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José Luis Garci: “Siempre vamos a necesitar que alguien nos cuente algo que no sabemos” - Zenda
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José Luis Garci: “Siempre vamos a necesitar que alguien nos cuente algo que no sabemos”

Fundamentalista analógico —presume de no tener móvil, ordenador, correo electrónico y derivados—, daltónico, perfeccionista, lector, crítico, articulista, escritor de ensayos y de cuentos y, cómo no, cinéfilo, Garci cita a Zenda en la sede de su productora, Nickel Odeon, y nos ubica en una sala presidida por una estatua de Bogart: “Ahí no me saques...

José Luis Garci (Madrid, 1944) fue capaz de juntar, en su película Holmes & Watson: Madrid Days, a Leticia Dolera y a Alberto Ruiz-Gallardón sin que hubiera derramamiento de sangre. Con “nostalgia jubilosa”, al poco de su estreno —septiembre de 2012—, proclamó que no volvería a hacer cine. Sin embargo, tras una larga conversación con la viuda de Alfredo Landa, Maite Imaz, quien le dijo al director de Volver a empezar —recordemos, Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1982— “sería bonito que hicieras lo de El crack, a Alfredo le hubiera gustado”, el cineasta reculó, como no sé cuántos toreros y como Miguel Ríos, y se animó a cerrar su trilogía negra con una precuela, El crack cero, en la que Carlos Santos encarnará a un (más) joven detective Areta y que se estrenará el próximo 11 de octubre.

Fundamentalista analógico —presume de no tener móvil, ordenador, correo electrónico y derivados—, daltónico, perfeccionista, lector, crítico, articulista, escritor de ensayos y de cuentos y, cómo no, cinéfilo, Garci cita a Zenda en la sede de su productora, Nickel Odeon, y nos ubica en una sala presidida por una estatua de Bogart: “Ahí no me saques fotos —le dice a Jeosm—, que ya me han hecho 200”. Justifica esta entrevista no una película, sino la recuperación, por parte de Hatari Books —editorial de la que es socio fundador—, de Ray Bradbury: Humanista del futuro, libro que, originalmente, vio la luz en 1971 con la desaparecida editorial Helios y en el que uno de los cowboys de medianoche, subjetivísimo, repasa, en la primera parte de la obra, la vida del autor de Crónicas marcianas y analiza, en la segunda, el libro de relatos El hombre ilustrado.

Conversamos en una sala sin aire acondicionado a petición del entrevistado: “Yo sé que hace mucho calor, pero es que el aire ese me deja hecho polvo”. 

—Señor Garci, ¿qué es lo peor que puede hacer un hombre en la vida?

Son tantas cosas… Quedarte con una es muy difícil. No sé, todo lo que haga daño, ¿no? Mentir, engañar… 

—¿Y qué es lo peor que puede hacer un hombre que hace cine?

—Te iba a decir que hacerlo mal, pero eso no depende de uno. Hay veces en las que quieres hacerlo bien y no te salen las cosas. Lo peor es no hacer exactamente lo que tú quieres hacer y dejarte llevar por las modas, por lo que se lleva, por algo que no sea la autenticidad que tú piensas que tiene que tener esa película. 

