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Alfonso Guerra: "En política, las comedias no funcionan" - Zenda
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Alfonso Guerra: «En política, las comedias no funcionan»

Recuerda Alfonso Guerra (Sevilla, 1940) que la Europa contemporánea “es un proyecto que esquiva la historia pasada en la que las guerras y los enfrentamientos eran la moneda común” e insta a la participación del ciudadano europeo frente a la anomia y a la desgana.

Recuerda Alfonso Guerra (Sevilla, 1940) que la Europa contemporánea “es un proyecto que esquiva la historia pasada, en la que las guerras y los enfrentamientos eran la moneda común”, e insta a la participación del ciudadano europeo frente a la anomia y a la desgana, no sea que los bárbaros derrumben, en un descuido, el castillo de naipes: “Hay que reaccionar antes de que sea demasiado tarde”. El que fuera vicepresidente del Gobierno lo hace en Europa, ¿otoño o primavera?, libro que él coordina, que edita Zenda, patrocina Iberdrola, que se puede descargar gratis desde aquí y en el que participan, entre otros, Miguel Arias Cañete, Victoria Prego, Miguel Ángel Aguilar, César Antonio Molina o Juan Luis Arsuaga.

La percha de esta entrevista es el citado volumen; la motivación de quien la realiza, un asunto que quedó por resolver hace cuatro años, cuando este estandarte del socialismo democrático patrio concluyó nuestro encuentro, motivado por el lanzamiento de La España en la que creo (La Esfera, 2019), con un: “Cuando quiera, hacemos una entrevista sobre literatura”. Así que ahí va eso:

 *******

—Según el último Eurobarómetro estándar para España, el 86% de nuestros compatriotas se siente ciudadano de la Unión Europea. ¿Qué cree, señor Guerra, que se siente el 14% restante?

"Comparados con otros, les sacamos veinte puntos. En España somos muy europeístas"

—Que no confía en la UE. Que no confía en la operación de haber agrupado a 27 países, de haber hecho un Parlamento Europeo, haber quitado las fronteras o haber puesto una moneda única. Son nacionalistas. Pero claro, el porcentaje de los que se sienten no sólo es muy superior al de los que no, sino muy superior al de cualquier otro país europeo. Comparados con otros, les sacamos veinte puntos. En España somos muy europeístas.

—“España es el problema y Europa la solución”. ¿Cuándo dejó España de ser el problema, si es que dejó de serlo, si es que alguna vez lo fue?

—Europa era la solución, sobre todo, durante la dictadura. Confiábamos en que Europa era la democracia, en que Europa era la libertad. Y realmente, el ingreso en España de la Comunidad Económica Europea, luego UE, ha sido muy beneficioso para España. Y la gente lo sabe.

—¿Europa sigue siendo una solución?

—Es imprescindible que siga siendo una solución. Como Europa no sea una solución, será un parque temático. Y eso es grave. Convertir a Europa en una residencia de ancianos ricos del mundo no es nada bueno. Por eso es tan importante que la política económica que se dirige a la creación de servicios se complemente con una política económica que desarrolle la ciencia y la tecnología.

—Desde el punto de vista cultural, ¿es consciente el europeo de lo que es Europa?

"El alma europea sólo se consigue con una pedagogía muy intensa: cultural, periodística, cinematográfica, televisiva…"

—No mucho. Porque en los colegios de toda Europa no hay un libro de historia de Europa. Y se debería dar en todos los colegios de Europa. Que los chicos aprendan la historia común de Europa. Los medios de comunicación, por otro lado, no son muy europeos, son más nacionales. Deberían tener un espíritu más europeo. Con lo cual, ¿qué le falta a Europa? El alma europea. Y el alma europea sólo se consigue con una pedagogía muy intensa: cultural, periodística, cinematográfica, televisiva… Una pedagogía muy intensa para que la gente sienta que forma parte de un proyecto que es mucho más que la unidad de unos países: un proyecto que crea una civilización. Europa es el trozo del planeta donde se protege más socialmente, donde se respetan más los derechos humanos, y eso es un orgullo que hay que llevar hasta el último europeo.

—¿Y por qué cree que se oye a tanto europeo o, en general, a tanto occidental —porque la moda es terrible en EEUU— avergonzarse de Europa y de Occidente?

