La ya exeurodiputada María Teresa Giménez Barbat promovió, en marzo de este año, la candidatura de la profesora María Elvira Roca Barea al Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. La propuesta fue respaldada por, entre otros, Felipe González, Juan Fernando López Aguilar, Esteban González Pons, Fernando Savater o Xavier Pericay. El motivo: la enorme e innegable repercusión del ensayo Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, EEUU y el Imperio español (Siruela, 2016), del que se han vendido más de 100.000 ejemplares y que ha sido calificado como “necesario” (Juan Abreu, en El Mundo), “solvente” (Emilia Landaluce, también en El Mundo), “con arrojo necesario y valentía” (Manuel Lucena, ABC Cultural) y como “un tratado clave para conocer la historia de nuestro país sin complejos ni taras ideológicas” (La Razón, autor de la entrevista sin especificar en la web).
Sin embargo, para el catedrático de Filosofía de la Complutense José Luis Villacañas, Imperiofobia y leyenda negra es un libro “dañino”, “peligroso”, “descarado”, “antieuropeo”, “racista”, “antiintelectual”, “delirante” o “prepotente”, un “libelo populista intelectual reaccionario y malsano” que se encuentra “a mitad de camino entre Buster Keaton y Groucho Marx”. Estos calificativos los encontramos en Imperiofilia y el populismo nacional-católico (Lengua de Trapo, 2019), un ensayo ad hominem con el que el exdirector general del Libro, Archivos y Bibliotecas de la Generalidad Valenciana y mentor de Íñigo Errejón —de hecho, el líder autonómico de Más Madrid presentó el libro del filósofo en la capital— pretende desmontar el, en su opinión, “ejercicio de blanqueamiento y manipulación ideológica” de Roca Barea.
Imperiofilia y el populismo nacional-católico justifica esta conversación:
—Señor Villacañas, ¿qué es o qué fue la leyenda negra?
—La leyenda negra fue parte de la guerra civil europea que determinados países, cuya causa creían justa, condujeron contra el imperio español de Carlos V, y luego, contra la Monarquía hispánica de Felipe II, Felipe III y Felipe IV. Como parte ideológica de la guerra, efectivamente, fue un arma que utilizaron los enemigos. Y la utilizaron, en cierto modo, intentando hacer el mayor daño posible al imaginario español. Por supuesto que la leyenda negra existió. Desconocía la realidad española, aunque no tenía por qué conocerla: lo que hacía era atacarla. Tuvo una peculiaridad: mientras que los países enemigos, no digo del pueblo español, sino de la Monarquía española y de las élites dirigentes, sabían lo que era la inteligencia, nuestras élites directoras estaban todavía dependiendo de unas élites muy primitivas que se expresaban en latín, que procedían de la Edad Media teológica, que no sabían lo que era la inteligencia moderna y que no supieron defender a la Monarquía hispánica, que les pagaba y, por supuesto, tampoco a los intereses globales de lo que pudiera tener allí el pueblo español, sencillamente, porque no estaban a la altura de esa inteligencia específicamente moderna. En este sentido, dejaron el campo libre a lo que podemos llamar los enemigos de la Monarquía. Pero yo creo que una vez que se logra la Paz de Westfalia en 1648 y una vez que España está derrotada, no tiene mucho sentido seguir manteniendo lo que podemos llamar los grandes puntos de la leyenda negra. Primero, porque, a partir de 1648, la Inquisición deja de tener una actividad importante, y segundo, porque América, ya para todo el mundo, es una de las fuentes de la ruina española. Y lo que es más importante: la leyenda negra deja de funcionar cuando el enemigo imperial, el enemigo hegemónico, es Francia, y hay que impedir que Francia se haga con el imperio español. Esto es lo que determina que, a partir de 1648, Inglaterra y Holanda apoyen a la Monarquía española. Es verdad que vuelve a tener un rebrote a partir de 1770, aproximadamente, cuando la Monarquía católica española logra que el Papa disuelva a los jesuitas. Los jesuitas, los que vienen de América, pero también los que están en España, pasan toda una serie de materiales a la Ilustración francesa, posiblemente a Diderot, de tal manera que se publica la gran obra del Abate Raynal, en la que denuncia todo el imperio español y toda la catástrofe poblacional y racial que hubo en América. Pero estoy firmemente convencido de que este rebrote, relacionado específicamente con la disolución de los jesuitas, desaparece en 1808: España pasa a ser el modelo de los liberales europeos, de los antiimperiales contra Francia, el modelo de los alemanes… España ofrece grandes palabras al progresismo europeo: “liberal”, “guerrilla”, “independencia”. A partir de ahí, incluso antes, hay una mirada sobre España que no diré que es hispanofílica, pero sí más hispanofílica que hispanofóbica: Lessing traduce a Huarte de San Juan; Schopenhauer, a Gracián; el romanticismo a Calderón… El romanticismo alemán es profundamente hispanófilo.
