Foto de portada: Alejandro Vaccaro, en la mesa de trabajo de su departamento de la calle Vicente López en Buenos Aires.
Alejandro Vaccaro es el presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), el mismo cargo que tuvo Jorge Luis Borges al comienzo de los difíciles años 50, cuando los pasos del escritor eran vigilados atentamente por la policía peronista. Y ha volcado los últimos 40 años de su vida a coleccionar piezas de Borges (es uno de los grandes coleccionistas mundiales) y a investigar la figura del autor de El Aleph, como lo demuestran sus libros sucesivos: Georgie (1899-1930), Una vida de Jorge Luis Borges y El señor Borges. En el año 2006 publicó Borges, vida y literatura (Edhasa). Aquel tomo fundamental en la bibliografía borgiana no fue el definitivo, y 17 años después ha editado otro con el mismo título, que recoge y estudia lo que ha aparecido sobre Borges en este tiempo. Nos permite tener otra visión de la vida y obra del escritor y, por lo tanto, sacar nuevas conclusiones.
El encuentro con Alejandro Vaccaro se realizó en su amplio departamento de Buenos Aires el pasado mes de mayo, y se retuvo en espera de la publicación de su libro en papel en España por Emecé, sello del grupo Planeta, lo que finalmente no será posible y tan sólo podemos disponer aquí del formato de ebook. El siguiente texto no es propiamente una entrevista —que lo es— con Alejandro Vaccaro, sino, más bien, una charla entre un investigador paciente, riguroso y lacónico, y un aficionado entusiasta; y es también una especie de aproximación invasiva a Borges, vida y literatura, un volumen de obligada consulta y referencia para todo aquel estudioso del eterno y negado Nobel.
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—¿Considera que su libro es, como se dijo en la presentación, la biografía definitiva, la biblia de Borges?
—En absoluto. Eso lo dijo Rodríguez Zapatero, que es un gran lector de Borges y fue muy amable, pero no lo comparto. Eso sería un acto de soberbia. Nadie puede arrogarse que ha escrito «el libro» sobre Borges. Lo cierto es que sí es mi texto definitivo sobre Borges. Antes, como bien sabe, había publicado otra biografía del autor, y sobre ella he trabajado durante los últimos 17 años para este libro. Yo vivo en el mundo Borges y todo lo que se mueve a su alrededor, de alguna manera, siempre me llega.
—¿Ha sido como una puesta al día de Borges?
—Sí, tenga en cuenta que en este tiempo han aparecido textos desconocidos, obra inédita y se ha profundizado en algunas investigaciones sobre su vida y obra. Todo ello, una vez estudiado y puesto en contexto, ha permitido sacar otras conclusiones.
—En el libro se incluye nueva información, y sin embargo, es menos extenso (674 páginas) que el anterior. Resulta curioso.
—La verdad es que se ha intentado hacer un poco más amable para el lector; lo hemos comprimido un poco, se han depurado pasajes y hemos buscado una clara síntesis, cualidad que tanto apreciaba Borges y es clave en su literatura.
—Leyendo su libro me queda la sensación de que la vida Borges se puede dividir en tres etapas, que casi coinciden con la evolución de sus ojos. La primera, en la que aún veía, hasta 1938, aunque usted la acorta unos años; la segunda, hasta 1958, que es cuando se queda ciego; y la última ya hasta el final de su vida en 1986, en la que vive en una ceguera permanente y vuelve a la poesía rimada. ¿Puede ser así?
—Más o menos. La segunda etapa, que yo la sitúo al comienzo de los años 30, es la de madurez, la del Borges más conocido, cuando empieza con los cuentos, y la última, quizás a partir de 1961, que es cuando le conceden el premio Formentor, y corresponde a su etapa internacional, en la que Borges ya es una figura de prestigio mundial y no cesa de viajar por todo el mundo dando conferencias y recibiendo doctorados y condecoraciones.
—En su libro hay abundante información sobre textos que se publican en tal o cual revista y otros detalles literarios menudos.
