino en todo lo que ocurre de por medio" - Zenda
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Alicia Sornosa: «Viajar no consiste en llegar a los lugares, sino en todo lo que ocurre de por medio»

Alicia Sornosa fue la primera española en dar la vuelta al mundo en moto, pero esa no es la única hazaña que tiene a sus espaldas. En esta entrevista narra cómo han sido sus viajes desde Europa hasta Australia, pasando por Alaska.

Pillo a Alicia Sornosa con el brazo colgado en un cabestrillo. Viene de recuperarse de una caída, un accidente que la ha dejado algo magullada y con el ánimo un punto zaherido. «Me ha dado mucha rabia —me confiesa—. Es el primer accidente que sufro en toda mi carrera. Cuando lo tuve, lo primero que pensé es que me había sacado el hombro y me mentalicé enseguida de eso, porque sabía que iba a sufrir bastante dolor para que me lo volvieran a colocar en su sitio». Sucedió en Vietnam, que es un país con mucha mitología bélica y viajera, justo en el inicio de una ruta que emprendía con su moto. Los médicos, con su habitual realismo, en el que jamás queda espacio para la misericordia, le confirmaron el peor de los diagnósticos y, de paso, en el que menos había reparado hasta ese momento: tenía rota la clavícula. «Me entró mucha rabia. No te lo puedes imaginar. Eso suponía que no podía continuar». Y que esto lo asegure ella, Alicia Sornosa, que ha recorrido 285.000 kilómetros de carretera, en muchos tramos sola, a lo largo de cinco continentes y 51 países, que ha conocido el flagelo inclemente de la meteorología y la implacabilidad de los aduaneros que custodian los puestos fronterizos, ya es mucho decir.

Pequeña, vivaz, de mirada firme pero alegre, de sonrisa simpática y expresión un punto pícara, con el carácter que da la valentía y la sinceridad de las personas que son francas y con escasos recovecos en el alma, ella, la primera mujer española y europea en dar la vuelta al mundo en una moto, todo un ejemplo de deportividad y aventura, tiene a gala defender un lema que supone en el fondo toda una declaración de principios y que, de manera indirecta, dicen bastante de quién es. Un eslogan que está encabezados por tres «eses», las que corresponden a soledad, solidaridad y sobriedad. Un lema que no es pasajero y al que se ha mantenido leal a lo largo de sus constantes periplos a través de las rutas por América, Australia, Oriente Medio y Asia. «Esas tres palabras siempre han estado presentes y han dominado mis viajes», reconoce.

Aprendió del periodismo, escuela en la que se formó y que le dejó en herencia una idea a la que no ha traicionado ni tampoco dejado atrás, una idea que no ha olvidado nunca: todo lo que se vive hay que contarlo. Y lo ha hecho sin parar a través de artículos, su blog, sus vídeos, páginas web y una novela con tintes autobiográficos que glosan lo que han sido parte de sus aventuras, «360 grados: Una mujer, una moto y el mundo», y otra pieza de literatura en cuyo título, «Toda aventura comienza con un sí», reposa algo esencial: hay que ser decidido como un pistolero y no retroceder a los embates del destino.

***

—¿Hacen falta ochenta días para dar la vuelta al mundo?

"Al principio no estaba realmente emocionada por lo que había completado, porque, en realidad, no me daba cuenta de lo que significaba eso que había hecho"

—¿Ochenta días? No, para nada, hacen falta unos cuantos más. Me parecen muy pocos, la verdad. Una cosa es dar la vuelta al mundo y otra muy distinta es vivir la experiencia. Es como volver a Ítaca. No es tanto llegar, como todo lo que le sucede a Ulises hasta que regresa a su casa. Ítaca es una de las historias más antiguas y al mismo tiempo más modernas, porque explica esto de una manera muy clara. Viajar no consiste en llegar a los lugares y, por ejemplo, ver museos. Es todo lo que pasa en el medio, mientras estás haciendo el camino. Este es el viaje de verdad. Disfrutar de lo que te ocurre, de lo que ves y lo que sientes. Por eso, para mí, ochenta días no son nada, porque en ese intervalo apenas te da tiempo a detenerte para hablar con la gente que te encuentras o que te salen al paso, atender el murmullo que agita el interior de los bares, lo que está sucediendo en las calles, lo que agita las plazas. Es en esto en lo que me gusta fijarme, lo que de verdad me interesa de un viaje.

