Jesús Quintero cree en la libertad, en el amor, en la paz y en la cultura. Este Lord Byron con duende flamenco vino al mundo en San Juan del Puerto, Huelva, para alumbrar y sugerir cosas y para hacer feliz a la gente. Hijo de José y de María, evitó el destino de fresador o de obrero de la celulosa probando suerte en las tablas. Al terminar una función en el teatro Lope de Vega de Sevilla, se le acercó un hombre de la radio y, al notar que su voz llegaba a la última fila, le descubrió el camino de las ondas. Aprendió la técnica y el oficio en RNE, donde entró por oposiciones. No tardó en hacerse presentador, en conocer el éxito y la depresión. Un formato maravilloso y libertario, pero de nombre infame, llamado Para mayores sin reparo, fue rebautizado como El loco de la colina tras sonar, en directo, “The Fool on the Hill”, de The Beatles. El cambio de nombre le costó tres meses de suspensión. El programa salió adelante pese a las dificultades —cuando presentó el piloto, le dijeron que inducía al suicidio— y se convirtió en una criatura mitológica, fascinante, inimitable y sin publicidad: “En un momento dado —me cuenta—, me dijeron que no había más remedio que meter anuncios. ¿De qué?, les pregunté. De aspirinas, me dijeron. Pues a mí no me duele la cabeza. Y me fui”.
Fundó radios que naufragaron huyendo de las multas. Predicó el sermón de la colina en España y en América, desde la radio y desde la televisión, con El Lobo Estepario, El Perro Verde, Cuerda de presos, El Vagamundo, Ratones Coloraos o El loco soy yo. Ha sido galardonado con el Ondas, la Antena de Oro o la Medalla de Andalucía. Los analistas del Grupo Corporación Multimedia le concedieron el premio al “Mejor entrevistador del milenio”. 35 años y 5.000 entrevistas después, Quintero desapareció del escaparate mediático, huyendo de la telebasura como de la peste, espantado por el ecosistema posmoderno. Esta entrevista es un milagro: el gran maestro acuchilla a un silencio que corría el riesgo de ser permanente y recibe en exclusiva a Zenda en su casa próxima a Punta Umbría, escoltada por el mar y por un bosque de pinos, donde su simpático perro Gala corretea feliz por el patio, reclamando juegos y caricias.
Arranco la entrevista titubeando, consciente de que estoy ante un gigante, un tipo al que he seguido/estudiado desde la adolescencia, del que aprendo a diario. Los nervios se esfuman en cuanto Quintero, que tiene mucho de hipnotista, de profeta y de buscón, abre la boca: la voz del Espíritu Santo debió sonar muy parecida a la suya.
—Señor Quintero, ¿usted qué predica?
—León Felipe le dedicó este poema a Walt Whitman: “No tengo título, ni rótulo a la puerta. / No soy doctor, / ni reverendo, / ni maese… / No soy misionero tampoco. / No vengo a repartir ni catecismos ni reglamentos, / ni a colgarle una cruz en la solapa”. Yo he predicado siempre la vida. La vida que me llevó a todo lo que fui, a todo lo que soy. Me llevó al teatro, a la radio y a la televisión. Me llevó a la colina del Guadalquivir, me llevó a palacios, a prostíbulos, a las cárceles y al sillón del psicoanalista. Las preguntas inesperadas nacen del sillón del psicoanalista; las trascendentes, de Aristóteles y los griegos, y las sorprendentes, de los niños.
—¿Cuáles serían las bienaventuranzas básicas del sermón de la colina?
—El que no llora no mama. ¡Bienaventurados los pacificadores, porque el mundo está mu tranquilito, ¡ojú, como está el mundo de tranquilito! El tema es fácil: uno explota al otro y el otro se cabrea. Esa es la historia del mundo.
—Y ese otro que se cabrea se suele encabronar para nada, salvo que se junten 500 encabronados y pongan una guillotina en la plaza del pueblo.
