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¡A escribir! - Blas Ruiz Grau - Zenda
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¡A escribir!

A las buenas, querido lector. Hay que ver lo que estamos avanzando ya. Hace nada estaba contándote que antes de escritor, debías ser lector y ahora, mira. Ya eres un lector magnífico, sabes si eres organizado o veleta, tienes tu programa listo para el tecleo, tienes una trama estructurada, tus personajes parece que están vivos...

A las buenas, querido lector.

Hay que ver lo que estamos avanzando ya. Hace nada estaba contándote que antes de escritor, debías ser lector y ahora, mira. Ya eres un lector magnífico, sabes si eres organizado o veleta, tienes tu programa listo para el tecleo, tienes una trama estructurada, tus personajes parece que están vivos y te has documentado a tope. ¿Y ahora qué es lo que toca?

La respuesta es evidente: ahora hay que dar forma a todo eso en un texto atractivo.

Para que esto resulte así no hay una fórmula que funcione. Ojalá la tuviera, yo la utilizaría. Pero sí es cierto que hay una serie de buenas costumbres que deberías tratar de probar para ver si así lo consigues. La primera de todas ellas quizá sea la base sobre la que se asiente todo lo demás. Supongo que ya te he hablado acerca de ello, quizá en otro de los textos anteriores, pero la constancia es la estructura del edificio que pretendes construir. Sin ella no hay resultado aceptable.

"Conozco el caso de Javier Marías, que lee y relee lo escrito en un mismo día. Que es capaz de romper una y otra vez una página (escribe a máquina) hasta que queda tal y como él quería."

Ahora dirás: Claro, Blas, ¡qué fácil lo pones! Ya quisiera yo sentir que todos los días puedo sentarme y escribir varias páginas de una tacada. A ver, esto puede parecer una tontería, pero si de verdad quieres hacerlo, puedes. No hay más que “obligarte” a sentarte delante del ordenador (o libreta, folio en blanco o lo que te dé la gana). El simple hecho de haber realizado ese acto te prometo que te lleva a escribir. A mí, personalmente, hay días en los que la cabeza me traiciona y le da por pensar que estoy perdido, que no sé cómo continuar algo, que no sé si tengo ganas y me saldrá del todo bien lo que haga… Bobadas. Entonces me obligo a sentarme y, una vez tengo el Scrivener abierto, te prometo que todo empieza a fluir. No me preguntes cómo, pero fluye. Supongo que todo depende de ponerse a hacer algo o no ponerse. Es parecido a lo que dijo Yoda: «Hazlo, o no lo hagas (pero no lo intentes)». Si lo haces llega, créeme. Siéntate. No pienses tanto y actúa. Aparca tus dudas, porque no traen nada bueno. Recuerda que ya te lo has currado mucho antes de este proceso, por lo que no vas a fallar.

Una vez ya estás sentado y decidido, déjate llevar. No lo digo en el sentido del que te hablaba cuando te conté lo de ser organizado o veleta. Si lo tienes todo estructurado al milímetro, pues transcríbelo dándole ese matiz que necesita todo texto para ser atractivo. Si, en cambio, quieres dejarte llevar y ver qué hace el viento contigo, más de lo mismo. A lo que me refiero es que no dudes a la hora de teclear. Que pongas todo lo que necesites poner sobre la hoja en blanco y no te quedes con la sensación de que te estás dejando nada.

Antes de continuar, debería decirte que este proceso no es definitivo. Cuando escribí mi primera novela cometí ese error y lo acabé pagando. Tienes que tener claro que después habrá varias fases más que mejorarán lo escrito, así que te aconsejo que te dejes llevar en el más amplio sentido de la palabra. De quitar siempre habrá tiempo. No trates de ser tan perfeccionista desde un primer instante porque te puedes llevar un hostGOLPETAZO en la cabeza. Supongo que ese perfeccionismo lo puedes ir desarrollando con el paso de los años y las novelas. Por ejemplo, conozco el caso de Javier Marías, que lee y relee lo escrito en un mismo día. Que es capaz de romper una y otra vez una página (escribe a máquina) hasta que queda tal y como él quería. Pero nosotros no tenemos todavía su nivel, seamos realistas. Empecemos por lo básico, y es hacer un poco las cosas a lo bruto. Ya habrá tiempo de corregir, de leer, de releer, de volver a corregir y de volver a todo lo demás otra vez. Para adquirir soltura es mejor no volverse loco. Más que nada porque, ya te digo, puedes salir escaldado de eso.

"Ojalá la escritura de una novela fuera un camino de rosas en el que, aunque lo tengas todo planificado el milímetro, no apareciera ninguna piedra que te lo bloqueara por completo."