—¿Y lo mejor? He arrancado el cuestionario de un cenizo…

—Hombre, disfrutar con el rodaje, en el montaje. Te iba a decir que disfrutar escribiendo, pero no se disfruta escribiendo. Es el trabajo más duro y más difícil para hacer una película. Puff, ahí no se pasa nada bien. Se suda no tinta, sino cinta de máquina de escribir. Lo mejor es pasarlo bien en el rodaje. Cuando ruedas nunca sabes si lo que has hecho está bien o no. Ni siquiera cuando lo has terminado. Nunca tienes la certeza de que has hecho una cosa que te guste, ni siquiera a ti, porque estás un poco cansado de haber manoseado el tema cuando lo escribías, lo rodabas, preparabas y editabas. Si fuera más joven te contestaría de otro modo, pero a estas alturas del metraje, ¿qué quieres que te cuente? Es la verdad. Es muy difícil, sobre todo para mí. Yo hago películas, no hago films. No hago cinema. Hago películas, sencillamente. Y sé que es muy difícil hacerlas. La experiencia te muestra que después de tantos años no sabes muy bien qué es esto. Te pasará a ti escribiendo o a este hombre (se refiere a Jeosm) haciendo fotos. Todo lo que sale bueno en el cine, como decía Howard Hawks, es por casualidad. Hay veces en las que, con tantas horas de rodaje, pues hay algo que sale bien, y a lo mejor salen muchas cosas mal, pero lo que sale bien es un milagro. Es un misterio, de verdad. Recomendaría a la gente que quiera hacer cine que se ande con ojo, porque puede tener el mejor texto, los mejores actores, el mejor presupuesto, y no funciona. Y haces una cosa improvisada y sale estupenda. No lo sé, es muy difícil.

—¿Por qué en el arte, al menos de cara a la galería, se infravalora tanto el verbo “entretener”? ¿Por qué se premia más el llanto que la risa?

—Creo que eso lo hace gente muy incapaz. No son los más listos. Lo más importante y lo más difícil del mundo es entretener. Te puede gustar mucho Schopenhauer, pero bueno, para una tarde (risas). Siempre será mejor leer una obra de teatro de Neil Simon, digo yo. Entretener es muy difícil. Eso sí que es un arte. El arte del entretenimiento. Ahora no creo, porque ya nadie va al cine, pero antes, cuando se iba al cine, algunos salían de ver las películas y decían: “Ay, qué bien lo hemos pasado. Es una bobada, pero nos hemos reído mucho”. ¿Cómo que es una bobada? Es lo más difícil del mundo eso de que te rías. Había una especie de Arte, con A mayúscula, donde parece que lo importante eran las películas con cierta trascendencia, solemnidad… Según pasan los años y vas cumpliendo películas, te vas dando cuenta de que lo más difícil es entretener, que la gente se lo pase bien, que se instale en una película nada más empezar y brrr, llevas ahí dos horas en un viaje fantástico y lo pasas muy bien. No sé si es arte o no, pero si hay un arte, debe de ser ese.

—Usted ha declarado que “el cine ya no es el cine”. ¿Qué quiere decir?

—El cine era algo a lo que iba la gente. Ya empezó a ir con el cine mudo. Se construyeron palacios de mármol maravillosos, unos cines, no ya en EEUU, sino en todo el mundo. Aquí en Madrid los de la Gran Vía, y en Barcelona, y en Valencia… La gente acudía y creía, era una religión: creía lo que salía del proyector. Profesaba una fe. Pero la gente dejó de ir al cine porque otras cosas se pusieron más a tiro: el campo, los coches, las motos, el salir… El cine dejó de ser un artículo de primera necesidad. Llegó la televisión, y aunque cohabitaban en paz la pantalla de la sábana santa del cine y la de la televisión, la gente se inclinó más hacia la segunda. Y ahora ya no sólo se ve el cine en casa: se ve en el metro y en el autobús con esa tercera pantalla del teléfono móvil. El cine ya no es lo que había sido, es otra cosa, ha cambiado. Ya cambió incluso hace veinte años, cuando la gente iba al cine fuera de la ciudad a los centros comerciales, donde la gente iba a comer hamburguesas, a comprarse una chaqueta y a ver una película. Eso ya ha quedado fuera. Ahora el cine lo ves en casa, o incluso fuera, pero lo ves en las series de televisión… ¿Te has dado cuenta de todo el error que se cometió con acumular películas para tu casa? ¿Para qué? Aquellos DVDs, VHS… Y ahora, la gente que las tiene, ¿para qué las quiere? Si dentro de dos meses llegarás a casa y dirás: “Quiero una película de John Ford del año 39 que se llama así y la quiero ver a tal hora”. Y pam, la tendrás. No hace falta tener la biblioteca de Babel: la tienes en tu móvil. Ahí lo tienes todo. Entonces, ¿cómo que no ha cambiado el cine? Claro, esto es otra cosa que no tiene nada que ver con el cine. El esplendor de Hollywood, las grandes majors, la Paramount, la MGM, la Columbia, la Warner Brothers… tenían ciento y pico escritores trabajando, otra gente que hacía las películas, productores, productores ejecutivos, directores… Eso ha acabado, ya no existe.