—(Risas) Efectivamente. Lo dijo Renan: si la honradez fuera negocio, ya hacía mucho tiempo que los banqueros se hubieran apoderado de ella.
—Usted quería ser actor.
—Sí. Mi primera vocación fue el teatro. Entonces leía sobre la técnica de la voz. “Calidad vibrante y resonancia. Calidad de dicción. Una agradable y eficaz altura. Y flexibilidad”. Claro: yo no podía dar un diario hablado hablando andalú, eso me lo tenían prohibido. Aunque hay gente que habla un andaluz muy bueno. Felipe González, por ejemplo. Y también el que fue premier en el Peñón, Joshua Hassan. Incluso Rojas Marcos también tenía un buen tono de andaluz. Entonces, en ese momento, fíjate, estaban los diaristas de RNE: Zúñiga de la Iglesia, Cantalejo, David Cubedo, Ángel Fernández Conde, Paniagua… Tenían unas voces que eran órganos. Decían: “Señales horarias del Observatorio Astronómico de Madrid. Al oír la última señal, serán exactamente las 22 horas 30 minutos. Diario hablado de RNE. El presidente de los EEUU…”. Era un espectáculo. Hombre, todo lo que leían era mentira (risas), pero convencían. Eran una maravilla. Pero bueno, yo no he venido a este mundo para dar informativos.
—¿Para qué vino usted al mundo?
—No sé para qué he venido. La vida me ha llevado a tantas cosas… (Piensa) La verdad es que vine para crear cosas. Y para sugerir cosas. Y para hacer feliz a la gente. Recuerdo una vez que una chica se tomó unas pastillas para envenenarse y se echó en su cama, esperando su muerte. Tenía la radio puesta, estaba escuchando El loco de la colina y, en ese momento yo salí haciendo un canto a la vida. Y llamó a la madre, la llevaron al hospital y se salvó. Entonces, su madre envió un pañuelo bordado a mi madre.
—Perdone la cursilada pero, ya sólo por eso, ya merece la pena una carrera.
—(Risas) En la comunicación me han pasado cosas extraordinarias. El haber entrevistado a presidentes, a figuras del rock, a estrellas de la canción, a los grandes grupos de la historia… La Pasionaria, por ejemplo. Era una mujer impresionante. Hay gente ante la que uno se siente mu pequeñito, y ella era una de esas personas. Había dado tres hijos a la guerra y era el diablo, según los contrarios. Le pregunté si rezaba, me dijo que sí y me rezó el padrenuestro en latín. Hubo momentos extraordinarios que me han pasado en Argentina, en Uruguay… (Piensa) Hubo momentos tan divertidos… Recuerdo uno con El hombre de la roulotte, que es un programa que hice de pueblo a pueblo, de riachuelo en riachuelo, por toda España. Contraté a unos amigos para que vinieran conmigo. Uno se dedicaba al sonido, tal, tal, tal. Era una roulotte llena de sartenes, de libros de viajes, desde el de Marco Polo a los Campos de Níjar de Goytisolo. Entonces, entrevistaba en la carretera al que estaba pescando truchas, aunque me repugna la muerte de la trucha, a los cazadores furtivos, a los autoestopistas, tal, tal, tal, hasta que llegué a un sitio donde se celebra la fiesta de los pastores, y había alguien con tiritas, y tal, que estaba preparando un avión para tirarse, con madera y no sé qué. Se daba unos porrazos tremendos. Y digo: “Vamos inmediatamente a hacerle una entrevista”. Nos acercamos a él, le hago la primera pregunta y él no me contesta; le hago la segunda, y no me contesta. Y a la tercera pregunta, yo en directo, observé que era sordomudo (risas). Entonces, yo estaba en directo con el sordomudo. Fue muy divertido.
—¿La locura da libertad?
