—Buenos días, chata, ¿está Maricarmen? No la veo.
—Hola, Paqui, hoy no está, que ha cogido el covid la pobre, pero la peina Berta, ya verá qué guapa la deja.
—Es que a mí sólo me peina Maricarmen.
—Ya verá cómo es Berta, mujer, déjela. Si no le gusta, hoy le cobramos sólo el lavado. Espere un poco en esa silla, ahora le llevo una revista.
Y Paqui se sienta un rato en la silla de la entrada a esperar a que le laven la cabeza. Lleva años yendo todos los jueves a la peluquería de su barrio, desde que era una peluquería “bien”, hasta que se convirtió en una de esas unisex, según pone fuera en letras de neón. No le gusta cambiar de peluquera, porque Maricarmen fue la única que pudo convencerla de que no necesitaba plis. A lo mejor por eso ya no se le quedaba el pelo color malva, no lo sabe. Y desde que lleva el pelo blanco está mucho más guapa, así que a ella solo la peina Maricarmen.
Observa a la nueva, a la tal Berta. Edad indefinida, chándal rosa fuerte y una riñonera en la cintura de la que va sacando pinzas, bigudíes y otros artilugios. Es negra, muy negra, y muy grande. Y ese pelo tiene que ser una peluca. A ver si va a ser la vecina nueva de su amiga Conchi, que el otro día en la partida les contó que en el segundo había entrado una familia diferente. Y arrugaba la nariz al contarlo, pero se hizo la misteriosa como siempre y no soltó prenda del porqué de la diferencia.
Una chica joven le pone la bata y la acompaña al lavabo y con los masajes en la cabeza se le pasa un poco la ansiedad de saber si la peinarán bien. No tiene buena pinta esa Berta, pero habrá que aguantarse, porque mañana vienen todos a merendar y tiene que estar decente. Su vecina de lavabo está tan tranquila, comentando a todo el que la quiere escuchar que va a meter el pan de ayer en el horno un poquirrinín, a ver si se reviene, que parece que si no, se le queda muy duro. Se distrae barruntando que su vecina bien podría comprar una barra nueva cada día, que lleva un bolso que parece caro, pero enseguida se arrepiente de haber pensado mal y se da cuenta de que si algo se puede decir de su vecina de lavabo, es que es ahorradora, y eso siempre es de admirar.
No como Berta, que aparentemente derrocha kilos, salud, y color. Y bigudíes, Dios Santo, ¿cuántos lleva en ese cinturón? Ay, Señor, el covid de Maricarmen, qué inoportuno. Ya se lo podía haber cogido un jueves por la tarde y entonces con suerte, para el siguiente jueves por la mañana estaría tan fresca en la peluquería peinándola a ella.
Berta se acerca cimbreante, la toma del brazo y la acompaña a su sillón. Paqui se deja hacer resignada, como si fuera al matadero. La nueva le desenreda con suavidad, con una sonrisa de dientes blanquísimos que Paqui se pierde, porque no tiene intención de abrir los ojos hasta que Berta acabe con ella. Y mientras la peina, tararea alegre. Ta-ra-re-a. Lo que hay que aguantar. Con los ojos cerrados Paqui presta atención a la melodía, porque le suena, aunque ella no puede tener nada en común con esta joven. Parece que es algo de María Dolores Pradera, ¿será posible? Berta enlaza Caballero de fina estampa con La flor de la canela, y Paqui no se da cuenta de que cuando llega a “las rosas en la cara”, están cantando juntas. En perfecta simbiosis siguen con las Habaneras de Cádiz y María la Portuguesa, con Carlos Cano. Al final de la canción, Berta le aprieta suavemente el hombro, Paqui abre los ojos y se busca en el espejo, con temor.
Está guapísima. Mira con alegre timidez a Berta y le desliza una buena propina en la riñonera. Hay que ver qué buena es la vecina del segundo de Conchi. Y alegre. Y profesional. Y qué sonrisa, oye…
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