—¿Me podría definir qué es un viaje?

—Voy a responder de una manera muy rápida a eso: es un compendio de sensaciones y de vivencias que recibes mientras avanzas, mientras no estás fijo en un sitio.

—La primera mujer de habla hispana que ha dado la vuelta al mundo en moto. Esto a lo largo de 2011 y 2013.

—Y también he sido la primera mujer europea de mi siglo en hacerlo. Voy a ser sincera: al principio no estaba realmente emocionada por lo que había completado, porque en realidad no me daba cuenta de lo que significaba eso que había hecho. Pero después, enseguida reparé en que era toda una responsabilidad. Y es que, por otro lado, es muy bonito completar ese proyecto, porque ha sido como poner una pica en Flandes, como suele decirse. Soy una mujer, voy en moto y viajo con moto alrededor del mundo. Había un montón de mujeres que hacían lo que yo hacía, pero muchas, después de que yo hubiera completado la vuelta al mundo, también se han animado a saltar a la parte de adelante de una moto. Yo soy pequeñaja, no soy muy grande, y cuando has podido con eso, es inevitable que sientes un poquito de orgullo, porque ¿a quién no le gusta ser pionero en algo, verdad? Pero luego también tienes que saber ser un ejemplo para aquellos que tienen un espíritu aventurero para que se den cuenta de que no eres tan distinto, que también pueden intentarlo y que no es tan difícil.

—Ha mencionado el espíritu aventurero.

—Siempre hay personas que tienen este espíritu, y otros, en cambio, no lo tienen. Es así. Están los que poseemos esa veta en el alma de la aventura, de no contentarte con el sitio donde realmente estás, de no querer quedarnos fijos y de mirar siempre a lo lejos, al horizonte, pero seamos también realistas: la sociedad necesita también personas que la construyan, que la levanten. Es necesario. Es cierto que quizá los aventureros vamos por delante, pero también dejamos muchas cosas detrás y necesitamos que otras personas se asienten en territorios y que levanten el entramado de una sociedad, porque si no no existirían esas otras personas, las ciudades no existirían, no las habría. Si fuéramos todos iguales nos perderíamos esto otro, que es igual de importante. Habrá más o menos aventureros, pero las otras personas, las que no tienen ese impulso, son tremendamente necesarias. Tanto como el aventurero.

—Su moto se llama «Descubierta», que, por cierto, fue el nombre de uno de los barcos de la Expedición Malaspina. ¿Bautiza sus motos?

"Hablo mucho también con mi abuelo, que falleció poco antes de la vuelta al mundo. Y esto, con sinceridad, me ha ayudado mucho, en bastantes ocasiones, me ha dado fuerza"

—Sí, las bautizo. Mi moto se llama «Descubierta». Empecé la vuelta al mundo con ella. Arranqué la vuelta acompañada, y en ese momento decidimos bautizar las motos, motivados por ese espíritu aventurero. Pero es curioso, porque me han bendecido siempre las motos. A «Descubierta», por ejemplo, la bendijo el cura donde veraneo, además de un jesuita en Roma. A mis otras motos también les ha ocurrido lo mismo. En Nepal, que fue impresionante, me la llenaron de flores, y luego, durante mi viaje por África, también me bendijo la moto el cura de una misión, que era un señor negro, muy alto. Sí, esto ha ocurrido con todas las motos que he llevado. Siempre suelo ponerles nombre. Es lógico, porque hablas mucho con ellas.

—¿Habla con sus motos?

