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Pasaba por aquí (Tiempos de coronavirus 14) - Manuel LLorente - Zenda
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Pasaba por aquí (Tiempos de coronavirus 14)

Foto: Daniel Mordzinski —Sí hay, yo he oído un gritito. —Pues yo no he visto nada. Y enseguida apareció. Grande, oscura y repelente. No me atreví a cogerla. Ella tampoco. Como yo era el dueño de la casa me sentí algo ajeno a aquella urgencia. No podía ni mirar. Ella seguía con su gritito minúsculo...

Foto: Daniel Mordzinski

Debía de hacer calor, la habitación —cuadrada, pequeña y con cortinas— estaba en penumbra. Estábamos Micahela y yo. De pie.

—Sí hay, yo he oído un gritito.

—Pues yo no he visto nada.

Y enseguida apareció. Grande, oscura y repelente. No me atreví a cogerla. Ella tampoco. Como yo era el dueño de la casa me sentí algo ajeno a aquella urgencia. No podía ni mirar. Ella seguía con su gritito minúsculo en una esquina. Hasta que Micahela la cogió no sé cómo. Sólo tuve que abrir la ventana.

Al despertar tenía al lado La peste de Camus.

"Y así una y otra vez. Pero muy pocos, como Luis Eduardo Aute, saben contarlo y cantarlo"

—Goethe no dijo al morir “¡Más luz!” sino “¡Más nada!”. Antes ha reclamado la presencia de su añorado Wittgenstein y se ha enfadado con su amigo Eckermann. Es la versión que Thomas Bernhard imaginó en el relato ‘Goethe se mmmmuere’. En la literatura todo es posible, somos capaces de creer cualquier cosa. Y somos capaces de adoptar como válida la versión que más nos apetezca: un mundo hecho a nuestro paladar. Y ahora, más que nunca.

—“Ningún teléfono cerca/ y no lo pude resistir/ pasaba por aquí…”. Siempre caemos, somos débiles. Regresamos donde no deberíamos, donde juramos no regresar. Nada bueno puede traer visitar lo que se fue. ”Pero no había ningún teléfono cerca”, diremos para justificarnos. Y así una y otra vez. Pero muy pocos, como Luis Eduardo Aute, saben contarlo y cantarlo.

—Es verano, ella tiene calcetines blancos hasta media pierna. Estamos solos. Hay tanta luz que no se puede distinguir nada de lo que hay alrededor. Tiene una falda plisada y quizá una camisa blanca de manga corta. Se recoge las piernas y la falda, de cuadros, desciende hasta media pierna. Cela diría que eso era suficiente para una novela, que el resto era cuestión de talento. También puedo decir que el lector allá se las componga, que por qué no se la imagina. Basta que, ya en la cama, antes de dormir, recree la escena una y otra vez. Que la ubique en un parque o en mayo junto a un arroyo de aguas revoltosas. Y así hasta que se duerma. Y que al día siguiente lo escriba en una libreta que ha dejado en la mesilla. A ver lo que sale. Y así todos los días. Antes de una semana seguro que ha inventado una novela. Pues eso.

—Diez de la mañana. En la calle a por el pan y el periódico. Con la excusa de una pequeña hogaza de centeno con nueces y de paso dos cartas al buzón, paso por una tienda con seis u ocho personas en la calle. Hay una discusión. Un muchacho alto y con delantal increpa a un octogenario: “La ley es nuestra familia”. El resto está en silencio, sin guardar el metro entre unos y otros. El hombre murmura algo y se calla. No había visto hasta hoy ningún incidente parecido. Bueno, alguien sí que me ha comentado que los hay que increpan a algunos que van por la calle. Y que los hay, también, que tiran globos de agua por la ventana a los «sospechosos».

"Lo de Aute. Encima no puedes ni dar un abrazo a Marichu, su mujer, ni a ninguno de sus hijos. Ni una triste ceremonia o lo que fuese"

—Hoy en la radio alguien dice que la mal llamada «gripe española» mató al uno por ciento de la población de entonces, de hace un siglo. Causó más muertos que la Primera Guerra Mundial. Y que luego llegó si no el desenfreno sí unas ganas locas de pasar página, de divertirse, los felices años 20, la época del charlestón… Hasta que llegó el ‘crack’ del 29. En 1933 Hitler llega al poder mediante las urnas, en 1935 se aprueban las leyes que empezaron a asfixiar a los judíos, la Segunda Guerra Mundial con su masacre de víctimas, las dos bombas atómicas…

—Lo de Aute. Encima no puedes ni dar un abrazo a Marichu, su mujer, ni a ninguno de sus hijos. Ni una triste ceremonia o lo que fuese. Tampoco hay posibilidad de que haya un concierto para abrazar al que está al lado, aunque no le conozcas. No le conocerías pero de algún modo te reconocerías a través de él. Por no haber, ni un responso, ni unas palabras de aliento que te reconforte la mañana. Al menos te llama uno y otro recordándole, contando anécdotas. Pero cuelgas y sigues con el malestar en el cuerpo. Y en el ánimo. Pones un CD con canciones suyas y no sabes si es mejor dejarle que cante o apagarlo para no ahogarte. Nunca se sabe cómo acertar.

—Reportaje en La 2 sobre la Fundación Gulbenkian. Muestran un cuadro de Manet. Un niño sopla una larga pajita que acaba de mojar en un cuenco de cerámica con agua y jabón. El globo está a punto de explotar. ¿Refleja nuestra inocencia en enero, antes de que todo empezara?

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Manuel Llorente

Periodista, redactor jefe de Cultura de El Mundo. Autor de dos libros de poemas: Desmesura y Si la palabra fuera un espejo. @llorente_manu

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