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Coltrane en Japón - Zenda
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Coltrane en Japón

Alguna vez nos creímos que el CD era mejor, más cool, más moderno, que esos disquitos metálicos durarían más y no se estropearían nunca. Yo me compré mi primer reproductor en Nueva York en el 90 y no volvió a entrar un vinilo en casa a partir de ese día. Sólo CDs, cientos. Hasta que...

La banda sonora de mis años en Tokio ha sido Miles Davis y John Coltrane. Suena jazz en casa todo el tiempo, Sonny Rollins también, Dexter Gordon, Monk; pero Davis y Coltrane sobre todo, Ascenseur pour l’échafaud, Both Directions at Once, A Love Supreme, Blue Train, Miles Davis & John Coltrane: The Final Tour, Birth of the Cool… Tiene mucho que ver con esa gran aportación de Tokio al bienestar universal que son las tiendas Disk Union. Solo en Ochanomizu hay ocho o nueve, especializada cada una en un género de música: clásica, jazz, rock, hard rock… Y otras tantas en Shinjuku. Un paraíso para quien busca discos, como llevo yo dos años buscando para completar una colección de los mejores álbumes de jazz que me he impuesto como meta y a la que casi no habría podido aspirar en otro sitio. Unos cuantos estaban ya en casa, en la impresionante discoteca de vinilos de mi padre, o los tenía yo en CD; para los demás, ahora sólo en vinilo, Disk Union.

Alguna vez nos creímos que el CD era mejor, más cool, más moderno, que esos disquitos metálicos durarían más y no se estropearían nunca. Yo me compré mi primer reproductor en Nueva York en el 90 y no volvió a entrar un vinilo en casa a partir de ese día. Sólo CDs, cientos. Hasta que muchísimos años después me di cuenta, como muchos, de que no eran mejores y recuperé el placer de poner un disco en el tocadiscos, ver la aguja posarse, volver a meterlo en la funda. Ahora son CDs los que no compro ni muerta y he rescatado del desván mi colección de vinilos, congelada un día de 1990 como quedaron parados a las 8,15 los relojes que se recuperaron en Hiroshima tras la bomba, una cápsula del tiempo de quién era yo en los 80 cuando compraba discos como lo hacía entonces un adolescente de clase media, uno a uno, ahorrando de la paga semanal, machacándolos luego en el tocadiscos. Te sabías el orden de los temas, cuáles había en la cara A y cuáles en la B, leías los textos de la funda y del sobre interior, los prestabas solo a los amigos cercanos: mucho Bob Dylan, Paraíso, Phil Ochs, poco Roxy Music, Woody Guthrie, Supertramp, Glutamato ye-ye, mucho Bruce Springsteen, solo uno entonces todavía de Leonard Cohen, Nacha Pop. Una mezcla peculiar, sí, como se ha preciado de serlo siempre quien esto escribe.

"Yo no oía jazz entonces, y mis primeros álbumes son en CD, años más tarde, parte fundacional de la colección que ahora voy completando gracias a los que he heredado de mi padre y a Disk Union"

Yo no oía jazz entonces, y mis primeros álbumes son en CD, años más tarde, parte fundacional de la colección que ahora voy completando gracias a los que he heredado de mi padre y a Disk Union. Voy los sábados por la mañana y según me acerco anticipo ya el placer de entrar en la tienda, empezar a buscar entre los discos usados, descubrir, mirar las categorías según la condición de cada uno —S sin abrir, A, B+, B…—.

En Tokio he podido ver A Love Supreme, una de las piezas de danza contemporánea que más me han gustado en la vida, una coreografía de Salva Sanchís y Anne Teresa De Keersmaeker a partir del gran álbum de Coltrane; cuatro bailarines al ritmo cada uno de uno de los cuatro instrumentos de su cuarteto clásico: Thomas Vantuycom el saxo de Trane, José Paulo dos Santos el contrabajo de Jimmy Garrison, Bilal El Had el piano de McCoy Tyner y Jason Respilieux la batería de Elvin Jones. Emocionante, estimulante, excitante; un placer supremo.

