La Ruta de Indias
Si hay algo que Sancho mantiene por encima de todo en la novela es su sueño de ver el mar, de volar hacia un mundo mejor. Esta es una historia marcada por el optimismo de un perro callejero que se niega a aceptar la condición inferior que la sociedad le dicta que debe asumir. Es la leyenda de alguien que fue capaz de sobreponerse a todas las adversidades en pos de sus sueños y de su imaginación, y que al final encontró algo, aunque no exactamente lo mismo que estaba buscando en un principio.
Algo parecido puede decirse del puñado de españoles que, siguiendo a un loco casualmente acertado, se fueron a buscar las Indias y se encontraron con América por el camino. A nivel geográfico, histórico y económico el viaje de Colón es el descubrimiento más grande de la historia de la humanidad, y la relación entre el Viejo y el Nuevo Mundo dará forma a la civilización occidental contemporánea.
No hay nada comparable. Y durante muchos años, el epicentro de ese milagro fue Sevilla, donde comenzaba la Ruta de Indias.
Durante la primera mitad del siglo XVI los viajes fueron irregulares; todavía no se había descubierto el potencial económico de las nuevas tierras. Se utilizaba el sistema del «navío suelto» que emprendía la travesía en cualquier fecha y sin protección alguna frente a los piratas y corsarios. La libre navegación ocasionó muchas pérdidas de barcos y hombres, ya que éstos, pensando en el beneficio, marchaban en pésimas condiciones y en momentos indebidos.
Entre 1561 y 1566, dados los ataques corsarios, se promulgan una serie de normas consistentes en la reglamentación del tonelaje de las naves, en la obligatoriedad de armarlas y en la organización de su protección mediante buques de guerra que acompañasen a los mercantes «haciéndoles escolta y guarda… y traiga el tesoro nuestro y de particulares».
Se organizaban convoyes con los barcos dispuestos a emprender la ruta, en uno u otro sentido. Así quedaron establecidas 2 flotas anuales: una en abril hacia Nueva España (Veracruz: Méjico) y otra en agosto hacia Tierra Firme (Nombre de Dios y Portobelo: Panamá). Ambas pasaban el invierno en las Indias y en el mes de marzo se reunían en el puerto de La Habana para emprender juntas la travesía de vuelta a la península. Este sistema de flotas se mantuvo hasta el siglo XVIII. El 12 de octubre de 1778 se dio el llamado Reglamento de Libre Comercio para América que clausuró el sistema de flotas. (No se trataba obviamente de ningún comercio libre, pues los americanos seguían obligados a negociar únicamente con su metrópoli, pero al menos se les liberaba de la obligación de hacerlo con un puerto único de la Península y bajo el dictado de los comerciantes andaluces).
Raramente se salía las fechas estipuladas y tampoco hubo dos flotas por año. El Consejo de Indias era quien decidía —tras consulta con la Casa de Contratación que, a su vez, se asesoraba con el Consulado de Sevilla— si había dos o ninguna flota. Los comerciantes querían ganar dinero con su mercancía y jugaron siempre a tener mal abastecido el mercado americano, para subir los precios. De aquí que, cuando sabían que existía mucho género europeo en Indias, aconsejaran suprimir la flota. El problema fue agravándose a lo largo de los años y en la segunda mitad del siglo XVII hubo ya una flota cada dos años y unos galeones cada tres.
La salida de las expediciones suponía una gran ajetreo en Sevilla. Había trabajo para propios y extraños. La pequeña industria local, la reparación de los barcos, el transporte de las mercancías, la preparación de víveres… daba trabajo abundante. La llegada causaba enorme expectación; en la metrópoli no se sabía nunca la fecha de regreso de las flotas. Cuando el convoy de ultramar alcanzaba las costas del cabo San Vicente, los mercaderes y navegantes respiraban tranquilos: sus inversiones no se habían perdido. Cuando la flota llegaba a Sevilla, se disparaban salvas desde el montículo del Baratillo y tocaban las campanas de la catedral y de Santa Ana, comunicando la buena noticia.
Pero no sólo en Sevilla se alegraban con la llegada de la flota; su cargamento precioso era fundamental en la economía del Viejo Mundo. El profesor Domínguez Ortiz recoge una anécdota en la que el Gobernador de Damasco preguntaba a un peregrino sevillano si había llegado ya la flota a Sevilla «porque se sentía gran falta de moneda en Oriente».
Según tratadistas modernos las cantidades de oro y plata arribados de las Indias causa ofuscación: 181.333 kilos de oro y 16.886.815 kgs. de plata entre 1503 y 1660, según J. Earl Hamilton; 300.000 kgs. de oro y 25.000.000 kgs. de plata, según Pierre Chaunu.
(El puerto de Sevilla en el Siglo XVI, por Alfonso Pozo Ruíz, cuya web “Alma Mater Hispalense” recomiendo vivamente)
Ingentes cantidades de oro, plata y que desafían cualquier descripción y dan forma a los sueños de muchos desfavorecidos, entre ellos cierto joven nacido en Écija que sabe que su destino es mejor que lo que otros han decidido que sea.
El final del viaje
Gracias por haber llegado hasta aquí, lector.
Ha sido un largo viaje. Para ti comenzó hace pocos días, horas quizá. Para mi comenzó hace veinticinco años.
Reuerdo como si fuera ayer una conversación telefónica con mi tío José Antonio, militar de carrera, ingeniero y un hombre brillante, enamorado de la literatura. Me habló de Cervantes, de la vida novelesca que había llevado. Del honor y del sacrificio.
Aquel día, sin que ni él ni yo lo supiéramos, implantó en mi la semilla de lo que habría de ser ésta novela. Tal vez ni la semilla, sólo el terreno abonado para que creciese. Me dijo que no había fuerza en el universo capaz de derrotar a la imaginación.
A las cinco de la madrugada, una noche de abril del año pasado, mi padre me llamó para decirme que su hermano había perdido la batalla contra el cáncer. Yo sostenía el teléfono con una mano, mientras la otra seguía apoyada sobre el teclado, con una tecla a medio pulsar, completamente vacío y atontado.
Lo único en lo que era capaz de pensar era en que nunca podría leer esta novela.
Le enterramos un 23 de abril, Día del Libro, aniversario de la muerte de Cervantes y Shakespeare. A su memoria y a su vida está dedicada La Leyenda del Ladrón. Pues los periodistas y los lectores nos preguntan muchas veces por el viaje, pero muy pocas por quienes nos enseñaron a remar.
Ahora, lector, ve y vive tu leyenda.
Juan Gómez-Jurado
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Título: La Leyenda del Ladrón. Autor: Juan Gómez-Jurado. Editorial: Planeta. Edición: Papel y ebook
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