El historiador Manel García Sánchez ha retrocedido a la Grecia clásica para mostrarnos el modo en que el pensamiento occidental acabó relegando a las mujeres a la labor matronalis y a los deberes conyugales. Pero este ensayo no se queda únicamente a las puertas de esas academias y de esos liceos donde se construyó nuestro pensamiento, sino que se adentra en el resto de lugares donde la gente hacía su vida cotidiana.
En este Making Of, el propio Manel García Sánchez relata el origen de su ensayo La lágrima de Jantipa (La Esfera).
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Oí por primera vez hablar de la muerte de Sócrates en el bachillerato y su heroísmo me conmovió, su entereza y temple ante la copa de cicuta, el consuelo que brindaba a sus discípulos que lloraban desconsolados ante la inminente pérdida del maestro. Muchas otras veces, ya en la Facultad de Filosofía, me dejé seducir por la ironía y la mayéutica socrática, por las bellas palabras de la Apología o del Fedón de Platón o por el Sócrates más humano del Jenofonte de su Apología de Sócrates y sus Recuerdos de Sócrates. Descubrí allí la sospecha de Nietzsche ante tanta supuesta bondad, ante tanto supuesto altruismo y el nihilista alemán me descubrió también que bajo el mensaje de Sócrates latía la amenaza del antivitalismo. Durante los cinco años de carrera de Filosofía nadie me habló nunca de género, nadie tuvo el detalle de mencionar a Jantipa.
Nunca me ha interesado el estudio del género como un fin en sí mismo, sino más bien como un medio para hacer historia social e historia cultural, para saber cómo se vertebran asimétricamente las sociedades y, en el caso de la griega, cómo se consolidó un modelo patriarcal al que los filósofos prestaron sus ideas. Por supuesto, nada más lejano que llevar a cabo revisionismo alguno ni ajuste de cuentas. No me veía yo ni más ni menos humano que los filósofos de la Grecia antigua y entendía que lo que ellos hicieron y dijeron lo podría haber hecho o dicho cualquiera de nosotros porque, como diría Terencio, nada de lo humano nos es ajeno. Fue así, como me propuse servirme de la historia de la filosofía griega para estudiar la condición de las mujeres de la Grecia antigua, contrastando el ideal, el deber ser que aquilataron los filósofos, con la realidad del ser en donde las mujeres tuvieron menos restricciones —aunque no pocas— de derechos y de deberes. Se trataba, en definitiva, de servirme de la palabra de los filósofos, los “sacerdotes del templo” según Françoise Collin, para entender por qué la Grecia antigua —y la de casi todas las épocas— fue una sociedad androcéntrica, en la que casi ningún filósofo se sintiera, con Michelet, feliz por contar con los dos sexos del espíritu.
Tras muchas lecturas durante años sobre género en la Grecia antigua y sobre filosofía e historia, creí llegado el momento de escribir un ensayo, apoyado por las fuentes, en el que intentase explicar el por qué de La lágrima de Jantipa, por qué nadie se preocupó por lo que sintió ella ante la muerte de su esposo, por qué se la invitó a abandonar la sala en las postrimerías mientras el Filósofo expiraba rodeado de sus discípulos, todos varones. Me la imaginé derramando una sola lágrima por su rostro marchito, renegando de que aquella Atenas de los prodigios fuese un club de hombres que mediante la palabra y la acción perpetuaban el patriarcado y condenaban a las mujeres a ser inferiores ontológica y moralmente. Esa es la conclusión a la que he llegado.
Nada cambia por ello mi respeto hacia esos gigantes que fueron los filósofos griegos, no seré yo el que reclame cancelación alguna sobre sus misóginas palabras. Siempre he intentado hacer mío el consejo de Eric Hobsbawm de que no puede ser buena historia una historia escrita y pensada solo por y para simpatizantes con la causa, por reconfortante que pueda resultar para ellos. No quería tampoco, como diría Ágnes Heller, asumir -ismos que me obligasen a comportarme como un -ista, y eso fue un riesgo seguro que motivo de recelo para algunos, pero tampoco renunciar a analizar las perlas misóginas de los filósofos. Fueron hijos de su tiempo, y el pasado, pasado está y lo inapropiado e injusto de sus ideas sobre las mujeres no invalida para nada el conjunto de su filosofía, ante la que hemos de seguir viéndonos como enanos sobre hombros de gigantes. Lo que sí sería inaceptable es que, de la lágrima de Jantipa, de todas las Jantipas de la historia, no aprendiésemos todavía hoy nada respecto a la igualdad entre las personas, que siguiésemos pensando como se pensó hace más de dos mil años. Creí que debía dar cumplimento a aquel deseo de Safo de que «alguien se acordará de nosotras» y narrar la historia de la relación de los filósofos con las mujeres desde Sócrates, y antes, hasta Hipatia y la Antigüedad tardía. Tan solo se trata de un ensayo sobre por qué un sistema de creencias y de ideas consideró que las mujeres eran inferiores a los hombres y las condenó a ser unas eternas menores de edad.
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Autor: Manel García Sánchez. Título: La lágrima de Jantipa. Los filósofos y las mujeres en la Grecia antigua. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Todos tus libros.
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