Thomas Mann se refirió a Theodore W. Adorno (1903-1969) no sólo como un hombre de inteligencia destacadísima, sino como aquel que más y mejor conocía las notas musicales. Hijo de una soprano lírica y sobrino de una cantante, Adorno era capaz de leerlas incluso antes que a las letras del alfabeto. Así llegó a decirlo él mismo. Acaso por eso fue capaz de exprimirlas, por no decir destilarlas.
De ahí que la suya sea una obra de conjunto, un espíritu humanista que abarca la estética, la sociología, la filosofía, la cultura… Nada quedó fuera del análisis de Adorno, mucho menos la música. No sólo escribió sobre ella, Adorno también la creó. Su faceta de compositor, sin embargo, permanece eclipsada por la de filósofo y pensador.
Durante sus años de juventud, Adorno se dedicó por igual a la música y a la filosofía. Nunca pensó que existiese una jerarquía entre y una y otra, para él ambas perseguían una misma cosa. La primera de sus piezas para piano la escribió cuando tenía 17 años. Sus primeros profesores de composición y piano, durante los días de Frankfurt, fueron el pianista, director y compositor Bernhard Sekles y Eduard Jung.
Más tarde, en 1924, decidió trasladarse a Viena. Tomó la decisión de marcharse a la capital austríaca tras presenciar, en 1924, la ópera Wozzeck, de Alban Berg, quien a partir de 1925 se convirtió en su profesor junto a Eduard Steuermann.
La Teoría Crítica que Adorno impulsó, configuró las preocupaciones de un saber global de la Escuela de Frankfurt, que se expresa en la obra multidisciplinar del alemán. Ese elemento forma parte de su análisis, incluida su concepción de música y filosofía como partes de un mismo proceso.
De ahí se desprenden sus ideas sobre una teoría estética y una sociología de la música, también sus disertaciones sobre la práctica musical, el atonalismo, la dodecafonía o el estudio de compositores desde Bach, Beethoven, Schubert, Richard Strauss o Weill a Wagner, Mahler, Berg, Schönberg o Stravinski.
La mayoría de sus textos sobre la materia sobrepasan la crítica de la música, y se enfocan en la relación que ésta tiene con la sociedad que la produce, la interpreta y la escucha. En Filosofía de la nueva música (1948), Adorno se centra en el análisis de la música contemporánea. En esas páginas procura demostrar que la única vía de supervivencia de la música, su verdad social, sólo es posible gracias a su aislamiento de la cultura de masas.
En sus Escritos musicales, tres volúmenes traducidos por Alfredo Brotons Muñoz y publicados por Akal, así como en sus Monografías musicales (también traducido y publicado en español por el sello Akal) es posible apreciar su análisis y reflexión sobre la música de Wagner, Mahler y Berg, también sus principales trabajos de teoría musical («Figuras sonoras», «Quasi una fantasia»), en los que aborda diversas cuestiones relacionadas con la nueva música.
El interés y la reflexión de Adorno abordó desde el estilo tardío de Beethoven, pasando por la imaginería de El cazador furtivo o los cuentos de Hoffmann en los motivos de Offenbach. Su visión total de la belleza y de la obra de arte en función del sistema donde ésta es creada y expuesta son indisociables de su concepción sobre la música, aunque no en la creación musical propia como tal. Sus interpretaciones y composiciones son, según sus estudiosos y especialistas, prolongaciones de su escritura, eran una vía de clarificación, una sinfonía del pensamiento.
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