El escritor Manuel Vilas advierte de que a veces tiene miedo a una fragmentación del castellano y aboga por una mayor coordinación entre los ministerios que se ocupen de la Educación en España y Latinoamérica.
Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 1962), partidario de transformar el español en «una lengua de cultura», destaca en una entrevista con Efe con motivo del taller que ha dirigido esta semana en la UIMP, que «el mayor tesoro económico» de los hispanohablantes es la lengua.
Así, apuesta por que, a un lado del «charco» y al otro, los países se coordinen para reforzar el castellano, como cree que está haciendo el Instituto Cervantes de forma «brillante» desde la llegada de Luis García Montero como responsable de la institución.
Vilas apuesta por que la Real Academia Española —cuya labor defiende— y los ministerios educativos de los países hispanohablantes custodien «una norma lingüística del español culto». «Con eso sería suficiente», señala.
Además, cree que el hablante del español, sea del país que sea, «tiene el derecho y la obligación» de adaptar su oído a aprender palabras de Latinoamérica y de la península, convirtiendo así esta diversidad en «una variedad lúdica».
«Debería ser una política nacional transversal, desde el presidente del Gobierno hasta el último funcionario de la Administración. Porque en ello nos va muchísimo, nos va incluso la supervivencia como país», incide en el caso español.
Vilas cree que se está mirando demasiado al norte, pues, a su juicio, España y Europa «están colonizadas por Estados Unidos culturalmente», mientras que los norteamericanos no prestan atención «ninguna» a la Península Ibérica. «Sólo a Alemania, Francia y a sus primos-hermanos: los ingleses», precisa.
«El peligro del español, al ser una lengua global, es que se fragmente, que sería la ruina absoluta», asegura, y pone como ejemplo la polémica sobre la decisión de una plataforma de vídeo de subtitular la película Roma en «español peninsular», que en su opinión, además de tratarse ya de «un aviso» del riesgo de fragmentación, fue algo «innecesario» y «debidamente criticado».
Sin embargo, el escritor oscense constata «una atención mutua» en la relación cultural entre España y Latinoamérica, pese a que —añade— todo es susceptible de mejora y a que a veces unos no tienen curiosidad por los otros y viceversa.
Manuel Vilas confía en que al español le irá bien en el momento en el que España carbure económicamente. «Cuando el PIB de España sea como el de Alemania no tendremos ningún problema», enfatiza.
En su opinión, el país se encuentra «totalmente atascado» mientras sus dirigentes están pendientes de asuntos que no son los que más preocupan a la ciudadanía. «Me cabrea», reconoce.
Contrario a la visión romántica de la literatura, que para él requiere esfuerzo y no tanto genialidad, Vilas se muestra «enormemente optimista» ante el futuro de la literatura española, y confiesa que lo que más le importa en su trabajo es que lo que escriba sea útil.
A su juicio, lo mejor de ser escritor es que el libro sirva al lector para sentirse identificado, y lo peor: cuando uno no consigue que el mensaje llegue a su destinatario.
Su siguiente novela, que pese a estar terminada se encuentra «retenida» en el ordenador, continúa la exploración autobiográfica que Manuel Vilas comenzó en «Ordesa», su última obra publicada.
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