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Alfonso Guerra: "El castellano lo hacen los hablantes, no los partidos políticos o sus dirigentes" - Zenda
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Alfonso Guerra: «El castellano lo hacen los hablantes, no los partidos políticos o sus dirigentes»

Converso, pues, con Alfonso Guerra, autor de La España en la que creo. No sé si Mercedes Milá y Jesús Calleja hicieron lo mismo cuando presentaron Manual de resistencia. —¿Cuál es el primer recuerdo de su vida? —(Piensa) Probablemente, el primer recuerdo de mi vida es el de mi padre explicándome qué era un agujerito...

Undécimo hijo de una familia humilde, licenciado en Filosofía y Letras, ingeniero técnico industrial, profesor, órgano vital histórico de un PSOE —diputado, vicepresidente del Gobierno, vicesecretario general del partido, portavoz socialista en el Congreso, etcétera— que hoy no termina de reconocer, Alfonso Guerra (Sevilla, 1940), a quien algunos toman por Islero o el demonio Pazuzu, sabe más por viejo que por diablo, entra al trapo con educación y elegancia, habla con una libertad desbordante, se emociona mencionando a Machado. También lee y escribe. De hecho, acaba de publicar su sexto libro, La España en la que creo (La Esfera de los Libros, 2019), ensayo en el que defiende al Estado y a la Constitución —muy interesante el capítulo en el que propone reformas en, y no de, la Carta Magna— ante el «sectarismo suicida de los nacionalistas», en el que reivindica apasionadamente la Transición y en el que realiza un análisis crítico del, en palabras de Ortega, «problema catalán». Todo ello, con una autoridad sustentada en sus conocimientos y en su memoria, con abundantes datos, justas dosis de ironía y hasta algún que otro fogonazo lírico, como este: «La amistad no es otra cosa que una negociación siempre inconclusa de dos soledades».

Converso, pues, con Alfonso Guerra, autor de La España en la que creo. No sé si Mercedes Milá y Jesús Calleja hicieron lo mismo cuando presentaron Manual de resistencia.

—¿Cuál es el primer recuerdo de su vida?

—(Piensa) Probablemente, el primer recuerdo de mi vida es el de mi padre explicándome qué era un agujerito en la contraventana del balcón. Eran agujeros hechos por balas durante la guerra. Y eso a mí me impresionó mucho. Tendría tres o cuatro años. Me explicó que eran balas de la guerra, que habían estado disparando… Me parecía una cosa como de aventuras. Aquella fue una primera impresión muy fuerte.

—¿Cómo vivió su familia la posguerra?

"Fue una infancia de escasez profunda, pero muy feliz"

—Mi familia era muy numerosa. Mi padre era un trabajador, maestro de taller de fundición. Nosotros éramos trece hermanos, una familia humilde en una situación en la que la pobreza estaba muy extendida. No es que no hubiera dinero, que no lo había, es que no había artículos que comprar. No había qué comer. Costaba mucho encontrar los productos para comer. Entonces, fue una infancia de escasez profunda, pero muy feliz, porque cuando hay tantos hermanos, cada día había algo divertido, alguno daba un espectáculo… Yo era el número once de mis hermanos y, cuando fui un poquitín mayor, hice el ingreso en el bachillerato. Todos los demás, con diez años, iban al taller a trabajar. Entonces, adquirí una especie de responsabilidad. Oía mucho una frase a mi madre y a mis hermanas, cuando hablaban con los vecinos, que me torturaba: «Este nos va a sacar de la pobreza, del hambre». Yo tenía una responsabilidad tremenda y era muy buen estudiante. Sacaba buenísimas notas. Para mí, un 9 era poco. Porque tenía la responsabilidad. Y, cuando volvía del colegio, todos los niños se ponían a jugar y yo decía: «No, hasta que acabe los deberes no me pongo a jugar».

—¿Cómo era la Semana Santa sevillana entonces?

—La Semana Santa ha sido siempre un espectáculo adorado por la gente. Hay una estética en la que se funden las imágenes, la música, los cantos, el olor del incienso, de las flores… Hay una estética general. Todo unido es una vivencia… (Piensa), digamos que es disfrutar del arte que la gente pobre no tiene ocasión de disfrutar, sobre todo, entonces, que nadie iba al museo, ni tenía tocadiscos ni tenía nada. Esa semana era de un disfrute extraordinario. En mi familia no había nazarenos. ¿Quizá éramos poco religiosos? Sí. Pero, seguramente, es que el pagar el alquiler de la túnica y tal y cual era un gasto demasiado fuerte en la familia. ¡Éramos tantos! Cuando yo era niño, en casa no entraba el cepillo de dientes, ni el pijama… ¡No se podía! Entonces, pagar por el cucurucho, el capirote… era demasiado dinero para nosotros.

—A lo largo de su vida, ¿con quién se ha encontrado más veces: con Jesús, con Judas o con Pilatos?

—En general, la gente es buena. Hay gente que cree que todo el mundo está resentido, enfadado, pero no es verdad: la gente sencilla, la gente popular tiene una paciencia infinita. Ve el contraste que hay entre la opulencia y la necesidad y soporta bastante bien, es bastante paciente. No sé si Jesús, pero gente como la que le iba a escuchar hay mucha. Judas hay pocos. Lo que pasa es que se señalan con el dedo.

—Uno de doce.

—(Risas) Esa es la proporción, sí. Y Pilatos hay muchos. Hay mucha gente que mira para el otro lado.

—Pilatos preguntó: «¿Y qué es la verdad?». Jesús no respondió. ¿Ha encontrado la respuesta a esa pregunta la Humanidad?

"El único animal que conoce que la vida tiene un límite es el ser humano"

—(Piensa) Eso es una tautología: la verdad no es más que la verdad. ¿Y cómo se puede ejemplificar lo verdadero? Los verdaderos sentimientos que uno tiene son los que debe expresar, no ocultarlos. Ser verdadero es ser auténtico, no falsificar, no actuar de una manera fea. Esa es la verdad de las cosas. Y sabemos que la vida tiene un límite. Y eso es impresionante. El único animal que conoce que la vida tiene un límite es el ser humano. Y es capaz de sonreír y de pasar ratos de una gran felicidad. Y sabe que es limitada la vida. Y luego hay algunos que no han entendido qué es la verdad de la vida, y creen que los yates caben luego en la tumba, y no caben en la tumba: no se pueden meter. No haga tanto alarde: es una cosa alquilada, aunque la haya comprado usted. Hay que tener conciencia de que la vida es limitada y hay que ser generosos y auténticos. La vida no vale nada si no la compartes o la proyectas. Y la posesión, desde el punto de vista jurídico, no tiene sentido. Cuando yo contemplo en El Prado El carro de heno, es mío: no lo tengo que comprar, lo disfruto igual que si fuera mío. ¿Qué diferencia hay entre que esos maravillosos cuadros sean o no de mi propiedad? Ninguna. Si tienes sensibilidad, lo vas a disfrutar igual siendo propietario y no siendo propietario. Por tanto, toda contemplación es una posesión. Partiendo de ahí, la vida es muy sencilla y austera. No hay que tener grandes aspiraciones, porque todo lo que yo contemplo es mío.

—¿La política es un arte de trileros?

—Siempre ha habido, en todas las épocas. Trileros, engañadores, estafadores que se acercan a la política o, dentro de la política, se han convertido en eso. Lo interesante es desenmascarar todo eso. Y yo, en gran parte de mi vida, he intentado desenmascarar eso.