—Es un complejo absurdo. Una vez estuve en una universidad en Brasil, en Campinas, donde una chica me dijo, en Brasil, eh, que mi familia había matado a indios aquí. Y yo le dije: “Su familia habrá matado indios; la mía, desde luego, no”. Por cierto, esa universidad parecía sueca (risas), era un entorno de ricos tremendo, en São Paulo. Entonces, eso es un complejo. Los europeos han creado una función civilizatoria muy fuerte. Es verdad que existe también la barbarie de los campos de concentración. Si uno mira sincrónicamente Europa, encuentra muchos defectos; pero si mira en la evolución, la evolución es impresionante. ¡Impresionantemente positiva! Sí, hay que hacer un enorme esfuerzo para que los medios de comunicación sean europeístas y que tengan una visión europea. Que dediquen la mayoría de las páginas a los problemas europeos. Que en los colegios se estudie, que la televisión se ocupe… Claro, es que en EEUU se habla más de Europa que en Europa, lo cual es increíble.

—Hace unos días, el filósofo Diego S. Garrocho me decía que “la educación la están destrozando por desinterés la derecha y por idiocia la izquierda”. ¿Suscribe?

—No está mal eso, está bien planteado. La gente está identificando lo bueno con lo nuevo, y hay cosas nuevas que no son buenas. Entonces, en materia educativa aparecen muchas teorías para cambiar la manera de educar, y algunas son verdaderas tonterías. Pensar que los chicos no tienen que emplear para nada la memoria es absurdo.

—Eso dijo el exministro de Universidades, Manuel Castells: que estaba todo en internet y que para qué torturar a los chiquillos memorizando.

"El niño tiene que aprender a trabajar y a pensar, pero para pensar tiene que saber, y para saber memorizar; si no, se le va todo"

—¡Es un absurdo! ¡Claro que hay que memorizar! Mira, Jesús: mi generación hacíamos un bachillerato en el que estudiábamos toda la literatura española… ¡y toda la literatura universal! ¡Y aprendíamos! Vamos, de mis conocimientos, el 95% son del bachillerato; el 5% restante me vino después. Me fue muy bien en el bachillerato (risas). Hoy en día estudian sólo un autor. Góngora, por ejemplo. Pero sólo Góngora. Claro, no se enteran de nada. Y hay que meter los codos. Hubo la moda del niño en libertad. Ahora están dando marcha atrás: “No, lo de la libertad no puede ser”. Hombre… El niño tiene que aprender a trabajar y a pensar, pero para pensar tiene que saber, y para saber memorizar; si no, se le va todo. Por eso digo siempre que a través de la literatura se aprende más y mejor que a través de los ensayos. Porque el ensayo uno lo lee, incluso lo estudia, y se le puede olvidar si no ha usado mucho la memoria. Sin embargo, la literatura se queda dentro: te dispara los sentimientos, nunca se te va a olvidar el personaje… Fabrizio del Dongo, por ejemplo, de La cartuja de Parma, forma parte de mi vida. Hay que leer. Leer literatura de calidad, no literatura de moda.

—¿Recuerda cuál es el primer libro que leyó?

—Sí, sí. Fue Pablo y Virginia, de Bernardin de Saint-Pierre. Debo decir que lo leímos en familia. Después de ese, Los miserables. Leíamos alrededor de la mesa: empezaba mi padre y después leíamos los demás. Después, en el colegio, con nueve años, leí un tomo de las comedias de Lope de Vega. Eran tres tomos en total. Leí el primero, me entusiasmó y luego leí los otros dos. Cuando tenía diez años, el colegio daba unos premios que, previamente, regalaban los padres de los alumnos. Entonces, se elegía premio según la nota. Yo era el número uno y podía elegir lo que quisiera. Y en una escalera, en el descansillo, ponían todo lo que habían enviado los padres. Y el director me decía (susurrando): “¡La pluma Parker!”. Y yo: “No, quiero esos libritos”. Y el director: “¡Noo, coge la pluma Parker!”. Y, con gran enfado del director, cogí los dos libritos.

—¿Qué dos libritos eran?