—El loco lo pierde todo menos la razón. Yo, a veces, cuando terminaba El loco de la colina, no sabía dónde estaba mi casa. Y estaba en el Callejón del Agua, en el barrio de Santa Cruz, en pleno Sevilla. Y me acompañaban los compañeros porque me había quedado colgao una noche. Cuando llegaba a la colina podía decir: “Siento que hablo para una multitud distraída. Y me siento como un Fórmula 1 por un acantilado”. Podía decir cualquier cosa. El programa, en principio, se llamó Para mayores sin reparo, que tenía título de una revista de Colsada (risas). Y un día, haciendo estas cosas así un poco en el aire, me pusieron de fondo “The Fool on the Hill”, la canción de los Beatles y entonces, dije: “Así es como me siento”. Un loco en la colina del Guadalquivir de las estrellas. Y en ese momento se bloquearon todas las centrales de teléfono y la gente pedía al loco. Eso me costó tres meses de castigo.
—¿Por qué?
—Nunca lo entendí. Hubo un director que también es periodista y entendió que tenía que desaparecer el programa. Y, bueno, al volver impuse que el nombre fuera El loco de la colina. Ya luego lo aceptaron. En principio, una persona que había entrado en la radio había llegado a director de programas, un amigo mío, me pidió en Sevilla: “¿Por qué no haces un programa en la noche? ¿Por qué te has retirado? No entiendo nada”. Digo: “No sé, porque se me han apagao todas las luces internas, y no tengo nada que decir, nada que contar. Voy al psicoanalista diariamente”. Como ya te he dicho, yo creo que las grandes preguntas nacen del psicoanálisis, o de Grecia o de los niños. Las preguntas sorprendentes. Las inesperadas. El tener en primer plano a Aznar y de repente preguntarle si ha sido punki.
—¿Qué es hoy una entrevista?
—La entrevista se ha convertido en un ingrediente imprescindible del periodismo. En algunas culturas primitivas creen que hacerle una fotografía a alguien es robarle el alma. Otros opinan que las entrevistas hieren a algunas gentes, siente que pierden una parte de sí mismas. Primero fue el discurso y luego llegaron los escribas y amanuenses para dinamizar las palabras del político. A lo largo de mi vida he hecho más de 5.000 entrevistas.
—¿Qué o quién es un entrevistador?
—Me lo pregunto con frecuencia: un psicoanalista, un confesor, un periodista, un detective, un sofista… Yo no sé si hay un arte de la entrevista, pero sí sé que el conocimiento nace de la conversación, como enseñó ese gran entrevistador que fue Sócrates hace muchos años en Grecia. La conversación es civilidad, es cortesía, es dejar hablar al otro eso que resulta hoy más necesario que nunca. El diálogo nos enseña a pensar, entre otras cosas, porque es un ejemplo para que aprendamos a hablar con nosotros mismos. Las palabras son engañosas porque están viciadas, contaminadas por tantas lenguas de doble o triple filo, pero es lo que tenemos para entendernos. Una vez me preguntaron cómo preparaba mis entrevistas. Pienso en el personaje, en lo que no ha dicho, cada una de una manera distinta, por ejemplo, en aquellos días yo tenia una entrevista con Jesús Gil y la noche anterior me vi las tres películas de El Padrino.
—Para usted, los grandes fueron…
—Las mejores entrevistas que yo he conocido fueron las de Oriana Fallaci, las que encargaron a Truman Capote cuando tuvo que entrevistar a Marlon Brando o Marilyn Monroe y las entrevistas de Playboy. Y, en España, las de Raúl del Pozo y Rosa Montero.
—Raúl del Pozo es un hombre tan extraordinario… Tiene, como canta Bunbury, “ese no sé qué / que no sé lo que es / y es lo único que importa”.
—Es que ese es el punto. Raúl tiene el “age”. “Age” es que un hippy va a una señora de Triana, le dice: “Dame agua”, y la señora le dice: “¿Pa’ bebé? ¿O te doy encima el jabón del Lagarto?” (Risas) Raúl tiene ese chispazo que lo distingue de los demás. Genialidades. Y un olfato político extraordinario. Es distinto a todos.