La última gira de Coltrane fue por Japón, en julio de 1966, algo más de dos semanas en el país y diecisiete conciertos en catorce días, un tour de force para alguien que estaba ya muy enfermo de cáncer y moriría al poco de regresar a casa. Vino con la nueva formación que lo acompañaba entonces, un quinteto donde sólo quedaba Garrison del gran cuarteto anterior. Además, su mujer, Alice Coltrane, al piano, Pharaoh Sander saxo y Rashied Ali batería. Es una gira mítica, no sólo porque fue la última, sino por la manera en que Coltrane estaba tocando en esos últimos meses de vida, liberado de toda imposición de armonía e inspirado como nunca por una espiritualidad que permea su obra, y su vida, pero había crecido exponencialmente en los últimos años. Hay un punto de no retorno en la manera en que Coltrane hacía música, alejado por completo de la armonía melódica de Ballads o Blue Train e incluso de las nuevas formas A Love Supreme.

"Un Coltrane profundamente inmenso en la espiritualidad oriental visita la ciudad arrasada apenas 21 años antes por la bomba atómica lanzada por sus compatriotas"

Esa gira de Coltrane sería ahora difícil en Japón. El país y su sociedad se han conservadurizado, y no es habitual que lleguen muestras de cultura contemporánea: apenas algo de danza —ya les contaba que vi aquí a Anna Teresa De Keersmaker—, poquísima “música contemporánea”, casi nada de lo que se está haciendo en artes visuales… El jazz que llega a los festivales y las salas —Blue Note, Cotton Club— es sobre todo melódico, mucha cantante de standards, grupos viejos, nada prácticamente de vanguardia. No son Medeski, Scofield, Martin & Wood el tipo de músicos que gustan hoy a los japoneses, y ese Coltrane liberado de la armonía y que a muchos sonaba más a chirridos que a música no interesaría hoy seguramente a los promotores japoneses.

Pero entonces sí vino. El 10 y 11 de julio en Sankei Hall, Tokio, el 12 en Osaka, el 13 en Hiroshima, el 14 en Nagasaki. Quizá sea esta la parada más recordada de la gira, un Coltrane profundamente inmenso en la espiritualidad oriental visita la ciudad arrasada apenas 21 años antes por la bomba atómica lanzada por sus compatriotas, en plena guerra ahora de Vietnam, y hay una foto memorable rezando en el sitio exacto donde cayó Little Boy. A la pregunta de un entrevistador respondía: “No me gusta la guerra. Punto. Así que, en lo que a mí respecta, debería detenerse, ya debería haberse detenido. Ahora, en cuanto a qué problemas haya detrás, no los entiendo suficientemente bien como para decirle cómo se podría lograr esto. Solo sé que debería parar.”

No se han conservado desafortunadamente grabaciones de ese concierto en Nagasaki y no sabemos si tocó también esa última composición que apenas había comenzado a grabar antes de comenzar el tour y tanto sentido tendría en Nagasaki, Peace on Earth. Las dos takes que se conservan son en Tokio y una de ellas, de 26 minutos y medio nada menos, es la que aparece en los discos japoneses.

El 15 en Fukuoka, el 16 en Kioto y por la noche en Osaka, el 17 en Kobe. El 18 de julio aterrizaron de nuevo en Tokio y Coltrane fue recibido como una estrella, miles de fans esperándolo a pie de avión. Al ver la multitud, Garrison le preguntó si viajaría con ellos algún “tío importante”, pero resulta que el tío importante era él, que había vendido en el país decenas de miles de cada uno de su discos, tantos como en los propios EEUU. La gente lo paraba por la calle y le pedía hacerse fotos.

El 19 de julio en Kōsei Nenkin Kaikan, Tokio, el 20 en Osaka, el 21 en Shizuoka, el 22 en Kōsei Nenkin de nuevo y por la noche jam session en Tokyo Video Hall, con Sadao Watanabe entre otros. El 23 en Nagoya y esa madrugada todavía una jam session más en Video Hall.

Los conciertos eran larguísmos cada noche, una entrega completa a pesar de que las salas apenas estaban casi siempre medio llenas. Al promotor no le salieron las cuentas al final y la gira resultó deficitaria. Pero eso hoy a quién le importa. Muchos discos han ido saliendo de ese tour, difícil contar cuántos, muchos de ellos variaciones de otros anteriores. Tres hay, sobre todo: Concert in Japan (1973), Coltrane in Japan (1973) y Second Night in Tokyo (1977), grabados en dos salas de Tokio que ya no existen, Kōsei Nenkin Kaikan y Sankei Hall. El mejor material es el del 11 de julio en Sankei Hall.