—El libro se titula Borges, vida y literatura, y he tratado de aclarar y dejar en su contexto cualquier información literaria por pequeña que fuese. Al fin y al cabo, Borges es un ser literario.
—No es un libro para todos los públicos.
—No. Para aquellas personas que quieran saber algo sobre Borges, pero no tengan interés en profundizar, no es el más adecuado. Es un libro para los muy lectores de Borges y para los especialistas. Ahí está todo lo que yo he investigado.
—Sobre Borges se han publicado abundantes biografías y centenares de estudios, y de hecho usted recoge más de 500, pero me da la impresión de que el más citado es Borges, una biografía literaria, de Emir Rodríguez Monegal.
—Puede ser. Monegal es uno de los primeros biógrafos de Borges, quien hizo un trabajo muy digno y enfoca bien algunos temas, aunque es una obra publicada en 1987, pero ciertamente es valiosa esa biografía.
—¿Y la de James Wood? Le pregunto por ella porque es una de las pocas que aún siguen vivas y no están descatalogadas.
—No, esa no.
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(Y ya que hemos llegado a este punto, queremos dejar aquí constancia de los nombres más citados en el libro de Vaccaro, empezando por el que más aparece: Adolfo Bioy Casares, Adolfito, el amigo fiel de cenas, chismes, escritos y juegos literarios. Tras él, y en orden descendente, Leopoldo Lugones, la gran personalidad literaria de su juventud; Victoria Ocampo, la fundadora de la revista Sur y la gran dama de la cultura de su tiempo; Leonor Acevedo, su madre omnipresente; Evaristo Carriego, el poeta mediocre al que Borges admiraba por otras razones y al que dedicó una especie de biografía; Ricardo Guiraldes, el autor de Don Segundo Sombra, unidos por la revista Proa y a quien Borges menciona como uno de sus dos maestros de generación; Macedonio Fernández, su otro maestro, literato muy singular y amigo de su padre; María Esther Vázquez, autora de varios libros sobre Borges, además de ser compañera de viajes durante años y una de las mujeres de las que se enamoró, y Estela Canto, el turbulento amor de sus treintantos años).
Pero sigamos con la charla y volvamos a la caseta de salida.
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—Me sorprendió que presentara su libro el expresidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Cómo fue?
—No hay ninguna sorpresa. Rodríguez Zapatero es un borgiano confeso, así que cuando viene a Buenos Aires solemos vernos, ya que tenemos una buena relación a través de Borges. En una de sus visitas estuvo cenando en mi casa, y como mi libro y el suyo salían al mismo tiempo con motivo de la Feria, quedamos en que me lo presentaría al tiempo que se presentaba el suyo.
—No voy a traicionar a Borges, sí, lo he leído, un librito…
—Es el libro de un lector, un lector entusiasta.
—Y como entusiasta que es, ahí fue donde dijo que su libro es la biblia de Borges, algo que usted niega. ¿Qué le falta para ello?
—En principio nada, salvo algo que yo no conozca o se me haya escapado, pero lo más importante sobre Borges, sus textos y sus publicaciones está ahí.
—Quizás algún lector, como yo, eche en falta el Borges más personal, el más íntimo.
—Esa no era la intención. A mí me interesaba el Borges literario. En el libro, sin embargo, hay una curiosa aproximación a su carácter. Le dimos a un grafólogo un texto manuscrito sin decirle que era de Borges, y la descripción que nos dio se asemeja, en algunos momentos, al Borges que conocimos.
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(Acudimos una vez más al libro, y ahí encontramos esa descripción del Borges de los 25 años, que es la edad que tenía cuando escribió el texto analizado. Y entre el asombro y la fascinación leemos:
«Se trata de una persona muy intuitiva, con acentuado decaimiento físico, mental y espiritual, propensión al suicidio y postración anímica. Es de temperamento frío, bloquea sus emociones y, por lo general, no exterioriza lo que bulle en su interior, que es una marcada angustia de vivir. Es una personalidad atada a orgullos por linajes de familia y rígidas reglas de conducta que le han impuesto. Muy formalista en todas sus cosas, de actuar calmo, lento en el pensar, algo estereotipado, pero de ideas claras y correctas. Muy minucioso, franco y de gran generosidad. Posee una marcada debilidad sexual y centraliza toda su autoestima en valores nobles, pero muy de este mundo. Vive con la mente en la tierra, lo que le hace práctico y objetivo en extremo. Es tímido y apocado y de débil voluntad. Posee un alto coeficiente intelectual».