—¿Y por qué la leyenda negra, en mayor o menor medida, está presente en el debate político actual?
—Por la herida catalana. Cataluña ha basado su reivindicación de un estado propio justamente por el atraso del Estado español y la debilidad democrática del Estado español, por la falta de capacidad de reconocimiento de minorías del Estado español. Y esto se ha identificado a través del hilo de la leyenda negra. En cierto modo, la legitimidad del movimiento independentista catalán pasa por desprestigiar la democracia española. Yo creo que eso es un error del independentismo catalán. En realidad, personalmente, yo creo que es un error fragmentar el Estado y reivindicar la secesión, pero creo que la respuesta a eso es demostrar al mundo que tenemos una inteligencia capaz de responder a los independentistas catalanes de la manera adecuada. Y no responder a los independentistas catalanes de la manera en que les demos razones para que diga el mundo: “Caramba, sí que son salvajes las élites españolas, cuando afirman cosas como las que afirma ese libro” (Imperiofobia y leyenda negra, de Elvira Roca Barea).
—Que sea un catedrático de Filosofía y no uno de Historia quien publique un libro como Imperiofilia y el populismo nacional-católico es síntoma de…
—De un déficit de organización del sistema científico español, de un sistema universitario que está muriendo por la hiperespecialización. Como el libro de Roca Barea no se mete con la especialidad de ningún historiador español, ninguno se da por aludido. Si yo soy especialista en la hacienda de Carlos V y tú no dices nada sobre la hacienda de Carlos V, ¿yo qué tengo que decir? Los historiadores que, en cierto modo, consideran que su oficio es ser muy buenos en un campito muy pequeñito de la Historia no son generalistas. No están en condiciones de hacer una visión general de la Historia de España. Esto es lo que determina que esa visión general de la Historia de España, que tenga una visión democratizadora, de fundamentación de una conciencia histórica a la altura de nuestra conciencia política y constitucional, tengan que hacerla otros que no son historiadores: novelistas como Pérez-Reverte, por ejemplo, o filósofos. ¿Por qué? Porque no somos generalistas. En realidad, el oficio del filósofo es identificar qué es lo importante: en el ámbito de la vida personal, de la vida social, de la estética, de la vida amorosa… Y, en ese sentido, el filósofo que habita en mí ha visto que criticar ese libro es importante. En cierto modo, fomentar el espíritu que fomenta ese libro es peligroso. Es un libro que no está a la altura de la Constitución, es profundamente anticonstitucional.
—Usted afirma que Imperiofobia y leyenda negra, de Elvira Roca Barea, es “un producto de la factoría de Steve Bannon”, un libro “dañino y peligroso”. ¿Por qué?
—Es dañino, fundamentalmente, porque destruye lo más importante que tiene el ser humano, que es la inteligencia. Es un libro dañino porque genera un tipo de subjetividad, y esto es muy decisivo para la factoría de Steve Bannon, que, si me permites, puedo llamar histérica. ¿En qué consiste la subjetividad histérica? En tener a flor de piel la autoafirmación. El “a por ellos”. Tener a flor de piel esta herida abierta y que exige una respuesta fulminante, violenta. Y este libro lo hace porque tiene una técnica muy precisa de construcción. No es un libro ingenuo. Y es peligroso porque su daño no es percibido. Es subliminal. Cada página del libro está construida para hacer saltar de ira al lector. “Sobre España se dijo que mató 20.000 judíos; ellos, 80.000”. “Se dijo que torturamos; ellos torturaban más”. Este hilo conductor no es narrativo. Podemos decir que es expresionista. Acuérdate del efecto shock del expresionismo. Interrumpe con violencia, cortando, cogiendo efecto. Acuérdate de El gabinete del doctor Caligari, de las películas expresionistas que van repitiendo el mensaje convenciéndote de que no hay otro horizonte, de que esto es apabullante, de que todo el mundo lo ha entendido. Esta gota que va calando poco a poco es, efectivamente, peligrosa, porque va haciendo un tipo de subjetividad en la que tú te ves autorizado a decir la primera barbaridad que te venga a la cabeza: sobre los grandes de España, sobre lo que ha padecido España, que la Inquisición es un mito, que la leyenda negra es la hoguera en la que han quemado a España. Esto tiene una finalidad.