Y la literatura ¿“ya no es la literatura”?

—Sí, hombre. Yo creo que siempre va a existir el que te cuenten una historia. Yo no sé en el formato que va a ser dentro de cien años en el cine, y tampoco sé si van a ser libros digitales o la cosa va a acabar, como en Bradbury, en que tú te sepas bien una película o un libro y me la cuentas a mí, voy y se lo cuento a otro, y vas añadiéndole cosas. La Ilíada supongo que fue así. Lo de Homero, ¿cómo se contaría? Al principio, se perderían muchos párrafos y muchos versos de la historia aquella. Y no te digo nada de La Odisea, cómo contaban ese viaje. Siempre vamos a necesitar que alguien nos cuente algo que no sabemos. Que alguien venga de un país desconocido, nos sentemos alrededor, le paguemos una cena y, alrededor del fuego, nos cuente una historia de Bagdad, de una mujer que estaba con un sultán y le contaba historias por las noches… Yo qué sé, pero evidentemente siempre va a haber historias maravillosas como La isla del tesoro, Moby Dick y cosas de esas. Yo no sé el formato. Es decir, lo que sé es que yo las películas que he visto las he visto en formato original. La gente cuando ve ahora Casablanca o Lo que el viento se llevó las ve en otro formato mucho más pequeño. Yo he visto Lawrence de Arabia en el formato original, en una pantalla enorme de un cine enorme de la Gran Vía. Era una sensación diferente. Eso no quiere decir que mi cerebro o el tuyo no se acoplen a verlo por televisión. Claro que sí. Igual que lees un libro y pasas las hojas y lo hueles, o antes, que había que abrirlas con una cuchilla, cla cla, y ahora lo puedes leer en un libro digital estupendamente, en un viaje en avión, y no llevas nada de peso. Al fin y al cabo lo que haces es leer. ¿Va a desaparecer la lectura, ese don maravilloso compartido? Pienso que no, pero vete a saber. No se sabe nunca.

—Reedita Ray Bradbury: Humanista del futuro, libro que vio la luz por vez primera en 1971. ¿Por qué?

—Porque se ha empeñado un amigo mío que se llama Eduardo Torres-Dulce. Yo no lo quise hacer ni cuando se empeñó Luis Alberto de Cuenca para Cordelia. Pero Torres-Dulce se ha empeñado, y en una editorial de la que yo formo parte. Es un poco feo. “No, no tiene nada que ver”. Bueno, es un libro que escribí a los 25 años y que no he querido prologar. Le dije: “Tenemos una charla”. Y hablamos como estamos hablando tú y yo ahora. Por primera vez en mi vida yo, que soy muy pesado tanto en el montaje como cuando escribo, que cambio una palabra por otro adjetivo, un tiempo de un verbo, de repente me llevo todo a presente lo que estaba en pasado… Este libro no lo he tocado. Y no lo he tocado porque he tenido la sensación de que no podía poner mis manos sobre algo que escribió otra persona, que ese chico de 25 años que lo escribió no soy yo, es una persona que no está. No hay más que ver las fotos (risas). No he tocado nada. Ni lo he querido leer, por supuesto. Lo leería si no supiera de qué se trata, pero lo leería como un libro sobre Bradbury, de un tipo que escribió sobre aquel autor americano. Lo que sí puedo decirte es que ha tenido suerte este libro siempre. La primera edición llevaba una portada estupenda de Daniel Gil con un dibujo de Luis Sáez, el pintor maravilloso, y aquí han hecho una edición fantástica, como los libros americanos, con el rejoneo. Es un libro fantástico, de verdad. Lo cual pues, ¿qué quieres que te diga? Me parece un libro que está maravillosamente editado.