Tras leerlo, uno diría que esta descripción del carácter de Borges se parece más al informe de un psicólogo que a las conjeturas de un grafólogo con los ojos vendados. De hecho, y como detalle, añadiremos que fue años después —en 1938— su primer intento de suicidio)
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—Dice que conocimos, pero usted nunca le conoció, y tuvo oportunidades. ¿Por qué no quiso hacerlo, estando tan encima, tan dentro del mundo de Borges?
—Nunca se me ocurrió llamarlo o ir a verlo a su casa de Maipú. Me pareció que yo no podía aportarle nada. Recuerde que Borges murió hace 36 años, y yo entonces era un joven (Vaccaro nació en 1951) y, ¿qué iba a aportar entonces? Quizás le hubiera molestado, y no tenía muchas preguntas para formularle en esos momentos. Quizás ahora sí tendría alguna.
—¿Y sobre qué le preguntaría?
—Sobre textos literarios, sobre su obra. En ella hay muchas expresiones que están dichas como al pasar, como que no tienen importancia, y sin embargo son centrales en su obra. Por ejemplo, se me ocurre ahora, cuando en un cuento de su libro Ficciones dice: dice: «Dejo a los varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan». Ese «no a todos» debe de tener un significado que yo no entiendo. Y así, como este, hay muchos interrogantes.
—¿No le preguntaría sobre su vida sentimental?
—¡Oh, no! Yo he escrito una biografía literaria, y sólo me he permitido incursiones en la vida amorosa cuando consideré que estas cosas influían en su literatura, y ahí sí que lo he señalado.
—Me sorprendió que en un libro tan, digamos, científico, se formule la pregunta de si Borges se hubiese casado con María Esther Vázquez, de la que estuvo muy enamorado, como bien sabe, y se vaticine que no.
—No es ninguna conjetura. Conozco cartas de la madre de Borges en las que dice expresamente que esa mujer no le gustaba para su hijo y no le habría permitido casarse con ella. Pero nada más. No me interesaba indagar en sus amores.
—Se lo comentaba para dar una imagen más humana o cercana del escritor.
—Ya escribí un libro con Fanny Uveda, el ama de llaves de Borges, que vivió 36 años en su casa y lo conocía muy bien. En El señor Borges muestro —a través de los ojos de Fanny— la vida diaria del escritor, el Borges en pijama, digamos; pero el Borges en calzoncillos no me interesa.
—La vida sentimental de Borges me parece un gran tema para investigar, y de hecho es lo que estoy haciendo yo ahora en mi viaje a Buenos Aires.
—No ha habido muchas mujeres en su vida. Así, de pronto: Concepción Guerrero, su primera novia; después, una mujer, en los años 30, que cita con las iniciales de IJ y que luego se descubrió que era Sara Diehl, «Pipina», pero entonces estaba casada y Borges quiso conservar su anonimato; Estela Canto, Ulrica, María Esther Vázquez, Viviana Aguilar… no muchas más.
—¿No hay fotos de Concepción Guerrero?
—Creo que no existen. Yo no tengo.
—Si no tiene usted, que lo tiene casi todo sobre Borges…
—En la primera edición de Fervor en Buenos Aires, de 1923, hay un poema, «Sábados», con la dedicatoria «Para mi novia, Concepción Guerrero». Luego, en las siguientes ediciones, se sustituyó por las iniciales A. C. G.
—Es que fue su verdadera novia de juventud, y en algún momento hasta planearon casarse.
—Yo creo que Concepción Guerrero ha sido el único amor correspondido de Borges. Intentó muchos amores a lo largo de su vida y siempre fueron amores fracasados.