—Por supuesto, sobre todo en los momentos más chungos, los más complejos, aunque también me río con esto. Pero sí, cuando estamos en tramos que son muy difíciles, les digo: «Venga, pequeña, no te rindas, tú puedes, no te resbales, vamos ahora, tira, eres la mejor». Cuando viajas en moto se habla con las cosas. Hablo mucho también con mi abuelo, que falleció poco antes de la vuelta al mundo. Y esto, con sinceridad, me ha ayudado mucho, en bastantes ocasiones, me ha dado fuerza. En estas tesituras en que te preguntas «¿qué hago, ahora?» y estás muerta de cansancio, sientes frío, estás jugándote la vida con estas rocas, es cuando se me viene a la cabeza: «Abuela, ayúdame a sacar fuerzas en esto para poder continuar, sé que me has empujado muchas veces, que no me caiga de la moto…».

—Medita…

—Por supuesto. Hay que tener en cuenta que viajar en moto es muy distinto a otros medios. Vas en contacto con todo lo que tienes alrededor, ves lo bonito que es el paisaje. Piénsalo. Vas solo con el casco, vas viajando sola con tus pensamientos. Por eso es normal que hables contigo, porque con tal concentración y con el silencio que en ocasiones sientes, en realidad meditas. Es un ejercicio muy bonito.

—Y le gusta la soledad.

—Me gusta estar conmigo misma, sí es verdad. Desde el primer viaje. Hace unos meses tuve un accidente en Vietnam. Es la primera vez que me sucede en todos estos años en los que he estado conduciendo por diferentes países. Pero en realidad no me importa ir sola. Me gusta, de hecho, hacer las cosas de esta manera. Al contrario de lo que le puede suceder a otras personas, no le tengo miedo a estar sola. Quizá es porque soy la mayor de cinco hermanos, y ahora eso se nota (risas).

—Los nombres de sus motos suponen toda una declaración de intenciones hacia la aventura: «Descubierta» y «Atrevida» eran los nombres de las corbetas de la Expedición de Malaspina.

"Cuando vas en moto oyes el ruido del neumático en el camino, notas el viento y si vas despacio y desaceleras puedes percibir perfectamente los árboles, escuchar los pájaros"

—La idea era llegar hasta los nombres españoles que había más al norte de nuestro país, alcanzar los topónimos que todavía se conservaban y, de esta manera, reivindicar la ruta de esos españoles olvidados que fueron las primeras personas que llegaron a la costa de Alaska, y que provenían de aquí, de España. Empecé con Miquel Silvestre ese recorrido. Pusimos nombres a las motos. La mía era «Descubierta» y la suya «Atrevida». Los elegimos precisamente como homenaje a Malaspina. Más adelante nuestros trayectos se separaron. En Alaska estuve en Córdova, una de las ciudades que fundó Malaspina, y también en Valdés. La idea esencial era reivindicar a los españoles que alcanzaron esas costas tan lejanas. Y creo que es algo que hacemos mucho los viajeros españoles. Ahora mismo, por citar a uno, Antonio de la Rosa ha recorrido el llamado Mar de Hoces, que tiene nombre español porque el primero que pasó por allí fue otro español, Francisco de Hoces, quien lo descubrió y lo recorrió por primera vez en 1526. No fue Francis Drake el primero. Fueron los barcos de Hoces los que estuvieron allí. A veces parece que nos da vergüenza contar lo que hemos hecho. Somos algo acomplejados en esto.

—La ciudad de Valdés.

—Viajé hasta llegar allí. Un nombre español. El primero de los exploradores que tocaron tierra allí. Lamentablemente, no queda nada de la huella de su paso. Hubo un maremoto y fue todo arrasado. Hoy solo queda una ciudad americana muy pequeña. Se pesca el salmón. Es un puerto pesquero. No tiene nada que ver con el Valdés que me esperaba. También llegó la fiebre del oro allí, y con eso se borró la huella de ese pasado definitivamente. Preguntamos a sus habitantes si sabían de algo, pero ni siquiera tenían demasiado claro cuál era el origen del nombre. Pero no importa, porque el trayecto fue emocionante y divertido.

—¿Qué es una moto?

