El comparatismo entre literatura y cine ha generado una fértil producción ensayística, principalmente en inglés y francés y, en menor medida, en español. Son más numerosos los libros de cine que se ocupan del cine de los años setenta, década otrora denostada por críticos e historiadores de cine pero que, en la actualidad, observada con cerca de medio siglo de distancia, se antoja esencial en el devenir de la Historia del Cine (1888-2021) y en el de la cultura moderna. El cine europeo y el norteamericano se imbricaron aún más de lo que venían haciendo ya desde el período mudo, y en los años setenta nos brindaron largometrajes de enfoques tan heterogéneos como transgresores. Por supuesto, guionistas, productores y directores siguieron recurriendo a la literatura como material de partida e inspiración para sus ficciones fílmicas.
En esta serie de artículos reseño algunas de las películas más representativas, adaptaciones europeas de los años setenta. Traslaciones al cine de obras literarias de autores como L. P. Hartley, Arthur Conan Doyle, Anthony Burgess, Anthony Shaffer, Rainer Werner Fassbinder (adaptándose a sí mismo), Giovanni Arpino, Frederick Forsyth, William Makepeace Thackeray, el premio Nobel Władysław Stanisław Reymont, Willi Heinrich, Joseph Conrad, Robert Graves, Günter Grass, Bram Stoker, los hermanos Arkadi Strugatsky y Boris Strugatsky, y Thomas Hardy. La selección es voluntariamente heterogénea. El lector / espectador recordará de forma desigual los títulos que he elegido. Por supuesto, cada selección es subjetiva y arbitraria. No obstante, con ella, trato de dibujar un panorama amplio en el que se ve cómo escritores de épocas, estilos y ámbitos lingüísticos muy distintos, han sido adaptados al cine de formas tan diversas como incluso antagónicas, en función de las poderosas personalidades de los cineastas que los han adaptado (en la mayor parte de casos siendo directores-guionistas): Losey, Wilder, Kubrick, Hitchcock, Mankiewicz, Fassbinder, Zinnemann, Risi, Wajda, Wenders, Peckinpah, Ridley Scott, Skolimowski, Schlöndorf, Herzog, Tarkovski y Polanski. (Todos europeos —algunos retornados de Hollywood, caso de Wilder, Hitchcock y Zinnemann—, excepto cuatro estadounidenses que vinieron a filmar a Europa: Losey, Mankiewicz, Kubrick y Peckinpah). Todos directores de primer nivel, que admiro profundamente, tanto como a los escritores que ellos adaptaron. Si con estas líneas contribuyo a que se lean las obras literarias que inspiraron los films, y el visionado o revisionado de dichas películas, me doy por enteramente satisfecho.
El mensajero
(The Go-Between, 1970)
Las modas son algo estrambótico, aleatorio y caprichoso. Cuando en 1951 Joseph Losey abandona Estados Unidos, con cinco películas dirigidas y muchas obras teatrales a cuestas, es un total desconocido en Europa (y en América sólo lo conocían algunos intelectuales, tampoco nos vamos a engañar). Recala en Italia y rueda con el seudónimo de Andrea Forzano Stranger on the Prowl / Imbarco a mezzanotte (1952). Luego, afincado en Londres, sigue teniendo problemas por su pasado comunista y firma con el seudónimo de Victor Hanbury El tigre dormido (The Sleeping Tiger, 1954) y con el de Joseph Walton Intimidad con un extraño (The Intimate Stranger, 1956). En septiembre de 1960 la revista Cahiers du Cinéma populariza el nombre de Losey en Europa, cuando ya ha rodado doce films. Ello no hace más visibles sus películas de los años cincuenta, pero le permite rodar con más medios, más autonomía autoral y financiera e, incluso, fundar una productora con su amigo Dirk Bogarde. Desde entonces y hasta El mensajero, su prestigio no deja de crecer, hasta mediados de los años setenta, década en la que dirige obras tan estimables como Galileo (1975) o El otro señor Klein (1976) y otras tan soporíferas como El asesinato de Trotsky.
El mensajero, tercera y última colaboración con Harold Pinter y celebrada Palma de Oro en el Festival de Cannes, supone el cénit de su atribulada carrera. Adapta con cerebral maestría una novela de un escritor hoy olvidado, L.P. Hartley (1895-1972), y es una de las cimas del cine europeo de su tiempo. Casi tan olvidada como la excelente El sirviente, guarda con ésta varias concomitancias, la condición parabólica del relato, las referencias izquierdistas y sociales presentes en las relaciones personales y de clase —más hegelianas en el caso de El sirviente, marxistas en el de El mensajero—, la compleja puesta en escena en base a movimientos de cámara aislando metafóricamente a los personajes o la claustrofobia pinteriana que siempre me recuerda a Polanski (no en vano calificado, ya en 1966, del “Harold Pinter polaco”), así como el barroquismo casi obsesivo de su estética, aquí más acentuado que nunca. La densidad narrativa de El mensajero, la no linealidad de la historia, la expresividad psicológica, de un pesimismo atroz, entroncan directamente con Accidente. Da igual que se adapte una novela de Robin Maugham, de Mosley o de Hartley, la visión cosmológica de Losey, pasada por el filtro de Pinter, es la misma, acaso, cada vez más triste y desesperanzada.
El mensajero narra brillantemente cómo el septuagenario Leo Colston (Michael Redgrave) regresa a la región de Norfolk y se produce una rememoración nostálgica. Recuerda el año 1900, cuando era niño (Dominic Guard) y fue invitado a la mansión de un amigo. El niño se enamora de Lady Marian Trimingham (Julie Christie) y ejerce de inocente intermediario (esa es la traducción literal de la expresión inglesa “go-between” y no la de “mensajero”), mandando cartas de amor, mensajes que esconden citas entre ella y el viril capataz Ted Burgess (Alan Bates), relación amorosa a la que se opone la familia, también Mr. y Mrs. Maudsley (Michael Gough y Margaret Leighton) y Hugh Trimingham (Edward Fox). El virtuosismo del montaje permite que los saltos temporales no frenen la acción, más bien la aceleran, de modo que todo es un largo flashback fusionado con el presente narrativo.
******
Dirección: Joseph Losey (La Crosse, Wisconsin, EEUU, 1909 – Londres, 1984). Guión: Harold Pinter, basado en la novela de L. P. Hartley. Fotografía: Gerry Fisher. Música original: Michel Legrand. Música no original: Georg Friedrich Händel (extractos de “Theodora”), Arthur Sullivan (canción “Take a Pair of Sparkling Eyes”, extraída de The Gondoliers). Dirección Artística: Carmen Dillon. Montaje: Reginald Beck. Producción: John Heyman, Denis Johnson, Norman Priggen, Robert Velaise. Intérpretes: Julie Christie, Alan Bates, Margaret Leighton, Michael Redgrave, Dominic Guard, Michael Gough, Edward Fox, Richard Gibson, Simon Hume-Kendall, Roger Lloyd-Pack, Amaryllis Garnett, Keith Buckley, John Rees, Gordon Richardson. Nacionalidad: Reino Unido Duración: 118 min. Color.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: