En El método Kominsky, una de las mejores series de los últimos años, Michael Douglas da vida a un profesor de interpretación en esta sitcom de Netflix. Los diálogos con su compañero de reparto —Alan Arkin— en las dos primeras temporadas adquieren tintes épicos, pero los mejores momentos son aquellos en los que vemos a Sandy (Douglas) dando clase a sus alumnos. Cuando un viejo amigo —en la tercera y última entrega de esta ficción— le ofrece un papel para recuperar su olvidada carrera, sus pupilos pasan de la atención a la admiración. Pero ¿no eran lo suficientemente buenas sus enseñanzas, aunque no fuera un actor de éxito? ¿Se puede enseñar a actuar aunque no se haya sido un intérprete premiado? Si trasladamos estas cuestiones a la literatura, quizás deberíamos cuestionarnos quién debe enseñar a escribir: un profesor o un escritor. En ocasiones estos dos perfiles acaban fusionándose, como le ha ocurrido a Alejandro Marcos, que después de explicar en la Escuela de escritores las doce etapas del viaje del héroe las plasma ahora con acierto en un tomo de 442 páginas. La hora de las moscas (Plaza & Janés) es un thriller sobrenatural que engancha desde la primera página sin necesidad de artificios, una novela sometida a una reescritura concienzuda en busca de la siempre ansiada calidad de página.
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—La España Vaciada se está convirtiendo en un filón para los escritores de thrillers.
—En mi caso, he elegido este escenario por motivos personales; paso bastante tiempo en la España vaciada, sobre todo durante las vacaciones. Siempre me ha parecido muy curioso ese contraste entre las grandes ciudades y los grandes terrenos despoblados que las rodean. Suelo veranear en Soria, que está muy cerca de Madrid, a menos de 200 kilómetros, y es otro mundo totalmente diferente. No me extraña que haya muchos autores de thriller y de terror que estén utilizando estas ambientaciones para sus historias, porque son sitios en los que puede pasar cualquier cosa, a los que se les presta poca atención, y es difícil saber lo que realmente sucede allí.
—Al thriller rural le añade también elementos sobrenaturales.
—Son temas que van de la mano. Esa ambientación de pueblos y territorios poco poblados o vacíos, que se mantienen muy cercanos a la naturaleza, te muestra que no es el hombre el que está dirigiendo los elementos. No estás rodeado de creaciones artificiales como ocurre en la ciudad. Allí estás aislado de todo eso. Hay un relato del hombre contra la naturaleza, que es desconocida y un poco incontrolable; y de ahí existe solo un paso hacia lo sobrenatural. La gente que vive en esos lugares tiene tendencia a creer más en las leyendas y en historias mitológicas fundacionales. El aislamiento te hace creer que todo puede suceder.
—Hay muchos temas atravesando la obra, pero quizás puede interpretarse su novela como una metáfora sobre el fin de la vida en los pueblos.
—La verdad es que no era el objetivo principal cuando empecé a escribir la historia, pero a medida que avanzaba me di cuenta de que claramente eso era de lo que yo estaba hablando y que era un aspecto que podía potenciar. Es una metáfora poco sutil: en mi novela cuanta menos población es más fácil que los elementos sobrenaturales tomen el control del pueblo, y en la vida real es lo que está ocurriendo con los pueblos: que se quedan sin habitantes y pierden los servicios. Es un círculo vicioso que lleva a la desaparición del mundo rural. Que un pueblo desaparezca es mucho más sencillo y rápido de lo que parece.
—Me ha llamado la atención que en un thriller como este las citas con las que se abren las diferentes partes de la obra sean de Azorín, Unamuno, Machado…
—Quería rendir homenaje a todos aquellos textos que me han servido de inspiración en mi escritura. También quería recalcar lo poco que ha afectado el paso del tiempo a estos lugares. Resalto citas de Azorín, de Unamuno y de Machado que se aplicaban en su momento y se pueden aplicar hoy en día a estos territorios de los que yo hablo en la en la novela. Al leer a Delibes reconocía una esencia castellana que no ha cambiado a lo largo del tiempo. Esa fue la razón de incluir estas citas.
—¿A Castilla y León le sienta bien el terror gótico?
—Claro. Al principio, las novelas de terror gótico se ambientaban en lugares exóticos, mansiones abandonadas y alejadas de la civilización. Ahora, para el lector medio un pueblo de Castilla es tan exótico como podría serlo una villa italiana para un autor romántico. Por eso funciona tan bien, por ese desconocimiento. No sabes muy bien qué va a suceder.
—¿Ha sido difícil unir terror y costumbrismo en un mismo relato?
—No. Se trata de una tendencia actual de la de la literatura y del cine de terror. Es algo que cada vez marida mejor. A toda esta mezcla quería también añadir el folclore y las historias que ya existen. En Castilla, por ejemplo, hay un capítulo en el que hablo de los martinicos —duendes mitológicos— y de otras historias, como los aparecidos, que todavía hoy día se cuentan. Todos esos relatos populares contribuyen a la intrahistoria de los propios pueblos, que se cuentan a sí mismos. Todo se acaba convirtiendo en algo mitológico y casi en la propia leyenda del pueblo. El siguiente paso es lo sobrenatural y el terror.
—Menciona el folclore que está viviendo un boom con músicos como Ruiseñora, Rodrigo Cuevas y Baiuca. En la literatura reciente me viene a la cabeza Malaventura de Fernando Navarro. Esa cultura popular que antes nos daba un poco de vergüenza ahora es reivindicada desde muchos frentes.