Llegados a este punto te contaré que hay escritores que se ponen metas diarias, y eso está muy bien. Yo no sé muy bien si englobarme en ese grupo, porque a veces actúo así, otras no, pero ya digo, me parece una muy buena idea. También te digo que seas realista. No quieras escribir diez mil palabras diarias si para eso vas a sufrir una presión inaguantable (los primeros días puede que puedas, pero más tarde, cuando aparecen escollos, te puede agobiar bastante). Si crees que quinientas o mil palabras está bien al día, adelante. Si crees que puedes con veinte mil, eres mi héroe. El caso es que ponerte esa meta crea contigo mismo una especie de pique sano que te hace avanzar casi sin que te des cuenta. Y eso, cómo no, es bueno.

Hace unas líneas te hablaba sobre escollos. Llegarán, no te preocupes, porque llegarán. Ojalá la escritura de una novela fuera un camino de rosas en el que, aunque lo tengas todo planificado el milímetro, no apareciera ninguna piedra que te lo bloqueara por completo. Pero es que no es así. Supongo que si lo fuera no sería tan atractivo como lo es.

Sí. Llegarán momentos en los que sientas desesperación porque una situación no fluya como tú esperabas. Porque un personaje, de pronto, te resulte plano. Porque algo que pasa te lleve a un callejón sin salida. Tranquilo. Pasa. A todos. No me creo que haya algún escritor que no se las haya visto con un problema de este tipo. Si te pasa, el único consejo que puedo darte es que no te obsesiones. Aquí también te hablo desde un plano de conocimiento de causa. En mi segunda novela me “obligué” a resolver una situación que, de pronto, se había bloqueado. Esa obligación me hizo no encontrar la situación durante un tiempo considerable. Pero eso no fue lo peor. Creó en mí una inseguridad que impedía a su vez que pudiera encontrarla. De pronto, todo lo que había escrito hasta el momento era una porquería. El trabajo había sido en vano y la vida, en general, era una mierda. Sí. Así lo llegué a pensar.

"En cuanto a la duración de los capítulos, a su longitud más bien, poco te puedo decir, porque sólo tú sabes cómo quieres estructurar tu obra."

Fue en ese momento de bajón cuando lo dejé. Llegué a pensar que de manera definitiva. Me alejé de la novela y me relajé. Recuerdo hasta el momento en el que todo volvió a fluir: estaba en la ducha, tranquilo. Entonces me vino. De pronto. De repente. Sin más. Estaba tan relajado que esos pensamientos volvieron a girar y la pescadilla dejó de morderse la cola.

¿Qué trato de contarte con esta anécdota de abuelo Cebolleta?

Que te relajes. Que te tranquilices. Que te alejes unos días si hace falta y que dejes de pensar en ello. Te prometo que entonces y sólo entonces te viene lo que necesitas.

Si después de haberte alejado no te viene, entonces sí que has planteado algo mal en la novela, y te toca volver atrás, analizarlo y tratar de darle solución. Ojo, que esto también me ha pasado y no es nada malo rectificar y tirar por otro camino.

Otro de los trucos si te ocurriera esto y, suponiendo que en tu novela pase algo más que la trama con la que estás (no digo que sea una telenovela de mil enredos, pero en lo habitual, hay más personajes que interactúan y que dan lugar a subtramas aunque sean diminutas), es que sigas con alguna de las subtramas que te he comentado. Esta es otra de las ventajas que tienen programas que dividen el texto en escenas como puede serlo Scrivener. Puedes escribir otra mini historia diferente con la que estás bloqueado y no sabes por dónde salir para no perder ritmo y volver a la otra cuando te sientas capaz. Esto, en editores como Word, Pages y demás es posible pero más complicado al escribirlo todo seguido. Pero vamos, que si no sabes de lo que te hablo dirígete al tercer artículo de este blog y verás como resuelvo tus dudas.

"A la hora de crear diálogos entre los personajes intenta que sean lo más reales posibles. Esto puede parecer básico pero es, al menos para mí, extremadamente difícil."

En cuanto a la duración de los capítulos, a su longitud más bien, poco te puedo decir, porque sólo tú sabes cómo quieres estructurar tu obra. Yo tengo muy claro cómo quiero que sean los míos, que no es ni más ni menos que de la misma manera en la que me gusta leerlos. Capítulos cortos. De una extensión de dos a tres mil palabras (aunque no soy tiquismiquis, unos pueden tener mil quinientas y otros unas cuatro mil o así). Y es que el gran Gabri Ródenas (escritor que recomendaré hasta que yo muera) definió una vez ese tipo de capítulos con un “para ir al wáter”. Y si se entiende bien lo que quiere decir eso, pocas palabras más hacen falta. Pero vamos, que esto está en el gusto de cada uno y de lo que quiera contar en cada uno de ellos.

