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Historias de editoriales (y VII). Y parecía otra cosa… - Zenda
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Historias de editoriales (y VII). Y parecía otra cosa…

Pero… de nuevo comenzaron las cosas raras. Yo me recriminaba por ser tan desconfiada, me decía que el problema es que estaba resabiada y no tenía aguante, pero la realidad era que los ejemplares no llegaban a ningún sitio. Mi instinto para detectar catástrofes estaba hiperdesarrollado y me avisaba constantemente, pero me obligué a no...

Centurione pasó a la historia y, con gran dolor, pensé que mi novela y yo también. Sin embargo, no fue así. Durante ese camino me había cruzado con la escritora Antonia J. Corrales. Nos conocimos durante una pequeña batalla virtual entre brochetas y pinchos morunos ―la habían enviado a la cocina y, aunque no la conocía, me solidaricé con aquella salida de tono―. Esas cosas unen, y me leyó. Sus palabras de ánimo y confianza consiguieron devolverme la esperanza. Se empeñó en que me leyera la editorial con la que ella acababa de firmar. Les envié el manuscrito y ¡firmé y de nuevo! Todo el mundo me decía que una vez publicada era casi imposible que una editorial se fijara en ti, sobre todo siendo una completa desconocida. Pero en octubre de 2010, este pájaro indestructible alzaba el vuelo por segunda vez con una modesta edición de 1500 ejemplares. Las cosas, al principio, fueron un poco mejor que con la anterior. No era difícil, y todo me parecía la bomba por normal que fuera. El texto se revisó con cariño, la portada se trabajó ―aunque la primera parecía de Crepúsculo, al final quedó aceptable―, la maquetación fue correcta… A mí, con no tener que hacerlo todo yo, ya me parecía un lujo.

"De nuevo estaba sujeta por un contrato, más valía que mi instinto se equivocara. No podía volver a pasarme"

Pero… de nuevo comenzaron las cosas raras. Yo me recriminaba por ser tan desconfiada, me decía que el problema es que estaba resabiada y no tenía aguante, pero la realidad era que los ejemplares no llegaban a ningún sitio. Mi instinto para detectar catástrofes estaba hiperdesarrollado y me avisaba constantemente, pero me obligué a no escucharme. De nuevo estaba sujeta por un contrato, más valía que mi instinto se equivocara. No podía volver a pasarme.

Puede parecer un trabajo fácil el de editor, pero no lo es, y algunos que se inician en este complejo oficio piensan que su función termina cuando el libro sale de imprenta, y en realidad es cuando empieza lo duro. La distribución llegó un poquito más lejos que la de Centurione, al menos salió de Valencia y alrededores ―la editorial estaba en Andalucía, todo un reto―, pero de nuevo los comentarios en Internet me avisaron de que el libro no llegaba a los lectores.

En las conversaciones con el gerente de Aladena, FJV, se repetía como en un déjà vu ese tono chupi guay de mi querido V.: nos íbamos a comer el mundo, la editorial se iba a convertir en un referente del sector, estaban preparando muchas cosas… Todo era maravilloso: mi novela, las ventas, yo misma… Estas conversaciones megapositivas, que por lo general agradan, a mí me provocaban un desagradable reflejo condicionado: ansiedad. Era empezar a darme buenas noticias y se me inundaba el estómago de ácidos. Lo bueno de esta editorial es que había fichado a la vez a muchos autores y podía contrastar la información, no me sentía sola como en la anterior. Dicen que mal de muchos, consuelo de tontos, pero no es cierto. Muchos de estos autores éramos, además, amigos, y creo que buena gente. La compañía ayuda a sobrellevar la desgracia. Lo que no sabía uno lo averiguaba otro, aunque fuera para confirmar la sensación de que la editorial era un bluff. Muchas buenas intenciones, poca organización y una realidad preocupante. De hecho, cuando nos dimos cuenta, éramos tantos los autores fichados a la vez y con libros a punto de salir, que era imposible de gestionar para una editorial pequeña. Y, por lo que sabíamos, la firma de contratos con nuevos autores, a quienes se prometía publicar su obra en pocos meses, proseguía con un furor desbordado.