—Para mí, sin duda, es el mejor medio de transporte que existe para viajar, porque a diferencia del transporte público, como el tren, que me alucina, el avión o la bicicleta, la moto es capaz de llegar más lejos y a lugares donde no puedes acceder con un coche o con una bicicleta. Debes pensar que es un medio totalmente permeable, porque sientes el frío, el calor, la humedad, el polvo, que en un coche, en cierta medida, te pierdes. Cuando vas en moto oyes el ruido del neumático en el camino, notas el viento y si vas despacio y desaceleras puedes percibir perfectamente los árboles, escuchar los pájaros. Si hay flores puedes olerlas, y si la tierra está húmeda también. Si hay un río lo escuchas. En la moto tienes todos los sentidos a tope. Además, cuando llegas con una moto a los lugares, enseguida percibes que despierta una enorme curiosidad en los habitantes de las aldeas que atraviesas. Da igual la edad. Entre los mayores y los niños. Es muy interesante esto. Al levantar la visera, enseguida entras en contacto con las personas, que te rodean y comienzan a preguntarte cosas. Si usas gasolina o si gastas diésel. La gente se suele interesar por lo que consume, si gasta mucho, de dónde vienes y a dónde vas. En coche es muy distinto, por ejemplo, porque es como ir encerrado dentro de una burbuja. En cambio, la moto atrae a las personas de manera instantánea. Con las bicis sucede algo parecido, pero claro, no en todas partes tienen motos así y no tan grandes para viajar. Las motos te llevan hasta donde quieres, y después la curiosidad que producen en los demás te permite entrar enseguida en contacto con las poblaciones.

—¿Cuántas motos tiene?

"Con mucho menos seríamos igual de felices. Eres europea, eres española y has estudiado, pero tienes que ser humilde y no tratar de implementar eso a los demás"

—Una solo. ¿Para qué dos? Ahora tengo una Ducati Scramble, en la que llevo viajando unos seis años. La BMW, «Descubierta», la vendí. Me daba pena que nadie la usara, porque era una máquina para moverse. Sé que la tienen en Madrid, porque alguna vez alguien me ha dicho que la ha visto, pero la verdad es que la Ducati que ahora utilizo me gusta tanto… No me dio pena deshacerme, porque las experiencias que viví con «Descubierta» las tengo en vídeo, en mi cabeza, en el libro que he escrito… Seré honesta. Soy de despegarme de las cosas, durante los viajes aprendes a hacerlo. Las cosas te anclan a los sitios, y yo quiero ser libre.

—Una lección que haya sacado de dar la vuelta al mundo.

—Hay una que me sorprendió. No me esperaba que el ser humano fuera bueno por naturaleza. No hay que tener tanto miedo como nos meten. Por tener miedo a los demás nos encerramos en nosotros mismos. Una mujer sola puede viajar igual que un hombre solo, y las cosas malas suceden por igual a unos y otros, pero son las menos. Luego, y este es otro aprendizaje que conviene reconocer, tuve una verdadera cura de humildad cuando salí de Europa. Siempre pensamos que este es el mejor continente, la mejor parte que existe en el planeta, junto a su educación y la forma de vivir la vida que tenemos. Pero enseguida, cuando dejas atrás estos países, te das cuenta de que existen otras formas de vida distintas y que todas ellas son igual de válidas y también igual de buenas. Con mucho menos seríamos igual de felices. Eres europea, eres española y has estudiado, pero tienes que ser humilde y no tratar de implementar eso a los demás. Un ejemplo: en un sitio había unos arroyos y vi a varias mujeres lavar a mano. Son pobres y lavan a mano en agua fría. Nosotros tenemos lavadoras pero, por otro lado, me dije: «Qué suerte la de estas señoras que se pueden juntar cotidianamente para charlar, mientras lavan, contar sus problemas, reírse». A veces creo que no nos vendría mal algo más de vida social. A lo mejor debemos mirar cómo viven los demás, porque a lo mejor ellos viven bien así.

—¿Cómo le ha influido viajar?