—Mira, eran las Novelas ejemplares de Cervantes y El abismo y otros cuentos de Iván Turguéniev. Fueron los dos primeros libros de mi biblioteca.

—¿Alguno que influyera en su vocación política?

"Soy muy de Miguel Hernández. Y de Machado y de Luis Cernuda"

—Sí, directa, directísimamente: Machado. Machado tenía un breve que escribía cada día en La Vanguardia en el año 38. En uno cuenta que, siendo niño, su padre le llevó a un acto público en el parque del Retiro de Madrid. En ese acto, habló un tal Pablo Iglesias. Y decía Machado: “Su voz tenía el timbre inconfundible de la verdad humana”. Yo tenía dieciséis años y pensé: “¡Cómo! ¿Quién será este tío?”. (Risas) No sabía quién era, claro. Busqué en la librería, no había nada, y el padre de un amigo tenía en su casa una biografía de Pablo Iglesias que había hecho Juan José Morato. La leí y me condujo al socialismo. Así que Machado tuvo una influencia categórica.

—Usted es muy de poetas, señor Guerra. No ha mucho vi una conferencia suya sobre Miguel Hernández…

—Sí, soy muy de Miguel Hernández. Y de Machado y de Luis Cernuda.

—Un sevillano frío.

—Mmm… no te creas. Tengo una conferencia sobre Luis Cernuda que rompe toda la idea general que hay sobre él. Hay que estudiar los poemas: hay poemas de los dos tipos. Él se sentía bastante cerca de España, mucho más de lo que dice la gente. Y de Sevilla también. Pero vamos, Machado decía: “Oh, maravilla, Sevilla sin sevillanos”. (Risas) Esa conferencia de Cernuda la di una vez en Sevilla y, en primera fila, estaba Paloma Altolaguirre, que fue quien lo encontró muerto. Y me dijo: “Eso que dice usted no se me olvidará nunca, y es lo mejor que he oído sobre Cernuda en toda mi vida”.

—Me interesa esa conferencia. ¿Conserva el texto? ¿Se puede consultar por internet?

—No lo sé. Mira, tuve un conflicto porque presenté una obra de Ángel González, a él le gustó mucho la presentación y, entonces, me pidió el texto. Siempre que me encontraba con él, me decía: “¡No me has mandado el texto!”. “Si es que no lo encuentro…”. Y ahora, hace veinte días, descubrí por qué no le mandé el texto. El texto no estaba en el ordenador. Entonces, me fui al registro que hacía mi secretaria sobre los textos. Había un registro que decía: “Tal día, tal hora, presentación, tal, tal, dos puntos: se llevó unas notas a mano”. No hay texto.

—Qué poeta tan fantástico Ángel González. “La Historia y la morcilla de mi tierra: / se hacen las dos con sangre, se repiten”.

—Sí, sí… Estoy muy orgulloso de una cosa: el Premio Príncipe de Asturias se lo dieron a Ángel González siendo yo presidente del tribunal. 

—Dígame un escritor, vivo o muerto, con el que le gustaría irse de copas.

—¿De copas? Creía que me ibas a decir “tener una conversación”.

—Puede pedirse un agua con gas.

—¡Bueno, bueno! (Risas) Pues muchos. Con los gigantes. A ver, he tenido la suerte de tener relación con escritores muy importantes: García Márquez, Carlos Fuentes

—Usted conoció a Sartre, ¿verdad?

"Rulfo se me acerca y me dice: “Yo a usted lo admiro mucho”. “Ah, ¿y cómo es su nombre?”. “Juan Rulfo”. “¡¿Cómo?! ¡¡No, soy yo el que le admira!!"

—Sí. Me encontré con él en Sevilla. Estaba sentado en un velador con su ahijada israelita. Lo vi allí, lo saludé y estuvo muy amable. Y le dije: “Mire, detrás de cada columna hay un agente de la Social vigilándolo”. Estaba al lado de la catedral, en un bar que hay en la calle Alemanes. Y he conocido también, y esta anécdota es prodigiosa, a Juan Rulfo. Me presentó a una serie de escritores García Márquez. Yo había dado una conferencia sobre Hispanoamérica y había muchos escritores hispanoamericanos. Entonces Gabo, al que yo conocía bien, me fue presentando a algunos de los que fueron. Claro, no me enteré bien de algunos. Y a Rulfo no lo reconocí. Era bajísimo, muy delgadito. Y después, Rulfo se me acerca y me dice: “Yo a usted lo admiro mucho”. “Ah, ¿y cómo es su nombre?”. “Juan Rulfo”. “¡¿Cómo?! ¡¡No, soy yo el que le admira!! ¿Qué me dice?”. Bueno, y volviendo a tu pregunta de las copas…

—Dejándolo en conversación, se lo concedo.