"Hacía unos meses que me había enterado de la existencia de Facebook y algunos contactos me habían escrito quejándose de que no encontraban la novela en las librerías"

Pasé de nuevo la fase de síndrome de Estocolmo y traté de asesorar a aquel buen hombre para que se organizara un poco. No podía intentar comerse un bocadillo de dos metros de un solo bocado. A mi voluntarioso gerente ―aquí los dueños estaban al margen― todo le parecía fenomenal. Tenía en común con el editor anterior la grandilocuencia, pero menos empalagoso y aliñada con el gracejo andaluz. Hablaba de hacer presentaciones por toda España, la distribución fluía sin problemas, las ventas iban fenomenal, blablablá… Hacía unos meses que me había enterado de la existencia de Facebook y algunos contactos me habían escrito quejándose de que no encontraban la novela en las librerías. Yo hablaba con la editorial, ellos me decían dónde podían comprar el libro en su ciudad ―recuerdo en particular a una lectora de Sevilla de la que acabé haciéndome amiga―, el lector iba a la librería en cuestión y allí le decían que no conocían el libro ni, lo que era peor, a la editorial. Se me quedaba cara de idiota cuando me explicaban el resultado de su paseo. Lo que averigüé lo plasmé en un artículo, Cuando fui libro, y me sirvió para conocer una triste realidad de la que no se suele hablar.

Las justificaciones de la editorial eran las de siempre: que si eran pocos de personal, que si él no daba más de sí, que si había mucho trabajo, problemas personales (de nuevo)… Pero no había de qué preocuparse, a pesar de las apariencias todo iba viento en popa. Había que darle tiempo.

Tiempo. Llevaba desde 2008 sudando tinta con esta novela, y cada nuevo día de incertidumbre me resultaba insoportable. Me veía repitiendo experiencia, aunque sin osos ni leones ni teléfonos en la bañera, todo más convencional.

A principio de 2011 ya no tuve duda de que me la habían vuelto a colar. O yo tenía muy mala suerte, o el sector editorial no era lo que me había imaginado. O ambas cosas.

En abril se comunicó a todos los autores que la editorial tenía pérdidas y rescindía los contratos de todos los autores salvo los que quisieran pasarse a otro sello. Un mes antes, experta en estas lides, yo había presentado mi propia carta de rescisión. La tenía fresquita: solo tuve que cambiar el nombre de la editorial y de quién firmaría en su nombre.

"Viendo que la novela estaba en el número uno, Ediciones B se puso en contacto conmigo con la intención de firmar El final del ave Fénix para la versión digital y, antes de final de año, en edición de bolsillo"

Me resigné a que la edición en papel se había acabado para esta novela; me daba una pena horrible, pero con el boom de las redes sociales y los foros literarios muchos me contactaban para preguntarme dónde conseguirla. Y me decidí: si alguien quería leerla, la leería. Como Teodoro Golfín en Marianela, me repetía «adelante, adelante, siempre adelante». En septiembre de 2011 subí a Amazon la edición digital. Entonces las cosas eran muy distintas. No había llegado el boom de la autoedición, todavía no podías vender en Amazon.es, solo en Amazon.com, y era una aventura en la que los recién llegados a la plataforma compartíamos nuestra experiencia autodidacta en foros literarios para echarnos una mano. En diciembre de 2011 El final del ave Fénix entró en el Top 100. Entre febrero y marzo de 2012 se ancló tres semanas en el número uno de Amazon.es, que había comenzado a operar a primeros de año, y en las plataformas de otros países. No podía creerlo. Y aunque en esos foros había mucho debate sobre la autopublicación y su mala fama, a mí me parecía lo mejor que me había pasado hasta el momento. Era mi pequeña recompensa a tanto desatino. Permaneció en el Top 100 unos doscientos días, y ocurrió el milagro. Dicen que no hay dos sin tres, y se cumplió.