—El Loco de la Colina dice que los analfabetos de hoy son los peores, porque suelen saber leer y escribir, pero no ejercen. ¿También pasa eso con los crédulos? Nunca ha habido más posibilidades para informarse, contrastar, corroborar…

—La palabra que ha usado es la exacta: es muy fácil informarse. Pero información no es sinónimo de conocimiento. O sea, ahora mismo, estamos ahítos de información, pero ayunos de conocimiento. ¿Por qué? Porque cuando la información es continua sustituye una información a otra de tal manera, con tal vértigo, que la información no se deposita y, si no se deposita, no hay conocimiento. Entonces, hay gente muy informada que no sabe de nada, pero tiene una información… Cualquier cosa que le preguntes, de fútbol, de celebrities, ¡lo saben todo! ¿Pero qué saben de verdad? No saben nada. Ya nadie dedica tiempo a pensar. Y eso es impresionante. ¿En qué? Da igual. Párate. Piensa, ya te irán surgiendo cosas. Y eso te da una fuerza extraordinaria, porque comprendes las cosas. La información sola no te da comprensión.

—Centrémonos en su último libro, La España en la que creo. Para empezar, me ha sorprendido su dedicatoria. Es la primera vez, en no sé cuánto tiempo, que veo, oigo o leo a un socialista hablar de «lectores» sin referirse a las «lectoras» y de «españoles» sin referirse a las «españolas».

"El castellano es una lengua riquísima, muy fuerte, muy poderosa, y el castellano lo hacen los hablantes"

—Usted sabe que, en la lengua castellana, el masculino es el término no marcado que, por tanto, engloba los dos, y el femenino es el término marcado, que sólo habla de la mujer. De esto hay ahora mucha moda. Ahora, todo el mundo se sube a la ola de estas modas. Yo no soy aficionado a subirme a la ola. Cuando hay una ola, me gusta meterme por debajo y examinar qué está pasando. El castellano es una lengua riquísima, muy fuerte, muy poderosa, y el castellano lo hacen los hablantes, no lo pueden hacer los partidos políticos o los dirigentes. Y evoluciona. ¿Evoluciona en ese sentido que hablan ahora del lenguaje inclusivo? Puede ser. A las lenguas no hay que tocarlas, hay que dejarlas vivir, que ellas se desarrollen de la manera que los hablantes quieran. Por tanto, yo no estoy en esa ola.

—Otra sorpresa: utiliza la palabra «Generalidad», no sólo «Generalitat», para referirse al sistema institucional en que se organiza la comunidad autónoma de Cataluña.

—¿Por qué? Para demostrar lo fácil que es el bilingüismo. ¿Por qué en los carteles no pone usted Terol y Teruel? ¿Por qué sólo uno, si hay personas que hablan los dos? Es muy fácil. Esa supremacía de «el mío, sólo el mío…», no, hombre, no: hable usted en las dos lenguas, o permita que los demás puedan leer en las dos lenguas.

—¿Es la del lenguaje una batalla perdida para los constitucionalistas?

—Yo nunca doy las batallas por perdidas. No. Lo que pasa es que si se mira para otro lao o no se trabaja. La pereza es muy mala. Nunca hay que dar las batallas por perdidas. Las torres más altas se caen. Hoy está así, mañana puede estar al revés. Depende de lo que usted haga.

—En agosto del año pasado, el presidente del Parlamento balear, Baltasar Picornell, pidió disculpas tras tergiversar unas palabras del rey Felipe VI porque «me cuesta expresarme en castellano»; algo parecido ocurrió con el número dos de los Mossos, Rafael Comes Marrasé, quien horas después del atentado en la comisaría de Cornellá, arrancó así una rueda de prensa: «Buenos días. Tendrán que perdonar mi castellano». ¿Esto es síntoma de…?

