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Esbozo de los fuegos posibles - Zenda
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Esbozo de los fuegos posibles

Burning, de Lee-Chang Dong. Empiezo todas mis cartas con un intento de declaración Hace tiempo que el amor se escurrió hacia el cielo, como desaparecen las cenizas en las noches de verano. Detrás, un hilo de ausencias: ¿qué siente la mano al pulsar el hueco abandonado por el fuego? ¿Queda acaso calor para nosotros? I....

Burning, de Lee-Chang Dong.

Empiezo todas mis cartas con un intento de declaración

Hace tiempo que el amor se escurrió hacia el cielo, como desaparecen las cenizas en las noches de verano. Detrás, un hilo de ausencias: ¿qué siente la mano al pulsar el hueco abandonado por el fuego? ¿Queda acaso calor para nosotros?

I. Arder.

Una burbuja llameante guarda la ciudad. Todo está caliente ahora: los lomos de las aceras, las ollas a presión, las puertas relucientes de los coches. Digamos que el aire planea como un agente secreto, como un individuo de incógnito: sabemos que está ahí, lo intuimos, pero nuestros brazos limitados no alcanzan a adivinar su figura. El mundo entero es un estanque de fuego, los horizontes se tambalean ante la mirada del sol. El amor se pega a la piel como una certeza o un imposible. El amor comanda el verano y las demás cosas se limitan a observar su paseo estelar.

***

El segundo libro de Carlos AsensioArder o quemar, ha sido publicado por la editorial Maclein y Parker. En su prólogo, el poeta Ángelo Néstore apunta, febril: «Hay algo de ritual en el sonido de este libro». Las palabras se agolpan rápido en las primeras páginas de Arder o quemar, palabras suntuosas como largas lenguas de fuego: pronto el libro se transforma en un lugar inhabitable, en un espacio imposible. Carlos Asensio coloca su voz poética en una tesitura limítrofe, puramente abismal. Siempre en los bordes del amor, en los contornos en los que se encuentra con la oscuridad. Ese delirio noctámbulo busca capturar la perdición, asumirla como apuesta estética, llevar al lector a un estado de inquietud. Arder o quemar es una habitación cerrada, sin ventanas, iluminada por velas que se derriten por las paredes. El olor a cera absorbe la atmósfera, la fagocita por completo. Ahí nadie puede vivir. Sin embargo, ahí vivimos.

II. O.

Todo esto era yo cuando estaba contigo

Era el perfil acuático de un mundo terrestre.

Era un niño con el verbo enganchado a ti: desconocía la práctica sosegada de los términos. Todo era de colores ardientes a mi alrededor, todo tan púrpura como un sol a punto de derretirse. Posaba el dorso de mi mano derecha sobre tu mejilla como acto de iniciación diario —tú todavía dormías—. Yo era un lugar frío dispuesto a calentarse para siempre.

Era una piedra triste en medio del parque. Apostado en el banco lloraba los días grises; tú no temías, estabas siempre al tanto para equilibrar mi desproporción a la hora de acercarme a las cosas de la vida. Tu gesto relativizaba el largo plazo porque todo el fuego estaba hoy, aquí y ahora. Tú sabías esas cosas.

Era un desfile de calificativos cursis que ya nunca más he podido entonar. Ahora los reflexiono, desde este horizonte distante, y bajo la cabeza en señal de negación. Ya sólo veo fuego en ese pasado que pareció consumirme por completo, que pareció transformarme en pura corteza de árbol seco. Lo que veo es que una pequeña llama ahora, una llama de las tuyas, podría matarme para siempre.

¿Hasta cuándo esta farsa de la nostalgia?

III. Quemar.

El asunto principal en relación a Arder o quemar, de Carlos Asensio, es dilucidar la posición que uno asume ante él. La propia voz del libro parece tener dudas a ese respecto. Se coloca, ambiguo, «temiendo siempre la caída y después la recomposición«. ¿Qué duele más, pues, el desamor o la extinción de ese dolor? El poeta se piensa en términos de extranjería, ya desterrado por completo de aquel espacio común que se inició con un amor. Una vez perdemos el derecho a extrañar los días felices, una vez nuestro cuerpo aprehende la soledad del presente como una atmósfera rutinaria: ¿cuál pasa a ser nuestra casa? 

La conclusión titubeante que alcanza Carlos Asensio es la de comprender el fuego como una situación excepcional. Escribe: «Conocerte fue un vahído y una contraposición de luces del ocaso: un momento fulgurante, científicamente absurdo». Su búsqueda poética, en cierto modo anacrónica —pensando el amor como una batalla constante frente a su anacronismo inmanente—, centra sus esfuerzos en canalizar la fuerza anaranjada de esos días que justifican la luz: pidiendo arder para siempre, Asensio se niega rotundamente a quemar aquello que lo rodea. Él quiere ser la bola de fuego que ilumina el mundo.

***

¿Dónde termina el mar y dónde comienza el olvido?

El agua entra en Arder o quemar como una amenaza o una incertidumbre: ¿cómo podrían convivir las olas con el íntimo crepitar de nuestras hogueras? Sin embargo, una vez más, el miedo esencial de Carlos Asensio no está tanto en el hecho de que el mar sea capaz de apagar los fuegos —que también—, sino en ese punto horizontal en que las aguas dejan de ser una cosa comprensible, en el que el rastro de las cenizas se borra definitivamente.

El momento en que uno tiende la mano hacia la senda que dejan las llamas y ya no siente calor. Agarra entonces los mecheros y las velas y cubre su habitación de materiales inflamables.

Todo un mundo lleno de pirómanos por necesidad: el mar ha borrado las huellas de nuestra memoria. Una vez te he olvidado a ti, dime: ¿cómo podría yo volver a arder?

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Autor: Carlos Asensio. Título: Arder o quemar. Editorial: Maclein y Parker. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro.

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Adrián Viéitez

Periodista cultural y estudiante de filosofía. Profesor de poesía contemporánea en el Máster de Periodismo Cultural de la USP-CEU. Antes, en la sección de cultura de El País, La Voz de Galicia, Radio Galega, Jot Down o en el Festival Márgenes. Coordinador de la antología 'Árboles frutales' (Ed. Dieciséis, 2021) y autor de los poemarios 'tratado sobre tu nombre' (Ed. En el mar, 2021) y 'Alta Escuela Musical' (Ed. Dieciséis, 2022).

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