Viendo que la novela estaba en el número uno, Ediciones B se puso en contacto conmigo con la intención de firmar El final del ave Fénix para la versión digital y, antes de final de año, en edición de bolsillo. Mi novela llegaba ¡a bolsillo! La segunda parte, Las guerras de Elena, también entró en el pack. Yo que tanto te quiero estaba en proceso ―no sé cómo fui capaz de escribir, con el cuerpo que me había dejado mi pasada experiencia―, pero quedó fuera del acuerdo. Me dio pena perder las estadísticas alcanzadas y empezar de cero, pero no podía desaprovechar esa nueva oportunidad.

Por fin pude saber cómo trabaja una editorial. Desde el primer momento la comunicación fluyó. Las dudas se resolvían con sinceridad, sentido común y ausencia de triunfalismos inútiles. El trabajo se organizó y pronto tuve fechas para la revisión; fue una experiencia inolvidable, fructífera y de la que aprendí mucho de la mano de un corrector con el que me entendí a las mil maravillas. Tanto fue así que lo cité en los agradecimientos. He leído algunos comentarios despectivos sobre los agradecimientos que hacen los autores en sus obras, calificándolos de pelotilleo, servilismo y similares; juzgar sin conocer la historia que hay detrás es injusto. Yo lo escribí con el corazón.

"Fue un milagro que pensé que sería el último en acontecerle a mi primera criatura. Cuando finalicé contrato decidí que siguiera a la venta"

Todo fue discreto, justito, pero profesional. ¿Qué más podía pedir? Mi novela era como una novia impura en el medievo, y había sido aceptada en matrimonio por un caballero con una posición digna. No podía pedir que, además, se casara de blanco y con convite. La edición, de 3576 ejemplares, se agotó, hasta el punto de que en la última Feria del libro a la que me invitaron pensando que habría ejemplares no fue posible conseguirlos. En las pantallas de la editorial aparecía como agotado.

Fue un milagro que pensé que sería el último en acontecerle a mi primera criatura. Cuando finalicé contrato decidí que siguiera a la venta; hoy en día esa posibilidad es relativamente sencilla, y pensaba que la novela seguía teniendo recorrido. Así ha sido.

Además, el ave Fénix del título imprime carácter, tiene algo extraño que impide que la novela desaparezca y, tras acabar contrato hace dos años con la editorial y haber salido otras dos ediciones independientes, se abren nuevas perspectivas que todavía no puedo contar porque no está cerrado, pero el horizonte es infinito. No sé qué futuro le espera a una novela con tanto pasado, pero curtida en tantas guerras y de vuelta de todo, solo haber llegado hasta aquí me produce una satisfacción inmensa. El final del ave Fénix, la trilogía en su conjunto, fue un homenaje a mi madre, luchadora infatigable, y creo que ha honrado su memoria.

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Marta Querol

La valenciana Marta Querol llegó a la escritura por accidente. Estudió Económicas e Ingeniería de Calidad y su trabajo se desarrolló siempre en este último campo. Con su primera novela, El final del ave Fénix (Ed.Centurione 2008, Editorial Aladena 2010, Ediciones B 2012), cometió la insensatez de enviarla al premio Planeta y fue una de las diez finalistas de 2007. Había encontrado su camino. A esta le siguió Las guerras de Elena (Ediciones B, 2012) y Yo que tanto te quiero (CERSA 2015, Ediciones B México 2016). Con esta saga familiar ―que le gustaría pensar son unos Buddenbrok a la española― ha conquistado a lectores de todo el mundo y las tres han ocupado puestos destacados en las listas de Amazon, aunque ella sigue siendo invisible para la crítica especializada. Tampoco pensó nunca que haría televisión y radio ―en esto último sigue― o que escribiría en el periódico centenario de su ciudad (Las Provincias) y sin embargo lo hizo durante cuatro años con su columna Piedra, papel, tijera. Enlaces: martaquerol.es ·  Marta Querol en Facebook  · @Marta_Querol

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