Tras sorprender al sector editorial con Cadáver exquisito (Alfaguara, 2017), ganadora del premio Clarín de novela, la escritora argentina Agustina Bazterrica vuelve a publicar una nueva ficción: Las indignas. La novela presenta un futuro post apocalíptico, es una distopía en la que solo las mujeres han logrado sobrevivir. Lo han hecho viviendo unidas en una especie de convento donde las jerarquías sociales las han sometido hasta la humillación. Unas pocas, las Iluminadas, viven con un cierto privilegio, mientras que las indignas y las siervas se ven sometidas a maltrato y se ofrecen, motu proprio, a humillarse en beneficio de la comunidad.
En esta sociedad encriptada las mujeres pierden sus bienes, sus sueños y su identidad nada más entrar a formar parte del grupo. Sus nombres son cambiados y se les despoja de toda ilusión por el exterior. Poco a poco se desvanecen sus recuerdos de vidas pasadas y el temor permea sus vidas, las silencia, las condiciona, las convierte en indignas. En la novela, la aparición de una errante, Lucía, supondrá un convulsivo para el resto del grupo, especialmente para la protagonista cuyo destino cambiará irremediablemente.
Zenda se reúne con Bazterrica en la sede de su editorial para hablar de esta novela y del resto de su trayectoria. Hablamos con Agustina de fe y manipulación, de estructuras sociales y del desastre ocasionado por el cambio climático, del futuro oscuro en el que ambienta sus tramas, y de cómo, a pesar del horror, es posible narrar con belleza.
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—Se repite en su libro: “Sin fe no hay amparo”. ¿A qué le tiene fe Agustina Bazterrica?
—A la literatura, sin duda, a la educación pública y al amor como energía universal.
—¿De dónde surgió la idea de esta novela?
—Surgió en un viaje a Cuzco. Estudié Historia del Arte y fui al Monasterio de Santa Catalina, que tiene un patrimonio enorme de arte cuzqueño. En ese patrimonio hay un tipo de iconografía de arcángeles y fui a verlos. Era la única turista, el monasterio era bastante siniestro. Estaba ambientado como si las monjas estuvieran aún viviendo allí. Recuerdo entrar en una sala y ver una figura que me causó pavor. Pensé que era una monja, en realidad era un maniquí. Salí de ahí pensando que tenía que escribir algo sobre monjas. Lo que más me cuesta, a la hora de escribir, es tratar de no caer en lugares comunes. Sobre monjas se ha escrito mucho, y pasaron varios años hasta que se me ocurrió la idea de esta novela. Además de en esta experiencia, está basada en mi propia experiencia personal en un colegio de monjas alemanas.
—Después de haber ganado el premio Clarín con Cadáver exquisito, ¿sintió presión a la hora de escribir esta novela por la expectativa generada?
—No. Para mí cada novela, cada libro, es una búsqueda. No estoy pensando en los lectores, hay gran cantidad de libros en el mercado que se venden. Para mí es una apuesta, y esa apuesta puede fallar o no. Hay libros que, en su momento, fueron incomprendidos. Ayer terminaba de leer Bullet Park, que fue totalmente incomprendida y después fue un título que tuvo muchísima influencia. Eso sucede. Lo que me interesa es hacerme una pregunta, obsesionarme con ella y después… lo que pase con el libro no lo sabes.
—¿Quiénes son las indignas?
—En mi vida las indignas fuimos la mayor parte de las alumnas que asistimos al colegio de monjas, que nos tenían como indignas, sospechadas de pecadoras. Siempre había una gran disciplina, tenías que ser sumisa, había un gran temor con el tema del sexo, la virginidad, la pureza… ¡Es una gran falacia! En principio el germen de Las indignas está ahí. En general en nuestra sociedad, lamentablemente, debido al patriarcado todas las mujeres somos consideradas menores, como con menor valor. Por eso siguen matando mujeres, por eso hay países donde las apedrean como en la Edad Media, donde si usan mal el velo las matan. Diría que hasta que podamos trascender el patriarcado vamos a seguir siendo indignas todas, por más que algunas —me considero entre ellas— seamos unas privilegiadas.
—¿Qué van a encontrar los lectores que se acerquen a esta novela?
—Van a encontrar un libro en el que intenté narrar el horror, pero con belleza. Van a encontrar —le pasó a lectores que ya me escribieron— un sube y baja de emociones: sentir horror, sentir tristeza, llorar… Di lo mejor para este libro y espero que les guste.
—En Las indignas presenta un futuro distópico reventado por la irrupción de la IA. ¿Cree que nuestro futuro es realmente tan negro?
—Creo que si seguimos a este ritmo, depredando el Amazonas (uno de los grandes pulmones de nuestro planeta), contaminando los ríos… no veo un futuro muy positivo. Todavía las guerras del agua no sucedieron, pero no me parece tan improbable. Ojalá que no suceda, pero todo apuntaría a que sí.
—En Las indignas muestra una sociedad muy clasista donde solo a las mujeres se les permite la supervivencia y, dentro de éstas, muy pocas viven con cierta dignidad. Este es un esquema que se repite desde tiempos inmemoriales. ¿Por qué ha querido traerlo como estructura de su novela?