—Ahora, en televisión, las entrevistas que más triunfan son, en mi opinión, calcos de interrogatorios policiales.
—El interrogatorio no sirve porque el otro se cierra como una flor y no te cuenta nada o no tiene nada que contar. Mira, hace unos 2.500 años, en la Magna Grecia, se produjo la mejor cosa que registra la Historia universal: el descubrimiento del diálogo. Dudaron, persuadieron, disintieron, cambiaron de opinión, aplazaron… Diariamente se hacen miles de preguntas en prensa, radio y televisión, pero rara vez se hacen las grandes preguntas, las que provocan respuestas auténticas e interesantes. Insisto, ¿qué es un periodista: un policía, un confesor, un psicoanalista? Hay que preguntar lo que todos quieren saber y nadie pregunta. Las preguntas están en el aire mientras que las respuestas siguen estando en el viento, como diría Bob Dylan. La entrevista es algo que hace uno y cobra otro. Yo quiero que mis entrevistas tengan un clima, una atmósfera, un ritmo dramático, planteamiento, nudo y desenlace.
—Estoy acordándome de la entrevista que, no hace mucho, le hicieron a Otegi en TVE. Creo que fue una oportunidad desperdiciada, que el monstruo no quedó del todo desnudo.
—Recuerdo cuando una vez Pilar Miró, por entonces, directora general de TVE, me preguntó: «¿A quién te gustaría entrevistar ahora?». Contesté: «A Tejero«. Y me dijo: «Muy buena entrevista para el archivo» (risas). Me pareció excepcional. Te lo cuento por que quede ahí. A veces pienso que el periodismo se ha cargado la entrevista. Me parece que la entrevista de televisión es la más auténtica, porque lo estás viendo. Por ejemplo, cuando veo la televisión, sé cuándo alguien no expresa lo que siente. Es fundamental en la comunicación transmitir verdad y, sobre todo, ser honrao hasta el final. Eso me ha costado algunas ruinas, pero, desde luego, en ese sentido, no voy a ceder.
—Usted le hizo la última entrevista a Rafael Escobedo en la prisión del Dueso, quizá uno de los programas más vistos en la historia de la televisión.
—Sí. El 1 de agosto de 1980 fueron asesinados a sangre fría, en su residencia de Somosaguas, los marqueses de Urquijo. Rafael Escobedo, marido todavía de Miriam de la Sierra, hija de los marqueses, fue detenido y posteriormente condenado a más de 53 años de cárcel. Todo comenzó a principios del verano de 1988, cuando presentaba El perro verde, en la primera cadena de TVE. Un día recibí una carta con remite de la prisión cántabra del Dueso. La firmaba Rafael Escobedo y entre otras cosas me decía: “¿Hasta cuanto aguantaré? Me quedo horas y horas mirando por la reja de la ventana de la celda y repitiéndome: cuélgate, ahórcate, termina de una vez con todo esto”. Por aquellos días, le había escrito también al periodista Matías Antolín, por entonces uno de sus más cercanos amigos y confidentes, exponiéndole las intenciones y las esperanzas puestas en la entrevista con Quintero. “Voy a intentar utilizar ese programa para acusarlos públicamente y sin cortarme un pelo. Ya no puedo perder nada, tengo que ir a la desesperada. Es mi ultimo cartucho. Lo más importante es que voy a pedir ayuda y compasión al pueblo español. Y, por último, voy a anunciar mi suicidio para pocos días después de la emisión (en el caso de que no hagan caso y todo siga igual). ¿Crees que Jesús Quintero nos dará cancha para lo que pretendemos? ¿Crees que conseguiré el apoyo de tus colegas? ¿Se arriesgará TVE con un programa tan fuerte? No sé si sabré estar ante la cámara. Me siento siempre inseguro en televisión, aunque esta vez sé que me va a salir bien, estoy seguro. Estoy decidido a interpretar el papel de Rafi el preso, descaradamente. Es mi ultima oportunidad. Me lo voy a jugar todo… ¡quiero vivir!”. El Dueso, al verlo desde fuera, es la cárcel que uno escogería si le condenaran y le dieran a elegir prisión. El paisaje que le rodea es uno de los más hermosos que he visto en mi peregrinar por los presidios del Estado español y de América. Los siete años y cinco meses de prisión que llevaba cumplidos a pulso le habían ido minando la moral. Rafi mantenía una hermosa relación con un periquito. Iba un poco de hombre de Alcatraz hasta que un preso decidió joder la historia matando al pájaro.
