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Besos nocturnos de extramuros - Zenda
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Besos nocturnos de extramuros

Esto no es Berlín, de Hari Sama. y corro por estas calles de Lima buscando recordando a Vivian Otra vez perdido esta noche, con las manos extendidas: lanzo las palabras buscando la virtud, buscando esculpir un objetivo. Detrás de los cristales, la ciudad grita en sonidos de cristales rotos, se avivan los fuegos, cuarenta parejas...

Esto no es Berlín, de Hari Sama.

y corro por estas calles de Lima
buscando recordando a Vivian

Otra vez perdido esta noche, con las manos extendidas: lanzo las palabras buscando la virtud, buscando esculpir un objetivo. Detrás de los cristales, la ciudad grita en sonidos de cristales rotos, se avivan los fuegos, cuarenta parejas se besan en los callejones. Abro las ventanas para dejar entrar al humo, respiro la propia naturaleza de la revolución; me escondo en las paredes imaginando una habitación diferente, una habitación contigo, una ciudad conquistada por la mismísima garra del amor que me araña el pecho con violencia. Otra vez perdido esta noche, a las afueras de la ciudad, más allá de los muros que la custodian, en las mismas hierbas en las que nos besamos por primera vez mientras el cielo ardía, invadido por centenares de soles.

primera y larga parte: un análisis distante de lo que ocurre intramuros

Enrique Verástegui (1950-2018) publicó En los extramuros del mundo en 1971. Lo escribió a lo largo de los dos años previos, siendo un agitado joven de provincias transportado a la efusividad de los centros, a una Lima atravesada por el aire de una revolución política que partía inevitablemente de la toma de conciencia social por parte de los jóvenes, de una revolución gestada en los departamentos intelectuales de la ciudad; de una ciudad silenciosa durante el día y borracha de cultura en medio de la oscuridad. Pues bien: así escribió y publicó Enrique Verástegui En los extramuros del mundo, un libro que funcionó como eje axiomático de los nuevos usos de la palabra poética peruana, que sirvió como mástil programático de una revolución cultural. Verástegui falleció el pasado 2018, cuando la editorial Esto No Es Berlín ya preparaba el rescate de su libro para el mercado editorial español. Un año más tarde, el libro ha visto la luz — como si las cosas, en cierto modo, no terminasen nunca.

Una vez más sufro a la hora de afrontar un análisis del artilugio poético que tengo delante: En los extramuros del mundo, pese a su brevedad, es un libro cuya complejidad política se enhebra con una vastísima herencia literaria y artística; al mismo tiempo, es capaz de aplacar todos esos elementos en favor de un ejercicio de sensibilidad realmente poderoso.

Llevo un sol en mis bolsillos
pero ya no tengo nada en mí

En los prolegómenos de la escritura, Enrique Verástegui recrea un encuentro, dentro del mismo poema, con el escritor José Lezama Lima, a quien así asume como maestro estilístico, pese a la distancia discursiva —escribe Verástegui, en su beligerancia juvenil: «sal un poco de tus páginas, de esos aires, Lezama»—. Ese es el lugar desde el que el poeta peruano construye su edificio lírico, un lugar de perpetua confrontación en el que la herencia formal choca con la exigencia de unos tiempos que apremian; ese compromiso político es el que induce a Verástegui a afirmar «llevo un sol en mis bolsillos / pero ya no tengo nada en mí», a distanciarse de las estructuras de poder que concretaban el panorama poético de la época y clamar: «yo no quiero brillar con esa intensidad de aviso Phillips / yo tengo un brillo en las pupilas / tan claro como el verso más claro que ahora voy gritando por estas páginas sórdidas».

"La concepción que Verástegui posee de la función política de la poesía rechaza cualquier estaticismo: su escritura es precisamente un crisol temático, capaz de la violencia formal y de la más frágil de las vulnerabilidades"

Así pues, Enrique Verástegui escribe subido a la misma rueda de la revolución, con las palabras desplomándose con tamaña violencia sobre el papel que uno no puede dejar de admirar su destreza en la frenada, cuando a la vuelta de sus proclamas es capaz de recoger toda su agitación y casi silbar, en un susurro: «porque afuera / (bajo la lluvia) / los avisos luminosos continúan encendiéndose». El sinuoso recorrido de su primer poemario está vertebrado por la afrenta política, por la denuncia generacional —en representación de esa pálida gente recostada contra la pared del silencio—, pero es frecuente que Verástegui se desvíe con extraordinario aplomo hacia lo afectivo, también heredero de una enorme tradición romántica, ocasionalmente explicitada en sus referencias a William Blake.