Por otro lado está la elaboración de frases dentro de esos mismos capítulos. Soy defensor a ultranza de las frases cortas. Creo que son más directas, más impactantes y eso crea un mejor efecto a la hora de expresar algo. Algo no está mejor explicado por usar más palabras en su descripción, sino, creo, por encontrar las precisas. Eso no quiere decir que alguna frase tenga que ocupar una extensión considerable. Eso es algo que tú deberás saber y que con el tiempo manejarás mejor. Pero sí que te recomiendo que trates de usar el menor número de palabras para relatar. Así no perderás la atención del lector.

Esto que te cuento ahora lo he aprendido recientemente. No uses adjetivos en exceso. No hace falta contar que un coche es tal, tal, tal, tal y tal para que el lector se haga una idea de cómo es. Además, que puede que sea algo que no aporta nada a la historia y hace justamente lo que te he dicho antes, que el lector pierda su atención.

A la hora de crear diálogos entre los personajes intenta que sean lo más reales posibles. Esto puede parecer básico pero es, al menos para mí, extremadamente difícil. Debes imaginar siempre la situación y pensar si lo que están hablando suena real o es forzado porque a ti te da la gana. También debes de tener en cuenta que no toda la gente habla de la misma manera, debido a un estatus, una cultura, unos estudios y diversos factores más. Reconozco que esto es algo en lo que yo mismo peco. Ahora trato de fijarme más, pero sé que en Siete días de marzo cometí ese error (que aunque la haya publicado ahora, la escribí hace cuatro años. Aunque no es excusa, porque tendría que haberla corregido de cabo a rabo, pero eso es otro tema ya). El caso es que no todos hablamos igual. Y no son ganas de dividir la sociedad, es que es la pura realidad. Eso llévalo a tu texto, porque lo hará más creíble.

"Lo último que te voy a recomendar (y esto también es experiencia propia) es que lleves cuidado con los cliffhangers."

Lo último que te voy a recomendar (y esto también es experiencia propia) es que lleves cuidado con los cliffhangers. Si no sabes lo que es, un cliffhanger es acabar un capítulo en alto, es decir, dejar una situación sin resolver y, digamos, con una tensión en el lector que le obliga a pasar página para ver si se resuelve o no. Y cómo, claro. Es un recurso muy utilizado y funciona muy bien. Yo lo uso, pero sí me he dado cuenta según he ido evolucionando de que no puedo hacerlo de una manera tan constante. Hay algunos lectores que te alaban esa capacidad de dejar siempre la tensión ahí, pero hay otros a los que no les gusta nada y que aborrecen estar siempre con esa sensación. Supongo que esto es más como en todo, que necesitas tú mismo saber lo que a ti te gusta y aplicarlo, pero si me dejas aconsejarte úsalos si quieres pero no lo conviertas todo en un cliffhanger constante. Da un respiro a las situaciones y al propio lector. Seguro que te lo acaba agradeciendo.

Y no me quiero despedir sin pedirte, por favor, que disfrutes. Sólo así podrás hacer que alguien sienta eso mismo una vez lea tu creación.

Seguramente me deje muchos consejos por darte que podrían valerte, pero como soy un veleta esto lo he ido escribiendo sobre la marcha y sin saber muy bien qué quería y qué no quería contarte (eso último es un decir, quiero contártelo todo). Si necesitas saber algo más que no te ha quedado claro o, simplemente me quieres contar cualquier cosa, tienes mi correo (BlasRuizGrau@hotmail.com) en el que te atenderé encantado. Contesto siempre, aunque sea con retraso. Para enterarte de primera mano de todas las novedades que tienen que ver con mis cositas, mis novelas y demás tienes mi Twitter. Espero que me sigas y que nos veamos muy a menudo. https://twitter.com/BlasRuizGrau

Ni se te ocurra pensar que estos artículos acaban aquí. Todavía me queda mucho por contarte.

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Blas Ruiz Grau

Blas Ruiz Grau (Rafal, Alicante, 1984). Informático y escritor. Auto publicó su primera novela (La verdad os hará libres) en 2012, con una buena acogida por parte de los lectores. Su segundo trabajo (La profecía de los pecadores, 2013) ya ha superado las 80.000 copias (papel y digital), obteniendo diversos números 1 en todo el mundo en las listas de los más vendidos de Amazon y Casa del Libro. Kryptos (2015), en apenas unas horas, se colocó número 2 en los más vendidos de Amazon y en muy pocos días alcanzó el número 1, hecho que se repitió hasta en una decena de ocasiones y en una larga lista de países. Un fenómeno de ventas con el que decidió donar todo su beneficio a la ONG Educo, que se encarga de dar de comer a los más pequeños. Al poco tiempo acabó fichando por Ediciones B. Pronto publicará dos nuevos trabajos. Su presencia en redes sociales, sobre todo en Twitter, es muy activa (@BlasRuizGrau).

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