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Selección del concurso de relatos #Heroínas - Zenda
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Selección del concurso de relatos #Heroínas

Más de 500 relatos han sido presentados al concurso de historias de #Heroínas, dotado con 3.000 euros y diez ejemplares del libro gratuito de cuentos en torno al 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, coordinado por Juan Gómez-Jurado y patrocinado por Iberdrola. Heroínas es una obra colectiva, patrocinada por Iberdrola, que incluye relatos de Elia...

Más de 500 relatos han sido presentados al concurso de historias de #Heroínas, dotado con 3.000 euros y diez ejemplares del libro gratuito de cuentos en torno al 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, coordinado por Juan Gómez-Jurado y patrocinado por Iberdrola.

Heroínas es una obra colectiva, patrocinada por Iberdrola, que incluye relatos de Elia Barceló, Espido Freire, Luz Gabás, Arturo González-Campos, Alaitz Leceaga, Manel Loureiro, Raquel Martos, José María Merino, Bárbara Montes, César Pérez Gellida, Blas Ruiz Grau, Karina Sainz Borgo, Mikel Santiago y Lorenzo Silva, que está ilustrada por Fran Ferriz y que ha sido coordinada por Miguel Munárriz y Leandro Pérez.

El jurado está formado por los escritores Juan Gómez-Jurado, Espido Freire, Juan Eslava Galán, Paula Izquierdo y la agente literaria Palmira Márquez. El viernes 13 de marzo se publicará quiénes son el ganador y finalista. Las bases se pueden consultar en este enlace

Bajo estas líneas reproducimos los diez relatos seleccionados. Al resto se puede acceder a través de nuestro foro Iberdrola. Gracias a todos por participar.

1

Larga travesía de esperanza

Lola Sanabria

Noche cerrada. Noche sin luna. Boca de lobo que hiere sin daga ni bala. Entra la humedad al hueso y se queda ahí. Tirita el miedo de puro miedo. Jasira protege su barriga con la manta que tejió durante la espera. Suena y resuena en la memoria su corta vida. Todos los días recorría kilómetros para recoger agua y leña. Ordeñaba la cabra, amasaba el teff para las injeras. Traía el estiércol. Cuidaba de sus hermanos pequeños y recorría las vías del tren en busca de escoria. A veces se sentaba a la puerta de la choza y, si el cansancio no la vencía, era una niña que jugaba con una muñequilla hecha con harapos y cuerdas. Se pinchaba el dedo y con su sangre le dibujaba una gran sonrisa. Sonríe y la sonrisa se le congela en mueca. Entonces era feliz. Luego vinieron las guerras. Las violaciones. El terror. El mar mece la patera. Son demasiados dentro. Jasira no tiene miedo. Lo dejó en las chozas quemadas, en los llantos de niños, en los golpes de machetes que mutilaban y mataban, en las fronteras, en cada camino, en los pies llagados, en el hambre que masticaba cualquier cosa. La dieron por muerta como a toda su familia, pero decidió vivir. Ahora todo eso forma parte de una pesadilla. Ahora viene el dulce sueño. Nota las primeras contracciones. Espera un poco, susurra a la vida que lleva dentro. ¿No ves las luces a lo lejos? Pronto llegaremos, aguanta que ya estamos. En el otro lado de la barca, acaban de echar por la borda el cadáver de Ashanti. Aún falta  mucho para alcanzar la costa.

2

La última vez

Beatriz Berrocal

«Es la última vez que pegas a mamá».

Y el chorro de agua salió de la pistola de juguete dejando al hombre empapado de vergüenza.

Los adultos quedaron mudos comiéndose el silencio en el que vivían siempre, solo ella, la más pequeña de la casa, levantó la voz para rescatar a su madre del fondo del pozo.

3

Ministra

Juan Aguirre

Ayer fui nombrada ministra y el presidente, en su discurso, alabó mi templado carácter, mi absoluta dedicación, mi imponente currículo académico y profesional. Entre mis principales retos, destacó el de limpiar el prestigio de un ministerio empantanado por la corrupción, el de adquirir los medios necesarios para la revolución tecnológica, el de alimentar la ilusión de los funcionarios, el de allanar asperezas entre los miembros del gobierno de progreso.

