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Relatos ganadores del concurso sobre el amanecer - Zenda
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Relatos ganadores del concurso sobre el amanecer

El amanecer ya tiene premios. Alejandro Molina Bravo y Enrique Fernández son el ganador y el finalista del segundo concurso literario de Zenda, patrocinado por Iberdrola. El jurado, que ha valorado la calidad literaria y la originalidad de las obras, ha estado formado por los escritores Juan Eslava Galán, Juan Gómez-Jurado y Lea Vélez, la agente literaria...

El amanecer ya tiene premios. Alejandro Molina Bravo y Enrique Fernández son el ganador y el finalista del segundo concurso literario de Zenda, patrocinado por Iberdrola. El jurado, que ha valorado la calidad literaria y la originalidad de las obras, ha estado formado por los escritores Juan Eslava Galán, Juan Gómez-Jurado y Lea Vélez, la agente literaria Palmira Márquez yJuan Mateu de Ros, por parte de Iberdrola.

El premio para Alejandro Molina Bravo, autor del relato ganador, titulado Una niña, es de 2.000 euros. El premio para Enrique Fernández, autor de Paco, relato finalista es de 1.000 euros.

Cerca de mil relatos han participado en el concurso literario de Zenda sobre el amanecer. Ofrecemos aquí el relato ganador y el finalista. Para participar en el concurso, celebrado entre el viernes 20 de mayo y el viernes 27 de mayo, había que escribir un relato en internet en lengua española con la palabra amanecer. Según las bases del concurso, el relato debía ser publicado en internet mediante una entrada en un blog, una anotación en Facebook o un tuit en Twitter.

Una niña
Relato de Alejandro Molina Bravo colgado en su blog.

Y ahora me meten adentro y está oscuro y encienden el fuego y yo me quemo. Pero no lloro, porque no me duele, no me duele, no, y no tengo miedo. Aquí al lado hay una chica también y la chica es guapa y también arde y no le duele. Y afuera hace frío pero yo no tengo frío. Y afuera está el sol y el sol es grande y caliente y amarillo y rojo. Y el sol brilla, el sol brilla en muchos sitios: en el cielo y en las nubes y en el mar y en los pájaros que vuelan y que no, y en los cristales y en los espejos. Y en los espejos veo mucha gente, y hay muchos espejos y mucha gente, y hay gente en casa, pero no en la mía, y tampoco en mi habitación, porque yo no estoy. Pero hay mucha gente, y hay gente que grita y que ríe y que llora donde hay espejos pero no hay sol. Y el sol también brilla en el amanecer y en la lluvia que caerá mañana, porque mañana va a llover, va a llover mucho. Pero hoy no, hoy hace sol y el sol brilla en las hojas de los árboles y hace sombras en la calle y en los sitios donde no llueve, y hace sombras en el parque donde voy a jugar, el que tiene los toboganes grandes y los columpios que hacen ruido, y hay mucha gente en el parque también y hay niños y hace sombra en los niños y en las hormigas, y los niños las matan y les quitan la cabeza pero el cuerpo y las patitas se mueven como si la tuvieran y parece que no están muertas pero sí lo están y las hormigas muertas lo saben y las otras hormigas corren muy rápido, así, y se meten todas a la vez dentro de su casa, del hormiguero, sí, y allí, allí tampoco brilla el sol. Y hay otros niños, está Migue y María y Lau y Cris y Dani. Y Dani está en los columpios y se mueve arriba y abajo, así, ¿ves?, así, pero no se cae, no, y un día se caerá, pero no le pasará nada. Yo no estoy en los columpios pero da igual, porque lo veo y veo la cara de Dani en la sombra y en el sol, y también la casa de las chuches y los helados y el sol que brilla también en las piruletas de corazón que me gustan y que me compra la yaya, que tiene una piruleta en el bolsillo del abrigo pero no se acuerda. Se acuerda ahora, mira, ¿ves?, mete la mano y la saca y la mira y se acuerda y llora y le duele la cabeza. La yaya no está en el parque, está aquí afuera y hay mucha gente que la abraza y que llora y que están serios y tristes y también abrazan a mamá y a papá. Mamá y papá también lloran mucho y se abrazan y a mamá también le duele la cabeza y está triste y parece que no llora porque lleva las gafas de sol que me gustan y que me pongo a veces, pero sí llora y luego en casa llorará también y se quitará las gafas y irá a mi habitación y verá las fotos de la playa, las fotos que seré, y pensará en mí y llorará. Y yo también pienso en mamá y en papá y en que están tristes y ven cómo me meten aquí adentro a lo oscuro y el fuego y que me quemo. Pero yo no quiero que estén tristes y no quiero que lloren, no me gusta, es feo, no quiero que lloren porque no me duele, no me duele nada, y no tengo miedo. Pero mamá y papá no lo saben, no lo saben, y eso sí que es triste, que yo lo sepa y ellos no. Que esto no es malo, y que yo no estoy triste y que he jugado y que así está bien.

Paco
Relato de Enrique Fernández colgado en su blog.

Llego a la cita una hora antes. No podía aguantar los nervios en casa. Hago memoria, pero no consigo recordar la última vez que quedé a solas con una chica. Estoy sudando. Mala elección vestir hoy con camisa.

Saco el teléfono y miro la foto de Cristina. Otra vez. Es la única imagen que tengo de ella; la que aparece en la aplicación de buscar pareja. Una treintañera rubia y de mirada hipnótica. ¿Qué más puedo pedir?

Podría ser cualquiera de las mujeres que pasean a mí alrededor. Hay morenas, pelirrojas, bajitas, delgadas… Ninguna se parece a Cristina; a la foto que tengo de Cristina. Igual me ha engañado y ha puesto la cara de la más buenorra de su grupo de amigas.