—El programa fue una bomba…
—…que no explotó al instante: la repercusión oficial que Rafi esperaba no se produjo, no se le dio el tiempo suficiente a las autoridades para que reaccionaran y cambiaran de actitud hacia él. A nivel de compañeros y funcionarios, sí tuvo un tremendo impacto. Decía Rafi: “Les ha parecido impresionante y un programa maravilloso. He oído todo tipo de elogios. Algunos de los comentarios incluso me emocionaron. Por ejemplo, uno de los educadores me dijo que él, que conoce el problema y la cárcel había sentido remordimiento viendo el programa hasta había llegado a sentirse mal porque me estuviera pasando esto. A otro funcionario de prisiones, viéndolo, se le habían saltado las lágrimas, y su mujer le había dicho que cómo siendo funcionario de prisiones no estaba inmunizado e insensibilizado, y él le contestó que hasta ese punto no lo podía estar y esperaba no estarlo nunca… Hoy he hablado con mi madre. El comentario que me ha hecho ella ha sido solo que estaba muy guapo, guapísimo”. Fue en aquella celda del penal del Dueso, mientras escuchaba las confesiones de Rafael Escobedo, donde tuve por primera vez la clara idea de hacer un programa de las cárceles dedicado exclusivamente a los presos. Tendrían que pasar, sin embargo, muchos años antes de que el proyecto de Cuerda de presos pudiera hacerse realidad en Antena 3. Han pasado los años, y me gustaría que se produjera el reencuentro. ¿Qué habrá sido de aquellos presos a los que entrevisté?
—Y, una vez muerto Escobedo, es cuando se produce el estallido.
—Tras la muerte de Rafi, la entrevista cobraba un interés especial, pues venía a ser su testamento y el anuncio de su muerte además de un documental excepcional. Cada palabra de Escobedo, cada gesto tenía otro sentido, otra dimensión. En TVE hubo movida. Los responsables del ente no se ponían de acuerdo sobre la conveniencia o no de que Escobedo volviese a hablar después del bombazo que había supuesto la noticia de su muerte. Finalmente, Pilar Miró decidió que la entrevista de Rafi se daba. Me llamó, preparé un nuevo montaje y me retiré del mundanal ruido para quedarme a solas con mis sentimientos. La muerte de Rafi había sido para mí un duro golpe. La reposición de la entrevista conmocionó al país. Supongo que batió los récords de audiencia, aunque, en aquellos momentos para mí la audiencia era lo de menos. Al día siguiente, en bares y tertulias no se hablaba de otro tema. Lo que quizás no habría logrado en su vida, la compasión del pueblo español, lo había logrado con su muerte.
—¿Alguna vez le acusaron de buitre?
—Sólo recuerdo que, una vez, cuando paseaba por la playa, se me acercó un paisano y me dijo: “¡Vaya éxito! ¡Anda que no has tenido suerte con que se te matara Escobedo!”. Me pareció de una crueldad extrema. Sin embargo, aquel bestia insensible se estaba anticipando a aquellos que consideran una suerte que alguien sufra o muera a ser posible cerca de una cámara para engordar la audiencia.
—Usted ha sido muy crítico con la televisión que se ha hecho en España, al menos, en los últimos veinte años.
