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Ficción y la muerte, el punto ciego de un teléfono - Zenda
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Ficción y la muerte, el punto ciego de un teléfono

Potencialmente, la cámara del teléfono móvil puede fotografiarlo todo. Fragmentos de mundo que antes permanecían ocultos al objetivo pueden ser hoy registrados. Pero lo que no puede fotografiar el teléfono es su propia parte de atrás, su espalda; es ese su punto ciego, el único punto del mundo que se le es negado. En este...

Para hacer la fotografía del reverso de mi propio teléfono he tenido que pedir ayuda. Alguien ha tenido que hacer esta fotografía por mí.

Potencialmente, la cámara del teléfono móvil puede fotografiarlo todo. Fragmentos de mundo que antes permanecían ocultos al objetivo pueden ser hoy registrados. Pero lo que no puede fotografiar el teléfono es su propia parte de atrás, su espalda; es ese su punto ciego, el único punto del mundo que se le es negado. En este sentido, la cámara es una prolongación de la lógica del ojo humano, que tampoco puede acceder a la parte de atrás del cuerpo lo porta.

"La idea que subyace en todo esto es la de que por mucho que busquemos una individualidad habrá un instante en que tendremos que buscar la mirada del otro para que nos cuente cómo somos, para que nos “fotografíe”"

La idea que subyace en todo esto es la de que por mucho que busquemos una individualidad, a veces incluso un absoluto individualismo, habrá un instante en que tendremos que buscar la mirada del otro para que nos cuente cómo somos, para que nos “fotografíe”, lo que equivale a decir que no todos los archivos y datos del mundo pueden partir de un universo propio, hace falta poner en funcionamiento una retórica —en esta caso nada superflua—, del tipo: “a fin de saber cómo soy, te presto un trozo de mí mismo que para lo examines y después me lo reenvíes”. Bien mirado, se trata de la clásica traducción de un mensaje de un emisor a otro, que por necesidad lleva implícito el ruido y la imposible exacta traducción que hay en todo trasvase de información; de hecho, esa foto del reverso de mi móvil no es exactamente el reverso de mi móvil, se le parece mucho, sí, pero no es el mismo; nunca puede serlo.

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Existen muchas tradiciones que han hablado de la imposibilidad de verlo todo, y no siempre porque premeditadamente se nos oculte información, sino por una imposibilidad real de acceder a ella. La más radical y conocida es la solipsista, aquella que afirma que el mundo externo de cada uno de nosotros no sólo no es accesible, sino que directamente no existe; todo lo que vemos y sentimos es una clase de alucinación del yo. De forma mucho más suave, el relativismo cultural afirma que la comprensión total entre diferentes culturas nunca podrá darse. O el caso de las religiones, que basculan entre la idea de un dios externo a nosotros, que nos observa pero al que nosotros no podemos ver (tal es el concepto de fe en la religiones de salvación, típicamente cristianismo, judaísmo e Islam), y su polo opuesto en algunas religiones orientalistas, donde el yo se disuelve en el mundo externo, lo que no hace sino desplazar el problema (al fin y al cabo tan solo ensancha el ego a un todo universal, no resuelve la pregunta acerca de si es posible ver más allá de ese ego ensanchado). También en la ciencia aparecen partes del mundo que no podrán se vistas; por ejemplo el interior de un agujero negro, que nada emite, ni siquiera luz, o el horizonte de sucesos, frontera del Universo a partir de la cual la luz jamás podrá visitarnos. O recordemos el Principio de Indeterminación de Heisenberg, que afirma que nunca pueden “verse” la posición y la velocidad de una partícula al mismo tiempo.

"¿Y cuál es el punto de dentro de nosotros mismos al que nunca podemos mirar?: el yo"

Me perdonarán ahora esta autocita, pero viene al caso: en las primeras páginas del libro Teoría general de la basura (Galaxia Gutenberg), le recuerdo al lector que el único punto del mundo que nuestro ojo no puede ver directamente, el único que nos es negado como visión directa, es el sol. Podemos mirar donde queramos salvo a esa pequeña esfera que nos alumbra. Acto seguido aparece el inevitable símil, ¿y cuál es el punto de dentro de nosotros mismos al que nunca podemos mirar?: el yo. En efecto, el yo siempre está desplazado, es inaprensible de un modo completo, cuando crees que está ahí, se ha ido a otro lugar; lo cual, dicho sea de paso, es una ventaja pues de lo contrario nuestras personalidades serían una cosa estática y sin vida.

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La idea —unida a los ejemplos anteriores— de que la fotografía digital, con todos sus avances respecto a la analógica, no haya podido superar la barrera de la autofotografía de su reverso, no haya podido acceder a por sí misma a observar su propia espalda, puede dar a entender que en todo cuanto acometemos, y en cualquier actividad y materia, hay siempre un punto, lugar o zona que se nos niega. A veces ese punto ciego es superable en diferido, es decir, gracias a que otros compartan un archivo de información con nosotros, como es el caso de la foto hecha por otro teléfono al reverso de mi teléfono móvil, o el caso del sol, que podemos verlo en diferido a través de pinturas, cine o fotografías. Pero otras veces el punto ciego es insuperable, como el caso del espacio real en los agujeros negros, o del espacio simbólico en las zonas no permitidas en las religiones.

"Así las cosas, gracias a los puntos ciegos, creativamente llenamos vacíos, llevamos toda la vida llenando vacíos que nunca se llenan"

Obviamente —y aunque sea por asociación inmediata—, lo que está actuando en todo ello es la idea de la muerte, único lugar del que verdaderamente tenemos la certeza de no poder entrar para registrarlo y después salir para contarlo, ese punto absolutamente oscuro y legítimamente inaccesible para la visión. Sí, pero no sólo, porque en ese punto ciego, y precisamente por ser ciego, también actúa lo contrario a la muerte, actúa la absoluta no-muerte, la ficción, el lugar que alimenta a la imaginación, al cuerpo vivo de lo imaginativo, lo que siempre está por determinar y, por lo tanto, nos impulsa a la creación. Así las cosas, gracias a los puntos ciegos, creativamente llenamos vacíos, llevamos toda la vida llenando vacíos que nunca se llenan.

Por cierto, al guardar en mi teléfono la fotografía de su reverso, me ha dicho que en su memoria no cabe ni una fotografía más. Como si no soportara la visión de lo inédito.

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Agustín Fernández Mallo

Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) es licenciado en Ciencias Físicas. Entre 2006 y 2009 publica el Proyecto Nocilla (Alfaguara), que consta de las novelas, Nocilla Dream, Nocilla Experience y Nocilla Lab, galardonadas con diferentes premios y traducidas a varios idiomas. Es autor del libro de relatos El hacedor (de Borges), Remake (Alfaguara, 2011) y de Limbo (Alfaguara, 2014). En el año 2000 acuñó el término Poesía Postpoética, reflejada en los poemarios Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus (2001, reedición 2012), Creta lateral travelling (2004, premio Café Món), Joan Fontaine odisea (2005), Carne de píxel (2008, premio Ciudad de Burgos de Poesía), y Antibiótico (2012, editorial Visor). Su último libro de poesía es Ya nadie se llamará como yo + Poesía reunida (1998-2012), editado por Seix Barral en 2015. Postpoesía, hacia un nuevo paradigma, fue finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2009. Ha ganado el premio Biblioteca Breve 2018 con Trilogía de la Guerra. Su blog es El hombre que salió de la tarta. Junto con Eloy Fernández Porta tiene el dúo de spoken word, Afterpop Fernández y Fernández. @FdezMallo

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