Tranquilos. Que no panda el cúnico. Aún no me he dejado crecer tanto la barba como para ponerme a regalar consejos de sabio por las esquinas. Pero he afirmado en varias entrevistas que uno de los obstáculos más difíciles de superar para el escritor novel es el miedo a la inseguridad, y hoy vamos a trabajar sobre los certámenes literarios, una de las alternativas que existen para paliar este problema. En los comienzos, el escritor de a pie está solo y con los únicos lectores que suele contar son familiares y los cuatros amigos que, por norma general, se toman a risa que hayamos empezado a escribir. En todo caso, las primeras críticas que recibimos de nuestros textos suelen venir de personas allegadas, que nos tienen cierto cariño y, por lo tanto, suelen ser de naturaleza poco objetiva. Para cualquier abuela su nieto siempre es el más guapo del mundo. Y pobre de aquel que se conforme con este tipo de opiniones, porque cuando vaya por primera vez a la discoteca puede llevarse un desengaño de los gordos.
Una de las opciones que tenemos los juntaletras para empezar a conseguir lectores imparciales para nuestros textos es mandar las obras a concurso. Presentaremos nuestro trabajo sin firmar, normalmente bajo seudónimo, y será valorado desde un punto de vista imparcial. Hay una corriente de susurros que aseguran que la mayoría de los certámenes están amañados. Sobre todo si hay dinero de por medio. ¿Seiscientos euros por un relato? Seguro que van para el cuñado del alcalde del pueblo. Es probable, no lo sé. Pero mi escasa experiencia me ha demostrado que esto no siempre es así. Mi padre era electricista, mi madre ama de casa y no me apellido Reverte ni Redondo. Empecé desde lo más bajo, y sin embargo he tenido la suerte de cosechar algunos de estos premios que a priori se imaginan imposibles. Tampoco me ha hecho falta un padrino o un escritor de renombre que me avalase: olvidaos de esas tonterías, que esto no funciona así. Perded el miedo a presentar vuestras obras a los certámenes literarios. Da igual que vuestro nombre aún no se conozca. Mejor así: la mayoría de estos concursos están destinados a darle una oportunidad a aquellos noveles que apunten maneras.
Conozco, incluso, a algunos escritores que reconocen haberse centrado solo y exclusivamente en los certámenes literarios durante un periodo de su trayectoria escrituril (entre los cuales podría incluirme). Con esto se consigue construir un currículum literario, una carta de presentación que luego podemos adjuntar a las editoriales cuando les enviamos nuestras obras. «Buenos días, vengo a ver si publicáis mi novela. Soy un escritor novel que no conocen ni en su casa, pero he sido galardonado en este, este y este otro certamen». Otro punto positivo de los concursos es que algunos también están dotados con premios económicos, los más difíciles de ganar (el cuñado del alcalde), pero haberlos, haylos. Y esto es de agradecer, señoras y señores, porque inocentes aquellos que piensen que van a ganar mucho dinero con sus primeras obras (aunque haya escritores afirmándolo por ahí con la cabeza bien alta a la vez que les entran ganas de orinar cuando toca pagar la cuenta). Total, que los certámenes literarios también pueden ser una buena opción a compaginar con la publicación de nuestras propias obras y ver algo de remuneración económica, como si los escritores también comiésemos y todas esas cosas.
Pero lo más importante de todo esto, como he dicho al principio, es el chute de seguridad que gana uno cuando se ve finalista o ganador de cualquier concurso (si no somos el cuñado del alcalde, claro). De alguna manera, funciona como el golpecito en la espalda que muchas veces hace falta, esa certeza, por pequeña que sea, de que estamos trabajando en el camino adecuado. Nuestro texto ha sido valorado por un grupo de supuestos profesionales que no nos conocen de nada. Nuestra narrativa ha destacado entre la media. Nuestra voz ha vencido. Se gana confianza, nos lo creemos, empezamos a escribir de una manera un poco más arriesgada, le damos una oportunidad a lo que llevamos guardado, progresamos en nuestra carrera y se incentiva a seguir escribiendo con energías renovadas.