Volví a casa un poco desconcertada. Entre líneas resultaba obvio que, otra vez, me iba a tocar limpiar, hacer la compra, la comida y, me temo, planchar, que no me gusta nada.

4

Tu propia aventura

Anaqueles abarrotados

Bienvenida al juego.

Ahora te llamas Berenice. En tu tierra recibiste la ciencia de astrónomos y doctoras. Durante años te entrenaron las más diestras amazonas y los mejores maestros armeros. Aprendiste la diferencia entre luz y tinieblas con sabias hechiceras y magos poderosos. Tus viajes te permitieron dominar varias lenguas. Atravesando océanos de fuego, arena y hielo has llegado hasta aquí en busca de tu destino. Los peligros de la Torre de Cristal te aguardan.

Tus características de partida son las siguientes:

—Armas: escudo, ballesta, ordenador portátil, teléfono móvil

—Experiencia: 7

—Habilidad: 8

—Ingenio: 9

—Resistencia: 8

—Magia: 5

—Oro: 4

—Alianzas en otras torres: 2

El Concilio de las Sombras se reúne en el piso más alto. La profecía dice que uno de sus miembros devolverá un día la esperanza a las criaturas que habitan la Torre. Tú puedes ser la Elegida, pero antes de ser aceptada deberás derrotar al Espectro que custodia la sala del Concilio.

¿Estás dispuesta?

Acabas de dejar a los niños en la guardería. El coche hace un ruido extraño. Tiras los dados y la puntuación te obliga a dejarlo en el taller. Puedes ir andando y arriesgarte a llegar tarde, o tomar un taxi. Optas por lo segundo. Pagas la carrera y compras víveres en un puesto ambulante. Tus reservas de oro bajan a dos puntos.

Cruzas el vestíbulo de la Torre hacia el ascensor. La puerta se abre con un chirrido escalofriante. Dentro hay tres trolls con traje y corbata. Puedes entrar con ellos o subir veinte plantas por la escalera sacrificando cuatro puntos de resistencia.

Decides usar el ascensor. Los trolls te rodean. Tratan de intimidarte con comentarios obscenos y miradas desafiantes. Gastas un punto de magia para tomar una poción contra la estupidez.

Tiras los dados.

Sumas cuatro a tu puntuación de ingenio. Suficiente para sostener el combate hasta la última planta. Al abrirse el ascensor, la luz que entra por los ventanales cae sobre los trolls convirtiéndolos en piedra.

Avanzas por el pasillo y encuentras tres puertas. Debes elegir bien. Decides atravesar la del centro. Ante ti cobra forma un oráculo que te corta el paso. Tiras los dados. El resultado hace que recibas en el móvil el siguiente mensaje:

El príncipe se ha extraviado en el bosque. Su color azul se desvanece por momentos y no sabe defenderse de las arañas gigantes que acechan en la espesura. Ni siquiera tiene qué comer. ¿Qué decides, Berenice? Puedes confiar en que salga adelante por sus propios medios, o enviarle parte de tu coraje y potencia.

Sacrificas dos puntos de habilidad, tres de ingenio, tres de resistencia y uno de oro. El oráculo te anuncia que el príncipe sobrevivirá gracias a tu generosidad. Te concede un punto de experiencia, refuerza tu escudo y te permite pasar.

Al otro lado de la puerta encuentras a una mujer. La conoces, habéis sido compañeras con el mismo supervisor. El Concilio acaba de apropiarse de su presentación y, como castigo a su esfuerzo y talento, la ha degradado al segundo sótano. Debes decidir si prestarle o no tu ayuda.

Le traspasas un punto de experiencia y otro de habilidad. Gastas dos puntos de magia en una poción de autoestima y un hechizo liberador. A la cuenta de correo de tu compañera llega la cita para una entrevista en la Torre de Rubí. Tiras los dados y aumentas en cuatro la puntuación de habilidad y en uno la de magia. Tu número de alianzas en otras torres sube a tres.

Sigues avanzando.

El pasillo se bifurca. El camino de la izquierda, iluminado por luz fluorescente, conduce a la seguridad de tu despacho. Allí solo amenaza un peligro, pero es el más temible: que todo siga exactamente como está. Si tomas el de la derecha, sumido en las tinieblas, llegarás a la Sala del Concilio.

Eliges tinieblas y tiras los dados.

