Carlos Edmundo de Ory es uno de los grandes heterodoxos de nuestra poesía, junto a Juan Eduardo Cirlot, Joan Brossa y Francisco Pino, todos ellos pertenecientes a una generación fragmentada y escindida por la guerra civil española. Ory siempre fue por libre, «descoyunta[ndo] el lenguaje», teniendo como enemigos «la razón y la lógica», encarando su actividad poética —en palabras de José Manuel Caballero Bonald— «con la dedicación fervorosa de un visionario, que lo era».
Hay quien señala la censura de los prebostes franquistas y la indiferencia de sus coetáneos —la mayoría de los poetas apenas lo tomaron en serio—, como la causa de la postergación y del silencio que el poeta gaditano padeció a lo largo de buena parte de su trayectoria creativa, hasta que en 1970 Félix Grande publicó su reconocida antología: Carlos Edmundo de Ory: Poesía (1945-1969).
Félix Grande acometió —en una obra poética tan torrencial y laberíntica como la de Ory— un meritorio trabajo de selección y contextualización, que permitió visualizar el verdadero alcance de la poesía Oryana. Pero el «surtidor andaluz» —aunque es cierto que estuvo orillado de los grandes movimientos y grupos poéticos españoles, así como de sus prebendas y canonjías— siempre tuvo un grupo selecto de lectores que en todo momento supo valorar su obra. Entre ellos cabe destacar el extraordinario cuentista Ignacio Aldecoa, compañero de pensión en Madrid, que dejó algunas jugosas anécdotas del gaditano, como que a veces lo encontraba recostado en la cama lamiéndose las rodillas porque sabían a sal y le recordaban los salobres acentos de Cádiz; así como, y dentro de esta relación de adeptos de la poesía oryana, a Eduardo Cirlot y Wenceslao Fernández Flórez, que junto a Eugenio d’Ors fueron los primeros valedores, casi únicos, del postismo. Pero también conviene señalar, además de los mencionados más arriba, a Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Leopoldo Azancot y, evidentemente, a Roberto Bolaño. Otros lectores y escritores que también le dieron grandes alegrías al transterrado gaditano fueron los integrantes del grupo literario Marejada: Rafael de Cózar, Jesús Fernández Palacios y José Ramón Ripoll.
La trayectoria literaria y creativa de Carlos Edmundo de Ory se sustancia, como a él le gustaba definirla, en «el itinerario del poeta proscrito». Un itinerario lleno de manifiestos y propuestas literarias, como el Introrrealismo, con el que intentó dar una vuelta de tuerca al postismo, así como encontrar una respuesta creativa al expresionismo y al existencialismo europeo de posguerra, en esta ocasión en compañía del pintor dominicano Darío Suro. Unos años más tarde, y bajo la influencia de los movimientos contraculturales del 68, culminará esta serie de manifiestos y propuestas estéticas desde la Maison de la Culture, con su Atelier de Poésie Ouverte (APO). En realidad, Carlos Edmundo de Ory, más que el propulsor del postismo, del introrrealismo y del APO, es el exclusivo factótum del Orysmo. Él solo en sí mismo es el ismo y todo un compendio y registro del heterodoxo vanguardismo del ámbito hispánico.
La obra de Ory se bifurca, dentro de su inquebrantable unidad, en tres registros: como poeta, como narrador y como aforista. Como narrador ha dejado una serie de relatos —El bosque (1952), Kikiriquí-Mangó (1954), El alfabeto griego (1970), Basuras (1975)—, algunos ensayos, como los que dedica a Camus (1964) y a Lorca (1967), y una novela: Mephiboseth en Onou (1973), reeditada recientemente por la editorial Firmamento (1921). Pero quizá su obra más destacada en prosa se corresponda con la no ficción, con el género más confesional y testimonial. El diario que Carlos Edmundo de Ory ha escrito durante 56 años (de 1944 a 2000), publicado en 3 volúmenes por la Diputación Provincial de Cádiz (2013), le asegura, según Caballero Bonald, un relevante lugar en la literatura española.