—Es curioso que en su lista sentimental cite a Viviana Aguilar, que fue como una especie de amorío de senectud, un sueño adolescente, y no cite en esa lista a María Kodama.
—María Kodama es irrelevante en la vida y la obra de Borges. No juega ningún papel. Al menos, así lo creo. Si alguien me demuestra lo contrario, charlémoslo.
—Es que ahora, en cuanto se habla de Borges, automáticamente surge su nombre.
—María Kodama aparece tras la muerte de Borges. Entonces emerge como la heredera testamentaria de su obra y empieza a protagonizar una serie de hechos judiciales, polémicas y ese tipo de cosas, además de controlar la edición de su obra. Tras la muerte de la madre de Borges, le acompañó en muchos viajes, y eso yo lo recojo en el libro, y también digo que en los últimos años de la vida el entorno de Borges le fue separando de sus amigos de toda la vida.
—Lo leí. Aunque me temo que el entorno es tan sólo una persona, con nombres y apellidos.
—Sí.
—¿Sabe que María Kodama le odiaba?
—No, no lo sabía.
—Bueno, quizás haya sido un poco rotundo; digamos, más bien, que le tenía cierta inquina.
—¡Ah!
—Quizás odiase a todo el mundo que se acercase demasiado a Borges o que hubiera tenido una relación más intensa y prolongada que con ella. No lo afirmo, simplemente lo apunto. ¿Qué opina?
—No es de interés mi opinión sobre María Kodama. Cuando ella lo ha acompañado a algún viaje o le ha dedicado algún libro, yo lo señalo. Ahora bien, a mí quien de verdad me interesa es Borges. Es como si alguien se refiriera a Shakespeare y hablara de su esposa. Eso no tiene relevancia. Para un ser literario como Borges, María Kodama es una mera circunstancia. Es cierto que lo acompañó en algunos viajes, como antes hicieron otras mujeres, y yo así lo señalo; y también le dedicó algunos libros, pero eso no era nada nuevo; lo solía hacer con sus amigas. El Aleph, por ejemplo, está dedicado a Estela Canto, y yo lo comento, porque es un dato y Estela Canto participó en la vida amorosa de Borges durante años, pero lo importante es el cuento.
—Sobre Estela Canto se hizo una película, protagonizada, por cierto, por Inés Sastre y Jean Pierre Noher, que está magnífico: Un amor de Borges, cuyo asesor literario es usted precisamente. ¿La historia responde fielmente a los hechos?
—Oh, no. Es una obra de ficción, no hay que olvidarlo, y ahí el guionista hizo su propia recreación. No se ajusta a la verdad. Además, la verdad de esa historia de amor, ¿quién la sabe?
—Nadie, porque Estela Canto escribió su libro de memorias (A contraluz), y tampoco contó lo que sucedió tal cual fue.
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(Antes de que María Kodama se nos diluya en la conversación —no es un tema que le agrade al entrevistado— nos adentramos en su libro para escudriñar vagamente la presencia de Kodama en las páginas, y comprobamos que la cita en diecinueve ocasiones, tres menos que a Kafka. Los primeros encuentros, según leemos, no fueron casuales:
«Otra de las personas que se acercó a Borges por esos días fue María Kodama, quien formaba parte del grupo que estudiaba anglosajón con él los sábados por la mañana. Kodama había nacido en Buenos Aires el 10 de marzo de 1937 y era hija de Yosaburo Kodama y María Antonia Schweitzer. Al decir de algunos compañeros de curso, la entonces joven estudiante demostraba tener dificultades para el aprendizaje del idioma, por lo que armó la estratagema de las clases particulares para poder frecuentar a Borges fuera del grupo. También Elsa Astete recuerda que Kodama visitó en algunas oportunidades a su marido en el departamento de la Avenida Belgrano. A Elsa estas visitas la incomodaban, ya que veía a Kodama como una rival, dado el permanente interés que esta tenía por agradar a Borges y situarse en una relación de compinche».