Sumas cuatro puntos de resistencia. Sabes que necesitas diez para enfrentarte con ventaja al Espectro. Te falta uno, pero estás segura de que podrás compensarlo con ingenio y algo de magia.

En cuanto das un paso la sombra del Espectro se cierne sobre ti.

Al principio su aullido te paraliza. Pero el Espectro es el último obstáculo antes de la Sala del Concilio. Debes combatir el mal desde dentro si quieres devolver la luz a la Torre de Cristal.

El Espectro conjura tres demonios de Finanzas y Contabilidad.

Tiras los dados. Revisas los libros de cuentas y vences a los demonios, pero pierdes un punto de resistencia y dos de ingenio por cada uno.

El Espectro lanza dos dragonas del departamento jurídico. Escupen bolas de fuego y leyes enrevesadas.

Usas la carta del escudo y la de la ballesta. Tiras los dados. El escudo te protege y atraviesas el corazón de las dragonas. Has gastado cuatro puntos de resistencia y tres de ingenio.

El Espectro nota que estás débil. Has clavado una rodilla en el suelo e intentas reunir tus últimas fuerzas. Esta vez te va a atacar sin recurrir a conjuros. Quiere acabar contigo con sus propias garras.

Debes decidir entre huir a tu despacho o hacerle frente para entrar en la Sala del Concilio de las Sombras. Solo dispones de dos puntos de resistencia y uno de ingenio. Pero sabes que sumas experiencia y habilidad de sobra. Y al fin y al cabo, eso es lo que cuenta en esta situación.

Levantas la cabeza buscando los ojos llameantes del Espectro.

Te yergues ante él sin apartar la mirada…

…y tiras los dados una vez más

5

Heroicas campesinas

Rosa Mateos García

Hay perros en llamas bajo las encinas, y en el bancal sólo germinan hoy mis huesos.

La quijada del planeta se estremece en domingo, mientras a mi alrededor estallan las manzanas, como bombas de racimo.

Y no.

No me engaño en absoluto.

Soy consciente de que mañana fermentarán las tripas del carro de bueyes, cuando nuestro palomar se acoja a sagrado.

Pero soy una hija del arado, amamantada por la tierra.

Y si el campo tiene frío, yo arrancaré mi piel para arroparlo.

Y aunque mi sudor dibuje puntos suspensivos en la nieve, aquí seguiré hasta mi postrero invierno.

Porque hoy, las últimas de Filipinas, cambiamos nuestros fusiles por azadas.

6

Palabras

@zarapeich27

Lejos quedaba Paniza, su pueblo natal. Recluida en su salón, no podía negar que echaba de menos el viento frío, aquel cierzo zaragozano que se introducía en el cuello y helaba el corazón. Pero se debía a su autoimpuesta labor, a su clausura léxica. Palabras, palabras, palabras. Desenterrar los significados, exprimir los matices, drenar los diferentes pigmentos de cada vocablo. Palabras que hicieran olvidar la guerra perdida y los amigos caídos. Palabras que se alzaran por encima del arresto administrativo que la encerró en un trabajo vulgar y anodino. Palabras que justificaran una vida. Palabras.

Amor: sentimiento experimentado por una persona hacia otra que se manifiesta en desear su compañía, alegrarse con lo que es bueno para ella y sufrir con lo que es malo.

Retrepada en su sillón orejero, María Moliner sonríe ante su diccionario.

7

Pedrito

María Arenas

Mamá siempre está muy ocupada. Desde que supo de la existencia de Pedrito, siempre ha estado pensando en él. Ella dice que al principio estaba segura de que le quería, pero a veces noto que desearía haberse podido deshacer de él. Ahora la familia es la familia, y eso no se puede romper, dice.

A pesar de eso, yo los quiero mucho a ambos. Pedrito juega conmigo casi siempre que yo se lo pido y no le importa que me coma varias pastas en el postre (lo cual a mamá le pone enferma).

A veces, ayudo a preparar la comida de Pedrito con mamá. Aunque nos pasamos muchas horas en la cocina, él no duda en quejarse si algo no le gusta y eso hace enfadar a mamá.

