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Jeosm: “No sirve de nada hacer este libro con una multinacional, dejaría de ser underground” - Zenda
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Jeosm: “No sirve de nada hacer este libro con una multinacional, dejaría de ser underground”

Este saco de adjetivos y de elogios no sólo lo justifica la amistad, sino una admiración profunda a un compañero maravilloso. El lanzamiento de Ellas justifica la siguiente conversación:  —¿Usted tiene cicatrices de guerra? —Claro. Además, las tengo en el cuerpo, en la cabeza y en el corazón, tío. Eso es así. En el cerebro...

Jeosm es el apodo guerrillero de José J. Clemente (Talavera de la Reina, 1982), escritor de grafiti furtivo y, sobre todo, fotógrafo crudo, originalísimo e inimitable —y anda que no tiene imitadores, muchos de ellos burdos—. Como odia que le encasillen, le llamo “fotógrafo” —aunque lo que de verdad le jode es que le tilden de “artista”— con cierto pudor, pero, qué narices, no voy a decir que es astronauta, estríper o cansautor. Es un tipo noble, humilde y muy trabajador, una criatura improbable y genial que ha sabido salir adelante y crecer partiendo desde lo más bajo. Acaba de publicar Ellas (autoeditado), obra dedicada en exclusiva a las mujeres grafiteras. Es un trabajo pionero en España. Muestra un mundo apenas conocido y que, al menos de cara a la galería, tiene un filtro muy macho. Las imágenes que contiene este libro son poderosas, atómicas, verdaderas, sólo suyas. En ellas hay relato, pulso, adrenalina, aventura. Los textos son del fotógrafo Henry Chalfant, del codirector de Swinton Gallery —donde, por cierto, Ellas será presentado el 28 de junio—, Goyo Villasevil, y de la zendiana María José Solano Franco. El lector también encontrará los testimonios de un puñado de escritoras de grafiti.

Este saco de adjetivos y de elogios no sólo lo justifica la amistad, sino una admiración profunda a un compañero maravilloso.

El lanzamiento de Ellas justifica la siguiente conversación: 

—¿Usted tiene cicatrices de guerra?

—Claro. Además, las tengo en el cuerpo, en la cabeza y en el corazón, tío. Eso es así. En el cerebro hay cosas que no puedo olvidar, recuerdos. 

—¿Alguna cicatriz que sobresalga?

—La más significativa… (piensa) Pues de alguna traición de alguien del mundo del grafiti, sobre todo. Alguna por falta de lealtad, por falta de honor. 

—¿Quiere concretar?

—Prefiero no hacerlo. 

—Los grafiteros tienen sus códigos.

—Por lo general los hay, pero no todos los tienen. La gente de la que me rodeo y yo los tenemos. Y el pilar principal es la lealtad. 

—¿Hay más lealtad entre los grafiteros o entre los fotógrafos?

—Para mí, entre los grafiteros. Mucha más. El grafiti es algo totalmente altruista. No hay dinero de por medio. Hay luchas de egos, pero es algo en lo que sólo importa lo que haces. No hay padrinos, no hay enchufismo, no hay nada: sólo te valoran por lo que haces. Por eso, los códigos que hay son mucho más importantes. 

—¿Ha tenido miedo alguna de las veces que ha salido a pintar?

—(Piensa) No. De hecho, estoy mucho más tranquilo cuando salgo a pintar que cuando hago otras cosas. Es una especie de confort. O cuando salgo a fotografiar. Necesito que haya adrenalina para hacer este tipo de fotos. Que sean situaciones de verdad, tratar de vivirlas para poder retratarlas así. Si yo en ese momento no tengo nervios, no siento la presión, no siento que hay que ser rápido, no siento que tengo que estar alerta, creo que la foto no queda igual. Sobre todo en las fotografías que son de acción. 

—¿Cuándo conoció, por primera vez, a una grafitera?

—En el año 94. En una revista vi sus pintadas y luego la vi pintando en un muro en mi barrio, Villaverde. Lady Mae. Con el tiempo, acabó formando parte de nuestro grupo, DKB. De hecho, somos amigos desde hace muchos años.