—Soy más dura y soy más valiente. Pero también sé ahora que soy cabezona, que tengo que aprender a pedir ayuda y recibir. Uno no es menos por pedir y recibir ayuda. Yo he aprendido a recibirla. Pero, sobre todo, soy más valiente. Pensaba que me iba a dar más miedo dar la vuelta al mundo, pero al hacerla…

—¿Qué es la valentía, ahora que la ha mencionado?

"Todos los seres humanos somos iguales. Todos estamos rodeados de gente, y a todos nos gusta tener techo y algo de olla para no desfallecer. No importa de dónde seamos"

—Para mí el miedo ha pasado a ser valentía cuando he intentado superarlo. Todos tenemos la posibilidad de ser valientes y de tener miedo. Valientes son los que intentan superar el miedo. Cuando das ese paso ya no es miedo, ya es valentía, porque te encuentras con esa capacidad para dar ese paso imprescindible hacia el vacío y que necesitas para superar un obstáculo. Cuando viajé de la India a Australia me dio miedo, porque la moto iba en un barco y yo en avión, y yo no sabía si iba a coincidir a la llegada. Conocía la India, pero ese salto a Australia me daba miedo, sobre todo por no entenderme con la gente de allí, porque el inglés lo llevaba justo, por no encontrar un lugar donde dormir, no poder comunicarme bien, pero nada más llegar pude entenderme con las personas que se pusieron en contacto conmigo. Tienes miedo, y luego me di cuenta de que los australianos también tienen miedo, que son personas normales, iguales que los africanos. Todos los seres humanos somos iguales. Todos estamos rodeados de gente, y a todos nos gusta tener techo y algo de olla para no desfallecer. No importa de dónde seamos.

—La comunicación. Hablar, entenderse uno…

—Es de las cosas que más me han angustiado. De verdad. Me repetía que me iba a encontrar con personas, que había que mantener una conversación… pero después no es tan complicado como piensas. Te manejas por signos, o con lo que sea, aunque esto de los signos puede variar según el país. Tengo una anécdota respecto a eso.

—¿Cuál?

—En Kazajistán iba por una carretera, una recta, cuando se enciende el piloto de la gasolina. Entro en una gasolinera, que son unos surtidores. Allí había un señor con un Kaláshnikov. Hay que tener en cuenta que en España y en las sociedades europeas no estamos acostumbrados a ver a personas armadas, pero la realidad es que en muchos países es así, y eso, es inevitable, da cierto temor. Pues ese señor, además de ir armado, me hizo una señal. Se pasó de lado a lado el dedo por el cuello, como si me lo fuera a cortar. Entonces me dije: «Alicia, vuela de aquí inmediatamente». Salí de allí sin haber repuesto la gasolina, a toda velocidad, pero claro, tenía que parar. Y lo hice sesenta kilómetros más adelante, en otro surtidor. Me detengo y me encuentro con otro señor con otro Kaláshnikov. Y hace el mismo gesto pero repitiendo la palabra «full». El gesto, esa señal de pasarse el dedo por el cuello, no significaba que me lo fuera a cortar, sino que era el signo de preguntar si quería el depósito «lleno». En ese momento me dije: «Eres tonta, Alicia». Pues así me han pasado mil cosas.

—Pero también lo ha pasado mal.

"La gran ventaja de las mujeres cuando viajamos solas es que no cargamos con la agresividad del hombre. Muchos ven a una madre, a una hija, a una novia y nos quieren ayudar"

—Al pasarlo mal… bueno, no te queda más remedio que tirar hacia adelante. Al final eres tú mismo el que se ha puesto ahí, no te queda otra. Siempre leo sobre el país que voy a visitar, también alguna novela, si hay escrita, si han tenido una guerra reciente, qué tipo de nación es, qué cosas están bien vistas y qué mal vistas. Te tienes que enterar de eso. Luego tienes que ir avanzando y sonreír mucho. Existe una cosa bastante curiosa: si vas con una sonrisa, eso lo entiende todo el mundo. Hables con quien hables. Esto tranquiliza a la gente y hace que sea más receptiva. A veces te enfadas porque has pinchado. Pero eso es ridículo. He organizado viajes muchas veces y es normal que pase algo, como pinchar una rueda. No ocurre nada. Llega alguien, mete la moto en una pickup y comienzan también otras buenas aventuras ahí. Enfadarse es inútil. Al sonreír se te quita el miedo, y esa sonrisa ayuda a las demás personas.