Ahora bien, esto no va de escribir cualquier cosa y mandarla al primer certamen que se nos cruce. Hay una serie de normas que deben llevarse a cabo si queremos que nuestros textos sean tomados en consideración. Al menos, para que el ilustrísimo y respetable jurado no se limpie el culo con nuestra obra sin siquiera leer más de dos párrafos. El mundo literario es una carrera de fondo, y por lo tanto no deja de ser un juego en el que hay que conocer bien las reglas. Y si hablamos de concurso, hablamos de competición. Nuestra obra debe destacar sobre las demás si queremos que se fijen en nosotros, y a día de hoy sigo pensando que no hay nada que no pueda conseguirse a base de trabajo y esfuerzo.
He intentado resumir en cinco puntos básicos mi método de trabajo, desde la humildad más absoluta, con la esperanza de que pueda inspirar a cualquier escritor que piense mandar algún texto a concurso y esté dando sus primeros pasos en este largo camino. Quede claro que esto no es ningún dogma. Mucho menos la fórmula secreta para convertirse en un escritor de primera. Yo aún la ando buscando y las malas lenguas aseguran que debe de estar en algún lugar escondida, junto al Santo Grial y la Piedra Filosofal. La literatura no funciona como las matemáticas ya que a + a nunca fue b. Olvidaos del talento y de la inspiración divina. Todo se resume al trabajo, a las ganas de aprender y a los palos que estéis dispuestos a soportar. Todo es más objetivo y sencillo de lo que parece. Por eso creo que estos pasos tan simples pueden ayudar a que nuestros textos tengan un acabado más competente, que se conviertan en un producto de calidad que pueda llamar la atención de cualquier jurado. Olvidaos de que me ponga a dar lecciones de cómo escribir. No soy nadie para eso, y aún me queda mucho camino por recorrer. Además, mucho me temo que eso es un aprendizaje individual, en solitario, una lucha interior en la que nadie os puede ayudar. Lo que vais a encontrar a continuación son consejos prácticos, tips que uno va aprendiendo a medida que se van coleccionando derrotas.
Y no me enrollo más.
– Uno –. Cómprate una agenda.
Si no la tienes ya, hazte con una. Aunque sea en el chino de la esquina. Para ser profesionales tenemos que parecerlo. Una de las páginas más recomendadas para ver todos los certámenes que se celebran mensualmente es www.escritores.org (con permiso de Zenda, claro). Investiga, analiza y apunta todas las opciones que te llamen la atención. Verás que cuando tienes el radar encendido aparecen concursos literarios hasta debajo de las piedras. Haz una lista con los certámenes que te interesen y se ajusten a tu estilo, no te presentes a cualquier cosa, lee bien las bases (parece una tontería, pero no lo es), apunta la fecha límite de entrega y réstale unos días. Yo, personalmente, nunca he sido de presentar los textos en el último momento. Eso puede dar la sensación de haber trabajado corriendo, de cerrar la obra a la ligera, o lo peor de todo: de ser ese tipo de escritores que lo dejan todo para última hora. En teoría, esto último no debe importar ya que, si el jurado es totalmente justo, va a leer el último texto recibido con las mismas ganas, respeto e interés que el primero. Pero hay algo dentro de mí que me dice que esto no siempre es así.
– Dos –. Prepara una plica profesional.
La mayoría de los concursos funcionan con sistema de plica. Esto es una especie de currículum que no se abre hasta que se ha decidido el ganador o ganadora. Supuestamente. Y hasta que no se demuestre lo contrario. Pero la intuición también me dice que la plica puede ayudar en caso de empate o de duda entre un texto u otro. Bah. Desvaríos míos.
Recomiendo que no ocupe más de una página. No pongas la foto recortada que tienes en el perfil de Facebook de juerga con los colegas. Si es necesario, hazte una fotografía para la ocasión.
Prepara una breve biografía con tu trayectoria. Breve. Si los hubiese, destaca algunos reconocimientos o distinciones que estén relacionados con la literatura. No pongas que siempre te ha gustado leer o que tu madre te contaba cuentos antes de ir a la cama. Breve.