—La televisión es una mina abandonada y saqueada. Nadie existe si no sale por la caja tonta. Los mercaderes y los políticos aprovechan el medio más poderoso de todos los tiempos para vender su mercancía. El morbo, la frivolidad, el sexo y el sentimentalismo barato y de lagrima fácil se han convertido en el único reclamo para atraer a la audiencia a la que se alaba alimentando sus más bajos instintos. Todos buscan una primicia absurda porque, además, no hay primicia. Todos buscan la gran exclusiva que reviente los audímetros y le supongan el mayor pelotazo de su vida. Está llena de bufones millonarios. Los informativos parecen una crónica de sucesos y forman parte del espectáculo. Los debates son el grito, el golpe de efecto, las bromas de mal gusto, las descalificaciones los insultos y la más alta falta de ética elemental de respeto. Todo es fuego de artificio, pirotecnia, vacío intelectual y moral. El público aplaude a una orden del regidor. Es un circo donde no hay lugar para los sabios, los filósofos, los intelectuales, escritores, poetas y creadores. Los medios de comunicación y, especialmente, la televisión, pueden cambiar un país y una sociedad. La prueba es que lo han cambiado. Siempre he creído que la calidad y la popularidad no están reñidas. Por ejemplo, El Padrino. ¡La gente tiene mejor gusto de lo que piensan los directivos de las televisiones!
— Los índices de audiencia dicen lo contrario…
—Decía Lope de Vega: “Porque como las paga el vulgo es justo hablar en necio para darle gusto”. Y Oscar Wilde decía que siempre ha habido analfabetos pero que la cultura y la ignorancia siempre se había vivido con vergüenza. Nunca como ahora, la gente ha presumido de no haberse leído un solo libro en su puta vida; incluso, les gusta decirlo. También dijo Oscar Wilde a su amante, desde la cárcel de Reading: “A cada uno de nosotros estaba reservado su destino. A ti te ha tocado el de los placeres, las diversiones y la libertad; a mí el de la vergüenza publica, la reclusión en un calabozo, la miseria, la ruina y el desamor”. ¡Ah! La noticia más importante del siglo pasado fue que la becaria Mónica Lewinsky había aprobado el examen “oral” en el despacho “oval”… En ese clima, propuse un programa entrevistando en la catedral de Sevilla a García Márquez, Octavio Paz, Vargas Llosa… En este desolador panorama, en este apocalipsis de la verdadera comunicación, también tuve la idea y el placer hace años de grabar una serie de televisión con Antonio Gala. Grabé Trece noches, un programa que se emitió en Andalucía con el que pretendíamos reivindicar la palabra, la sabiduría, frente a la superficialidad que inunda los medios. Una mesa, una luz azul, dos hombres, la noche y la palabra eran los únicos elementos. Ahí se quedaron las Trece noches, después no pude hacer las entrevistas concertadas a los escritores citados.
—Cambiemos de tercio, y hablemos de una faceta suya no del todo conocida: usted llevó a Paco de Lucía al Teatro Real.