—¿Cómo es eso de que, cuando en su momento presentó el libro en la Librería Antonio Machado, entró la Policía y reventó el evento?

—Eran años complicados. Esto sale en el 71. Me lo presentó Alfonso Sastre, que era un señor que ya había tenido problemas con su teatro, desde Escuadra hacia la muerte. Entonces, cuando Alfonso empezó a hablar del Sabueso Mecánico, la policía, la caza de brujas y todo eso, entró la policía y pidió que se suspendiera el acto. Y se suspendió. Eso le dio difusión, en el Madrid, en el Pueblo, en los periódicos que había entonces. Pasaba con el libro mío y con muchos libros más. O sea, que esto no era excepcional. Este libro tampoco tiene mucha carga política. Pero era Alfonso Sastre y se habló de la caza de brujas. ¡Coño, no era la democracia! No había llegado tampoco la transición. Esto era el 71 y no gustaba mucho aquello de la caza de brujas. Entonces, Sastre lo llevó muy bien, hizo una parábola estupenda y fue en la Galería Machado, aquí, frente a la Sociedad de Autores. Estaba lleno, a rebosar. Y entró la policía y la cosa siguió sin fiesta y sin presentación. Andrés García Madrid, que era el editor, dijo: “Señores, han visto lo que ha pasado. Eso no tiene nada que ver para que nosotros sigamos comentando y tal”.

—En el libro, usted cuenta que a Bradbury, siendo niño, le regalaron una máquina de escribir y que, con ella, ya supo que sería escritor. ¿A usted le hicieron algún regalo con una trascendencia similar?

—Con mayúsculas. Eso me lo contó. No, no me hicieron un regalo así. La máquina de escribir en la que todavía escribo me la regaló mi padre, pero fue ya en el año, no sé, era ya bastante mayor. Yo creo que he escrito todos los guiones con esa máquina. Una Olympia modelo Mónica. La tuve que mandar varias veces a revisar, la última hace año y medio. Me puse a escribir un prólogo para la editorial Cordelia, que quería sacar mis cuentos, Insert Coin, y de repente me noté muy raro escribiendo en esa nueva máquina recién puesta y tal, y me volví en cinta. Pero vamos, yo no tuve suerte de tener una máquina de escribir con diez años, con doce, con quince, con veinte. Lo que pasa es que fui a la Academia Caballero y allí aprendí a escribir a máquina. No el método ciego, aunque nos vendaban y eso. Yo no era bueno. Me sirvió para cuando entré en el Banco Ibérico escribir bien. Ahí había buenas máquinas —Lexicon 80, todo tipo de máquinas— y seguía escribiendo a máquina. Prácticamente nunca he parado de escribir a máquina. Últimamente me da más pereza y suelo escribir a mano, pero luego lo paso a máquina antes de darlo aquí antes de que me lo pasen a, ¿cómo se llama eso?

—¿A ordenador?

—Sí, a ordenador. Eso lo copié de Hemingway, que decía que lo mejor era escribir a mano, volver a escribir a mano las notas que habías tomado, y luego lo pasabas a máquina —ya tenías una segunda vez, otra oportunidad de poner y revisar lo escrito—, y luego te lo pasaban y, de ahí, a la editorial el libro. Aunque yo creo que en las galeradas que había entonces se volvía a meter mano. Todo el mundo vuelve a meter mano, los poetas incluso.

—Luis Alberto de Cuenca, por ejemplo.

—Siempre ha cambiado poemas. Pues yo, según Luis Alberto, cambio más que él todavía. Tanto es así, que en el libro mío este de las Terceras de ABC hay una sobre Luis Alberto y estaba terminada, le gustó mucho y tal, pero le metí una frase final que creo que no la había metido en su momento, hablando de él, que es: “Omar Jayam abstemio”. Que es lo que es Luis Alberto.

