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Cuando fui un genio del mal (y VI): “Ellos hacen trampas, nosotros hacemos trampas” - Zenda
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Cuando fui un genio del mal (y VI): “Ellos hacen trampas, nosotros hacemos trampas”

¿Qué dice Aragonés en ese instante histórico? Dice, entre otras cosas y tacos, que hay un defensa alemán, o un centrocampista, de sangre caliente o temperamento volátil, y que si le incordiamos, le decimos alguna palabra hiriente, le sacamos de sus casillas, en suma, es posible que nos dé una patada o un cabezazo y...

En realidad todo esto que les voy contando no va de literatura, va de fútbol, es decir, de la vida. En España se considera un gran hombre, casi un genio, a Luis Aragonés, y su modo de gestionar el vestuario durante el primer gran éxito de la selección (la Eurocopa de 2008) ha quedado en vídeo como una especie de cápsula de sabiduría para el porvenir. Conozco a gente que, cuando está deprimida, se pone ese vídeo de Luis Aragonés aleccionando a sus futbolistas antes de la final.

¿Qué dice Aragonés en ese instante histórico? Dice, entre otras cosas y tacos, que hay un defensa alemán, o un centrocampista, de sangre caliente o temperamento volátil, y que si le incordiamos, le decimos alguna palabra hiriente, le sacamos de sus casillas, en suma, es posible que nos dé una patada o un cabezazo y le caiga una expulsión, y entonces jugaremos once contra diez, y lógicamente ganaremos. El fútbol es de listos, concluye el, así llamado, sabio de Hortaleza. Lo que significa que el fútbol incluye insultar a las madres y a los hijos de los rivales y reírse de su físico y de su país y hasta de su raza, si eso nos hace ganar. Sic, el sabio de Hortaleza.

"El fútbol es de listos y la literatura es de listos y la vida, supongo, es también de listos"

El fútbol es de listos y la literatura es de listos y la vida, supongo, es también de listos. Curiosamente, como vivo muy cerca del estadio Vicente Calderón, tuve ocasión hace años de caminar detrás de un par de aficionados del Atleti. Eran padre e hijo. Me llegaron unas palabras sueltas que el hijo le decía a su padre. “Ellos hacen trampas, nosotros hacemos trampas.” El niño dijo esto con enorme firmeza, pero también con cierta neutralidad obediente en su tono de voz, como si en realidad le confirmara a su progenitor lo bien que había aprendido sus enseñanzas.

Luis Suárez es seguramente uno de esos listos, y es famoso y millonario y muchos niños llevan su camiseta. Ha triunfado. Sin embargo, verlo jugar es de las cosas más desagradables a las que me aboca mi afición al fútbol. Agredir e insultar y fingir todo el tiempo forma parte natural de su modo de desempeñarse en el campo, porque todo vale si ayuda a que su equipo gane el partido. El desconocido ex futbolista Franck Leboeuf ha sido de los pocos profesionales que se han atrevido a desacreditar al uruguayo: “No tengo ningún respeto por un futbolista como él”, dijo. “Sí, es un gran futbolista y está teniendo una gran carrera, pero es un tramposo, un quejica. No puedo soportar a un jugador así en un campo de fútbol, es un mal ejemplo para la gente joven.” Y zanjaba: “Si jugase contra él me expulsarían. Me sorprende que sus rivales mantengan la sangre fría delante de él. Haría cualquier cosa para que él tampoco acabase el partido.”

"Pienso exactamente igual que Leboeuf, no puedo soportar a los tramposos, a los quejicas, a los falsificadores; a los listos"

Este odio casi tribal por Luis Suárez me consoló mucho, pues creía que nadie en el mundo del fútbol era capaz de ver esa miseria moral aparejada a su éxito. Pienso exactamente igual que Leboeuf, no puedo soportar a los tramposos, a los quejicas, a los falsificadores; a los listos. De ellos, sin embargo, es el futuro.

Patrulla de Salvación

Según la consigna del niño atlético, para hacer trampas primero deben hacer trampas los demás, o hay que dar por hecho que también las estarán haciendo, que todos ganamos haciendo trampas. Lo más increíble que me sucedió en este periodo que les he venido relatando guarda relación con un blog que se llamaba Patrulla de Salvación, donde me increparon mucho. Me dedicaron numerosos posts y decenas de comentarios servían para avivar el linchamiento, incluyendo apelaciones a mi vida privada y mi siempre socorrida calvicie. No era agradable.

Pasados varios meses desde que esta bitácora me tomara como pimpampum, quedé a comer con una amiga, una chica inteligente y mesurada. Sin embargo, en un momento del encuentro me dijo: “Durante mucho tiempo pensé que Patrulla de Salvación eras tú mismo”. Me dejó fascinado. Que alguien que me conocía bien y de quien tenía una buena imagen pudiera adjudicarme semejante artimaña, y hasta que algo así pudiera siquiera existir en el mundo (crear un blog para insultarse a sí mismo con el objetivo de hacerse popular), me descolocaba por completo. Y, sobre todo, me envenenaba.