Dentro de veinte minutos debería estar por aquí. Me acerco a una de las salidas de la estación de metro de Goya. Empiezo a saludar a todas las rubias de mirada hipnótica.

—¿Cristina?

—No.

—¡Hola Cristina!

—Te has equivocado.

—Cristina, eres más guapa que en la foto.

—Gracias, pero no soy yo.

—Buenas tardes, Cristina, creía que ya no ibas a venir.

—Aparta o llamo a la policía.

Mejor esperar tranquilamente. Ya es la hora exacta a la que hemos quedado. Las mujeres pueden llegar a ser bastante impuntuales, pero no espero un gesto tan feo de Cristina en nuestra primera cita.

Alguien me agarra del hombro. Giro la cabeza con entusiasmo. Sólo puede ser ella, ¿quién si no vendría a saludarme? ¡Vaya! sí que me ha engañado. Es morena, muy alta, de ojos verdes y algo mayor de lo que pensaba…. No tiene nada que ver con la foto y no voy a quejarme por ello.

—¿Paco?

Podría decirle que se ha equivocado. No soy el hombre que busca. Pero ante la ausencia de Cristina…

—Encantado— Nos damos dos besos — Tenía muchas ganas de verte, perdona por llegar tarde. El metro va fatal últimamente.

No sé cómo se llama. Realmente no sé nada sobre ella. ¿Qué importa? Juguemos a ser Paco.

—Estoy un poco nerviosa, es la primera vez que quedo con alguien a través de esta aplicación.

Bingo. Paco es otro fracasado como yo. Y además no ha llegado a tiempo a su cita, o ha dejado tirada a esta pobre mujer. Él se lo pierde.

Caminamos por la plaza sin rumbo fijo. Descubro que la chica se llama Patricia. Vive en Madrid desde hace varios años. Ha tenido cuatro parejas formales y marido. Pidió el divorcio tras descubrir que frecuentaba los prostíbulos de Cuatro Caminos. Un auténtico drama la vida sentimental de Patricia.

Nos sentamos en la terraza de un bar. Dejo que hable ella, necesito recabar más información sobre Paco. Cualquier comentario desafortunado puede ser utilizado en mi contra. Mejor escuchar, asentir y aprender. Es fácil dejar que Patricia tome las riendas de la conversación. Muevo la cabeza arriba y abajo y ella continua parloteando. Basta con alternar “sí”, “claro”, “es verdad”, “¿en serio?” cada medio minuto para que no cierre la boca.

Después de beber tres cañas lo sé todo sobre mi amigo Paco. Es guardia civil, vino de Andalucía hace siete años y le encanta el fútbol. Se distrae viendo series por internet y es un tío hablador. Escucha rock y se emborracha en los bares de Malasaña.

—Eres más joven que en las fotos de la aplicación— Patricia sonríe— ¡Y parecías menos tímido!

Empiezo a sudar de nuevo. Está tan entusiasmada que ni se entera, pero debo andarme con cautela.

—Es que hablar en persona es más difícil— Intento imitar el acento andaluz.

Patricia rompe la pequeña tregua y vuelve a inundarme con sus vivencias. Cada cierto tiempo aporta pequeñas pinceladas sobre Paco que ayudan a perfeccionar mi papel. Me siento cómodo siendo un guardia civil andaluz.

Dejo que hable mientras me fundo en la piel de Paco. Me imagino vestido de verde poniendo multas a incautos. Echo de menos a mi familia, está lejos. Hago cálculos mentales de lo que he gastado este mes en entradas de fútbol. Silbo una melodía de Los Suaves y ataco. Paco ataca.

—Ya es tarde, ¿vienes a mi casa a tomar la última? — Pregunta Paco, que es un hombre atrevido y curtido en mil mujeres.

A Patricia le cuesta reaccionar.

—Vivías aquí cerca, ¿no? — Le tiembla la voz.

—Más o menos.

Nos levantamos y pago la cuenta. Paco es generoso, o algo así ha dicho ella hace rato. Tengo el coche detrás del Palacio de Deportes. Patricia me sigue sin mediar palabra. Llegamos a los diez minutos.

Saco una cerveza de la nevera y la bebemos juntos. A Paco nunca le faltan provisiones. Patricia no tarda en buscar mi boca. O la de Paco. Y la beso; lo hacemos los dos, Paco y yo. Entramos los tres a la cama y Patricia explota. Dos hombres contra una mujer, un orgasmo detrás de otro.

No sabría decir cuándo me quedo dormido. O si el que se ha quedado dormido ha sido Paco y no yo. Los primeros rayos del sol empiezan a despertarme. A mí o a Paco. Y veo a Patricia a mi lado; a nuestro lado.

Agarro el móvil de la mesita de noche. Esta vez es el mío, no el de Paco. Lo sé porque veo cinco llamadas perdidas de Cristina y diez mensajes insultándome. La bloqueo y borro su número.

Mierda, el móvil. Ese invento del demonio. Busco el de Patricia entre las sábanas intentando no despertarla. Doy con él sin mucho esfuerzo. No tiene código de desbloqueo, va a ser fácil cambiar el número de Paco por el mío. Así ahorraré problemas al menos durante unos días.

No encuentro el teléfono de ningún Paco en la agenda. Tampoco hay Franciscos, ni Curros, ni siquiera algún Fran. Y por supuesto ni rastro de la aplicación en la que supuestamente se conocieron. Paco no existe. Y Patricia sonríe en sueños, ¿qué importa lo demás? Cuando despierte seguiremos jugando. Algo me dice que este no será nuestro último amanecer.

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