—También recoge unas palabras de Bradbury, a mi juicio muy interesantes: “Escribe. Escribe cada día de tu vida. Escribe, por lo menos, mil palabras diarias. Escribe cada semana una historia. Es lo que yo hice y vi hacer a otros muchos. Escribir cada día es conocerse mejor, relajarse más. Y estando relajado uno llega a ser diez veces más lúcido”.

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—Eso yo lo hubiera hecho si hubiera sido un escritor profesional, pero no soy un escritor profesional. Nunca he escrito salvo cuando te metes en un buen costal de harina, en un guion. Entonces escribes o tratas de escribir todos los días, y escribes y tachas, o cuando estás escribiendo un libro. Pero es que escribir todos los días mil palabras… Deben de ser como tres folios, ¿no? No lo sé lo que serán mil palabras. Yo siempre me pierdo cuando me dicen “haz un texto de tanto”. Digo: “Ahora dímelo en folios”. Pero para un escritor sí es bueno escribir a diario. Te va tirando. Yo lo he notado. Cuando he hecho algún libro, vas cogiéndole gusto. Igual que cuando lees un libro que te gusta mucho y te lo llevas al cuarto de baño, cuando le coges el gusto a la escritura estás pensando en el libro, y se te ocurre una frase, y la apuntas, y coges ese último folio y lo retocas. Pero yo no he sido escritor profesional. Igual que hacer cine te lleva a hacer guiones, pero no estás siempre haciendo guiones. Entonces, es un gran consejo para los escritores. Sin duda alguna.

—En la segunda parte del libro, usted analiza El hombre ilustrado, y dice que algunos de los relatos incluidos en este volumen están a la altura de Maupassant, Chéjov, Hemingway o Borges. Previamente, escribe que descubre a Bradbury en una revista argentina y que le llama la atención que tiene un plus literario, un cuidado de las palabras superior al que tienen otros autores del género en español.

—La revista era Más Allá. Bradbury tenía un punto poético, un punto melancólico, incluso. No eran historias de marcianos como las que estábamos acostumbrados a leer, de malos que disparaban a unas máquinas de matar y se iban con chicas de minifalda con los ojos tan raros. También estaba Arthur C. Clarke, que me gustaba mucho. Y Philip K. Dick, que es extraordinario. Para mí, es la trilogía de la ciencia ficción. Bradbury era distinto. Y no sólo fue un impacto para mí. Fue un impacto para Chicho Ibáñez Serrador, para Juan Tébar, Carlos Ruiz, Juan José Plans… Vimos otra cosa distinta. Yo le descubrí en Más Allá, pero luego fueron llegando, con cuentagotas, sus relatos. Y luego, en el 60, gracias a las ediciones de la Revolución que hacían en Cuba, como no pagaban derechos, sacaban a Bradbury y sacaban a cualquiera, y ahí vimos otra vez las historias de él, sobre todo Crónicas Marcianas. Y gracias a Minotauro, que traía aquí todo, como Cortázar y su Historias de cronopios y famas. Había tres o cuatro autores que me han impactado en la vida, pero sólo tuve la gana o la oportunidad de haber escrito sobre Bradbury. Me hubiera gustado escribir sobre Somerset Maugham, que me parece que es uno de los genios del siglo XX. Es uno de los mejores novelistas. Servidumbre humana me parece colosal. Y los relatos suyos son geniales, comparables a Maupassant. Y los libros de viajes, y los ensayos. El libro ese de Diez grandes novelas y sus autores es un prodigio. Cómo habla de Alan Poe, de Melville, de todos los más grandes. Entonces, ¿por qué escribes de uno? No lo sé. A lo mejor, de adulto debí haber escrito sobre Somerset Maugham.

—Señor Garci, ¿quién o qué sería, hoy, el Sabueso Mecánico?