Más adelante se la cita cuando Borges viajó a Islandia en compañía del editor y traductor norteamericano Thomas di Giovanni. «Allí (en Reikiavik) tuvo un fugaz encuentro con María Kodama quien, al parecer, viajó por su cuenta para encontrarse con su maestro».
El siguiente encuentro entre ambos sí se debió a la casualidad: Kodama había ido a Nueva York a visitar a un amigo, y en esos días se hizo una fiesta en honor a Borges, a la que ella asistió; el escritor se alegró de su presencia y le pidió el favor de que se encargara de Elsa, su mujer, quien se sentía muy desplazada en aquel ambiente.
La gran ocasión, y el origen de todo lo que vino después, llegaría en 1976, tras la muerte de la madre de Borges. El escritor tenía que viajar a Michigan, y como ni sus sobrinos ni amigas podían acompañarlo, Fanny, la fiel sirvienta, sugirió el nombre de María Kodama, y a partir de ahí empezaron los viajes internacionales del viejo y ciego maestro y la devota alumna…)
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—Tras tantos años volcado en Borges, ¿qué es lo que aprendió de él?
—Muchas cosas, pero destacaría el valor de la lectura. En la vida es más importante ser un buen lector que un buen escritor, esa es una cualidad borgiana. «Que otros se jacten de los libros que han escrito, yo me enorgullezco de los libros que he leído». Es una frase muy citada de Borges, y tiene razón: uno es por lo que lee, no por lo que escribe. Esa es la gran enseñanza que nos ha dejado Borges. Y no olvidemos que el camino para ser un buen escritor es, salvo excepciones, ser un buen lector.
—¿Qué Borges le interesa más: el poeta, el ensayista o el narrador?
—Borges es autor de una obra muy vasta, compacta y homogénea, y por lo tanto, no sería justo decidirse por un género. A mí me interesan por igual sus tres facetas, y dentro de ellas hay unos textos que prefiero a otros.
—¿Cuáles?… Se lo pregunto porque hay lectores claramente definidos. Algunos dicen que su mejor cuento es El sur, otros Las ruinas circulares; otros Pierre Menard, autor del Quijote; otros, como Zapatero, eligen El Aleph y el poema «Las causas», a los que dedica un capítulo respectivo en su librito (el diminutivo es por la extensión), y otros…
(Vaccaro, sin embargo, no entra en el juego periodístico. Así que vamos un poco más allá)
—Por cierto, Beatriz Viterbo, la protagonista ausente de El Aleph, esa mujer que tanto le marca al narrador, ¿es Estela Canto o Elvira Alvear?
—Para mí Beatriz Viterbo es un componente de tres mujeres distintas: las dos que usted ha citado y Emma Risso Platero, tres mujeres que tuvieran importancia en la vida de Borges y a las que trató en los años en que escribió el cuento.
—Me llama la atención que en el dormitorio de Borges, que era casi como una celda monacal, hubiera un retrato…
—Sí, sí, un retrato de Susana Bombal. Eran muy amigos, pero no me consta que hubiera una historia entre ellos. Vivía aquí al lado, en esta esquina.
—¿Ha conocido a mucha gente que se movía alrededor de Borges?
—A casi todos: a Bioy Casares, a Norah, la hermana, a Alicia Jurado, a María Esther Vázquez, a Elsa Astete, su mujer…
—¿A Silvina Ocampo?
—No.
—¿A Leonor Acevedo, la madre?
—No, no. Tenga que en cuenta que murió en 1975, y entonces apenas si yo había empezado a leer a Borges.
—A mí me parece un personaje muy interesante su madre.
—A mí también.
—¿Por qué es tan grande Borges?
—Su obra es muy original. Tanto Borges como Kafka, Joyce o Proust son escritores con una fuerte identidad literaria que los hace únicos. Por eso interesa Borges en todas las partes del mundo.
(Curiosamente, y aquí hacemos un comentario posterior, ya fuera de la charla, ninguno obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Ninguno de ellos, que quizás sean los más grandes del siglo XX).
