A 23 pasos de Baker Street (23 Paces to Baker Street, 1956) forma parte de ese paraíso mil veces prolongado en el tiempo, cierto que últimamente con menor cadencia, que es el cine en el cine. En este caso uno de esos cines, no lo recuerdo bien, de primer reestreno o, quizás, de programa doble, en tardes de jueves o de domingo, que festoneaban la madrileña calle Fuencarral y aledaños. Se quedó grabada para siempre en mi memoria porque contiene ese rosario de imágenes indelebles, sonidos, diálogos, emociones, que componen el imbatible cóctel del cine. Lo que recuerdo desde esos, ay, demasiados lejanos y felices años de mi infancia en los 50, es un Londres envuelto canónicamente en la niebla, un protagonista ciego que escucha en un pub —niebla y pubs, scotch y agua, sirenas de gabarras navegando en el Támesis— retazos de una conversación que cree pueden formar parte de una conspiración criminal, una creencia que se transforma en una obsesión que nadie comparte, y aún menos los obtusos tipos de Scotland Yard. Lo que también recuerdo es la tensión de la película, los giros inesperados, y sobre todo, el final, un piso vacío que el ciego deja a oscuras y la aparición esperada del malvado. Nunca olvidaré el diálogo que el astuto ciego graba en un magnetófono, algo así como “¡Hola, Mr. Evans, ya estamos iguales!, ¿o es que le da miedo la oscuridad?”. Un combate a ciegas en la oscuridad que todo lo iguala. Es curioso que, cuando vi en el cine por primera vez esta película, yo no había leído a Sherlock Holmes, y por tanto ignoraba que vivía en el 221b de Baker Street, ni encajaba las brumosas calles y callejones de Londres propensas a las conspiraciones criminales, un escenario que descubrí algunos años más tarde, cuando devoré sus cuentos en la biblioteca familiar de la casa conquense de mi abuela en Vellisca durante un verano, para mí el año cero, el comienzo de la era Holmes.
No volví a ver la película en mucho tiempo, yo diría que casi treinta años, más o menos, más tarde cuando la descubrí en DVD. Reconozco que la visioné con el vago temor de que el recuerdo formidable de la infancia pudiera desvanecerse con el paso implacable del tiempo. No tal. Desde entonces regreso al neblinoso y amenazador Londres circa 1956, en color deluxe y scope, cortesía de la 20th Century Fox, dispuesto a sumergirme en la clásica belleza de una narración clásica, clara, directa, ritmo impecable y estilizada manera de contarla sin tapujos, con emoción y un punto de desarraigada melancolía. Milagrosamente, Dios sea bendito, siguen intactos, incorruptos, inmaculados, los sonidos y emociones de antaño, la niebla londinense, las sirenas de las gabarras pasando por debajo del Puente de Londres, los pubs, y el desenlace final, el combate a oscuras con una provocadora y sarcástica voz grababa en un magnetófono.
Y algo más, algo que la magia del del DVD o el Blu-Ray te permiten degustar una y otra vez. Lo primero que A 23 pasos de Baker Street cuenta es una historia de oscuridad y ceguera, de soledad y desesperación. A Philip Hannon (Van Johnson), un autor teatral de éxito, un suceso, una enfermedad, un accidente, le ha dejado ciego, pero esa ceguera ha cavado en su alma y en su vida una profunda depresión afectiva, que se muestra en sus maneras bruscas y una autoconmiseración notable. Ha dejado en el camino, en su camino hacia la oscuridad de la ceguera y de la soledad desesperada, muchas cosas, pero en especial ha dejado la posibilidad de ser feliz. Rompió con Jean Lennox (Vera Miles) para que ella no tuviera que cuidarle, ocuparse de él, porque como tantos otros enfermos ignoran que el amor, si se siente como tal, es algo más que un mero servicio de intercambio. Depende, claro, de otros, cotidianamente de su mayordomo Bob Matthews (Cecil Parker), pero ese es un arrendamiento de servicios y no de emociones y sentimientos. Por eso la conversación escuchada a retazos en un cercano pub rasga las tinieblas de su ceguera. Adquiere una misión, vive una narración más allá de los melodramas personales que escribe para el teatro. El niño que vio la película en los 50 ignoraba cómo se aproxima lo que cuenta a los relatos, novelas y obras de teatro de Somerset Maugham, y como ese pedigrí literario de disección psicológica de una profunda herida sentimental se emparenta misteriosamente con la idea de la novela de detectives —descubrir con lógica—, pero muchas veces más oscuras, los dramas de la vida encapsulados en un hecho criminal. El solitario y misántropo detective consultor del 221b de Baker Street no anda muy alejado de Philip Hannon, el improvisado detective de la novela de Philip MacDonald, convertida en un brillante guion por Nigel Balchin.
Y luego está el misterio Vera Miles, esa actriz, mejor, esa mujer, que prefirió quedarse embarazada a convertirse en carne y celuloide de Madeleine-Judy, en manos del alquimista Hitch en Vértigo. Cada vez que veo a Miss Miles como orgullosa y enamorada pionera tejana en Centauros del desierto, o la golpeada y depresiva Mrs. Balestrero, la verdadera víctima de un error humano, policial y judicial en Falso culpable, quedo subyugado por su elegante belleza tranquila, inesperadamente sensual, llena de promesas, apasionada, jamás rendida, inteligente, exigente, cuya mirada te ofrece algo que nunca puedes imaginar, una vida propia que quiere que la compartas con ella.
A 23 pasos de Baker Street es el fulgor del cine clásico en su esplendor en la hierba del poema de Wordsworth, las emociones y la verdad en celuloide de nitrato de plata a veinticuatro fotogramas por segundo, que según Monsieur Godard era simplemente la verdad. Gobierna todo ello el gran Henry Hathaway, un ogro en el plató, un maestro en la puesta en escena dominando el ritmo, el plano, el espacio, la emoción.
El apartamento de Philip Hannon domina el Támesis, que discurre ajeno a todos a sus pies. Suele pedir a quienes le visitan que describan lo que ven, ya que él no puede hacerlo. A su izquierda la lejana Torre de Londres y San Pablo, a su derecha el Big Ben en restauración y el Parlamento. Suele haber una luz dorada, el testamento de un día camino a la noche, quizás se levante la niebla, quizás haya comenzado a despejarse. En el plano final, cuando Philip Hannon le pide a Jean Lennox que describa lo que ve, lo que comienza es una vida interrumpida por una ceguera total.
P.D. En un momento dado, un perdido transeúnte en medio de una neblinosa noche londinense le pide a Hannon que le indique dónde se encuentra, y éste le indica que a 23 pasos de Baker Street. Pero me temo, un misterio más, que el elegante apartamento de Hannon cara al Támesis y no lejos de Charing Cross está a mucha, pero mucha más distancia que esos 23 pasos de Baker Street. Vale.
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A 23 pasos de Baker Street (23 Paces to Baker Street). Producida por Henry Ephron para la 20th. Century Fox. Dirigida por Henry Hathaway. Guión de Nigel Balchin, adaptando Warrant for X, una novela de Philip MacDonald. Fotografía de Milton R. Krasner, en color De Luxe y cinemascope. Música de Leigh Harline. Vestuario, Travilla. Montaje, James B. Clark. Dirección de arte, Maurice Ransford y Lyle R. Wheeler. Interpretada por Van Johnson, Vera Miles, Cecil Parker Patricia Laffan, Maurice Denham, Isobel Elsom, Estelle Winwood, Liam Redmond, Natalie Norwick, Martin Bensom. Duración, 103 minutos.
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