—Porque es un esquema que sigue. Este es el núcleo pequeño que yo cuento, pero lo puedes trasladar al núcleo mayor del patriarcado. Si bien se ha mejorado mucho —antes las mujeres no podíamos votar, no podíamos comprar nuestra casa—, aún hay que cambiar. Se siguen matando mujeres. En mi país se mata a una mujer cada 48 horas. En Latinoamérica o en Méjico es peor la cifra: cada tres horas. En Brasil también. Existe aún una estructura compleja que permite esto: que las mujeres sean consideradas objetos, objetos sexuales, objetos para desechar. Todas las mujeres que tiran en el desierto, en Ciudad Juárez. La semana pasada en Argentina un varón de 25 años tiró a su novia de 15 años por el balcón. La mató. Ahí hay una estructura. Hay gente diciendo «¿qué hacía una chica de 15 con un chico de 25?», o el típico «tenía la pollera muy corta». Hay que luchar para cambiar esto.
—En su anterior novela, Cadáver exquisito, presenta una sociedad en la que se ha legalizado el consumo de seres humanos, mientras que en esta la mitad de la población realmente ha dejado de existir. ¿Qué persigue con este tipo de novelas?
—Es contestar la pregunta “¿por qué creemos en las cosas que creemos?”. ¿Por qué un grupo de personas cree que hay un dios que es capaz de protegerlos de la contaminación o de un mundo arrasado? En mi anterior título es tremendo: gente que come gente. En Las indignas se tortura, hay personas que hacen sacrificios… Se condenan mutuamente. Estudié bastante sobre sectas para escribir esta novela. Tiene que ver con un montón de mecanismos de manipulación, entre ellos también la presión de los pares (los visten a todos igual), también tiene que ver el tema del miedo, tema que aparece en las dos novelas. Cuando generas miedo generas comportamientos irracionales en las personas.
—Se encuentra cómoda en el género de terror, concretamente en los relatos distópicos, postapocalípticos. ¿En algún momento se ha planteado escribir otro género?
—No pienso en la literatura en términos de géneros. Para mí todo es literatura y es la que me interesa, o no, leer. Cadáver exquisito en Argentina es considerado distopía, ciencia ficción. En Estados Unidos está etiquetado dentro del género horror. A partir de ahí, en el resto de los países han puesto sus etiquetas. Yo trabajo con géneros hibridados. Cadáver exquisito es lectura en muchas escuelas de Argentina, donde la consideran una novela social, hasta una novela denuncia. No descarto para nada ir hacia otro lugar, explorar otras opciones. Pero sin duda, me atrae la oscuridad.
—A pesar de toda la atmósfera tenebrosa, hay momentos de luz y, aunque apenas vislumbremos al grupo de Las Iluminadas, la protagonista encuentra, crea, con Lucía, recién llegada, instantes realmente luminosos en los que el amor, la naturaleza y el sexo son ingredientes para la salvación. En la novela también hay otras escenas luminosas, cuando la protagonista rememora su infancia y, en concreto, el universo de lecturas que creó junto a su madre. La literatura, el amor, la naturaleza… ¿son nuestros salvadores?
—Creo que sí. No comulgo con las religiones, pero sí creo que hay una energía creadora. Le podemos poner el nombre de Dios, Diosa, Misterio… ¡el que quieras! ¡Amor! Creo que somos todos (seres humanos, naturaleza, animales) desprendimientos de esa energía. Cuando vos te conectas de manera empática con un humano, un animal o la naturaleza, estás conectándote con el Amor. La salvación está en eso, en conectarse con la energía del amor. Porque puede ser una energía de amor a tu carrera, a tu vocación, no solo el amor romántico. Un amor que te mueva, que te dé un impulso vital.
—La protagonista encuentra en las palabras una salida. ¿Qué encuentra en ellas Agustina Bazterrica?
—También. Sin duda, una salvación. Leer es inspirar y escribir es expirar. Es lo mismo. Me enfermo, literalmente, me siento mal sin ello. Todo el tiempo estoy leyendo, es mi vocación, mi energía vital. La literatura y el arte me enriquecen porque me proporcionan distintas miradas sobre el mundo.
—¿Quiénes son sus referentes literarios a la hora de escribir este título?
—Hay un autor que leo, estudio, Juan José Saer, escritor argentino que me fascina porque mezcla narración con ensayo filosófico con creación de un universo sensorial y además una gran ironía. Son libros también de denuncia, porque, por ejemplo, en la novela Glosa habla sobre la dictadura militar argentina, pero no lo hace de manera directa. También son referentes Borges, Cortázar, Sara Gallardo, Silvina Ocampo, Joyce, Flannery O’Connor, Virginia Woolf, Clarice Lispector, Lorrie Moore. Leo también autores contemporáneos que voy sumando a esta lista.
—Cuéntenos, si puede, próximos proyectos literarios.
—Estoy investigando sobre brujas. Me gustaría pensar una historia contemporánea con brujas contemporáneas, pero aún estoy en el primer paso.
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