Cabe apuntar, pues, que la concepción que Verástegui posee de la función política de la poesía rechaza cualquier estaticismo: su escritura es precisamente un crisol temático, capaz de la violencia formal y de la más frágil de las vulnerabilidades. En un bellísimo poema dedicado a la memoria de su abuela escribe, registrando los muros de su memoria emocional: «Agitaste tu mano desde dentro del automóvil, tu último saludo / para mí — adiós al nieto que más querías / y a quien continuaste lavándole pañuelos y camisas aún cuando ya te sentías enferma».

Hoy me levanté temprano y corrí a saludarte porque también toda palabra es un parque de sueños
y aquí estoy para siempre a tu lado, como las ramas de olivo que ayer puse en tu tumba

Enrique Verástegui comprende los extramuros en un sentido global. En su poesía está inscrita su procedencia —a saber: Verástegui se crió en San Vicente de Cañete, 150 km al sur de Lima por la costa del Pacífico— como un elemento en perpetuo conflicto con la urbana agitación de su Lima estudiantil. En ese sentido, el poeta comprende que la propia Lima, más allá de los muros construidos en su interior, abandona en extramuros a buena parte del resto del país. De este modo, la lucha estudiantil de la que él participa es naturalmente contracultural, pero también lo es el afecto blanco que profesa a su abuela, así como las rutinas trabajadoras de su familia, así como el amor puro y encendido de la juventud.

"Replanteándose la herencia de la civilización occidental, el poeta deja de observar el lugar al que se dirige la palabra para centrar sus esfuerzos en la palabra misma y en su futilidad, en su función tradicional de mecanismo disuasorio"

Recojo el hilo de lo dicho para desplazarme a la mirada de Verástegui sobre el amor, quizá —y pese a todo— el tema central del libro, que en su compleja articulación temática es capaz también de comprender el muro como una construcción metafórica que constriñe el deseo, que separa a los amantes, esa cosa entre lo que tú tratas de decirme / y lo que en realidad me dices. Tras el arranque de agitación política y la elegía a su abuela, el poeta peruano vuelve a girar sobre sí mismo y, dentro de la misma tormenta de palabras, clava sus ojos en su amante, la Vivian idílica a la que recuerda mientras corre en la noche limeña, mientras se zafa entre los cristales rotos. De nuevo la herencia romántica en estos versos: «yo creí que nada era nada en cualquier lugar de este mundo / y de pronto me di con tus sueños como con un golpe de mar sobre el rostro / y luego adiós porque todo y nada puede explicarse en el amor y / porque todo y nada se explica en nosotros y con nosotros».

Y es con todos estos elementos en la mano como Enrique Verástegui desata finalmente su programa poético, su estudio sobre los usos contemporáneos de la palabra; replanteándose la herencia de la civilización occidental —»y a la mierda Tomás de Aquino / y a la mierda todo el mundo Aristóteles o Platón / y a la mierda la historia de la mierda»—, el poeta deja de observar el lugar al que se dirige la palabra para centrar sus esfuerzos en la palabra misma y en su futilidad, en su función tradicional de mecanismo disuasorio. Escribe, desesperanzado: «porque los libros siempre hasta ahora han hablado / cosas buenas y hermosas de la vida — y la vida / no es los libros / la vida brota lejos de los libros».

"Verástegui recupera esa desusada amabilidad, ese gesto íntimo que es el único lugar en el que el poeta busca y encuentra los rastros de un amor latente"

Economista de formación, Verástegui evolucionó desde la agitación lírica de su juventud hacia una mayor vocación teórica que mantuvo, pese a todo, siempre en vigor su corte contestatario. Esa teorización del gesto poético empieza a alumbrarse ya en los últimos poemas de En los extramuros del mundo, cuando escribe: «porque el rigor de las palabras como un golpe certero / sigue naufragando en mar de tinieblas porque / el rigor como los mares viene prendido sobre el aullido / de la realidad que diariamente cercenamos». Explora Verástegui las limitaciones lingüísticas de la realidad impuesta, de una lengua en la que el sueño / aún no tiene nombre ni forma ni punto de partida.

