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5 poemas de Vicente Espinel - Zenda
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5 poemas de Vicente Espinel

Poeta, músico y sacerdote. Fue uno de los personajes más curiosos del Siglo de Oro español: hombre humanista y aventurero a partes iguales. A continuación reproduzco 5 poemas de Vicente Espinel. Durar no puede en tanta desventura Durar no puede, en tanta desventura un corazón de padecer cansado, que a mal tan importuno, y obstinado...

Poeta, músico y sacerdote. Fue uno de los personajes más curiosos del Siglo de Oro español: hombre humanista y aventurero a partes iguales. A continuación reproduzco 5 poemas de Vicente Espinel.

Durar no puede en tanta desventura

Durar no puede, en tanta desventura
un corazón de padecer cansado,
que a mal tan importuno, y obstinado
no basta la paciencia, ni cordura:

Y si el deseo con mi daño dura.
y huelgo de vivir desesperado,
es por llegar a ver si muda estado
esta tu condición áspera, y dura.

Extiende un poco la encogida mano
liberal, franca a esta ánima mezquina,
que ofende a tu valor ser desdeñosa:

Y si tanto pensar me sale en vano,
aunque todos te adoren por divina,
ninguno te querrá por rigurosa.

Egloga de Liseo

Al tiempo que la clara luz hermosa
de oscuridad destierra el accidente,
y las doradas flores
esparcen por el campo mil olores,
el blanco lirio, y la purpúrea rosa,
el aura fresca lleva blandamente
los acentos suaves
de las parleras aves,
junto a un arroyo sosegado, y lento
todo recibe general contento
con el rocío de la blanca aurora,
solo Liseo llora
con tal tristeza, y encendido llanto,
que a la más tibia, y más cruel pastora
enterneciera, o la moviera a espanto.

Luz de mi alma, a quién ausente adoro,
y por quien me da vida la memoria
con la esperanza triste,
que en la imaginación sola consiste,
¿Quién mirará los crespos lazos de oro
que un tiempo fueron de mi infierno, gloria,
y el estrellado cielo,
adonde sin recelo
tocó mil veces mi atrevida mano,
y el angélico rostro soberano
de fatigado espíritu reposo?
¿Quién será tan dichoso,
que ver merezca el cristalino pecho,
y el divino semblante milagroso,
por quien en vivo llanto estoy deshecho?

¿Quién tocará la alabastrina, y pura
mano, principio de la muerte mía?
La sonorosa, y clara
voz con la lengua en ecelencia rara,
que con gobierno, y celestial cordura
hiere el aire en dulcísima armonía,
¿a quién habla, y responde?
¿O en qué cielo se esconde.
quién tuvo mis orejas tan suspensas?
Célida mía, ¿En qué ejercicio piensas
que se entretiene el alma de tu amante,
sino en poner delante
estas reliquias de memoria amarga,
para que a veces llore, a veces cante
de tu belleza, y mi pasión tan larga?

Del punto en que comienza el sacro Apolo
a dar color con su presencia al mundo,
y las flores matiza
del carmín, jalde, y de la azul ceniza,
con mis pasiones miserable, y solo
comienzo yo con un pensar profundo,
a imaginar, si acaso
del fuego, en que me abraso
te acordarás, y desta ausencia avara:
¡Ay dulce España, ay dulce patria cara!
Con estas cosas me macero, y canso,
pero luego descanso
con fingirme, que gozo en tu presencia
del regalado trato, afable, y manso,
que dio salud a mi mortal dolencia.

Luego me sobreviene un pensamiento
contrario, que me arroja al hondo abismo,
que en tu gloria serena
no hay accidentes de tormento, y pena,
quiero decir, que en quien el firmamento
repartió tanta parte de sí mismo,
es razón que no entienda
mudanza de tormenta,
el aspereza de calor, ni invierno;
con esto vuelto al sentimiento tierno,
yo mismo a nuevas muertes me sentencio,
porque luego el silencio
de la espantosa noche le sucede,
do en sólo el padecer me diferencio,
no en más ni menos, porque ser no puede.

En un instante con pensar me alegro,
que el rigor, y aspereza de Saturno
será menos esquiva
con la memoria de tu imagen viva,
que cuando viene el velo oscuro, y negro
se representa en el callar nocturno,
y más viva parece:
Tras esto se me ofrece
aquella noche tan serena, y clara,
en que el lucero ardiente de tu cara
dio luz al mundo por oír mi canto,
y no te lo levanto,
que oyendo mi zampoña, y verso rudo
el de Tracia dijiste, que en su tanto
pudiera estar en mi presencia mudo.