—¿La finalidad es la de disputar la “lucha por la hegemonía cultural española en los próximos años”?
—No: la finalidad es lo que se quiere conseguir con eso. Y la finalidad que se quiere conseguir con esa hegemonía cultural —que, en el fondo, consiste en reconocer que las únicas élites legítimas de este país son los obispos, las élites religiosas—, la finalidad de eso es generar una tropa de excepcionalidad. Una tropa de fanáticos por si la situación se pone fea en Cataluña, de la misma manera que el nacionalismo catalán ha generado una tropa de fanáticos. Si los CDR lanzan una huelga general en Cataluña, ¿qué se le opone? Si la Generalitat controla a los Mossos, ¿qué se le opone? Una tropa de excepcionalidad fanatizada alrededor de este libro. Por eso, en cierto modo, estoy convencido de que para las élites importantes del país y para mucha ciudadanía normalizada, tan pronto el problema catalán disminuya el libro dejará de ser tan relevante. O, dicho de otra manera, tan pronto el bipartidismo se recomponga, y el PP se coma a Vox…
—¿Y Errejón sea secretario general del PSOE?
—(Risas) Y el PSOE se coma a Podemos y entre todos se coman a Ciudadanos, entonces el libro dejará de ser relevante. Es un libro de creación de excepcionalidad en un momento en el que España podría haber entrado en una situación excepcional. Si a alguien se le ocurre generar un 155 permanente en Cataluña, ¿cómo se sale de la situación? No se va a salir votando. La salida tiene que ser de otra naturaleza. Una vez se suspenda la Generalitat catalana de forma permanente, ¿cuándo se va a volver a votar en Cataluña? Y si hay necesidad de una tropa de excepcionalidad, ¿cómo la van a construir? ¿Con libros universitarios? ¿Leyéndome a mí? No. Tienen que construirla con un libro que produzca cólera, ira, violencia verbal. Es un libro programático, no oportunista. Muchos periodistas me han preguntado: “Pero, ¿de verdad, de verdad lo ha escrito Roca Barea?”. Y yo no puedo contestar “sí / no / es probable”. Yo lo que digo es que la he retado, por mantener cierto honor, a que discuta conmigo sobre el libro en un escenario claramente neutral, con reglas claras, y ha dicho que no. Porque yo podría preguntarle: “Oiga, cuénteme lo que usted dice sobre los escritos de Las Casas sobre la Monarquía hispánica. Repítamelo. Recuérdelo usted”. A ver si se lo sabe. Esta es la clave.
—¿Por qué usted habla de “Monarquía hispánica”, con mayúscula, y de “imperio español”, con minúscula?
