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El Núcleo del Sol, de Johanna Sinisalo - Zenda
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El Núcleo del Sol, de Johanna Sinisalo

En El Núcleo del Sol (Roca editorial), Johanna Sinisalo levanta en esta ficción un estado totalitario llamado República Eusistocrática de Finlandia, que ha priorizado la salud nacional y ha prohibido todo lo que pueda dar placer o causar adicción. Aunque no todo porque el Estado ha creado una subespecie humana, receptiva, sumisa y siempre dispuesta...

En El Núcleo del Sol (Roca editorial), Johanna Sinisalo levanta en esta ficción un estado totalitario llamado República Eusistocrática de Finlandia, que ha priorizado la salud nacional y ha prohibido todo lo que pueda dar placer o causar adicción. Aunque no todo porque el Estado ha creado una subespecie humana, receptiva, sumisa y siempre dispuesta a tener relaciones sexuales. Solían llamarse “mujeres”. Desde los años 40 varios científicos junto con el Gobierno han puesto en marcha un plan de selección artificial que solo permite la reproducción a las mujeres más dóciles, y la más independientes e inteligentes acaban siendo esterilizadas.

Johanna Sinisalo es una autora finlandesa que ha ganado numerosos premios literarios, incluyendo el Finlandia Prize (2000), el James Tiptree Jr. Award (2004), el Atorox (hasta en siete ocasiones), el Prometheus Award (2017) y ha sido también nominada para el Premio Nebula en 2009.

Zenda publica las primeras páginas de esta novela.

 

PRIMERA PARTE

EL SOTANO

Vanna/Vera
Octubre de 2016

Me levanto la falda, aparto la goma elástica de la ropa interior e introduzco el dedo índice para probar la muestra.

El vendedor abre los ojos de par en par. Las ramas y las escasas hojas del arce proyectan sombras en su rostro, le resplandece el blanco de los ojos y veo cómo se le mueve la nuez al tragar.

Rezuma un sudor rancio, mezcla de alquitrán y flores de Spiraea. Miedo, confusión, desconfianza: es un principiante, seguramente un capso en secreto, un enganchado a la capsaicina que trafica para paliar su adicción. Ha intentado que su gesto permanezca impertérrito, pero se estremece al descubrir esa costumbre tan mía. Es un inexperto. Seguro que también se ha quedado conmocionado al entrever mi vello púbico. Quizá fuese algo que nunca había visto antes.

Saco las manos de las bragas y dejo que el elástico se vuelva a colocar en su sitio con un chasquido. ¡Chas! Me bajo la falda. Aprieto los muslos y dejo que la muestra haga efecto. Le dedico una sonrisa apacible.

El labio interior no miente.

—Tardará un momento —digo mientras contemplo el cielo, o más bien las ramas que se agitan sobre nosotros—. Parece que va a chispear.

El vendedor abre la boca, pero no emite sonido alguno. Siento cierta hostilidad, esa que surge cuando alguien está un poco ansioso, cuando ha perdido el control de la situación. Es comprensible. Si realizas una actividad ilegal a altas horas de la noche en la esquina de un cementerio, es normal que no te apetezca encontrarte con sorpresas como yo.

—Supongo que la primera nevada no tardará en caer —comento. Y justo en ese momento la sustancia empieza a hacer efecto.

Primero siento una quemazón que se extiende por la parte inferior de mi cuerpo, mis labios menores y mi vagina se calientan como brasas incandescentes. Se me forman las primeras gotas de sudor debajo de los ojos, luego por el cuero cabelludo y también en la nuca. La sangre se me agolpa en las orejas. La sustancia resuena como una nota grave, perforante y casi infrasónica, arde con una tonalidad de un marrón oscuro fantástico.

Respiro hondo y sonrío más de lo que debería. —Me lo llevo todo.

 

El labio interior no miente.

Es de verdad.

El vendedor ha sostenido el alijo en la mano todo el tiempo y me lo da en ese momento. Son unos cien gramos y, si todo es igual que lo que me acabo de meter en el chocho, es muy potente. Retuerzo en la mano la bolsa de plástico transparente y me aseguro de que las láminas deshidratadas no estén cortadas con trozos de plástico, papel crepé o pétalos de flor rojos. No parece adulterado.

Asegura que es Naga Viper, pero bien podría ser de alguna variedad que desconozco. A juzgar por su pungencia, diría que tiene sobre un millón de unidades Scoville. Es uno de los más potentes. La capsaicina ruge con tanta intensidad en los vasos sanguíneos de mis orejas que me cuesta concentrarme para cerrar el trato. Saco de mi sujetador la cantidad que hemos acordado. El vendedor no deja de mirarme mientras lo hago, con los ojos abiertos como platos. No me extrañaría que haya empezado a pensar que toda la transacción no es más que una representación para calentarle la polla, ya que primero le he enseñado el pubis y ahora las tetas. Pero si tiene un mínimo de experiencia con el tema y la cabeza algo amueblada, sabrá muy bien que no debería intentar meter el miembro en una vagina en la que un Naga Viper espera para darle un mordisco. Las mujeres no tienen demasiadas terminaciones nerviosas en esa zona, y además he evitado que la muestra entre en contacto con los lugares más sensibles, pero si un hombre se pusiese una dosis así de capsaicina alrededor de la uretra, sentiría una descarga de las buenas.

