Afrontamos ya la cuarta semana de confinamiento, los números no nos acompañan —mucho menos la Fuerza—, y las cifras de víctimas siguen creciendo muy por encima de nuestras posibilidades. Porque víctimas son las que enterramos, son las que no han podido despedirse de ellos y serán las que agonizarán en vida cuando se reactive la actividad económica. Y van a ser muchos, muchísimos —pertenezcan a homo empresarius, autónomus o trabajadorus por cuentus ajenus— los ejemplares de estas especies que estarán en serio peligro de extinción cuando el Gobierno decida abrir progresivamente nuestras jaulas domiciliarias. La jungla es así y no va a haber un solo ecosistema que se libre de ello, cierto, pero si hay uno que va a sufrir especialmente ese es el a veces odiado y otras tantas envidiado inframundo de la cultura.
Es una verdad indubitable: cuando la economía estornuda la cultura se resfría. Y la gravedad es proporcional a la magnitud de la enfermedad —hágase una idea—. A eso añada que en nuestro país todo lo relacionado con el arte se percibe como una actividad superflua, prescindible, de tirar antes de usar. La cultura es gasto, nunca una inversión. ¿Y qué es lo primero que se hace cuando vienen mal dadas?
Pues eso.
El ministro Rodriguez Uribes se encargó de confirmar esta misma semana mi sospecha en una comparecencia en la que confirmó que no habrá medidas específicas para el sector. En Francia, por ejemplo, su homónimo conseguía movilizar un total de 22 millones de euros para apoyar a la música, a los espectáculos, al sector editorial y al resto de artes plásticas. En Alemania van más allá todavía e incluyen la industria cultural entre los bienes de primera necesidad, lo cual le da derecho a acceder a la línea de liquidez ilimitada prevista para combatir la crisis.
Pero tranquilos todos, que aquí no necesitamos ninguna medida específica.
Así, la música, la literatura, el mundo audiovisual, el teatro y el resto de artes escénicas van a ser las últimas de la lista en recibir las ayudas institucionales que requerirán para salir a flote, del mismo modo que las van a necesitar el resto de sectores que conforman nuestro tejido económico. Hoy toca, por lo tanto, hacer valer las voces de las más de setecientas mil personas que integramos este colectivo en España, voces que se van a dejar de escuchar en el momento que la maquinaria productiva vuelva a ponerse en marcha.
Pongamos el foco, por ejemplo, en la Industria Musical. Como bien sabrá, desde hace ya unos cuantos años se sostiene no gracias a las ventas de ejemplares físicos ni digitales, sino por los ingresos generados de las actuaciones en vivo, conciertos y festivales. Mucho tendrían que cambiar las cosas para que, en el escenario más optimista, pudieran volver a permitirse las aglomeraciones de personas antes del otoño, lo cual supondría estar medio año sin actividad. Medio año sin facturar. Casi nada. Y no piense solo en las bandas, piense en discográficas, distribuidores, estudios de grabación, técnicos de imagen y sonido, productores, salas de conciertos, y así podría seguir hasta un total de… Muchos oficios. Demasiados. Mano sobre mano.
Una fotografía similar es la que va a retratar a todos los que integran el resto de artes escénicas y que viven de vender entradas en recintos que nadie sabe cuándo volverán a abrir sus puertas al público. El panorama para la Industria Editorial no es más halagüeño. Con las librerías cerradas, el día del libro en tu casa y las decenas de ferias del libro suspendidas, se estima que se van a perder al menos un 30% de la facturación anual. Y esto, a pesar del esfuerzo que se está haciendo por impulsar la venta del formato digital, va a suponer un hachazo —que llega en un momento de tibia recuperación después de una década de estrepitosa caída— tras el cual muchos libreros, editores, distribuidores y escritores ya no van a poder levantarse.
La parte positiva, quizá la que más, es que como sociedad estamos demostrando que somos capaces de poner en marcha pequeñas pero eficaces iniciativas que están logrando parchear las costuras de algo que supuestamente nos amparaba; algo que conocíamos como «Estado del Bienestar». Ojalá algunas de estas vayan orientadas a rescatar el mundo de la cultura, porque, como no parta de nosotros, me da la sensación de que nos van mirar desde la superficie mientras nos hundimos hasta lo más profundo de la zona abisal. Si eso ocurre y cuando se restablezca la nueva normalidad no queda nadie que se ocupe de provocar emociones ajenas, quizá y solo quizá, empecemos a pensar que tanto sufrimiento confinado no ha merecido la pena.
Pero solo quizá.
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Artículo publicado en El Norte de Castilla
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