Normalmente, en las bases se suele explicar qué datos necesitan que pongas en la plica. Por norma general suelen ser siempre los mismos (nombre completo, fecha de nacimiento, nacionalidad, domicilio y breve biografía), por lo que, si estás pensando presentarte a varios concursos, puedes confeccionarte una plica general para todos ellos, aunque luego tengas que retocar algunos detalles. El formato suele ser libre, por lo que puedes aprovechar para hacer una de calidad. Usa una tipografía elegante, (Comic Sans no, por favor), justifica el texto y preocúpate por que el conjunto ocupe toda la página de una manera armónica y limpia. Que quede bonita a los ojos, como dicen en mi pueblo. Como si estuvieses pidiendo trabajo en una caja de ahorros. Que la vean y digan: «Mira, esta escritora o este escritor se ha preocupado por preparar una plica en condiciones».
Se ha preocupado.
Tiene interés.
Es profesional.
La plica es nuestra carta de presentación.
Creo que me repito, ¿no?
– Tres –. La primera impresión es la que cuenta.
Tengo una letra que da pena, y cuando estaba en el instituto mi profesor decía que le daba asco corregir mis exámenes, que le daba coraje tener que ponerme el diez por la mierda de letra que tenía. Afortunada o desafortunadamente, las apariencias importan. Sé fiel, respeta el formato que se exigen en las bases (tipografía, interlineado, sangrías…). Y si no lo especifica, utiliza un formato neutro y profesional. Por ejemplo: Arial 12, doble interlineado y texto justificado. Si le metes de sangría 0,5 cm a la primera línea de cada párrafo ya lo bordas. Usa el guión correcto de los diálogos, no te conformes con darle a esta tecla – y se acabó. Hay que tener mentalidad de chatarrero. Por insignificantes que parezcan, todos estos detalles cuentan y pueden marcar la diferencia entre el texto de un escritor mediocre y uno profesional. O, al menos, de uno que se lo toma en serio y respeta el oficio.
Si te presentas a un concurso donde puedes enviar la obra y los datos a través de correo electrónico, manda siempre todos los archivos en PDF. Si las bases no lo impiden, claro.
Tontería que sobra, pero lo digo, que me quedo más tranquilo: cuida la ortografía, repasa, corrige el texto diez veces. Dáselo a una persona de confianza para que lo lea. Cuatro ojos ven más que dos. Y seis ya ni te digo. No es ninguna locura contratar a un lector profesional o un informe de lectura para que te dé su valoración antes de enviarlo a ningún lado. Yo contraté los servicios de la Asesoría Literaria de Daniel Heredia con mi novela La Carcoma, que terminó siendo Premio Valencia Nova de Narrativa. La experiencia me dicta que esto último, puede valer mucho la pena.
Tomadlo como una inversión.
– Cuatro –. Intenta ser original.
¡Ay, madre mía! ¡Qué fácil se dice esto!
También he tenido la suerte de formar parte del jurado en varios certámenes literarios. Con esto he aprendido a que el aspirante tiene que ser inteligente y debe ser capaz de meterse en el pellejo de la persona que valora los textos. Todo depende de la repercusión que tenga el certamen, claro, pero por norma general un concurso de este tipo puede recibir cientos de obras participantes (miles, en algunos casos). Es un trabajo titánico el de leer con respeto, objetividad y concentración los cientos de relatos que van llegando. Si hablamos de un certamen de novela ya ni te cuento. El jurado es humano, aún no conozco una máquina que sea capaz de llevar a cabo este trabajo. ¿Qué es lo que realmente cansa de este proceso selectivo? El encontrarse con textos similares los unos a los otros, llanos, previsibles, sin nada nuevo que aportar. Por eso, cuando llega una obra que destaca sobre las demás y llama la atención por su frescura y originalidad, el jurado tiende a meterlo en el saco de posibles finalistas en automático. Le ha dado una alegría leer algo diferente, distinto, sea mejor o peor obra: ha brillado entre el saco de manuscritos monocromáticos, y con eso ya tiene mucho ganado.