"Cómo es posible que en España, con una Constitución que establece como lengua oficial el castellano, las autoridades de una región puedan multar a alguien porque rotula en castellano"

—Nada. Estas son poses políticas. Dominan el castellano perfectamente y no tienen problemas. Es falso. Hombre, en un lugar de la montaña, un pueblo perdido, personas que hayan hablado durante toda la vida con una lengua y no hayan conocido la otra, puede ser, pero gente con formación, con estudios universitarios, que son cargos públicos… conocen muy bien el castellano. Es una pose para reivindicar sólo su lengua. Yo hablo en mi libro de cómo es posible que en España, con una Constitución que establece como lengua oficial el castellano, las autoridades de una región puedan multar a alguien porque rotula en castellano. Eso es algo impresionante. ¡Y no se levanta nadie! Oiga, ¿esto les parece normal? A mí me parece un escándalo.

—¿Está hoy garantizado el cumplimiento del Artículo 3 de la Constitución?

—Hombre, la Constitución lo garantiza, lo que pasa es que luego las autoridades tienen que ponerlo en práctica. Y aquí, en ese aspecto, hay mucha gente que ha mirao para otro lao. «No, es que crea problemas…».

—Para rematar este, digamos, bloque sobre el lenguaje, ¿quién fue Ángel Lobón?

—Fue una persona maravillosa. Este hombre, de joven, era pescador. Pero en la posguerra fue detenido y le dieron muchas palizas. Y le dejaron muy muy jorobado. Perdió casi todos los dientes. Entonces, con su joroba no podía salir al mar. ¿De qué vivía? De cazador furtivo. Se dedicaba a cazar conejos en el monte sin autorización. Y tenía una facultad maravillosa: no sabiendo nada, en el sentido académico, hablaba un castellano maravilloso. Pero maravilloso. A mí no sólo me divertía, me daba placer, sino que me enseñaba. Sabía de castellano muchísimo. Y hablaba muy bien, cosa que es sorprendente: gente sin ninguna posibilidad ni de escuela, no digo ya de universidad, hablaba un castellano maravilloso. No había leído El Quijote, él no leía. Pero tenía ese genio. Y era muy amigo. Yo siempre, en verano, he ido mucho por Cádiz. Y en verano lo veía mucho. De vez en cuando, me traía un conejito que había cazado él. Pero cuando ya estaba muy mayor, yo no me lo creía: ¿cómo este hombre, que está tan mayor, va a ir al monte a cazar conejos? Entonces, una vez, en el mercado, me dijo el carnicero que se los compraba a él (Risas). Era una persona maravillosa. Yo conozco a la familia: a los hijos, a los nietos, a la esposa…, gente muy humilde y estupenda.

—Usted defiende que lo que ocurrió en Cataluña en septiembre y octubre de 2017 fue un «golpe de Estado».

—Sí. A cámara lenta. Los primeros que hablamos de golpe de Estado creo que fuimos Jorge de Esteban y yo. Él hizo un artículo, por el mismo tiempo, diciendo «golpe de Estado permanente»; yo, «golpe de Estado a cámara lenta».

—Alaba el discurso del 3 de octubre de Felipe VI, y señala que fue su 23-F.

"La entronización de Juan Carlos I fue complicada. Fue una designación del dictador que no fue bien aceptada"

—Sin duda. Porque… (Piensa) La entronización de Juan Carlos I fue complicada. Fue una designación del dictador que no fue bien aceptada. Además, todo el mundo pensaba que era una persona inútil. Resultó que era bastante listo. Cuando en la Constitución se plantea el tema «monarquía/república», es la única monarquía hoy que existe que se ha sometido a votación en el Congreso y, después, en un referéndum popular. Adquiere una legitimidad que no tenía cuando lo designa el dictador. Entonces, llega el 23-F y él toma una posición que es determinante, absolutamente determinante, para resolver el problema democrático en España. Y eso le hizo tener muchísima simpatía. Su hijo sabe que no va a tener otro 23-F ni lo quiere. A mí me lo dijo: «Yo no quiero que mi país pase por otro 23-F para que la gente me tenga tanta simpatía como a mi padre». Pero resulta que el golpe de Estado en Cataluña le permite tomar una posición clara. A mí me pareció impecable el discurso. Creo que ese discurso tendría que haberlo hecho antes el presidente del Gobierno. Pero bueno, lo hizo él. Y yo creo que hizo lo que debía. Y lo hizo muy bien.

—¿El PSOE de Sánchez es un partido progolpista?

—No. Aquí, a la derecha se le ha soltao la lengua. Están muy desahogaos. Casado, en el debate del otro día, en treinta minutos, le dijo diecinueve insultos al presidente del Gobierno. Y algunos, intolerables, que sólo se han utilizado con Fernando VII, el rey felón. La derecha está soltando mucho la boca porque en toda Europa tenemos un proceso de recuperación del estilo totalitario muy delicado, muy complicado. Todavía no hay sensibilidad generalizada sobre lo que está pasando. Por eso se lanzan por ahí. En el lenguaje, no en la acción, afortunadamente, estamos volviendo al debate de los años treinta. El debate que había entre los grandes juristas Kelsen, que era socialdemócrata aunque no pertenecía al partido, y Schmitt, que era del partido nazi. Es la democracia representativa, el paso por el parlamento, la discusión, el debate, frente al líder en conexión con la masa. Ese debate, que dio lugar al fascismo, al Holocausto, etcétera, está empezando a reproducirse en Europa: en Alemania, en Francia, en Polonia, en España empieza… Hay que estar muy alerta, ¿eh? Muy alerta.

—Deduzco que, cuando usted terminó el libro, Vox no tenía el músculo político que tiene ahora. ¿Qué opina del partido de Santiago Abascal?

"Vox está dentro del esquema de los partidos de extrema derecha europeos"

—Es un partido que acaba de nacer, pero sabemos que sus relaciones, en el mundo internacional, son con Le Pen, con Orbán, con los alemanes de AfD… Está dentro del esquema de los partidos de extrema derecha europeos. Es un riesgo muy fuerte que se pueda desarrollar eso. Hay elementos que suscitan la desviación de los votos de la gente hacia ese tipo de cosas. Por ejemplo, el tema del golpe de Estado en Cataluña ha fomentado esto, claramente. Y hay que estar muy advertidos, ¿eh? Cuando se ponen en marcha estas cosas, después es muy difícil echar el freno.

—Se lo decía porque, en la obra, señala que el nacionalismo español está en declive.

—Es increíble la velocidad de los acontecimientos: el libro fue escrito en agosto y septiembre. O sea, ayer. El brote de Vox es posterior, es de diciembre. O sea, en tres meses.

—Hábleme de los «antinacionalistas prematuros».

—Ponía un ejemplo que me había referido Javier Fernández de cómo Thomas Mann, un intelectual políticamente contrario al nazismo, se va de Alemania a EEUU temiendo a los nazis, y allí escribía artículos y artículos… EEUU no había entrado en la guerra y el FBI o la CIA, no me acuerdo, le puso a unos tíos para que le siguieran y decía: «Es un antinazi prematuro». Por tanto, sospechoso de comunismo. En España pasa igual: si eres de los primeros en señalar los peligros de un movimiento independentista-nacionalista, este es un prematuro. Hay que sospechar de él. Algo querrá. Alguna cosa tendrá en la cabeza.

—¿Cómo es posible que, para no pocos dirigentes o militantes de partidos de izquierda, el término «antinacionalista» sea sinónimo de «fascista»?

"Yo soy antinacionalista. Yo no quiero nacionalismos ni nacionales ni de subnación ni nada de eso"

—Sí, sí, sí. Es curioso, sí. Y es lo contrario. Exactamente lo contrario. Yo creo que son lecturas muy mal digeridas. Estos leen muy rápido y se forman una idea que no está ni siquiera en el autor que están leyendo. Es absurdo. Hace pocos años, el eslogan era: «No se puede ser antinada». Oiga, ¿cómo que no? Yo soy antipederasta, yo soy antiabuso, ¡yo soy antimuchas cosas, hombre! Yo soy antinacionalista. Yo no quiero nacionalismos ni nacionales ni de subnación ni nada de eso, porque sé que el nacionalismo, en Europa, en el plazo de treinta-cuarenta años, produjo setenta millones de muertos, y otros tantos de lisiados. ¿Eso no lo han aprendido todavía? Yo soy contrario a todo movimiento nacionalista. Eso es símbolo o señal de demócrata.