En Ellas desvela una parte de un mundo que, al menos, popularmente, tiene un filtro muy macho.

—Da igual que sea un mundo macho. No lo sé. En mi trabajo fotográfico, intento quitar el velo en general. En ese sentido, este trabajo no es especial por eso. Sí me parece interesante. A raíz de Guerreros urbanos me llamó mucho la atención que me preguntaran: “Oye, ¿pero aquí hay chicas? ¿Y las chicas por qué?”. Me hacían mucho esas preguntas. Dije: “Bueno, si realmente interesan las chicas u os llaman la atención o no entendéis por qué están, pues aquí las tenéis”. Simplemente, este libro es una manera de enseñar un mundo que, por desgracia, no se conoce. Pero no porque yo venga a quitar los velos, sino porque el grafiti es bastante underground. Por estadística, pintan menos que los hombres, pero están y yo las quería hacer visibles. 

—¿Por qué, tras lanzar Guerreros urbanos con Alfaguara y La Fábrica, siguió apostando por la autopublicación?

—Pues mira: al final, tengo que ser coherente con mi discurso y conmigo mismo: si vengo del mundo más underground, como es el del grafiti, y de un barrio como es Villaverde, donde me he criado y he estado viviendo treinta años, autopublicarme es una manera de ser fiel a mí mismo, de mantener ese compromiso estrictamente conmigo y seguir también con el rollo del “háztelo tú mismo”. Mira, la mejor manera de plantar cara a la industria es hacérmelo yo mismo, hablar de un trabajo underground desde un punto de vista underground, pagándolo yo, financiándomelo yo, distribuyéndomelo yo, etcétera. Y, por otro lado, porque, al final, lo que importa es lo que haces, y para mí es superimportante que mi trabajo sea honesto, sea fiel, sea real. No sirve de nada que yo haga este libro con una multinacional o con alguna gran editorial cuando estoy hablando de algo underground. Dejaría de serlo. Además, quiero tener una línea editorial propia. Mi línea editorial es blanco y negro, dureza, sinceridad y realidad. Y eso no todas las editoriales lo quieren o lo ven un argumento de posible venta. Un rapero amigo mío, Nach, dice: “Ganar dinero del sistema haciendo música contra el sistema”. 

—Afirma que el suyo no es un libro feminista. Explíquese.

—Primero, porque es, simplemente, una manera de enseñar lo que hay. No he buscado el fin de poner a la mujer por encima del hombre. Me lo he planteado como: “Voy a enseñar esta parte que no se ve o que no se ha visto, con un punto de vista real de lo que hay ahí, de cómo son ellas, de cómo actúan, de cómo se comportan, sin ningún tipo de objetivo de ensalzar ni reivindicar la figura de la mujer. Simplemente, quiero enseñarla. Esto existe, está, son muy activas, llevan muchos años haciendo grafiti, evolucionando… 

—¿Qué hace especial a una escritora de grafiti?

—Por lo general, son como los chicos, pero tienen el hándicap de que tienen más difícil hacerse ver, hacerse notar, el demostrar más. Por desgracia es así. Ya lo dicen algunas escritoras de grafiti en el libro, no es una cosa que diga yo. Necesitan demostrar más para ganarse el respeto. El grafiti no es un mundo amable, es bastante hostil, es complicado. Hay noches, hay penurias, hay carreras, problemas judiciales… 

—¿Cómo se organizó con las chicas que ha fotografiado?

—Quedaba con ellas. La gran mayoría de las que salen en el libro ya eran amigas mías, las conocía de antes, y les decía: “Oye, decidme qué día vais a ir a pintar, que quiero ir con vosotras para hacer esto”. Básicamente, era así. Yo iba allí como uno más, lo que pasa es que, en vez de llevar el spray, llevaba la cámara. Pero no había ninguna preparación previa. Yo quería potenciar la parte efímera del grafiti y que ellas se llevaran un recuerdo. El grafiti es algo efímero: hoy haces una pintada y al día siguiente ya no está. Entonces, quería perpetuar sus actos, dejar constancia de ellos. 