Pero dentro de la eclosión creativa de este inagotable y sorprendente «surtidor andaluz», la obra más singular de Carlos Edmundo de Ory —la que sintetiza y aglutina toda su irradiación creativa—, quizá se encuentre en sus Aerolitos, en su escritura aforística. Los primeros Aérolithes se publicaron en Francia en 1962, mientras que la primera versión española apareció en Cuadernos Hispanoamericanos (1965). A partir de entonces han ido apareciendo y ampliándose en diversas revistas, antologías y ediciones, como Nuevos Aerolitos (1995) y Novísimos Aerolitos (2009). A pesar de la larga tradición aforística española y europea, así como de sus notables precedentes, Jaume Pont señala como antecedentes de los Aerolitos a los lúdicos juegos verbales y experimentales postistas: “las pulgas” y “los emblemas” publicados en las revistas Postismo y La Cerbatana, así como “el enderezamiento”, «técnica intertextual mediante la que aplicando mínimas variaciones se puede modificar el texto de manera infinita».
La editorial Firmamento cierra el fragmentario círculo de los Aerolitos oryanos de manera prácticamente definitiva, al ofrecernos en una primorosa edición la obra aforística completa del poeta gaditano, que consta «de 2.450 textos» de los que «254 no habían visto la luz hasta ahora», nos aclaran las editoras. La labor documental de esta cuidadosa edición corre a cargo de Carmen Sánchez y de Laure Lachéroy, viuda de Carlos Edmundo de Ory. Los Aerolitos completos también cuentan con una lúcida y esclarecedora introducción —«Alado Carlos Edmundo»— del periodista y crítico literario Ignacio F. Garmendia.
En sus Aerolitos Carlos Edmundo de Ory nos da muchas claves sobre su poesía y su manera de ver la realidad y de abordar la creación literaria. En ellos, y a través de ellos, elabora su manifiesto más perdurable. Los Aerolitos configuran todo un sistema teórico y procedimental de los supuestos estéticos oryanos, en el que la teoría y la praxis amplifican especularmente sus significaciones. En los Aerolitos abundan las paronomasias, los calambures, las enumeraciones… Sus frases adquieren a veces la condición de «Betilo[s] animado[s]» (p. 183). Ory nos da en ellos las coordinadas de su poesía, hacia la que orienta la quilla de su creación: «Al norte Walt Whitman – Al sur César Vallejo» (p. 147). En otro, nos explica la connotativa amplificación de significados que en cada lectura se desprenden de sus aforismos, porque «El silencio es políglota» (p. 90). Todo en los Aerolitos se convierte en «fuegos de palabras» (p.89), por lo que «Ser noche [se transforma en]: anocheser» (p.139). «Poesía momentual» (p. 113) nos dice en uno de sus aerolitos, para unas páginas más adelante lanzar en otro la siguiente proclama: «No productividad, sino escritura criaturial» (p. 121). Y es que Ory, como reafirma en sus Aerolitos, «Escrib[e] poesía a bocajarro» en un intento de «Escapar[se] una de estas noches, en camisón, de la cama del hospital del mundo» (p. 180). Puedo asegurar que la mayoría de las veces lo consigue.
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Carlos Edmundo de Ory en sus Aerolitos incide, o más bien reincide en los ternarios; por ejemplo: «Ternario de Barasab Nicolescu: Nosotros, la partícula y el mundo» (p. 92); «Ternario de Karl Friedrich Gerber: Los días, el vino y las rosas» (p. 95); o «Ternario de Oscar Vladislas de Lubicz-Milosz: los pájaros, los niños, los santos» (p.103). Pues bien, a través de este sencillo procedimiento de tres enumeraciones, el poeta gaditano realiza precisos retratos esenciales. ¿Qué ternario, cabe preguntarse, representaría mejor a Ory? Yo me atrevo a proponer el siguiente: Ternario de Carlos Edmundo de Ory: el mar, la soledad, la nada.
Los Aerolitos no se agotan en una lectura y tal vez tampoco en una vida. Son muchos los itinerarios y las lecturas que subyacen en sus textos. Se pueden leer arbitrariamente, del final hacia delante, saltando sus páginas como si se barajasen las cartas del destino, o leerlo página a página, pausadamente. Pero léase como se lean, uno siempre tiene la impresión de transitar por la magia reveladora del arte.
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Autor: Carlos Edmundo de Ory. Edición: Carmen Sánchez y Laure Lachéroy. Título: Aerolitos completos. Editorial: Firmamento. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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