Buena cuenta de la gira da Chasing Trane, el excelente documental de John Scheinfeld que dibuja un relato completo de su vida. No es su único elemento japonés, y sin embargo ahí está Yasuhiro Fujioka:

“Todo el mundo me llama Fuji. Como el Monte Fuji. Soy periodista, profesor, empresario y chef. Autor además de cuatro libros sobre Coltrane. Lo admito, estoy obsesionado por John Coltrane. Soy el coleccionista número uno de memorabilia de Coltrane”.

La dedicación obsesiva a una cosa concreta de muchos japoneses tiene probablemente que ver con la necesidad de buscarse un nicho de individualidad —perdón la palabreja— con que desmarcarse de la masa. En una sociedad comunitarista como la japonesa, que desincentiva la iniciativa propia, muchos ciudadanos se buscan un espacio donde atrincherarse, hacerse fuertes y sentirse uno mismo. Difícil de comprender seguramente para nosotros, productos en cambio de sociedades crecientemente individualistas donde cuesta entender el sentido de lo colectivo.

"Japón —Tokio, Yokohama y Kobe sobre todo— es un paraíso del jazz: muchísimas salas de conciertos, del enorme Blue Note a muchas donde apenas caben la banda y ocho o diez personas"

Fuji tiene todo eso que ha atesorado en su Coltrane House en Osaka. No sé si se podrá visitar, pero me gustaría, pese a que el personaje me parece cargante. En la película lo pueden ver ustedes en Disk Union, buscando discos de Coltrane en los mismos mostradores en que los busco yo los sábados por la mañana. O en Discland Jiro, la pequeña y mítica tienda en Shibuya, un sótano donde apenas caben dos personas, tres muy apiñadas como mucho, y cuyo dueño ni siquiera te saluda.

Japón —Tokio, Yokohama y Kobe sobre todo— es un paraíso del jazz: muchísimas salas de conciertos, del enorme Blue Note a muchas donde apenas caben la banda y ocho o diez personas, las tiendas que les cuento, revistas —Jazz Perspective…—. ¡Ah, y los cafés y los bares! Kissaten son los cafés antiguos que todavía guardan el sabor de otra época y kissa jazz cafés para oír jazz, con las paredes llenas de discos, una institución japonesa que va desapareciendo. Parecidos son los bares de jazz, otra institución en las ciudades japonesas, normalmente pequeños, apenas la barra y algunas mesas. Mi preferido es Shiramuren (シラムレン), un segundo piso en Golden Gai cuyo dueño, manco, se basta con su único brazo para cambiar los discos, poner las copas, preparar la comida y cobrarte. Es difícil encontrarlo, yo lo consigo solo si está abierto y el cartel puesto en la calle. A Big Boy, en Jimbocho, medio kissa medio bar, suelo ir a tomar café después de patearme a la hora de comer algunas de las librerías de ese barrio de libros. Un paraíso. A Dug, uno de los más importantes de Tokio, voy en cambio por la noche, a menudo cuando no encuentro el bar del manco y La Jetée —el bar de la gente del cine— está cerrado. Está ahí mismo, al otro lado de la avenida. El dueño, Hozumi Nakadaira, es fotógrafo, y nunca me voy sin algunas de las tarjetitas que reparte con sus fotos de Miles, Blakey, Monk. O la que tomó a Coltrane en el Festival de Newport.

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José Antonio de Ory

José Antonio de Ory vive de un lado para otro (su Madrid natal, Bogotá, Delhi, Nueva York, París…) Ha desempeñado diversos puestos de gestión cultural, pese a lo cual muestra un desacuerdo notable con algunas prácticas habituales de la disciplina, no le gusta demasiado el concepto gestión cultural y no acaba de entender qué queremos decir cuando hablamos de cultura. Para entenderlo, quizá, empezó hace unos años a escribir algunos textos de opinión que están en el origen del ensayo Defensa de la creación (2018, Ediciones Asimétricas). Este es su segundo libro, tras Ángeles Clandestinos. Una memoria oral del poeta Raúl Gómez Jattin (Ed. Norma, Bogotá, 2004), cuya segunda edición ha publicado Fondo de Cultura Económica (Bogotá). Vive en Tokio dedicado con empeño a la ímproba tarea de entender a los japoneses.

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