—Las averías… ¿un temor?

—Con las motos poco se puede hacer a ese respecto. Puedes cambiar una cadena, un neumático, un cable y ya. Normalmente no tiene averías. Se ha desgastado la cadena, no tiene aceite… En Japón tuve un leve percance. Y en Nepal, pero llamé a Ducati Katmandú, o a BMW. Como mucho te toca esperar. Esa semana aprovechas para descansar. Te dedicas a organizar las fotografías, a conocer el lugar donde estás… No pasa nada.

—¿Cómo fue irse sola? ¿Qué le decían al ser una mujer?

—Pues fue bonito, porque despierta admiración y porque donde las mujeres tienen menos libertad te miran con orgullo, te lo demuestran con gestos. Para ellas es como si las representaras. Están orgullosas de verte en una moto. En Estados Unidos iba sola y algunos hombres alucinaban. Se quedaban perplejos. «¿Cómo puedes con esa moto?», me preguntaban. Pero siempre, todos me han tratado con respeto. La gran ventaja de las mujeres cuando viajamos solas es que no cargamos con la agresividad del hombre. Muchos ven a una madre, a una hija, a una novia y nos quieren ayudar. En cada país que he pisado me han apoyado. Recuerdo Egipto, que estuve una semana, antes de la primavera. Estaba lleno de cristianos coptos y musulmanes, pero no había niños y mujeres por la calle. Este es un buen indicativo. Si hay niños y mujeres es que ese país está normalizado; si no hay, es que algo pasa. Las únicas mujeres las encontraba en farmacias. Estaban tapadas. Algunas limpiaban. Yo iba visitando el país, pero cogía hoteles donde siempre trabajaban mujeres, porque me daba mejor rollo. Muchas veces son referencia, y entre nosotras nos entendemos con la mirada. Eso da tranquilidad.

—¿Y las fronteras?

"Sucede que a veces llegas a lugares y no te gustan en un principio, pero después reparas en las flores, los valles, otras cosas. Es el mismo lugar, pero ya reconoces la belleza que tiene"

—Ese es un ejercicio de paciencia. Ahí te encuentras con gente que ostenta poder y que te lo va a demostrar. Quiere hacerlo. No es lo que me gusta. Debes tomarlo con mucha calma y filosofía. Son lugares donde un solo personaje tiene el poder de que puedas pasar o no. Tiene tu vida con el sello que da. Uno jamás se puede enfadar, aunque estés tres horas al sol o ellos se pongan a orar o a comer un bocadillo, porque si te mosqueas, lo más probable es que tengas que esperar más. No he dado mordidas, pero recuerdo como una frontera miserable la que hay entre Mongolia y Rusia. Allí estuve cuatro días durmiendo en un hotel donde las camas eran como una piedra, con los cuartos de baño fuera, el agua a menos cinco grados… Lavarte era un acto de fe que tenías que repetir cada mañana. Los mongoles no nos permitían pasar, por la matrícula. Tuvimos que insistir y, al final, el segundo día, nos dejaron pasar. Pero al llegar al lado ruso, había una señora, una especie de señorita Rottenmeier, que dijo que con esa moto no pasábamos a Rusia. Cada día nos devolvía a Mongolia. Yo ya no podía más, hasta que casualmente, un día, había un chico. Me acerqué allí, estuve coqueteando un poco, tuve feeling con el muchacho y nos sellaron los pasaportes. Armas de mujer. Y una de las armas de mujer es ponerte a llorar. Te van a entender en cualquier lado.

—Antes mencionaba las armas.

—Me dan miedo. Pero hay países como Israel, Estados Unidos, Kazajistán, Rusia, Japón… donde las ves. Yo lo llevo mal, pero para ellos es normal. Lo que sucede es que no estoy acostumbrada. Luego te habitúas y se te pasa el miedo. Sucede que a veces llegas a lugares y no te gustan en un principio, pero después reparas en las flores, los valles, otras cosas. Es el mismo lugar, pero ya reconoces la belleza que tiene. Al principio no las ves y te da miedo.