—Su biografía se ha hecho al estilo americano. Es una obra paciente, metódica, de alguien que dedica unos cuantos años a estudiar a un autor, viaja por todas partes, pregunta a todo aquel que pasaba por su lado y…
—Sí, yo estuve en todos los lugares en los que Borges vivió y ahí investigué a fondo. Estuve en Ginebra, en Valldemosa, en Sevilla, en Madrid… pero no pude hablar con gente que lo había conocido, ya que cuando empecé la investigación (a principios de los noventa) casi todos estaban muertos.
—Entonces, ¿por qué viajó?
—Quería estar en los lugares en los que estuvo Borges, e investigué lo que pude. Mis investigaciones siempre han sido con material de primera línea, nunca fotocopias: busqué fotos, compré cartas, consulté revistas antiguas. Lo más complicado de investigar es lo más remoto, y eso es más difícil acá, en Argentina, que en Europa. Guardamos muy mal las cosas. En el colegio donde estudió en Buenos Aires no sabían que había estado allí, insistimos, y al fin nos dejaron entrar en sus archivos —un cuarto que llevaba años sin abrirse— y pacientemente encontramos la referencia al alumno Jorge Luis Borges, sus notas, sus compañeros; mientras que en el colegio Calvin de Suiza tenían todo bien archivado, y en cuanto llegamos nos informaron y nos entregaron sus calificaciones.
(Alejandro Vaccaro, cuando se refiere a su labor como investigador, suele hablar en plural, porque siempre ha habido a su alrededor gente que lo ha ayudado y así quiere reconocerlo)
—¿Tras tantos años de intensa dedicación tendrán muchas anécdotas?
—Bastantes. Una de las primeras cosas que hice fue buscar su partida de nacimiento, y ahí descubro que en el Registro Civil no lo inscribieron con el nombre que todos conocemos, sino como Jorge Francisco Isidoro; se habían olvidado del cuarto nombre, Luis, que sí figura en el certificado de bautismo de la parroquia de San Nicolás de Bari. En aquel tiempo era habitual que los hijos tomaran el nombre de los padres y de los abuelos. Luis proviene de un pariente uruguayo, y cuando en 1939, con motivo de la muerte del padre, se dieron cuenta de que en el Registro no figuraba su cuarto nombre, lo corrigieron inmediatamente. Borges siempre había firmado sus obras como Jorge Luis.
—¿Y qué averiguó de sus amores de Ginebra?
—No hay registro. Hay una carta en donde nombra a un par de jovencitas, pero nada más.
—Por cierto, usted escribió una novela policíaca sobre Borges.
—La novela se basa en una falsificación de un manuscrito de Borges. Es una novela borgiana, pero Borges no aparece.
—¿Cuándo surgió su interés por Borges?
—En los años 70, cuando era joven. Había un grupo de amigos a los que nos gustaba leer, y en nuestras reuniones periódicas comentábamos textos, intercambiábamos libros, y en una ocasión llegó a mis manos una obra de Borges, El informe de Brodie, que se había publicado en esos tiempos. Al leerlo me pareció un escritor distinto, que no tenía nada que ver con lo que yo venía leyendo. Así que empecé a interesarme, como lector, por Borges. Después me hice coleccionista, pero también involuntariamente. No fue mi propósito.
—¿Qué sucedió?
—Intenté conseguir todos los libros sobre Borges. Estaba muy interesado en tres títulos que no había querido reeditar, y me pareció que ahí podría haber alguna información interesante, alguna clave. Eran El tamaño de mi esperanza, Inquisiciones y El idioma de los argentinos. No era fácil conseguirlos, ya que se trataba de ediciones de los años 20 y ya no circulaban. Así es como entré un mundo fascinante, que desconocía, el mundo de los libreros antiacurios, gente erudita que conoce a fondo el tema, y sin quererlo, me hice coleccionista. Una vez que te visualizan como coleccionista, empiezan a llamarte y a ofrecerte cosas…
(Habría que advertir que esos tres libros, al igual que otros títulos de miscelánea, se publicaron tras la muerte del escritor, y aquí quizás haya que señalar que Vaccaro ha comentado con frecuencia que debería primar el criterio literario, en vez del comercial, a la hora de editar las obras de Borges; distinguiendo —y esto es una apreciación personal— el Borges para el lector común del Borges para estudiosos y devotos)
—Así es como le llegaron otras publicaciones y objetos relacionados con Borges. ¿Cuánto material ha acumulado?