Cierro esta primera parte de la reseña apuntando la contradicción expresada —y quizá buscada con ansia— en el primer libro de Enrique Verástegui, un libro que concluye, descreído: «Ni tú ni yo creemos ya en las formas / amables del poema — Habitamos el infierno»; al mismo tiempo que se pliega en recursos florales y recupera esa desusada amabilidad, ese gesto íntimo que es el único lugar en el que el poeta busca y encuentra los rastros de un amor latente: «Recuérdalo, estoy en ti en tu manera / de arrancar los geranios más tiernos».

segunda y breve parte: un beso nocturno de extramuros

Aplastamos al espíritu de la historia mientras corremos, de noche y de la mano, por las calles vacías de la ciudad. Corremos escapando de la luz de la luna, que se filtra entre los cristales de los edificios, porque lo que nosotros anhelamos es un hueco oscuro, un lugar en el que sea posible besarnos sin siquiera vernos a nosotros mismos; deseamos desprendernos del sentido de la vista ahora que nos hemos encontrado, ahora que constatamos, en esta noche de otoño en la que el mundo parece estar a punto de estallar, la presencia del otro. Sabemos, pues, que el amor existe: ahora sólo queremos tocarlo hasta deshacernos en las garras del viento.

***

"En ese coletazo final se recoge la esencia de todo lo previo, ese trayecto desde la desesperanza a los brazos anchísimos del amor, aparente justificación de todo lo contextual"

Con nervio excepcional rompe Verástegui el cauce de su poemario, lo parte en medio de su discurso para dejar al agua manar en un lugar distinto, más libre. La segunda parte de En los extramuros del mundo es un largo poema titulado «Una cita con Sonja». En él, lo que ocurre intramuros sólo está referenciado de manera lateral: toda la atención está en los cuerpos, en la juventud que se recorre a sí misma en mitad de un mundo en pleno colapso. La aspiración de Verástegui en este poema es casi renacentista en su ideal de la belleza: «Y nada ha podido alejarnos de la frescura de un pensamiento espléndido. / Y ya no puedo contener mi furiosa belleza», escribe, subido a lomos de todos los caballos de la modernidad.

De este modo, pese a las vanguardias anunciadas, pese a la contracultura de la poesía escrita en las puertas de los baños públicos, el escritor peruano acaba reservando un espacio a lo virtuoso en referencia al amor, a ese amor de cuerpos pulcros que él profesa. Se sube a las cornisas loco de expectativa, escribiendo: «Y ya nada me pertenece que no sea el poder de llevarte dentro de mí», y entonces, decididamente extramuros, el poemario se vuelve insaciable, inagotable, quizá un lugar más agitado que nunca, como un remolino tragándose a la vida.

El libro termina así: «Y entonces tuvimos que andar buscando nuestra propia / y amarga manera de entender estas cosas: / una lenta y amarga experiencia: hermosa como un ave silvestre»; en ese coletazo final se recoge la esencia de todo lo previo, ese trayecto desde la desesperanza a los brazos anchísimos del amor, aparente justificación de todo lo contextual. Pese a su pesimista diagnóstico social, Enrique Verástegui acaba su primer poemario exultante, en ese mismo tránsito entre dos versos, entre «una lenta y amarga experiencia» y «hermosa como un ave silvestre», en esa habilidad para filtrar la belleza por la mitad misma de los ladrillos que guardan los sistemas urbanos de poder, de arrancar la luz de la podredumbre de las sociedades modernas. Desde los extramuros del mundo, gritando como un loco en plena noche, Enrique Verástegui conjura las sombras de un pasado aciago y anuncia la venida de nuevos soles: de su bolsillo al centro del cielo.

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Autor: Enrique Verástegui. Título: En los extramuros del mundoEditorial: Esto No Es Berlín. VentaAmazon y Casa del Libro.

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Adrián Viéitez

Periodista cultural y estudiante de filosofía. Profesor de poesía contemporánea en el Máster de Periodismo Cultural de la USP-CEU. Antes, en la sección de cultura de El País, La Voz de Galicia, Radio Galega, Jot Down o en el Festival Márgenes. Coordinador de la antología 'Árboles frutales' (Ed. Dieciséis, 2021) y autor de los poemarios 'tratado sobre tu nombre' (Ed. En el mar, 2021) y 'Alta Escuela Musical' (Ed. Dieciséis, 2022).

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