—Los animales son un riesgo para los motoristas.

—¡Desde luego! De hecho, no me gusta conducir cuando cae el sol. A esa hora ya me gusta haber llegado al destino. A esa hora es cuando empiezan a moverse los animales domésticos y los salvajes, los niños y los que van en bici. Es la hora en que las personas regresan a su casa. Yo creo que es muy peligroso ese momento. Yo recuerdo ir esquivando sapos en una carretera de la isla de Tasmania porque me daba pena pisarlos. En Alaska te podías cruzar con ciervos, bisontes, alces… Los osos hay que tener cierta distancia con ellos, porque además son muy curiosos, muy cotillas, y te huelen a distancia. Dan miedito. En África no nos dejan estar solos en los parques nacionales, porque somos una presa fácil. Luego en las carreteras te puedes tropezar con burritos, niños con bicis, zorros… En Sudamérica existen muchos perros asilvestrados, sobre todo donde la gente tira comida. Por la mañana los puedes acariciar, pero al caer el sol se transforman, te persiguen y te muerden la bota, van ladrando detrás de ti o se te pueden cruzar por delante. En Centroamérica viajaba con un compañero y yo iba detrás de él y, de repente, veo que frena y me dice: «Mira lo que tenemos delante». Era de noche, no se veía, pero ahí había un caballo negro, en medio de carretera. Nos percatamos porque la luz se reflejó en los ojos.

—Recorrió la Great Ocean Road, una carretera mítica.

"En Asia existe una especie de caos ordenado, pero fuera tienen unos caminos que son increíbles. Allí puedes ver la fuerza de la naturaleza"

—Sí, es impresionante. Vi los Doce Apóstoles, una de las playas donde se hace surf, que tiene unos acantilados impresionantes y esas doce formaciones rocosas moldeadas por la erosión. Bordeas el mar.. Es una de las carreteras más bonitas que he recorrido, pero también la carretera austral, entre Chile y Argentina, es una de las más impresionantes del mundo y llegas hasta casi el final del mundo. Es un territorio al sur, lleno de nieve, que vive de la pesca del salmón y la madera. Es uno de los lugares más increíbles. Hay bosques primitivos, animales silvestres… La famosa Ruta 66 es una línea recta. Es un parque de atracciones y no es original. La original va en paralelo y está medio destruida, pero hay pueblos importantes, porque tienen historia y estaban en los recorridos de los trenes.

—¿Nepal?

—Es una tierra de gente buena. Son muy amables, cariñosos, muy espirituales. Viven contentos y sobre todo dan paz. En especial si vienes de la India. Son más cordiales y pobres, más humildes. De Nepal tengo muy buen recuerdo. Allí planté una serie de árboles para compensar mi huella de CO2 y también para recolectar al año siguiente. Ayudé a reunir dinero para ayudarlos después del terremoto. Conducir en esas ciudades… En Asia existe una especie de caos ordenado, pero fuera tienen unos caminos que son increíbles. Allí puedes ver la fuerza de la naturaleza. Recuerdo que una vez entró una nube negra, empezó a llover y el agua bajaba trayendo piedras consigo. Tuvimos que dejar las motos y pegarnos a la pared. Estuvimos parados hasta que un tractor retiró la tierra acumulada y pudimos continuar. En treinta segundos había cambiado el tiempo y un caudal seco se convirtió en un río que bajaba a mucha velocidad. Y esto sucede en otros muchos sitios. Cuando hay lluvias hay que tratar de refugiarse para que no te pille una riada, porque aunque estés en un puente esa ola puede superarlo y también la carretera, y te lleva la moto tres kilómetros más abajo. Cuando haces alta montaña hay que estar atento.

—¿Y la Transiberiana?