—¿Alguna anécdota curiosa ocurrida durante, si es que se pueden llamar así, sesiones con las grafiteras?

—Muchas, muchas. Desde que se pensasen que era un fotógrafo de moda que estaba haciendo fotos para una revista de moda, hasta uno que me quiso quitar la cámara. Por la noche te encuentras a una peña… Pero lo más gracioso fue lo del tema de la moda. 

—Vaya piropos le suelta, ni más ni menos, Henry Chalfant.

"Me he criado con el trabajo de Henry Chalfant. Posiblemente, sea fotógrafo gracias a él"

Chalfant es el fotógrafo más notorio o, al menos, uno de los que más ha hecho por el grafiti. Conocí su trabajo a mediados de los noventa, con su documental Style Wars. Lo vi en la tele, en La 2 y dije: “¿Esto qué es?”. Me volví loco. No entendí muy bien el concepto general del documental, pero sí me llamó mucho la atención. Luego, con los años, conseguí el libro Subway Art, que hizo junto a Martha Cooper… Me he criado con el trabajo de Henry Chalfant. Posiblemente, sea fotógrafo gracias a él. Y, cosas de la vida, en septiembre de hace dos años, iba a viajar a Nueva York con mi chica y con Zeta, que es un gran escritor de grafiti. Y hablé con Suso33. Le dije que me gustaría mucho conocer a Chalfant y entregarle un ejemplar de Guerreros urbanos. Entonces, Suso me pasó su contacto y quedé con él. En realidad, le había conocido antes en la exposición que hizo Suso en Madrid. Pero nada, le hice un par de retratos y tampoco hablamos mucho. Total, que hablé con él, se acordaba de mí y fui a su casa. Estuve allí con él y vamos, el tipo encantador, fue un lujo. Al año siguiente, él hizo una retrospectiva de su obra, comisariada por Suso33, en Fuenlabrada. Tuve la suerte yo de trabajar haciendo la digitalización de muchas fotografías antiguas suyas, de los setenta o de los ochenta. Habíamos hecho un trabajo previo por mail, teníamos muy buena relación, y en Fuenlabrada se lo comenté, que estaba trabajando en este nuevo proyecto. Me dijo que le gustaba mucho la idea. A los meses le mandé un PDF y él, a su vez, me envío un texto así de generoso y así de maravilloso. Para mí, que un tío al que he admirado toda la vida, que gracias a él sea fotógrafo, me haga un regalo de esa manera… no tiene precio. Y luego, lo implicado que se le ve a él con el tema de la mujer en el grafiti, cita a Lady Pink en el texto del libro, y del grafiti en general. 

—Por cierto, ¿sigue sin gustarle la palabra “fotógrafo”?

—Sí. No me gusta la palabra “fotógrafo” ni la palabra “grafitero”. 

—De la palabra “artista” ni hablemos…

—¡Bueno! (Risas) La palabra “artista” me parece de las más sobrevaloradas en este país. Veo a la peña que de repente hace una tortilla de patatas y “ah, es un artista”. Con todo el respeto a los cocineros, pero ¿me entiendes lo que te quiero decir? Aquí todo el mundo es artista. A mí ni me apetece ni me interesa. Y con respecto a la palabra “fotógrafo”: simplemente, no me gusta que encasillen mi trabajo. Las etiquetas las odio. Claro, es que fotógrafos… Supongo que pasa lo que en el periodismo: hay un tipo de periodista que a ti no te representa en absoluto, al igual que hay fotógrafos que a mí no me representan en absoluto. Entonces, que nos metan a todos en un mismo saco no me gusta. 

—Oye, y conociéndonos como nos conocemos, ¿crees que ha quedado creíble el tratamiento de usted que te he hecho a lo largo del cuestionario hasta ahora?

—(Risas) Por supuesto, porque eres un gran profesional. Igual puedes darme una hostia durante la entrevista y luego cuando terminemos nos abrazamos.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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