«Durante el concierto, por muy bueno que sea, por muy reales que sean las emociones que se conjuran, por mucho que me esfuerce por que resulte físicamente conmovedor e inspirador, todo es ficción».
Bruce Springsteen, ‘Born to run’ (Random House, 2016)
Avisa desde la primera frase del prólogo: La sombra del fraude marca su vida desde el principio. Bruce Springsteen se presenta en su autobiografía como un hombre obsesionado por encontrar una identidad propia, alguien que pelea por huir de unos orígenes a los que al mismo tiempo tiene que volver para sentirse cómodo. Se aferra a dos tablas de salvación: la música y su obsesión por controlarlo todo. A veces estos dos salvavidas se funden en uno, escapan y son sustituidos por antidepresivos.
La historia de Bruce Springsteen es la de un impostor, como la de casi todos, pero al menos él lo reconoce. Es el monaguillo que no cree en Dios pero sigue predicando la redención, el defensor del trabajador que gestiona su fortuna desde un rascacielos neoyorquino, el niño mimado que se niega a que lo vean como tal, el fan que en realidad ya se ha integrado en la vida de sus ídolos. Su confesión probablemente forme parte de una terapia, pero es un acto de valentía, una guerra abierta contra su propia impostura, algo inesperado en una estrella del firmamento del rock and roll. Gracias, jefe.
«Imagino una vida y me la pruebo, a ver cómo me queda», asegura. Su vida real hunde las raíces en un pueblo obrero, Freehold, en el seno de una familia católica italo-irlandesa marcada por una figura paterna esquizofrénica, enferma, a quien teme parecerse demasiado. Springsteen quiere huir, pero no puede evitar volver constantemente a todo aquello que le definió en su infancia y adolescencia, no puede dejar de ser quien es. Sus personajes le ayudan a escapar pero siguen viviendo en la costa de Nueva Jersey. Al salir de casa se topa con Sandy, Rosalita, Johnny, Mary o Jack.
A partir de ese conflicto interior, el artista fabrica una voz propia que le convierte en una estrella mundial. Algo que celebrar, sin duda, pero que alimenta las contradicciones de Bruce. Su único refugio para tanta tensión interna es el trabajo, donde es un obsesivo del control, donde pelea al máximo por escapar a través de la ficción que él mismo ha creado. De ese mundo forman parte sus amigos de toda la vida, una pandilla que conecta su mito con la vida real, la E Street Band.
Canciones y pastillas
Habla de música. Abre la puerta para que veamos cómo nació su obsesión siendo un niño, cómo la fue materializando en su adolescencia, cómo siempre tuvo claro que era capaz de llegar hasta lo más alto con una guitarra al hombro. El propio autor va desmenuzando su proceso creativo, disco a disco, explicando el por qué de cada canción, de cada sonido, justificando la ausencia de democracia en grabaciones y giras, alabando el trabajo de quienes contribuyen a hacer más fuerte su dictadura musical. Como jefe es implacable, como amigo, fiel, y tiende a mezclar las dos cosas.
Es un escritor que teme ser malinterpretado, no se da cuenta de que es algo inevitable una vez que la audiencia hace suyas las canciones. No soporta el uso que los republicanos hicieron de ‘Born in the USA’, pasa miedo cuando una parte del público, blanco de clase media americana, no asume el mensaje integrador de ‘American skin’. No entiende que su discurso político funcione mejor en Europa que en Estados Unidos. Aunque en el libro no incida en Donald Trump, debe estar sufriendo por no poder cargarse a guitarrazos al candidato a la presidencia.
Son las canciones, el impacto de su trabajo en el público, sus largas actuaciones en interminables giras, quienes consiguen calmar a la bestia que le destruye y amenaza con derribar su entorno. Las canciones, su familia y las pastillas que le recetan cada vez que se ve al borde del abismo.
El título de la autobiografía, ‘Born to Run’, hace referencia a las ganas que siente Springsteen por dejar atrás cualquier tipo de atadura. Sin embargo, no consigue huir de sus miedos primigenios, como el de acabar pareciéndose a su padre. En ese sentido, bien podría haber titulado su autobiografía ‘Adam raised a Cain’, una canción que no ha incluido en el disco que acompaña al libro.
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