—¿La izquierda está acomplejada?

—Una parte de la izquierda europea está todavía bajo el síndrome de la reverencia al comunismo, que ha sido la experiencia más terrible que ha habido junto al fascismo, porque son cosas muy semejantes: entre Stalin y Hitler no hay diferencia.

—Hasta en el antisemitismo.

—Hubo unos pogromos tremendos. Entonces, yo recuerdo que, en el año 76, di una conferencia sobre la evolución europea y cité los crímenes de Hitler y los de Stalin. Cuando cité los de Stalin, una parte del público me pitó. Yo no tengo ningún prejuicio para analizar todos los movimientos históricos. Y el estalinismo me parece algo tan repugnante como el nazismo. Eran unos fascistas que hablaban en nombre del pueblo. Y era gente que se aprovechaba, la nomenklatura se aprovechaba de los pobres que creían que se iba a hacer la revolución para los proletarios. ¡Era mentira! Algunos, en el partido, en los años sesenta, hablaban a favor de la URSS: «Eso da armas a los enemigos…». Yo decía: ¿sabes cómo se cura esto? Mandándolos un año a la URSS. Van a venir con todo clarísimo.

—Critica a Zapatero por ayudar en la legitimación «de un sistema corrupto y antidemocrático», refiriéndose a la Venezuela de Maduro.

"Zapatero ha hecho cosas intolerables. Venezuela es una dictadura y, además, una dictadura fea, vulgar"

—Zapatero ha hecho cosas intolerables. Aquello es una dictadura y, además, una dictadura fea, vulgar. La gente no sólo no tiene libertad: no tiene para comer. Es tremendo. No tiene para poner una inyección a un niño, pañales para un recién nacido. Claro, la élite, la nomenklatura, no tiene esos problemas y, como no los tiene, entonces, no los ven. Maduro y su camarilla no ve que la gente tiene esos problemas. Como ellos no los tienen, se ciegan, y llega un momento en que la ceguera no les permite ver que hay otro mundo además de su mundo. Ese es un error de muchos políticos de izquierdas de hoy.

—¿Por qué, en España, la crítica al chavismo es, o, al menos, lo parece, cosa exclusiva de la derecha?

—Bueno, los de derecha están en contra no tanto por el carácter dictatorial sino porque este habla con un lenguaje revolucionario. En realidad, cualquier persona que tenga criterio propio, cualquier demócrata, tiene que estar en contra. Sea del partido que sea. Da igual.

—Usted señala que, más que reformas de la Constitución, hay que hacer reformas en la Constitución, y llama al consenso de PP, PSOE y Cs. Ese consenso, hoy, ¿es utópico?

—Es muy difícil. Pero las utopías se cumplen, ¿eh? La utopía es una verdad prematura.

—U-topos. No-lugar.

—Claro, claro. Se cumplen, lo que pasa es que hay que trabajar mucho. Entonces, esos tres partidos están de acuerdo en que hay algunas cosas en la Constitución que reformar y en qué hay que poner. Seguro. Entonces, agotemos esas y cambiemos esas. En las que no hay acuerdo, esperemos al momento. La tesis de «no hay consenso» es equivocada. ¿Usted cómo lo sabe? ¿Se ha puesto a negociarlo? Antes de negociar, nunca hay consenso. El consenso llega cuando usted se sienta y habla. Y mi experiencia es la de que sólo sentarse a tomar un café con el adversario rebaja al 50% la oposición. Tienes que decirle: «Acércame la cucharilla», etcétera. Ya tiene una relación humana que permite no estar así, a cuchillo.