—Sí, lo llevo al Teatro Real y me pregunta: “¿Quién hay en el público?”. Y le digo: “Esto no es un teatro donde hay agujeros y cosas de esas para mirar desde aquí al público, pero voy a dar una vuelta”. Entonces, doy una vuelta, llego a donde está Paco y me dice: “¿Qué has visto?”. “Pues he visto a todo Madrid, a Umbral, a los grandes, a Núria Espert…”. Y dice: “¿Pero has visto algún guitarrista?”. “Sí hombre, he visto a uno que te gusta mucho, a Manzanita, y también al Niño Ricardo”. “Pues ya sé para quién tocar en este concierto”. Y tiene casi el récord, junto a Von Karajan, de aplausos. Paco adelantó cien años a la guitarra. Era muy genial y tuve que convencer a todos los comentaristas que presentaban música de que él era tan grande como Jimi Hendrix, como Baden Powell, como Toquinho. Era un tío joven, con cara de torturado, uff… Me acuerdo de que una vez le pegaron en Madrid porque días antes habíamos estado haciéndole un especial para televisión. Y en el especial, hay un momento en el que yo le pregunto: “¿Qué es lo más importante a la hora de tocar la guitarra: la derecha o la izquierda?”. Dice: “Hombre, la izquierda marca lo que hay que hacer, y la derecha ejecuta”. Lo has clavao, eh. (risas) Y le dieron tela en Callao los de Fuerza Nueva. Y hubo un momento que le pregunto: “¿Cuál es la muerte más ridícula?”. Y dice: “Morir en una guerra”. “¿Por ejemplo?”. “¿La guerra de España, no?”. Y le dieron otra vez. Después, ya, claro, pasaron tantas cosas con él… Tenía mucho sentido de la creatividad. Cuando yo le hice la primera gira por los teatros de España, había vendido 500 discos en la Philips. Entonces, retiraron el disco. Y cuando hablé con el director general, Zúñiga, le dije que iba a hacer una gira por España, que luego lo iba a llevar al Teatro Real, y que por qué no relanzaba el disco. Y de ese disco ya creo que se han vendido 15 o 20 millones. (Piensa) A Paco de Lucía le gustaba mucho el Niño Miguel, un guitarrista gitano que tenía un compás extraordinario. Se interesaba por él, iba a verlo para saber de él, porque el Niño Miguel tomaba mucha droga, estuvo en un centro de desintoxicación, siguió tomando droga… y cada día perdía una cuerda de su guitarra. Yo una vez le vi tocando la guitarra con una sola cuerda. Y era tan brillante que, aun así, se le podía acompañar por bulerías.
—Oiga, ¿y de dónde salió El Beni de Cádiz?
—El Beni de Cádiz era un cantaor absolutamente genial. Fue amante de Ava Gardner, le dieron una paliza los guardaespaldas de Sinatra, tenía una historia tremenda. Recuerdo que una vez quedamos en Marbella para comer una paella, y me robaron 80.000 pesetas. Le pregunté al director del hotel si había alguna comisaría cerca, me dijo que sí, y fui con el Beni de Cádiz y con Picoco, que se dedicaba a organizar fiestas de flamencos. Le conté al comisario que me habían robado, y él me hizo la típica pregunta: “¿Usted tiene alguna sospecha?”. “Hombre —le respondí—, yo creo que ha sido uno de estos dos”. Y uno me dijo, delante del comisario: “¡Me cago en tu puta madre!» (risas). Una vez, Picoco organizó una fiesta flamenca en una casa-palacio que estaba en las proximidades de París. Los flamencos se retrasaron y, mientras, una señora le dijo: “Voy a enseñarle el palacio”. Y empezó: “Esto es una mesa Luis XIV, esto una silla de Luis XV…”. Entonces, saltó Picoco: “¡Coño, qué dos peaso de carpinteros!” (risas).
—La anécdota del Beni en la casa de Pemán es divertidísima.
—Sí. Se fue con el cojo Peroche a la casa de Pemán, y le dijo: “Mira, cojo: aquí nació el famoso escritor gaditano José María Pemán. ¿Qué pondrán, cojo, en mi casa cuando me muera?”. Y el cojo, cojeando, le respondió: “Se vende”. (Risas) El Beni era extraordinario. Una vez le pregunté: “¿Cuántos años tiene Cádiz?”. “¡Hombre —me dijo—, fíjate si Cádiz es antiguo, que no tiene ni ruinas!” (risas).
—¿Qué es para usted el Paraíso?
—¿Qué paraíso? ¿El paraíso comunista, el paraíso capitalista, el paraíso del amor…? Antonio Gala sitúa el paraíso en Andalucía. El Jardín de las Hespérides. Tartessos, que tenían las leyes en verso. Siete siglos estuvieron los árabes. Y antes, los romanos, que vinieron a Andalucía, y dieron dos grandes emperadores, Adriano y Trajano, ante quien muda se postró la tierra, según Rodrigo Caro.
—Le echamos de menos señor Quintero. ¿Ha pensado en volver?