—Hubo un tiempo, quizás en los años 90, incluso principios de los 2000, que nos gustaba mucho fingir que éramos un país muy moderno, muy europeo y muy avanzado. En las novelas pasaban cosas que podrían estar ambientadas en Madrid, en Nueva York o en cualquier otra gran ciudad. Sin embargo, ahora estamos volviendo más a nuestras raíces, a lo que nos diferencia y nos hace únicos. Es muy importante mirar a las infancias y a los orígenes. Para lograr eso es necesario desenterrar ese folclore. Ahora estamos mirando más ese de dónde venimos que el hacia dónde vamos. Esa era una mirada a la que yo me sumo cien por cien, porque soy hijo de mi tiempo y es de donde me sale la escritura. Tengo necesidad de volver y venir.
—En el libro se trata el tema de la masculinidad en el medio rural. Uno de los protagonistas cuando regresa al pueblo decide quitarse la pulsera arco iris por lo que puedan decir.
—Creo que la decisión de quitarse esa pulsera no responde tanto a la posibilidad de encontrarse con cierta homofobia, cuya existencia es innegable, como ocurre en cualquier otra parte, sino al hecho de llegar al pueblo, que a diferencia de lo que le ocurre en Madrid: ya no es un individuo rodeado de un montón de desconocidos. En el pueblo es alguien: es el profesor. Le conocen sus alumnos y las familias de sus alumnos. Él también tiene una familia en el pueblo. Se quita la pulsera más por la gente que conoce que por sí mismo. Volviendo al tema de la masculinidad, me interesaba hablar de gente que por su orientación sexual se tiene que ir del pueblo. Algo que no ocurre tanto por un problema de homofobia, sino porque eres el único homosexual en cien kilómetros a la redonda y no puedes vivir plenamente tu vida. La masculinidad hegemónica se impone en los ambientes más cerrados y pequeños.
—Hay narrador omnisciente, primera persona, segunda… ¿Le gusta jugar con el lector?
—Me gusta narrar las historias desde diferentes puntos de vista, pero en este caso, además, era algo intrínseco a la historia. No quería que esta fuera una historia de lo que le sucede a un personaje o a un grupo de personajes, sino que fuera la historia del pueblo. Para eso era necesario cambiar el punto de vista y no me valía con un solo narrador. Ha sido algo muy premeditado: cada narrador está elegido al milímetro, por lo que cuenta, para que se adecúe la forma a ese fondo.
—El pueblo es un protagonista más. Sobre todo, en las partes del relato ambientadas a finales del siglo XIX y principios de XX.
—Sin ninguna duda. El pueblo está vivo. Es uno de los grandes protagonistas y el narrador de la historia. Y quería mostrar ese momento histórico, porque a partir de ahí comienza ese vaciado y ese decaimiento de los pueblos en Castilla. No me interesaba hablar de los momentos de gloria, sino de lo que vino después de eso.
—Hay muchas referencias en su novela, una de las más fuertes es la de Álex de la Iglesia. También de Guillermo del Toro y Miguel Delibes. ¿Qué libros, series y películas le han influido en la escritura de este libro?
—Mis dos referentes han sido Miguel Delibes y Stephen King. Para mí It es la gran novela americana, la que mejor refleja el trasfondo de ser estadounidense. Quería hacer ese juego pero traído a Castilla. Me preguntaba cómo hubiera sido It escrito por Miguel Delibes o Carmen Martín Gaite. Pero hay muchas más influencias, como Nuestra parte de noche de Mariana Enriquez y Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Quería reflejar el carácter intrínseco del pueblo castellano con todos esos referentes, también los que comentabas: Álex de la Iglesia, Guillermo del Toro… También cuadran mucho en lo rural castellano todas esas novelas que están surgiendo en Latinoamérica, como las de Mónica Ojeda.
—¿Y Joe Hill, el hijo de Stephen King?
—Joe Hill hace algo que no se le da tan bien a su padre, terminar las historias. (Risas) Eso es algo en lo que Stephen King siempre falla.
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—Al adentrarse en su novela se percibe una obsesión por la calidad de página, sobre todo en el arranque ¿cómo le ha condicionado ser profesor en la escuela de escritores?
—Pues mucho, la verdad. Al ser profesor tengo el modo corrector activado todo el rato, y eso es algo que choca con la faceta creativa. No puedes estar escribiendo y corrigiendo a la vez. El proceso de escritura ha sido muy largo, pero el de reescritura lo ha sido todavía más. He intentado aplicar todas las herramientas adquiridas como profesor de la escuela a mi propio texto. Gracias a esa labor se agudiza el ojo: es más fácil descartar y saber qué hay que mejorar.
—¿Sus alumnos están siendo muy críticos?
—No, sorprendentemente no. (Risas) Me han dicho dos cosas: que ahora me toman más en serio, porque la novela dicen que está bien escrita, y me han echado en cara que siempre les estoy diciendo que si las cosas se pueden contar con un solo narrador no hay necesidad de usar más. Cuando han leído el libro y han visto la cantidad de narradores que utilizo he quedado desautorizado.
—Terminamos. Próximo proyecto de escritura.
—Tengo varios proyectos pensados, pero todavía no he empezado ninguno. Me gusta saltar de género. Hay ideas para seguir por el terror rural con un libro de relatos y también tengo varias novelas cortas. Además, hay una historia más larga, muy contemporánea, pero que todavía está en pañales.
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