—¿Por qué a Cs le cuesta menos negociar con Vox que con el PSOE, y al PSOE negociar con Bildu que con el PP?

"El Cs de hoy es más extremista que el de hace seis meses"

—Porque hacen cálculos electorales. Piensan: «Si hago esto, pierdo votos por aquí; si hago lo otro, pierdo votos por allá». Hacen cálculos electorales y están equivocaos. Porque cuando los partidos de centro, centro-izquierda, centro-derecha, buscan legitimar, con un, digamos, buen entendimiento social a los extremos y miman a los extremos, ganan los extremos. Se han ido extremando. Dicen: «Los voy a atraer a mis posiciones». Pero ellos también contagian las suyas. El Cs de hoy es más extremista que el de hace seis meses. Y el PSOE, en el tema nacionalista catalán. Por ósmosis, algo vas tomando.

—Recordando a Fernando de los Ríos, ¿la revolución pendiente en España sigue siendo la del respeto?

—En España no se tiene respeto a las posiciones de nadie. Y hay que tener un gran respeto, porque la verdad, al 100%, no la tiene nadie. Le preguntaban a Bertolt Brecht: «Usted, ¿cuál es el color que prefiere?». «Mire —dice—: cualquiera, pero que sea gris». Hay rojo-gris, azul-gris. Las cosas no son así o asá. Hay un poquito de mezcla. Hablo de respeto, no de compartir. Puedes estar sacando del Paraíso a todo el mundo menos a ti, porque tienes la verdad y es sólo tuya… No es así la vida. Ni la política ni la vida.

—Otro ilustre que aparece varias veces en su libro es Antonio Machado.

"Si lees a Machado con tranquilidad, intentando descubrir qué hay debajo de las palabras, es un maestro de la vida. Te enseña a vivir"

—Su vida es una lección y su obra un ejemplo. Es un hombre tolerante, pensaban algunos que desrealizado. Tiene una potencia de humanidad tan grande… Si lees a Machado con tranquilidad, intentando descubrir qué hay debajo de las palabras, es un maestro de la vida. Te enseña a vivir. El Juan de Mairena debería estudiarse en los institutos: te enseña tanto de la vida… Era un hombre muy bueno, en el buen sentido de la palabra bueno. Ha sido un guía. Se cita mucho. La derecha siempre ha querido apropiárselo. En el año 41, en la revista falangista Escorial, ya quisieron apropiarse de Machado diciendo que lo habían engañado, que estaba equivocado, «pero que era de los nuestros». Y eso ha continuado durante todo el tiempo. Acaba de salir un libro que se llama La herencia de Machado y es el estudio de cómo han tratado a Machado los que coincidían con él, y cómo los que no coincidían con él se lo querían apropiar. Es un caso espectacular. Es curioso: mientras Escorial decía que Machado era un hombre del Movimiento, al mismo tiempo estaba una comisión de depuración condenándolo a salir de la enseñanza, estando ya muerto, para que no contaminara a los jóvenes. Los franquistas lo estaban condenando y, a la vez, diciendo que era de los suyos. Es tremendo, ¿eh?

—¿Es uno de sus autores favoritos?

—Sí. Tengo muchos. Kavafis es un gran poeta para mí. Miguel Hernández. Uno que se lee muy poco y que es maravilloso, Juan Gil-Albert. Luis Cernuda. Hay grandes… Hombre, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas… son poetas de la misma categoría.

—¿Ha encontrado alguna verdad universal leyéndolos?

—Verdades universales, absolutas, no existen. ¿Cuál es una verdad que podríamos decir que es absoluta? La belleza. ¡Pero cada uno tiene un canon! A uno le parece una cosa bella, a otro no.

—Gracias por este rato, señor Guerra.

—A usted. Cuando quiera, hacemos una entrevista sobre literatura.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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