—Volver por volver, por estar ahí, no tiene sentido. Sólo volvería para hacer las treinta entrevistas que me ayudaran a entender y explicar a mi audiencia los signos y los males de este tiempo: el desprestigio de la política, de los medios de comunicación, de la justicia, el poder ilimitado del dinero que todo lo compra, la mentira como sistema y forma de vida, la posverdad, la falsa información, la ambición depredadora del neoliberalismo y de los lobos de Wall Street, el resurgimiento del viejo fascismo nunca muerto, la sensación de que la Historia se puede repetir en cualquier momento, de que el mundo puede estallar, de que este caos no da más de sí. Para hablar de esas cosas necesitaría entrevistar a los que mueven el cotarro en la sombra, a los que frecuentan las alcantarillas del poder, a los que saben de los que se esconden debajo de la alfombra, lo que se cuece, lo que puede el dinero. Serían entrevistas a personajes de primera línea, los que todo el mundo querría entrevistar o casi nadie consigue entrevistar.
—¿Y qué les preguntaría?
—¿Qué podemos hacer con la epidemia de noticias falsas? ¿Ha vuelto Dios? ¿Se aproxima una nueva guerra mundial? ¿Qué civilización domina el mundo? ¿Occidente, China, el Islam? ¿Tendría Europa que abrir sus puertas a los inmigrantes? ¿Puede el nacionalismo resolver los problemas de la desigualdad y el cambio climático? ¿Qué debemos hacer con respecto al terrorismo? Son preguntas inspiradas en un libro de Yuval Noah Harari, 21 elecciones para el siglo XXI. Es una maravilla. Estoy enamorao de este tío desde que leí Sapiens: De animales a dioses. (Piensa) Estas entrevistas tendrían todas ellas categoría de acontecimiento, de exclusiva. Así sí volvería. Y volvería para ser yo sin escudarme en todo lo que he hecho o en las horas que tiene YouTube sin yo enterarme. La entrevista según Quintero. Como el Evangelio según San Mateo. Resaltando lo que se pregunta, cómo se pregunta, lo que se responde, los silencios cuando la respuesta impacta o no es suficiente. Lo importante es lo que se dice y cómo se dice, lo que se cuenta y cómo se cuenta. Lo importante es eso tan maltratado últimamente en los medios: la palabra.
—La teoría suena muy bien, pero, ¿piensa ponerla en práctica?
—En mi pueblo hicieron un edificio de tres plantas muy interesante. Un edificio que va a tener televisión, y ahí es donde yo voy a grabar. Va a tener escuela de comunicación, flamenco, médicos del alma, una serie de proyectos que tengo, que los haré desde este lugar. Es un centro cultural y de comunicación. Tiene emisora de radio, tiene biblioteca, tiene discoteca, bueno, el edificio es una cosa extraordinaria. Y ahí es donde he montado mi plató, rodeándome de todo lo que he hecho en mi vida, que, no sé, rondará por las 10.000 horas. Yo he hecho, aproximadamente, 5.000 entrevistas. Han sido 35 años y pico de preguntas y respuestas. A veces, cuando me siento aquí en este lugar, al lado de Punta Umbría, y de El Rompido, y frente a la Flecha del mar, la verdad es que me siento muy bien y se me ocurren muchas cosas.
—No sabe cómo me alegra escuchar eso. Yo venía en plan Abraham, que, antes de que Dios destruyera Sodoma, empezó: “Si hay 50 justos, ¿destruirías la ciudad? ¿Y si hubiera 20? ¿Y si hubiera tal…?”. Mi pregunta era: “¿Volvería por esos 50 justos?”.
—(Risas) Mi madre era una cristiana de la que se hubieran comido los leones en Roma. Para empezar, mi padre, que era electricista, se llamaba José; mi madre, María, y yo, Jesús. Yo no sé hasta qué punto el nombre que tú y yo tenemos… Creo que en Inglaterra está prohibido…
—Tenemos el nombre más hereje.
—Pero, ¿nos arrepentimos o no?
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