Ella le saca todos los días a pasear e incluso ha buscado un colegio para él, pero a Pedrito no le gusta ese lugar. Y creo que a ese lugar tampoco le gusta Pedrito. De hecho, no es el primero al que va. Mamá me ha contado que le han echado de más de uno. Pobre Pedrito.

A veces desde mi cuarto, puedo escuchar sus berrinches. Que por qué le cambian la tele o que quiere algo para merendar. Qué injusto, yo me hago el bocadillo desde hace dos años. Sin embargo, a Pedrito no se le puede decir que no. No queremos que se nos enfade.

Por las noches, le cuesta dormir. Le pide a mamá que le haga compañía, aunque ella querría estar despierta un poco más. La noche es el único momento en el que mamá no trabaja.

Algo que me diferencia de Pedrito, es que él no se deja duchar. Lo cual me extraña, porque siempre he tenido la sensación de que le gusta que hagan todo por él. Cuestión de orgullo, supongo.

A veces escucho a mamá llorar, que qué desgracia de vida, que qué va a hacer ahora. Y cuando eso pasa yo no puedo parar de preguntarme por qué se casó con el profesor Juan Pedro Abad (o Pedrito, como yo le llamo).

8

Prejuicios

Raúl Clavero Vázquez

—Deja ya de disimular. Sé quién eres realmente. A mí puedes contármelo —afirma el fotógrafo en un susurro.

Clark Kent se encoge de hombros. No comprendo de qué estás hablando, le dice. A unos metros de distancia Lois Lane observa la escena y se asegura de tener bien escondida la capa dentro de la blusa. Al principio le hacía gracia, pero ahora se pregunta si merece la pena salvar cada tarde este planeta en el que nadie, absolutamente nadie, se atreve a imaginar siquiera que Superman sea una mujer.

9

La última heroína

Luis Parages

Es una mañana de febrero, color gris ceniza, y Kirk Douglas ha muerto.

La anciana recibe la noticia en su residencia parisina; se atusa los cabellos blancos con mano temblorosa, frunce el ceño y mira las calles mojadas desde el ventanal. Ya sólo queda ella, el último vestigio viviente de aquella época dorada; un cuerpo lento, mermado y dolido de casi ciento cuatro años. Pero ese cuerpo una vez fue joven y grácil, y compró a un esclavo antes pirata llamado Errol Flynn, con el que se las vio hasta en ocho ocasiones; y subió a recoger dos estatuillas; y llevó a un Montgomery Clift humillado a aporrear su puerta, aullando su nombre (era la venganza perfecta, el final redondo). También se empeñó en torturar a una prima suya enloquecida, una tal Bette Davis; y fue la Melania de Lo que el viento se llevó, una de las primeras producciones en color, cuando al cine se llegaba en carromato por caminos polvorientos; y ganó una demanda histórica a la Warner que acabó para siempre con la servidumbre de las estrellas, porque entonces los estudios practicaban la esclavitud y nadie les tosía.

Olivia de Havilland mira la foto de su amigo en el periódico; reconoce el hoyuelo. Los demás se fueron pero todavía queda ella: la última heroína.

10

Isidra

Angelina Peraza

Acostada boca arriba en un banco de la plaza Bolívar, Isidra mira las hojas de los chaguaramos que parecen enormes arañas verdes bajo el cielo azul.

—Si subo por ese tallo tan largote toco las nubes —dice ella con los ojos entornados y las manos de visera.

El repique de las campanas de la iglesia de la Concepción hace que dé un respingo. Le llega el olor a fritura del carrito de la esquina que vende arepas. Sé que le cruje el estómago. Se pone en pie, se cuelga al hombro su bolsa hecha con tripas de caucho que lleva llena de piedras, me agarra con la derecha y se acerca al cesto de basura. Mete la mano izquierda, revuelve latas y porquerías, y no halla nada de comer. Saca un pedazo de periódico. Contempla la foto de una joven de cara redonda y mirada asustada.

—Se parece a la mujer que un día fui —dice ladeando el rostro. Acerca el periódico hasta casi tocarse la nariz y masculla algo como: No, no sé.

 Lo tira de nuevo a la basura. El sol del mediodía relincha. Se tumba en otro banco bajo la sombra de un apamate. Oyendo el canto de las chicharras se adormece.

El rumor de pasos hace que se espabile. Es la hora de la salida de la escuela. La plaza se va llenando de gente.

