La palabra muda (San Sebastián, 2017) es uno de los pocos poemarios en lengua castellana cuyo tema consiste íntegramente en el Holocausto, conocido como la Shoá, en el que tantos sefarditas descendientes de españoles, procedentes de Grecia, fueron inmolados junto a sus hermanos askenazíes. Constituye el libro de poemas número 22 de su autor, Antonio Enrique, granadino de 1953, también ensayista y novelista.
Reproducimos 5 de sus poemas.
El rabino
El rabino dijo
que todo era castigo de Dios.
Hombres y mujeres desnudos
se abrazan.
Porque el amor une más que la muerte
se abrazan.
Se apaga la luz con un chasquido,
todos los focos a una.
¿Qué es eso que suena?
¿Qué es eso que suena
como la luna cuando se mueve
en la noche remota y lenta?
¿Qué es eso que suena
y quema?
El pavor con un relámpago
ilumina sus calaveras.
Grito como este no lo hay
desde el comienzo del mundo.
Se abrazaron, no sabemos más;
nadie hubo nunca que lo supiera.
Que llovía el gas.
Que el agua lo era de muerte.
Años después están los rasguños
de quienes se lanzaron contra la pared.
El rabino cuando expiró lo dijo:
Así me mates, Yavé, seguiré amándote.
No había Dios, y si lo había,
daba igual.
Media hora, medio kilo
Los huesos eran medio kilo,
el medio kilo media hora.
Pero la pelvis había que machacarla.
Medio kilo de ceniza
en media hora era
todo lo preciso
para achicharrar el alma.
Los crematorios estaban allí,
de donde expandían su hedor
los horneros.
Pues huelen peor que los sacrificados.
Ellos no hablaban,
¡pero lo sabían!
Que los ojos fulguran luces azules
y que la cabeza es lo que más tarda.
Hay una pesadilla en el aire
que nunca podrá ya desvanecerse.
¡No pases por allí! Allí
estuvieron los que bajaron la vista
y ya nunca más la alzaron,
allí quienes por pudor
a ellas nunca las miraron.
Y las que aterradas se arrojaron
en los brazos del verdugo:
Mejor besar a tu asesino
que no irte de este mundo
sin haber amado alguna vez,
aunque sea a quien te mata.
Medio kilo y media hora
cuanto separa el espanto del dolor.
Ojalá llegue el diluvio,
ése del que nadie sepa qué pasó antes.
Un diluvio de pétalos de rosa
para acercar el alba.
Un diluvio de lágrimas sin sal,
para que no chisporroteen.
Para extinguir tanto fuego
como asaba las almas.
La sopa
Las letrinas eran como los dormitorios:
Donde hileras de literas,
poyetes con agujeros.
Y las moscas aplacadas en el techo,
abultados sus ojos
por la gula.
Las letrinas se anunciaban
desde la Puerta donde
Arbeit Macht Frey,
el trabajo nos hace libres.
En verano a las seis y media,
a las ocho y media durante invierno
nos levantaban, porque antes no había sol.
Pero a la una o las tres era la sopa
de tubérculos, nabos o remolacha.
No había más. Los más sabios
remoloneaban en la cola:
en el poso está la sustancia.
Las letrinas son como dormitorios
donde en vez de dormir se defeca.
Es un cuerpo el Campo
y su cloaca la fosa ilíaca.
Dormido en cuclillas quedabas.
Las moscas con los ojos abultados
velan tus sueños de pesadilla.
La sopa es el alma.
Así como en el Campo entras sólido
para salir hecho tufo por la chimenea,
la sopa viene a ti
para convertirse
en detrito deletéreo de la letrina.
Somos nosotros la sopa del exterminio.
Más allá del humo, del mundo y de la nada
Lo que yo amo de ti
son tus huesos.
Es tu cuerpo y lo más interno
de tu cuerpo,
Allí donde nace tu saliva,
tu sangre, la luz con que miras
el mundo, la vida y hasta mí mismo.
Lo que yo amo de ti
son tus ojos
porque en ellos me miras,
son tus manos
porque me tocas,
es tu boca con la que me nombras.
Lo que yo amo de ti
es el vértigo de que te estás
muriendo,
la pobreza de no quedarnos nada.
Lo que yo amo de ti
es la noche, el día
y la tarde.
Lo que amo de ti es el gemido,
el miedo y la tristeza.
Lo que amo de ti son tus ojos enfermos,
y es tu sangre, y son tus huesos
porque tú y yo vamos a morir,
pero tus huesos y los míos
arderán en el mismo fuego,
seguirán amándose
y propagándose
más allá del humo y del mundo
y de la nada.
El peso del horror
Pero ahora estás tú,
tu carne gloriosa,
tu sangre divinal,
tu alma incandescente.
Tu humanidad sin límite.
No importa el sufrimiento
ni el dolor importa,
ni la muerte es nada
si te he conocido.
Porque tú eres la cara de Dios
hecha hembra,
porque tú eres su cuerpo
sufriente, doloroso y mortal.
Tú eres quien Dios escogió
para reclinar mi cabeza.
Tú eres el resplandor de mi pobreza,
tú la gloria de mi miseria,
la dulce y tibia niebla
de mi desamparo.
Te amo hasta los huesos
y lo que hay más adentro de los huesos.
Te amo porque te estás muriendo
al mismo ritmo que yo.
Te amo porque estás desvalida
y envejeces, y se te abren
arrugas y crecen canas.
Te amo porque cuando tuve hambre
me diste a mamar tu leche
y con tu leche el alma.
No me importa morir
porque he conocido a la mujer
que ha sido mi madre, mi hermana,
mi amante y mi amiga:
El todo mi ser.
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Autor: Antonio Enrique. Título: La palabra muda. Editorial: El gallo de oro. Venta: Amazon
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