"Nada es demostrable. Todos somos tramposos y, así, dan pocas ganas de jugar a nada"

Después de todo aquello, yo mismo sospecho de cualquier halago, beca, premio, faja, publicación, palmadita en la espalda o plantel de un congreso. Todo admite la mala intención, si se la quiere poner uno. Porque, en rigor, resulta a la postre indistinguible que a mí me dieran el premio Ojo Crítico sin mover un músculo y que se lo dieran luego a otro que no paró de intrigar para conseguirlo. Nada es demostrable. Todos somos tramposos y, así, dan pocas ganas de jugar a nada.

Una de las consecuencias positivas —quizá la única, en realidad— de verme en estos bretes que les he referido fue que perdí completamente la manía de buscar mi nombre en Google. Qué felicidad levantarse por la mañana sin tener que buscarse, sintiéndose perfectamente encontrado. Por ello, desde hace tiempo no tuiteo entrevistas o artículos que me citen, salvo que su autor me lo sugiera o que un amigo me lo ponga delante, y me pueda la vanidad. Es algo que también he dejado de hacer: tuitear cualquier cosa que tenga que ver conmigo. Es una práctica común en todos los autores y, después de plegarme naturalmente a ella en mis inicios en Twitter, concluí que resultaba de todo punto sonrojante. Basta entrar en una cuenta de un escritor español menor de cincuenta años para encontrar su propio nombre halagado sin cesar por decenas, cientos, miles (la cifra infinita la marca el scroll) de personas, desde críticos afamados a simples lectores. “Qué gran novela ha escrito Fulano de Tal”, retuiteado por Fulano de Tal. “Fulano de Tal es el mejor escritor del mundo”, reuiteado por Fulano de Tal. Y así verticales y vertiginosos metros y metros de bochorno.

La verdad es que no sé si este despendole del ego tiene un efecto real en las ventas o en el, así llamado, prestigio, aunque supongo que si tantos autores se lo permiten será por algo. Yo ya no puedo con ello.

"Me fascina, para terminar, el equilibrio que deben hacer algunos escritores para considerarse amantes de un arte y personas decentes y ser, al mismo tiempo, desinhibidos publicistas de sí mismos"

Me fascina, para terminar, el equilibrio que deben hacer algunos escritores para considerarse amantes de un arte y personas decentes y ser, al mismo tiempo, desinhibidos publicistas de sí mismos. Supongo que son los tiempos que corren, y que no vale la pena apelar a la chusca imagen de un Kafka haciendo retuit o de un Thomas Bernhard escribiendo anónimos. La deriva fatal que he notado en este sentido tiene que ver con que esa doble vida, o doble tarea (“hacer y vender”, dijimos al comienzo de esta serie), ahora se ha ido entremezclando, a caballo además del género de la autoficción o de la autobiografía, tan de moda. Así, a las tres páginas como mínimo de agradecimientos que cualquier autor incluye siempre en su novela -y que son páginas para dar coba y darse aires: no hay agradecimiento alguno ahí- se suma el hecho de que en la propia novela se incluya ya a los amigos, y los propios éxitos, y toda suerte de informaciones puramente autocelebrativas. Se escriben libros ya con el único fin de que sepas que el autor escribe libros.

Que la propia obra esté convirtiéndose en vehículo autopromocional es, quizá, de las cosas más tristes que he visto en esto de la literatura. Es como si —de hecho, hay un sketch similar— Maradona esnifara cocaína en el propio campo de fútbol. Antes se le podía acusar a Maradona de hipocresía, pero no de destruir su deporte. Destruir la literatura es lo que conseguimos cuando nuestro libro ya no se escribe para quedar, sino para quedar bien; ya no para seducir, sino para camelar; ya no para deslumbrar, sino para poner el foco sobre nuestro pobre yo envanecido. Vamos camino de que el arte de trepar en la literatura convierta la propia literatura en una estrategia ascensional más; tu novela como pasquín o panfleto, como flyer del yo, como una minúscula y perversa diplomacia por escrito.

Para todo lo cual, como es obvio, no cuenten conmigo.

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Alberto Olmos

Alberto Olmos (Segovia, 1975) es escritor y columnista. Ha publicado nueve novelas, entre las que destacan Trenes hacia Tokio (2006), Alabanza (2014) o Irene y el aire (2020). Su primer libro de relatos se tituló Guardar las formas (2016), y su primer ensayo, Vidas baratas: elogio de lo cutre (2021). Es premio Ojo Crítico RNE de Narrativa (2009) y I Premio David Gistau de Periodismo (2020). Escribió y locutó el podcast sobre literatura Todo está en los libros (2022). Vive en Madrid.

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