—No puedo hablar porque no sé todo eso de internet. Soy un hombre totalmente analógico, ni siquiera he tenido alguna vez teléfono móvil. El Sabueso Mecánico tiene que estar en ese mundo de internet, o algo parecido. Pero no soy experto en estos mundos, en las redes y todo eso. Para mí, las redes siempre han sido las redes de la portería (risas), «besaba las mallas». Ahora no sé ni qué son las redes ni lo que es la nube, estoy perdido. Pero por ahí puede haber alguno.

—Cambiemos de tercio: ¿El crack cero se estrenará, finalmente, el 4 de octubre?

—No, el 11 de octubre. Quería haber estrenado el 4 por solidaridad con Woody Allen. Era un honor coincidir con él. Le tengo mucha admiración. He podido conocerle y me parece un tipo muy majo. La última vez que estuve con él fue el 14 de mayo. Siempre he tenido con él una sensación de cercanía, como creo que la hubiera tenido con Truffaut, por ejemplo. Somos gente que pertenecíamos al mismo oficio. Woody Allen es un tío con sentido del humor, divertido. No sé cómo salió el tema, pero le dije que Perdición me parecía, y me sigue pareciendo, la mejor película negra que se ha hecho. Y él me dijo: “No, no, la mejor película negra no; la mejor película, de todos los géneros”. Creo, y esto es políticamente incorrecto, que se han cebado con él. Hasta donde yo sé, no le han metido en la cárcel, ningún juez ha dicho que ha cometido todo eso… Cosas que dice, curiosamente, una mujer con la que ha vivido, Mia Farrow, que, si no recuerdo mal, tuvo una historia muy jovencita con Frank Sinatra y se casó con él con 18 años. Me parece que están desvirtuando su obra y hay gente que dice: “Nunca más volveré a trabajar con él”. Bueno, es un poco exagerado. Por eso me hubiera gustado estrenar con él. Pero no puede ser por cosas del mundo de la distribución.

—¿Sigue queriendo hacer ese libro sobre películas malas?

—Sí. Lo que yo entiendo por películas malas, ojo. Que se me ha entendido a veces mal. Hay muchas películas consideradas obras maestras que para mí son malas, pretenciosas, sobre todo políticas, sociales, que se han descascarillado con el tiempo. En cambio hay otras muy humildes, películas pequeñitas, que son extraordinarias y nunca están en el catálogo de las buenas. Mi idea es que no todas las películas buenas son tan buenas y no todas las películas malas son tan malas. Como las mujeres: no todas las chicas malas son tan malas. Hay cosas muy buenas en las chicas malas, y no todas las chicas buenas son tan buenas.

—Para terminar, ¿ve a Stephen King ganando el Nobel de Literatura algún día?

—Hombre, sería justo. Ojalá, se lo merece. Ha escrito una obra muy amplia ya, muchas novelas muy buenas. Ha escrito mucho y muy bien. La gente del cine le tiene que estar muy agradecida: desde Kubrick a Frank Darabont han hecho películas extraordinarias. Fíjate Darabont: Cadena perpetua, La niebla, que es una obra maestra, La milla verde… Es el nuevo Allan Poe, pero supongo que en la época de Allan Poe, salvo el autor de Las flores del mal, que era… 

—Baudelaire.

—Baudelaire, poca gente sabía en su tiempo que era tan bueno Poe. Tampoco le daban mucho valor a esos cuentos fantásticos, de muertos… Nunca he tenido buena suerte con lo que he propuesto. En cambio, era jurado cuando se le dio el Premio Príncipe de Asturias a Bob Dylan, y luego me arrepentí un poco. Se portó muy mal con la gente del premio. Le llamaron a finales de mayo, estaba yo delante, por eso puedo hablar. Y dijo que no podía. ¿Quién tiene una agenda de mayo a octubre tan llena? Le dijeron delante de mí: “Es un premio muy importante. Lo han tenido Arthur Miller, Woody Allen…”. Este es muy raro. Tampoco fue al Nobel, aunque sí lo cobró.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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