El vendedor coge el dinero, cuenta los billetes dos veces separándolos con una precisión pasmosa, termina por asentir y se lo mete en el bolsillo de la camisa. Hago un gesto brusco con la cabeza.

—Lárgate. Levanta una ceja y me mira de arriba abajo. Huele a algo dulce, con un matiz muy parecido al del azúcar quemado. Lo miro con fijeza y cruzo los brazos sobre el pecho para hacerle entender la rotundidad de mi rechazo. Se encoge de hombros y se marcha mientras aparta las ramas de su camino y recorre el sendero de gravilla hacia las puertas del cementerio con una lentitud impostada.

Cuando constato que se ha alejado lo suficiente, aseguro la bolsa en la cintura de la falda y la oculto en el dobladillo de la blusa. Es demasiado ajustada como para esconder el bulto, pero servirá por lo menos para que no aparezca en los vídeos de vigilancia.

Espero unos segundos más y salgo de la arboleda. Camino apresurada en dirección opuesta. En el cementerio no hay muchas cámaras, y solo comprueban la grabación cuando saben que ha ocurrido algo sospechoso. También corren rumores de que la mayoría de las cámaras no son más que carcasas vacías. Aun así, intento dar la impresión de que avanzo hacia algún lugar. Tengo preparada una maravillosa explicación por si alguien me pregunta qué hacía en aquel cementerio a las tantas de la noche.

Transcripción de la audiencia (extracto)
9 de octubre de 2016

Supervisor de la Audiencia (SA, en lo sucesivo): Que quede constancia de que, debido a su situación legal, FN140699-NLP (Vanna Neulapää, V, en lo sucesivo) ha sido interrogada en presencia del testigo Jare Valkinen.

Interrogador (I, en lo sucesivo): ¿Por qué se encontraba en el cementerio de Kalevankangas?

Jare Valkinen (J, en lo sucesivo): Para vigilar a mi novia, Vanna Neulapää. Sabía que iba a visitar una tumba.

I: ¿Qué tumba?

V: La de mi hermana.

I: ¿Por qué fue a ese lugar?

V: Bueno, pues porque murió hace poco. ¡Y no soy capaz de dormir porque no se me va de la cabeza! (La testigo empieza a llorar.)

J: La muerte de su hermana le causó a Vanna una gran conmoción. La tumba es un lugar querido y muy importante para ella.

I: ¿Por qué vigilaba a Vanna?

J: Porque las elois son muy influenciables o se les obliga con facilidad a hacer cosas de las que podrían arrepentirse, y prefería asegurarme y vigilarla.

I: Bien hecho. ¿Ya puede hablar la otra testigo?

V: Sí, eso creo.

I: ¿Conocía al hombre que la atacó?

V: ¡Claro que no!

I: ¿Lo conocía usted, Valkinen?

J: No. Sospecho que el hombre llevaba mucho tiempo persiguiendo a Vanna, la vio entrar en el cementerio y pensó que era una buena oportunidad.

I: Tanto ambos testigos como el atacante pasaron varios minutos en un lugar que se encuentra fuera del alcance de las cámaras de vigilancia. ¿Se llevó a cabo algún tipo de provocación o incitación?

V: ¡Claro que no! Estaba… Tenía que (susurra) orinar. Me había bebido seis tazas de esa hierba que se supone que te ayuda a dormir, pero a mí solo… solo me dieron ganas de mear… Lo siento. Quería dormir y no podía, así que fui al cementerio y allí no pude evitar que me diesen ganas.

I: Así que se ocultó de las cámaras a propósito porque… ¿tenía que hacer sus necesidades?

V: ¡Seguro que el hombre que se me acercó me espiaba mientras lo hacía! Tendría que haber buscado unos aseos, pero ¡era muy urgente! (La testigo empieza a llorar otra vez.)

I: Entonces… después de observar dicha… actividad, ¿el atacante siguió a la testigo?

J: Supongo que eso fue lo que ocurrió.

I: ¿Y usted estaba escondido junto a la tumba porque quería saber lo que hacía su novia cuando salía por las noches?

J: Eso mismo. Cuando el atacante fue a dar con ella, al principio pensaba que habían quedado en reunirse allí, pero luego el hombre la agredió e intentó abusar de ella sexualmente.

I: Muy bien. En la grabación se ve cómo ese hombre intentó arrancarle la falda a la testigo.

J: Quise ayudarla, claro, y por eso golpeé a ese hombre en la cara. Di por hecho que el golpe lo había dejado inconsciente y me giré para comprobar que Vanna estaba bien. Luego él salió corriendo. Al ver que Vanna no tenía heridas graves, me acerqué a la alarma de disturbios sociales más cercana y pulsé el botón. ¿Lo han pillado? Si es así, podría ayudar a identificarlo.

I: Por el momento, no podemos ofrecerles ningún dato sobre el desarrollo de la investigación.

V: ¿Podemos marcharnos?

I: Hable solo cuando se le pregunte. Doy el asunto por zanjado. Pueden marcharse, pero primero tendrán que firmar la grabación de la audiencia. Ponga su nombre ahí debajo, señorita. ¡Rapidito! No hay tiempo para que se detenga a leer todo lo que pone. Su hombre le entregará una copia más adelante y le explicará lo que significa.

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Autor: Johanna Sinisalo. Título: El Núcleo del Sol. Editorial: Roca. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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