—Porque el imperio español no existe como institución. Hay una Monarquía. Es una forma cuasi imperial, pero no es el imperio. El imperio es una forma institucional. Tiene su constitución y se conoce desde 1400 aproximadamente, la Bula Dorada, Bulla Aurea, que establece la forma en la que se elige el emperador, quiénes lo eligen, quiénes deben pagar impuestos al emperador y quiénes no, cuáles son las ciudades imperiales, dónde está el tribunal imperial… es una constitución institucional. Tiene que coronarte o, al menos, reconocerte el Papa; tienes que haber sido antes rey de romanos; tienen que haberte coronado con las tres coronas, en Aquisgrán, en Milán y en Roma, y todas las potencias te reconocen emperador. El único emperador que ha tenido España es Carlos V, y no porque fuera español, sino porque era alemán. Y por la política de la Casa de Austria, también era rey de España. Pero sólo entre 1516 y 1555 el emperador alemán es, al mismo tiempo, rey de España. Luego, la forma que podemos llamar “política del poder público español” es la Monarquía. La monarquía no es un reino, es una cosa diferente. La Monarquía hispánica va con mayúscula, igual que Imperio alemán, porque son formas institucionales. ¿Cuál es la característica de la monarquía? La fundamental, desde Aristóteles, es que el monarca, frente al rey, tiene poder religioso. El monarca debe cuidar de los cuerpos y de las almas. Por eso, el monarca español funda la Inquisición, porque se cree que tiene derecho como monarca a abrirte el cuerpo en carne viva para que digas qué hay en tu alma. El rey no tiene ese derecho. El monarca se lo atribuye porque considera que es un representante directo de Dios. En ese sentido, el monarca español es una especie de semipapa, no de semiemperador, porque reúne, al mismo tiempo, poderes temporales, poderes civiles y poderes religiosos. Y esto es importante porque significa algo decisivo: el monarca viene a derogar las leyes de los reinos. Desde ese punto de vista, tiene capacidad derogatoria: cualquier ley de cualquier reino puede ser derogada no en tanto que responde al interés civil, sino que responde al interés religioso. Esto es: nadie puede negarse a que se genere la destrucción de las leyes en la medida en que lo que está en juego es tu vida eterna. Así, cuando Fernando el Católico, que es el primer monarca, funda la Inquisición, llega a las Cortes de Orihuela, del Reino de Valencia, y dice: “Las leyes valencianas pueden ser derogadas en la medida en que afecten a la Inquisición, porque el interés de la Inquisición es eterno, no temporal”. Y así en todos los reinos. Ahora bien, el imperio, contra lo que parece, no tiene capacidades derogatorias. El imperio es una potencia conservadora. El emperador tiene que conservar las leyes de la tradición. El monarca erosiona todas las tradiciones. Por eso la Monarquía hispana ha logrado algo muy especial: un poder central que está en condiciones de romper poco a poco las legalidades de todos los territorios —Cataluña, País Vasco, Galicia, Corona de Aragón, Corona de Valencia, Corona de Castilla—, generando violencia en los territorios y distancia entre la monarquía y el pueblo. Por eso, en muchas ocasiones, el pueblo español no ha seguido entusiasmado lo que sus reyes le han dicho. Los cronistas de Felipe II, por ejemplo, cuentan que se asomaba sobre el Alcázar que había sobre el Palacio Real para ver si el estruendo que había era el del pueblo que se había amotinado. Hay que recordar que tenía a su hijo preso en la cárcel, dejándolo morir. A su hijo, príncipe heredero. Y una de las razones por las que se va a El Escorial es porque allí no llegan los tumultos de la Plaza Mayor. Esto significa que la identificación de las clases populares con la política de la Monarquía hispánica ha sido muy reducida. Te pongo un ejemplo: se conoce muy bien cómo cuando el conde duque de Olivares dice “hacemos un ejército únicamente de toda España”, se dice que los catalanes se rebelan. Es cierto. Pero no se cuenta, o se cuenta muy poco, que cuando vienen los capitanes haciendo leva para enrolar a los jóvenes en el Ejército español, porque ya no hay dinero para pagar mercenarios, por donde pasan los capitanes, la gente huye a las montañas, desaparece de los pueblos. Porque la causa que se jugaba en Holanda a la inmensa mayoría del pueblo español le venía completamente lejana. Al pairo, ¿comprendes? Mientras hubo plata para comprar mercenarios, los holandeses dijeron: “Aquí mantenemos la guerra, porque todo el dinero de España se viene aquí”. La guerra era un negocio. Era la manera de residenciar la plata que entraba por Sevilla y se iba por Barcelona o por Bilbao a los Países Bajos que, efectivamente, tenían que cobrar las soldadas y las cargas allí. Esto se ve en una película que cita ella, La kermesse heroica, una película que Franco prohíbe, y en la que se ve cómo cuando llegan los tercios de Flandes los comerciantes se frotan las manos, porque dicen: “Joder, estos nos traen dinero”. Y todas las mujeres también: “Estos mamones de nuestros maridos se van a enterar”. La vida de la guerra ha producido siempre lo mejor, lo peor, lo circunstancial, un montón de cosas, pero la leyenda negra no fue más allá de ese momento álgido de las guerras con Flandes y, desde luego, ¿qué quieres que te diga? Si España hubiera hecho su propia historia, si hubiera pagado a sus propios intelectuales y no fueran un hatajo de frailes que no entendían de qué iba la cosa, posiblemente la Monarquía hispánica se hubiera defendido.
—¿Por qué, según usted, para Roca Barea los intelectuales siempre son sospechosos de algo?