—¡Veragacha! ¡¡¡Veragacha!!! —le gritan un par de mocosos con pantalones cortos y mochilas en los hombros.

Ella se enardece al escuchar ese apodo, todo Barquisimeto lo sabe pero, como está loca, a nadie le importa. Se levanta, se aferra a mí con ímpetu de guerrera, me esgrime como una lanza y se va tras ellos. Los mocosos corren espantando a las palomas. Los perseguimos hasta que trepan un pequeño muro.

—¡Me llamo Isidra, carajo! ¡La próxima vez les pego! —dice ella con la voz chillona.

Respira hondo. Me recuesta sobre su hombro derecho sujetándome con firmeza, y comenzamos a deambular bajo el calor abrasador de las tres de la tarde. Arrastra los pies descalzos, la piel de sus plantas está tan muerta como el asfalto. Los harapos mojados de sudor se le pegan al cuerpo. Se detiene. Con la mano izquierda se limpia la frente y los hundidos pómulos.

—Tengo sed —balbucea.   

Pasa frente a una panadería y aspira el olor tibio de la harina recién salida del horno. Se sienta a un lado de la entrada. Espera. En vez de llorar, se ríe de su hambre y de sus ganas de beber agua. Unos voltean la cara para no verla, otros hasta se cambian de acera. Dos hombres bien trajeados, sumidos en animada conversación, no se percatan de su presencia y se le paran al frente. Ella oye que el más viejo dice que 1946 será un buen año para Venezuela, después del Golpe de Estado. No sabe qué significa eso y no le importa. Se rasca la cabeza renegando de los piojos que a mí no se me pegan. Aguanta, estoica, hasta que alguien le deja cerca un refresco. Pasados unos minutos, una mano generosa le suelta un cachito de jamón. Se devora la mayor parte ahí mismo y guarda un trocito para el primer perro callejero que se nos cruce en el camino.

Seguimos deambulando.

Hoy camina diferente, con los hombros más caídos y los pasos más lentos.

Anoche un desgraciado la violó, no sabe ni de dónde salió. Aunque recostado a su lado, no pude hacer nada. Ella trató de quitárselo de encima a puñetazos, pero no lo logró. Sé que ya lo debe haber borrado de su mente. Para ella olvidar es como el aire, indispensable para seguir viva. Oye un golpe tocuyano que un grupo toca en una esquina, y con movimientos torpes intenta bailar al son de cuatros, cinco, maracas y tamboras,con la sonrisa estampada a la fuerza, pero sonrisa al fin.   

Seguimos andando.

Llegamos a una calle bordeada de casas de una planta, con techos de tejas, ventanas de forja y portones de madera labrada. El crepúsculo incendia el cielo. Un espectáculo que ella no nota por andar mirando al piso, con la esperanza de encontrar una moneda, comida, otra piedra para su colección. Siente una bulla y levanta la mirada. En la distancia los ve, agrupados como moscas para crecerse en la maldad. Son como veinte.     

—¡Veragacha! ¡¡¡Veragacha!!! —le gritan a coro.

Tiembla de rabia. Me aprieta con la diestra, me alza y se va tras ellos.

Entonces ve que una pedrada alcanza a un perro renco y lo tumba. Se olvida de sí misma como la madre que antepone al hijo. Me echa al hombro y corre a su lado. El animal jadea exagerado. Ella lo soba hasta que se calma. Saca de su bolsa el pedacito de pan con jamón y se lo acerca al hocico. El perro se lo come. Ella lo besa. Después de acariciarle el lomo, camina hacia la piedra, la coge y la guarda en su bolsa.

—¡Veragacha! ¡¡¡Veragacha!!! —le gritan de nuevo.

Me alza y corre tras ellos.

—¡Me llamo Isidra, muchachos del carajo! —les grita, frenética—. ¡La próxima vez  les pego!   

Los muchachos se dispersan entre risotadas y se refugian en los zaguanes de las casas. Al ver que se han escondido como ratas, me recuesta sobre su hombro. Victoriosa, echa andar calle abajo.

Soy su vara de caña brava. Su compañera. Testigo fiel de que es incapaz de lastimar. Solo me empuña para defender su nombre. Lo único que recuerda. Lo único que le queda, aparte de su dignidad, sus piedras y yo.

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