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Un cóctel de Cervantes, Chandler, Cortázar, Woody Allen… - Zenda
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Un cóctel de Cervantes, Chandler, Cortázar, Woody Allen…

La pregunta es: ¿uno crea al personaje, como si fuera Dios? ¿O simplemente lo descubre, deshojando cada una de las capas sedimentadas en su carácter? No tengo vocación metafísica, así que me inclino por lo segundo. Creo que el personaje existe, sea en el autor o en el inconsciente colectivo (y al que diga que...

Curiosamente, esta novela surgió de un fracaso. Breve, pero fracaso al fin. Y digo breve porque la historia de terror que había empezado a escribir con tanta euforia no se extendió más allá de las catorce o quince páginas. Me di cuenta de que no contaba con más recursos que una de esas películas clase D, manufacturada en Hollywood, de acciones trilladas y espectaculares bostezos entre el público. Pero más grave aún fue que su personaje central, el inspector Sergio Bonet, a quien empecé a conocer como a un hermano, casi me suplicó que emprendiese otro camino, otra narración donde lograse desplegar su verdadera naturaleza. Un policial negro, descarnado. Una de esas historias que permitiera degustar la rabia de una ciudad donde todo vale, donde la ley se desmorona como una planta jamás regada. La urbe encerrada en el perímetro de una cinta amarilla, siempre establecida como la escena del crimen. Un infierno en la tierra, o la tierra en el mismísimo infierno. Así nació Como perro que aúlla en la oscuridad.

La pregunta es: ¿uno crea al personaje, como si fuera Dios? ¿O simplemente lo descubre, deshojando cada una de las capas sedimentadas en su carácter? No tengo vocación metafísica, así que me inclino por lo segundo. Creo que el personaje existe, sea en el autor o en el inconsciente colectivo (y al que diga que soy junguiano le bajo los dientes). Es parte de uno, y es uno quien lo encarna cuando escribe. ¿O por qué creen que el inspector Bonet vive atormentado por la culpa? La culpa. No freudiana, no edípica, sino la de haber matado injustamente; en un tiroteo con criminales, y a un muchacho que estuvo en el lugar equivocado, en el momento justo para desatar la tortura, el justo castigo que el inspector llevaría incrustado en cada gesto.

“Tuvo la suerte de que le tocara un juez más inclinado a buscar la verdad que a linchar policías por deporte. Pero no le había hecho ningún favor, ahora al linchador lo llevaba dentro”.

"Me resisto a creer que haya intentado escribir una de esas críticas sociales sobre el lugar donde uno vive"

¿Y qué hay de ella? Porque, debo admitirlo, contaminado por el bueno de Shakespeare, Hollywood y mis hormonas, no puedo concebir una historia atractiva sin la presencia de alguna ella, por la que mi personaje y yo perdamos estúpidamente la cabeza. En este caso, se trata de Andrea Silberman. O Andrea Silver, como la reconoce la audiencia del noticiero de la mañana, en un canal de televisión de cuya sigla nunca me acuerdo. La contracara de Bonet. Muy cómodo para mi escritura, que empezó a reposar sobre esos dos polos opuestos que inevitablemente habrían de atraerse, como el estiércol y la tierra. No quise ser tan bruto, pero es así.

“—Me llamaste «judía de mierda». No me digas que era un piropo.

—Era… Nada. Ni sé por qué lo dije.

—Entonces hablás por hablar, como un loco. ¿Qué me vas a decir hoy? ¿«Negra falopera»?”

Me resisto a creer que haya intentado escribir una de esas críticas sociales sobre el lugar donde uno vive. Un lugar muy bonito, a veces limpio, hormigueado por casi tres millones de ciudadanos en libertad condicional. Esto derivaría fatalmente en un ensayo o en una novela híbrida que se abandona sin el menor remordimiento en la página ocho. Lo importante para que la historia sea vital es que el mal tenga rostro, modales, ropa interior y sobre todo, que represente a una de esas multinacionales que se adueñan hasta de mi cepillo de dientes. Y para eso he contratado (es mucho más humilde que decir “creado”) al señor Marco Vintanen, gerente general de Laboratorios Pronex. Tengan cuidado con ese tipo. Detrás de esa cara bonachona se esconde el plan más siniestro que se haya elucubrado alguna vez en Buenos Aires. ¿De qué plan estoy hablando? No voy a ser tan tonto como para contarlo aquí. Quédense con la intriga y busquen el libro. Mi editora, Mayda Bustamante, de Huso Editorial, tiene la manía de que esta novela se venda.