Mas no puedo durar en este engaño
tanto, que aplaque mi furor su fuerza,
porque luego revuelve
el cuidado, que en nada se resuelve,
y mostrándome al ojo el desengaño
el claro devaneo allí me fuerza,
a desear de nuevo
la luz, con quien me elevo
oyendo el murmurar del claro arroyo,
donde las lamentables quejas oigo
del ruiseñor, y la calandria un poco,
a lagua, y hierba toco,
por ver si amansa mi encendida fragua,
mas son extremos, y pensar de loco,
que deste fuego, no es contraria el agua,

Pero con todo un poco me entretengo
con estos sauces, la frescura, y sombra
de tan diversa hierba
como naturaleza aquí conserva,
y en grande admiración de todo vengo:
De flores veo una bordada alfombra,
y el argentado, y puro
cielo jamás oscuro
alegremente el suelo ruciando,
los pajarillos a su son cantando
los verdes ramos, que menea el aire
al descuido, y desgaire
mírolo, y digo; a tan dichoso suelo,
aquella gracia, y celestial donaire
de mi señora lo tornará en cielo.

Esta es la vida, y miserable estado,
en que la ausencia por mi mal me ha puesto
de todo bien desnudo
el vivir puesto ya en el punto crudo,
do con la muerte me será forzado
abrazarme dejando todo el resto,
y a mi mal escondido
en el profundo olvido
por ser mi muerte en ocasión tan alta.
Célida mía, ya el vigor me falta,
otro nuevo tormento me recrece,
adiós, que ya se ofrece
el último remate a mi porfía,
y el aliento vital me desfallece,
adiós, señora, adiós Célida mía.

Adelante pasara el pobre mozo
con su cantar, si una mortal congoja,
que la virtud le mengua
no le trabara el corazón, y lengua,
que arrojando del pecho un gran sollozo
cayó en el suelo, y el aliento afloja,
hasta que dos amigos
de su pasión testigos
espantados del grave, y triste agüero
llorando al casi muerto compañero
en hombros a su choza lo llevaron,
donde le sepultaron
entre jazmines, rosas, y amaranto,
hasta que las congojas le dejaron,
y vuelto en sí, torno a su usado llanto.

Mientras la rubia crin al aire ondea

Mientras la rubia crin al aire ondea
de Febo oscureciendo el claro rayo,
y en la mejilla, y frente el rico Mayo
de flores lleno al corazón recrea,

La luz miraba yo do Amor se emplea,
haciendo al alma un tiro y otro ensayo.
Mas triste digo, y en la cuenta caigo,
¿quién hay que tanto ardor atento vea?

Los ojos bajo al suelo al punto,
temeroso de luz tan peregrina,
y así estuve suspenso un rato en calma:

Mas el daño no vi, que estaba junto,
que de la voz angélica, y divina,
por la oreja me fue herida el alma.

Si en esa clara luz pura y serena

Si en esa clara luz pura y serena,
y el grave movimiento
del corazón altivo gobernado,
para mi amarga pena
puede caber un breve sentimiento,
y haber un corto espacio reservado,
los ojos del cuidado,
Célida mía, con piedad revuelve
al mal que tú hiciste,
y a esta vida tan triste
que poco a poco en muerte se resuelve,
que así iré satisfecho
con haber declarádote mi pecho.

El blanco tuyo, que a la nieve ecede
en hielo, y en blancura
si tocare el ardiente Mongibelo
que en mis entrañas puede
hacer piadosa al áspide más dura,
y abrasar lo más húmido del suelo,
no con tan presto vuelo
la ligera paloma en su elemento
fuera suelta, y movida,
cuanto tú enternecida
de mi ecesiva pena, y mi tormento.
Mas mi fortuna esquiva
quiere que sin favor, y amando viva.

No de aspereza ni desdén furioso
en corazón helado,
ni de elevado espíritu pujante,
soberbio, y desdeñoso,
de un alma altiva, y pecho levantado,
libre entereza, o condición constante,
nació la penetrante
llaga, que el pecho, y alma así me aprieta,
ni el rigor fuera parte,
para que de alguna arte
jamás se viere a tanto mal sujeta,
que el desdén de la dama
si en otro enciende, apaga en mí su llama.