—Con Shakespeare, con Cervantes y con Montaigne. Los tres son contemporáneos, vivieron al mismo tiempo: son el teatro, la novela y el ensayo. También debió de ser absolutamente impresionante el Dante. Y Homero. Y Joyce: en estos seis cabe la literatura. Si añades a Proust… Sobre Proust aprendí mucho: sobre el estilo, sobre las poses de las mujeres… es magistral. Son los grandes. Y luego, de los descubiertos recientemente, Miklós Bánffy: es gigantesco. Está publicado en España por Asteroide. Lo había leído antes en francés. Tiene una trilogía magnífica.

—Bajemos al barro: dígame uno que no soporte.

—Hombre, procuro no leer lo que no me gusta. Los críticos, por ejemplo, que hacen crítica de libros malos: chiquillo, ¡elige uno bueno! ¡Dile a la gente algo bueno, no algo malo! Digamos que hay muchos escritores sobrevalorados. Leí, por ejemplo, las obras completas de Ugo Betti y hoy sería incapaz de hacerlo. Me resultaría muy aburrido, no lo leería jamás. Hay que ser muy selectivo leyendo. Porque vas a leer en tu vida entre 800 y 1.500 libros, no más. Yo lo tengo calculado: cincuenta años de lectura, un libro por día, El Quijote en un día, Las mil y una noches en un día…, y sin fallar un día, en cincuenta años te lees 18.400 libros. Como eso no es verdad (risas), tienes que elegir bien. Sólo con los clásicos tienes para diez años.

—¿Un hombre que lee es mejor que uno que no lo hace?

—Se hace mejor. Se hace mejor leyendo, sin lugar a dudas. Para empezar, que lea lo que sea. El veneno le llevará a lo bueno. Que lea cualquier cosa. La lectura forja otra personalidad y, además, da una compañía enorme: todos los personajes de esa novela que le guste formarán parte de su amistad, de su grupo y de su familia.

—¿Ha encontrado en los libros alguna verdad fundamental?

"Los libros están llenos de amistad, de cariño y de verdades"

—Todos los libros buenos llevan verdades. Si son fundamentales o no, depende de tu manera de pensar, de tu manera de ser. Para uno, es fundamental una cosa; para otro, es fundamental otra. Es verdad que ya no existen verdades absolutas. Alguna vez he dicho y, tal como está hoy el patio, es difícil decirlo, que la única verdad absoluta que queda es la belleza de la mujer. Me dirán enseguida “¡machista!”. Pero hay tantas mentiras, que cuando encuentras una verdad en un libro es como una amapola que ha nacido en el barro. Tiene una belleza tremenda y, a la vez, sencilla. Los libros están llenos de amistad, de cariño y de verdades.

—Me han dicho que, recientemente, le ocurrió algo con una paloma.

—(Risas) Es una anécdota que me ocurrió antes de ayer (la entrevista se hizo el 8 de mayo). Estaba en un sillón sentado y tenía a mi nieta, de año y medio, con la cabeza apoyada en mi hombro. De pronto, por la chimenea, ¡bum!, se descuelga una paloma. “¡Mira, una paloma!”. Se puso en el sofá, eso le hizo gracia a mi nieta y, de pronto, la paloma empezó a revolotear por encima de las cabezas, mi nieta se puso a llorar… y esa es la anécdota, nada más.

—Y, para acabar, a título personal, y al margen de todo lo que hemos hablado durante la entrevista: ¿Sumar divide?

—La intención es reducir a otro: a Podemos. No se ha hecho con más intención que la de rebajar a Podemos. Pero es una operación aritmética muy arriesgada: ¿quién dice que lo va a sacar de aquí y no también de allí? En política, las comedias no funcionan.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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