—Siempre. Claro, ¿así cómo va a tener una alternativa la leyenda negra? Los intelectuales siempre son traidores, están con las oligarquías, son sospechosos, no obedecen a los sacerdotes. Esta es la razón de que la Monarquía hispánica a partir de Carlos V se jubile, abdique, todo intelectual que está danzando por Europa sea obligado a volver a la península y desaparece como intelectual. El Círculo de Lovaina desaparece. El Círculo de Nápoles desaparece. El círculo de Hurtado de Mendoza desaparece. Porque, ¿desde cuándo los frailes pueden ser una élite capaz de generar una inteligencia nacional? Los frailes, por principio, no pueden ser una élite nacional. Los frailes servían a Roma, al Vaticano. ¿Cómo se puede construir una idea nacional con esta gente, que seguían sermoneando en latín cosas que el pueblo no entendía en absoluto, que prohibían leer libros, que se habían formado en la mentalidad del siglo XIII? Esto no puede ser. ¿Y cómo puede aspirar la Monarquía hispánica a ser defendida cuando su último cuerpo de intelectuales es ese, porque no pueden tolerar otra cosa que la docilidad y la obediencia? Esta es la cuestión. Y esta idea de “no hay que fiarse de los intelectuales porque no tenemos garantías de que, efectivamente, van a ser dóciles y obedientes” es lo que se revela en el libro. Un libro antiuniversitario, antieuropeo, antiintelectual… populista. Populista de derechas, obviamente.
—Escribe usted sobre la Inquisición: “El efecto fundamental de la Inquisición no fue sobre los muertos, sino sobre los que sobrevivieron”. Cuénteme más sobre esto.
—La clave del efecto Inquisición es muy sencilla. Sobre un tribunal represor no se puede fundar una comunidad nacional. ¿Por qué? Porque cuando se ha producido durante todo el siglo XV una fusión de razas… (Piensa) No hay que olvidarlo: el pogromo de 1391 mata al 25% de los judíos españoles más o menos, desde Cádiz a Gerona, y obliga a convertirse al 70%. De tal manera que quedan reducidos a una minúscula minoría en unas aljamas completamente deterioradas. Después de un siglo de mestizaje, quien no tenía sangre judía era el último de los campesinos del último pueblecito que nunca había tenido el suficiente dinero para pagar una dote para que su hija se casara con alguien mejor, cosa que los judíos casi siempre tenían. En estas condiciones, un tribunal que con una delación, con alguien que te denuncia en privado, en secreto, te puede llevar a la tortura para que confieses, lo que genera es una comunidad en la que todo el mundo desconfía de todo el mundo, nadie tiene un sentimiento de solidaridad, no te puedes fiar de tu padre, de tu vecino, porque puede ser un delator. ¿Cómo construyes una comunidad de solidaridad sobre eso? Construyes una comunidad negativa. Esto es: todo a lo que puedes aspirar es a pasar desapercibido, a que la Inquisición no se fije en ti. Sobre eso, ¿cómo se puede construir una élite? ¿Cómo estás en condiciones de decir: “Yo pienso esto”? ¿Cómo estás en condiciones de liderar algo? ¡No puedes hacerlo! Sólo eres visible, sólo se te reconoce cuando se te expulsa; mientras tanto, lo mejor es pasar desapercibido.
—¿España fue antisemita, no lo fue, no lo fue tanto…?
—El antisemitismo de este libro es completo, pero nos quiere convencer de que ella es una defensora del sionismo israelita. El pueblo judío fue exterminado en España. Por cierto, pueblo judío que llevaba en España desde antes de Cristo. En la mitología del siglo XV, de un gran escritor converso, Alfonso de Cartagena, los judíos son los autóctonos del país. Y las élites son los godos. Esto es: los que han venido. Pero los de la tierra son judíos. Y lo que se ofrece es una mezcla de sangre. Es decir, la gente de España, que es verdaderamente judía, debe casarse con el godo, que es el trashumante, el nómada, y llegar a un acuerdo con ellos. Por lo tanto, no sólo se extermina al pueblo judío sefardita dentro de lo posible, sino que lo que se extermina es una parte constitutiva de España, del ser de España, porque España tenía una población autóctona que era judía y que llevaba aquí siglos. El ser mismo de España se destruye internamente, y esto es una herida muy difícil de recuperar. Así aprendemos a tratar al diferente, este hábito de que el diferente tiene que ser expulsado o exterminado. Y el diferente es el judío, luego el protestante, luego el liberal, y luego el rojo: también se le destruye, se le expulsa y se le dice que no es un verdadero español. Claro, con esta historia felizmente superada con la Constitución del 78… Yo no soy un revolucionario, soy una persona normal… y digo felizmente superada porque, con todos los defectos que tiene, reconoce la existencia de minorías. Pero con esa historia detrás, si ahora haces los argumentos de Roca Barea, no te puedes quejar de que te digan: “Chicos, ¿ya volvéis a no reconocer minorías? ¿Ya volvéis a que los homosexuales deben ser reeducados?”.