Nació mi mal de un amoroso trato,
sincero, afable, y puro,
y un alma blanda de esperanzas llena,
de un conversable
bastante a enternecer el reino oscuro
de los que gimen con eterna pena:
que lo que me condena
a grave desventura, y llanto eterno,
es, que en esta jornada,
la triste alma engañada
fue con halagos como niño tierno,
hasta tener la presa,
habiendo tantas en la misma empresa.

Testigos fueron tus serenos ojos,
y mano cristalina
que del pecho arrancó mi amada prenda,
cuan sin pena, y enojos
a tu reverberante luz divina
el alma se rindió, y cuán sin contienda
sacrificio, y ofrenda
hizo de sí con todo el resto junto:
y tú por mi descanso
con rostro alegre, y manso
me ofreciste tu fe en el mismo punto.
Mas ella está ya muerta,
y en mí el amor, la fe, y alma despierta.

Más bien merezco mi tormento, y daño,
pues al primer encuentro
sin hacer movimiento, ni defensa,
ni mirar que el engaño
estar pudiera solapado dentro,
tan fácilmente concedí en mi ofensa.
Mas no con tan inmensa
furia batiendo el ala por el aire
hirió el venéreo infante
a aquel Dios arrogante,
que del arco, y carcaj hizo donaire,
cuanto la flecha de oro
en mi alma estampó el nombre que adoro.

Allí quedó la libertad rendida,
y dello satisfecho
con tus blandas lisonjas sustentaba
esta cansada vida,
por quien voy a la muerte más derecho,
que al mar la tempestad terrible y brava:
de quien sin pena estaba
libre, y fuera del duro cautiverio,
y entregó la preciosa
libertad, a la odiosa
sujeción, y poder de ajeno imperio,
mal vivirá sin gusto
no viendo cosa que le venga al justo.

Quando me considero en este estado
miserable, afligido
de tantos males, y pesares lleno,
confuso, y atajado,
vergonzoso me hallo, y muy corrido,
no por el mal rabioso con que peno,
mas porque el tiempo bueno,
que en dulce libertad gocé algún día,
nunca tomé escarmiento
del áspero tormento,
que a mil amantes padeciendo vía,
teniendo su acidente
por gusto suyo, y fábula a la gente.

Y agora a mi pasar permite el cielo
que la pura experiencia
venga a mostrar en mi cabeza ejemplo,
más nunca sin recelo
viví jamás desta cruel dolencia,
que si el principio con razón contemplo,
y el grave dolor templo,
hasta que cese la pasión un tanto,
en aquel punto mismo
con el hondo abismo
se oyó de la corneja el triste canto:
y hacia el horizonte
aullar las Ninfas sobre el alto monte.

Un helado temor fue por mis venas
entrándose al momento,
y un pálido color al rostro vino,
mis fuerzas sentí ajenas,
y en los miembros un grave cortamiento,
un ardor en el pecho repentino:
porque de aquel divino,
y no pensado encuentro alborotada,
la sangre huyó luego
al corazón, y el fuego
poseyó lo mejor en la estacada:
el resto frío helado
quedó sin sangre atónito elevado.

Mas luego respirando poco a poco
volví a mi ser primero,
el aliento perdido recobrando
contento, y casi loco
de un sospechoso gusto mal entero,
y en el cuerpo la carne palpitando:
de aquí fue mejorando
por pocos días mi dichosa suerte,
mas luego desta gloria
se acabó la memoria
en breve espacio para larga muerte:
que en tu condición dura
conocí tu aspereza, y mi ventura.

Canción si te pidiere alguno cuenta
de cómo vas, o adónde,
no le respondas más, que me responde.

Osando temo, estoy helado y ardo

Osando temo, estoy helado y ardo,
busco la paz, siguiendo la discordia
soyme contrario, y hallo en mí concordia,
y cuando más me animo, me acobardo.

De lo que emprendo me retiro, y guardo,
y hallo en el rigor misericordia
concierto, y soy la Diosa de discordia,
presuroso a mi mal, y a mi bien tardo.

Fue de elementos el principio mío
más de agua y tierra, que de fuego, y viento,
y agora en fuego me convierte el uso:

Mas aunque ardiente fuego un hielo frío
en mis entrañas engendrarse siento:
¿qué fuego es éste, o qué temor confuso?

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Laura di Verso

Leo poesía, con o sin rima. Y me gusta que me cuenten cuentos. Frecuento las redes, poco, desde marzo de 2020, como @lauradiverso.

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