Por ello es importante que agarres al jurado del pescuezo desde las primeras líneas del texto. Más o menos profesional, estamos hablando de un lector que tiene mucho contenido pendiente por leer y que encima tiene un plazo para hacerlo. Si le presentas las primeras cinco páginas sin que haya ocurrido nada, corremos el riesgo de que el calificador pase a otra obra. Esto tampoco debería ocurrir. Pero cúrate en salud y trabaja los comienzos de tu historia.
Ángel Zapata dijo en su libro La práctica del relato que en toda narración debe haber un cocodrilo que sorprenda al lector. «Juan llega a su casa después del trabajo y ve que hay un cocodrilo que lo recibe en el sofá de su salón». El lector nunca se esperaría eso. Lo has sorprendido y ahora tiene curiosidad por saber qué es lo que va a ocurrir, cómo ha llegado ese cocodrilo hasta ahí, cuál va a ser la reacción del protagonista. Buscad ese cocodrilo para vuestra historia.
No empecé a considerarme escritor a mí mismo hasta que encontré mi propio cocodrilo.
– Cuatro más uno –. Diviértete.
Este es el último punto y, por lo tanto, el más importante.
El más difícil de aceptar, también.
Trabaja siempre con la ilusión de quedar entre los finalistas, pero recuerda que el objetivo de todo esto es conseguir que cada vez te lean más personas. Si te obsesionas con ganar algún certamen y esto no llega en un periodo corto de tiempo (como probablemente ocurrirá), corres el riesgo de desinflarte y perder el ánimo por seguir juntando letras. Escribir es algo más que eso. Olvídate del reconocimiento, la fama y la admiración. Y si eres incapaz de sacudirte todas esas aspiraciones de encima, ponte a jugar al fútbol, porque estás totalmente equivocado de profesión.
Si lo que buscas es aprender, analizar tu recorrido para saber qué es lo que estás haciendo mal y qué es lo que estás haciendo bien, borrar y reescribir, destruir para volver a construir, estás en el camino correcto. Solo así disfrutarás de tu trabajo, y eso termina transmitiéndose al texto y al jurado.
¿Eres lector? Claro, si no nunca podrías ser escritor. Pues escribe aquello que te gustaría leer. A veces lo más importante no es ganar, sino hacer lo que verdaderamente te gusta. Olvidaos de los euros y la cena para dos del tercer premio. A veces un accésit vale más que todo eso. No te desmoralices, porque el porcentaje de éxito en el mundo literario suele ser muy bajo. Si te presentas a cinco certámenes y quedas finalista en uno, puedes considerarte muy afortunado. Ten cuidado, porque todo lo que se muestra en las redes, en la prensa y en la tele no siempre es verdad. Los escritores saben venderse muy bien y parece que todo son éxitos, pero esto no siempre es así y la mayoría de nosotros también nos hemos llevado muchas negativas a lo largo de nuestra carrera.
Aquí no gana el que se alza campeón en el primer puesto de un certamen, sino el que aguanta y no desiste. El que sigue arrugando papeles y reinventando los textos para escribirlos cada vez mejor.
Así que me despido de vosotros deseándoos toda la suerte del mundo, compañeros. Vuelvo a repetir que escribo estás líneas con el único interés de inspirar al que lo necesite. Me apetecía compartir la poca experiencia que haya podido adquirir a lo largo de estos años en el mundo editorial. Me he visto muy solo en los comienzos, y estoy seguro de que muchos de vosotros podrá sentirse igual. Aquí remamos todos en la misma dirección, y creo que es una verdadera estupidez guardarse para sí los entresijos con los que uno se va cruzando a lo largo de su trayectoria. La única manera que hay de disfrutar de todo esto es compartiendo (disfrutar, el último punto, el más importante). Y si alguien se ha quedado con dudas o, simplemente, le apetece escribirme, ya sabéis que podéis hacerlo a través de www.danielfopiani.com siempre que os apetezca. Para mí siempre es un placer leer vuestros correos.
Comed bien y llenad las cantimploras, porque el camino es largo y angosto. Pero nunca dejéis de avanzar.
Nos vemos en las librerías.
Y en los bares, claro.
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