"En mi novela se cuelan Cervantes, Raymond Chandler, Cortázar, Ingmar Bergman y algo de Woody Allen. Un cóctel que no logro deshacer, ni quiero hacerlo"

¿Por qué no hablar también del sargento Rivero? Ese escudero a lo Sancho Panza que acompaña a Bonet, lo contiene como puede, lo aconseja en vano y hasta sufre con su desgracia. Un hombre transparente y bueno. ¿Hay policías así? Claro, hasta debe haber políticos así, aunque en menor medida. La cosa es que Sancho, perdón, Rivero, es un pragmático de buenas intenciones, algo tímido y muy dependiente de su esposa, la “Negrita”, que no para de escandalizarse por los arrebatos de Bonet. Ya puedo confesarlo, en mi novela se cuelan Cervantes, Raymond Chandler, Cortázar, Ingmar Bergman y algo de Woody Allen. Un cóctel que no logro deshacer, ni quiero hacerlo.

Al igual que Bottom, el actor narcisista que se afanaba por representar todos los papeles de la obra en Sueño de una noche de verano, yo actúo sin empacho todos los personajes de mis ficciones. Como perro no es la excepción. De esa manera soy Bonet, soy Rivero, soy Andrea y soy Vintanen. Más aún, llevando a un extremo la identificación de Flaubert con sus personajes, también puedo afirmar que soy el perro, al punto de morderme la cola. Soy el bueno y soy el malo, por eso los entiendo. Luego dejo de escribir y no soy bueno ni malo, apenas insoportable, como todo escritor que se respete.

En cuanto a la historia, siempre trato de que me entretenga a mí mismo. Necesito que haya acción, y personajes en contradicción permanente, es decir, humanos. Pero eso por sí solo no me satisface. Mi novela debe tener algo que decir, de lo contrario no encuentro sentido a su escritura. Como perro tiene que ver con las cosas que me preocupan y a las que busco respuestas. La novela está preñada por mi profundo anhelo de legalidad, de cierto orden social que se funde en el respeto de uno para con el otro. Para mí no hay nada más alejado de la libertad que la falta de límites claros. ¿Se puede ser libre en la anarquía total? ¿Se puede caminar sobre el aire? ¿O la libertad debe asirse de algo sólido que nos brinde un piso donde apoyarnos? Tal es la gran contradicción que subyace en Bonet. Su rebeldía tiene límite precisamente en la escasez de ese límite.

"¿Por qué un perro? Porque amo a los perros con devoción, enfermizamente"

“Lo decepcionaba no tener a mano un solo policía a quien levantar en peso y hacerle romper la boleta de infracción al mostrar su credencial de Homicidios.

Odiaba vivir en una ciudad de leyes anémicas, las que, por falta de presencia, ni siquiera podía violar”.

Y ya basta. No tengo más secretos acerca de esta novela. Si alguien encuentra algún otro, le pido encarecidamente que no me lo haga saber, porque necesito vivir con algunos secretos. Si entendiera todas las motivaciones detrás de cada historia, dejaría de escribir para poner un criadero de pingüinos. A propósito, no quiero dejar de mencionar a Roy. Un rottweiler que se constituye en el héroe de la novela. La metáfora de lealtad y sacrificio que conquistaría el duro corazón de Bonet. Casi diría el motor de esta historia. ¿Por qué un perro? Porque amo a los perros con devoción, enfermizamente. En el fondo, soy un niño que aún llora la muerte de su perro.

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Autor: Eduardo Goldman. Título: Como perro que aúlla en la oscuridad. Editorial: Huso. Venta: Amazon y Fnac

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Eduardo Goldman

Eduardo Goldman (Buenos Aires, Argentina, 1950), es licenciado en psicología, escritor y guionista. Ha colaborado en periódicos y sus canciones infantiles han sido grabadas en Argentina, México y España. Ha publicado novelas, libros de humor y dos libros de autoayuda. Su comedia dramática El patio de mi vecino obtuvo el primer premio de la Fundación Banco Caseros.

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