—Mi sensación, a grandes rasgos, es la de que la izquierda sólo se ocupa, cuando no se obsesiona, de las miserias, de los rincones oscuros de la Historia de España, de los asesinos, los ladrones y los puteros, obviando lo bueno y lo noble, mientras que la derecha no hace otra cosa que fabricar héroes, santificar, revitalizar épicas, alimentar leyendas.
—No es así. Atención, atención: si tú lees las obras que yo he escrito antes de esto sobre España, yo destaco un montón de héroes españoles. Del siglo XV, te puedo decir una veintena de personas ejemplares, gente que tenía gala escribir obras como Claros varones de Castilla. Este libro es de Fernando del Pulgar, un judío que se queja de la Inquisición, un judío que dice: “Yo no sé lo que está haciendo el rey, pero le aviso: si se pone enfermo en Toledo, morirá, porque la Inquisición no ha dejado un médico, porque todos son judíos”. Este es un patriota y es un héroe. Pero no se le puede hacer comer ruedas de molino y escribe Claros varones de Castilla, donde pasa revista a una treintena o cuarentena de héroes de su época. Lo que tenemos que preguntarnos es por qué después de que la Inquisición se funde, ya no se escribe un libro como Generaciones y semblanzas o como Claros varones de Castilla. Ese es el problema: ya no se puede escribir un libro, porque cualquiera que destaque, cualquiera que tenga un criterio propio, una voluntad crítica, tiene enfrente a la Inquisición. Por tanto, ahí se generan diferencias. A pesar de eso, sigue habiendo héroes que han luchado siempre a la contra. Hurtado de Mendoza es un héroe. Y si nosotros vemos lo que Hurtado de Mendoza escribe, porque fue embajador en Venecia y en Roma, acerca de lo equivocada que es la política española, te das cuenta de que es un patriota. Pero no puede tolerar que se confunda la causa de España con la causa de Roma. En el fondo, Roma era el íntimo aliado de nuestro mayor enemigo, que era Francia. Roma ha jugado doble baraja permanentemente. Ha dicho en público “España es mi amiga, mi espada y mi defensora”, pero luego ha hecho misas por Gustavo Adolfo, rey de Suecia protestante. Los españoles no somos más tontos que los demás. Descubres que hay verdaderos héroes porque han luchado contra la corriente y han defendido su criterio en las condiciones más duras. Y a ellos tenemos que ir de verdad.
—¿La izquierda española ha servido en bandeja de plata a la derecha la divulgación de la Historia de España?
—Sin duda. Sí. La izquierda española no ha tenido un concepto de España claro. No ha tenido sus héroes. No ha sido capaz de reconocer su propia tradición. Se ha centrado en lo más inmediato, que es lo que más nos divide: la Guerra Civil. Y hay que conquistar consensos y figuras muy anteriores. Y la izquierda no ha tenido a bien reivindicarlas, darlas a conocer, estudiarlas. Y esto porque en la academia universitaria española, formalmente de izquierdas, todos son progresistas, se han sentido cómodos con el progresismo del PSOE. Desde ese punto de vista, no han tenido que reivindicar nada. Se han sentido cómodos sirviendo a ese programa, sin impugnarlo, sin pretender ir más allá, sin reconocer que, cuando llega una época de crisis, es completamente necesario tener figuras razonables, progresistas, valientes, honorables que puedan servirnos de modelo. Si este país tuviera a bien decir: “A ver, un mito de la izquierda”. ¿Quién decimos? ¿Santiago Carrillo? ¿De verdad? ¿Convencemos a nuestros ciudadanos de que Carrillo es un mito? En el fondo, no sabemos de quién hablar. Y claro que hemos dado en bandeja a la derecha que esté en condiciones de tener ese programa hegemónico cultural.
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