—Tenemos treinta mil piezas de la colección, donde hay libros, revistas, cartas, manuscritos, documentos, fotos, recortes…
—¿Tenemos?
—Sí, empecé yo, pero Roemmers quiso participar también y ahora somos socios a partes iguales.
(Alejandro Guillermo Roemmers es un escritor y empresario farmacéutico, además de coleccionista de coches deportivos, que ha escrito novelas, obras de teatro y un libro de éxito, El regreso del joven príncipe, su recreación o versión paralela de El principito, pero sobre todo es poeta y mecenas cultural)
—¿Y dónde tienen esas piezas?
—Aquí.
(El nuevo departamento de Vaccaro, muy cerca del cementerio de la Recoleta, es un amplio y señorial ático, en el que ya en el tramo final de la escalera, como se aprecia en una de las fotos, se anuncia el mundo de Borges)
—¿En su casa? ¿No iban a hacer un museo?
—Esa es nuestra intención.
—Creo que cuando María Kodama vivía puso muchas pegas y tuvieron algunas discusiones con ella.
—Sí, sí, prefiero no comentarlo. No merece la pena. Nosotros llevamos trabajando muchos años en el museo, y parece que este año estará listo en un edificio de la calle México.
—Ahí estaba la antigua Biblioteca Nacional, de la que fue director Borges.
—Ahí precisamente. ¡Qué mejor lugar para albergarlo! Tratamos de recuperar ese edificio para actividades culturales, pero no es fácil.
—También María Kodama se preocupó del legado y creó la Fundación Internacional Borges, que recoge su biblioteca personal, manuscritos, bastones, hay una recreación de su dormitorio…
—La desconozco por completo.
—¿No se ha encontrado con María Kodama por la calle? Era casi vecina suya. Vivía por aquí, por la zona de Rodríguez Peña…
—No, pero en los últimos años de su vida, cuando ya estaba bastante delicada de salud, se alojaba en ese hotel de Vicente López que está ahí enfrente…
—¿Entonces tampoco coincidió con ella?
—No, no salía mucho, dado su estado, pero he de decirle que yo al principio sí que trataba a María Kodama. Ha venido a mi casa, no a esta, sino a mi antiguo departamento de la calle Posadas. Luego, como yo era amigo de Alifano, se enojó conmigo. ¡Fíjese qué calidad humana!
—Quizás se sintió cuestionada.
—Me parece bochornoso que una persona deje de frecuentar a otra porque es amigo de Fulano.
—Posiblemente estaría celosa y desconfiara de Roberto Alifano, el que fue amigo y amanuense de Borges los últimos diez años de su vida, y la persona que más trató al escritor en el día a día en Buenos Aires durante ese tiempo.
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Alejandro Vaccaro me mira, pero no dice nada. Sin embargo, en el epílogo de su monumental trabajo, se hace una pregunta retórica que tiene mucho de rotunda respuesta:
«¿Por qué Borges, a los 86 años de edad, sabiéndose acorralado por una enfermedad irreversible, decidió modificar hechos vitales de su vida? En pocos meses cambió sus médicos de cabecera, modificó su testamento, mutó de albaceas testamentarios, decidió trasladarse a vivir a otra ciudad en otro país, olvidó a sus amigos de toda la vida y a sus parientes, sobre todo a su hermana, por quien sentía un cariño entrañable. Además, cambió su estado civil, despidió sin miramientos de ninguna naturaleza a quien fuera su ama de llaves por más de 35 años, a quien calificó en su testamento de fiel servidora, revocó su decisión de ser cremado, cambió sus abogados y finalmente optó por la alternativa de que sus restos reposen para siempre en Suiza, cuando sus escritos y dichos de toda su vida aseguraban lo contrario».
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Fotos del artículo: J. M. Plaza
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