—Da más miedo, porque no hay gente. Lo que pasan son camioneros, que van zurrando. Es fácil que te roben. Reza que no pase un oso. Es de los lugares más duros. La Transiberiana va paralela a la vía del tren. Hay apeaderos donde para. Los trabajadores descansan allí. Yo tenía que salir por un camino de tierra para llegar a poblaciones, hechas de edificios de cemento, con gente bastante extraña. Los rusos dan un poco de respeto, pero luego, con confianza, son amables. Te quieren llegar, pero hasta que pasas y les llegas es jodido comunicarse. Con eso es inevitable no estar en tensión. Se nota. En las zonas altas hay colinas donde todo es verde, con pueblos campestres. Es lo que más me gustó. Luego descubres Jabárovsk, que es una mega urbe, con grandes avenidas, edificios gubernamentales y toda esa arquitectura rusa… Todo es muy gigantesco.

—África. Sudán. Unos días durísimos.

"Vives tantas cosas que escribir un libro de tu viaje es una especie de catarsis. La novela que publiqué está basada en mi viaje por el mundo"

—Eso fue desierto puro. Una línea recta. Desierto a ambos lados. Hay minas de oro, ves cómo trabajan niños, mujeres, hombres, en agujeros al aire. Para deshacer el oro utilizan líquidos, sustancias que destrozan las manos, los pulmones… Es muy pobre. Allí es difícil encontrar dónde comer. Hay gente, y de vez en cuando te ofrecen sentarte y comer un arroz con sémola. No hay cubiertos, no hay platos, todos comen del mismo lugar. Eso sí, los dátiles te los regalan, pero después de tantos dátiles suspiras por un bocata de jamón. Al menos los dátiles te dan mucha energía, pero cuando no hay comida… Eso me pasó en la carretera de Etiopía a Nairobi. Ahora es una maravilla, pero antes era una carretera destruida, con el asfalto reventado, llena de arena, piedras… No puede ser peor, siempre con más arena, más barro. Ahí pasamos hambre. Tuvimos que parar en un pueblo para dormir y comer pollo frito con arroz que compramos a una señora y que el marido cocinó, aunque a su ritmo, despacio. Tenía tanta hambre… Recuerdo que el resto del camino iba comiendo los dátiles y que me dolían las muñecas. Setenta kilómetros en diez horas. La moto se me caía, y aquel solazo. En otro lugar nos ofrecieron una comida, patatas. Me terminé el plato y le pregunté si me podía poner otro, pero me dijo aquel señor que no, que no podía repetir ración, porque yo no era tan importante como para repetir, porque nadie se iba a quedar sin comer. Aquellos eran trabajadores y me habían dado parte de su comida. Ellos también necesitaban comer. Todo el día estaba muerta de hambre. Lloré un montón. Estaba con los guantes y el casco, repitiéndome que no podía más. Me dolía todo el cuerpo, no dormía nada. En una chabola recuerdo el concierto de burros que había alrededor… hasta que se me rompió la moto. El aceite. Me dije: «Hasta aquí hemos llegado. Va a pasar lo que sea, pero he terminado. Cerca había un campamento chino y les pedí meter la moto en una pickup hasta el pueblo más cercano. Entre todos metimos la moto en la parte de atrás. Ese fue el final.

—¿Es esencial para el aventurero escribir libros?

—Vives tantas cosas que escribir un libro de tu viaje es una especie de catarsis. La novela que publiqué está basada en mi viaje por el mundo. La protagonista es un avatar, no soy yo, pero le regalé muchas cosas de mí. La manera de pensar, el viaje, las experiencias. Llegar al fondo del viaje es un acto de contrición. Hay que meditarlo, ver lo que has hecho y lo que tienes. Te das cuenta de lo que has hecho, de tus aciertos y tus errores. Siempre somos más duros y más valientes de lo que creemos. Te das cuenta de lo que has aprendido y ya no se te olvida.

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Javier Ors

Comenzó en ciencias y acabó en letras. Estudió Historia y ejerce de periodista. Es autor de "Los años asesinos" (Libros del olivo), "Un tiburón en la piscina" (Huerga &Fierro) y "Cuarteto de cuerdas" (Almazura). @J_Ors

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