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Amantes de luz y hormigón - Zenda
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Amantes de luz y hormigón

Nevera nueva, de Antonio López. cada día era abrirse a un mundo nuevo Comienzo y final de un breve manifiesto. El amor está en las curvas de las carreteras provinciales. Lo demás son líneas rectas. 1. Estar enamorado es un verde resplandor. Laura Villar ha escrito un libro de poemas que se titula La ciudad. Antes,...

Nevera nueva, de Antonio López.

cada día era abrirse a un mundo nuevo

Comienzo y final de un breve manifiesto. El amor está en las curvas de las carreteras provinciales. Lo demás son líneas rectas.

1. Estar enamorado es un verde resplandor.

Laura Villar ha escrito un libro de poemas que se titula La ciudad. Antes, sin embargo, hay otros lugares. Se intuyen en las elipsis, en los rastros de la palabra escrita. Antes de los edificios están los espacios vacíos, las cuevas, los rincones vírgenes. La arquitectura poética clama a la memoria, a la arqueología de la emoción.

El frío cosmopolita es la herencia de los campos veraniegos.

Podemos hablar del pasado. Podemos hablar de lo verde.

A lo lejos, el dibujo rugoso de un horizonte mecido por el sol, que se desploma, que se derrite sobre los árboles. Pasa en la ausencia de ciudad: las formas se ven afectadas por los entornos naturales. El trazo del mundo lo describen los dedos que lo pulsan, que lo abrazan invadidos por el temor al paso de las noches.

El amor es posible en un día despejado de humo. En un día de silencio, en una mañana en que las fábricas sacrifiquen su rugosa actividad y devuelvan el protagonismo a los cuerpos. El amor es posible en las cuevas. En las paredes que nadie ha construido, en las paredes que se inventan a sí mismas pintan los enamorados el retrato de su presente inviolable, lo perfilan con sus dedos trémulos que conocen el tacto del objeto inasible. Dos, tres seres tiznados de inocencia dibujando como locos. Arrancan el color verde de las hierbas. Lo guardan: quizá algún día el mundo exija un soplo de verdor.

2. Free-tour por La ciudad.

los ordenadores han hecho
de la tierra un firmamento inverso
y desde arriba las pantallas simulan
estrellas
si se apagaran entonces tendríamos
que reaprender la oscuridad
del frente a frente

En la encimera, un jarrón. En el jarrón, un litro de agua. En el agua, dos rosas muertas.

En La ciudad (Liliputienses), Laura Villar se esconde entre los ladrillos. Piensa en la cerilla consumiendo / las sombras poco a poco, / creando restos de ciudad / por las aceras. Corre por las calles apagando las farolas. Después observa. Observa el latido de la piedra inerte. Observa el silencio que dejan tras de sí las voces jubilosas de los amantes. Se acuna entre los ecos de las grandes construcciones, de la deriva material de los tiempos artificiales. ¿Qué es la poesía, sino un contorno borroso de las cosas que ya no existen o que nunca existirán?

De la noche al día y del silencio a la muchedumbreLa ciudad transita una grieta permanente, desplazada de ambos lugares. La lujosa actividad plastificada de la luz es invasiva para Laura Villar, que trata de refugiarse en las ruinas nocturnas de un habitáculo monstruoso construido para ser un espejo del sol. La ciudad de noche es un monumento olvidado. Detrás de las paredes, a la luz frágil de los focos individuales, las sombras íntimas sirven como lugar inventado, como reducto de calor ante esos inviernos invencibles.

Este es un poemario en diálogo permanente consigo mismo: primero abre la veda conceptual de sus espacios, en espasmódicos poemas que refulgen con brillantez; después amaina sus vientos en pequeños poemas de lirismo suavizado, casi impresionista. Primero grita: soplar las velas como afirmación de que la vida pasa. ¡Qué excitación intelectual! Después susurra: siempre he creído que siempre / era algo probable. ¿Cuál es la distancia entre esas dos aproximaciones a la palabra? ¿Por qué abre Laura Villar una brecha en el medio de sus composiciones? ¿Por qué los árboles comprenden al amor mejor que los lujosos ventanales?

3. Mi caracoleo por el abandono.

2015, Barcelona.

Duermo todos los días en una habitación doble. Una habitación con dos camas. Mi cuerpo no se desdobla, no exige duplicidad. Duermo todos los días en una habitación con una cama siempre vacía.

He aprendido a cerrar las ventanas, a colgar un doble cerrojo en una puerta impersonal, en una puerta de hotel, en una puerta que sólo se abre con una tarjeta que sólo tengo yo. Sólo yo puedo abrir mi puerta. Tengo la nevera vacía porque ya no compro por adelantado. He pensado que la nevera es una cuestión de futuro, un pensamiento programático heredero de una humanidad que ha aprendido a compartirse a sí misma.

Yo miro las cosas desde detrás de unos cristales ensuciados por el polen de la primavera incipiente. El frío todavía rocía Barcelona. Esa suciedad vuelve borrosas las luces, que se perfilan a lo lejos como posibilidades diminutas. En mi habitación no hay nada, apenas libros, apenas ropa. Soy consciente de que estoy de paso. No conviene recrearse en los lugares que uno pronto abandonará.

2015, Barcelona. Sólo 2015. Apenas un espacio inerte de mi memoria.

4. Diálogo entre La ciudad y los amores posibles.

Suntuoso como un bailarín nocturno, se desliza por sus páginas. Escalando los semáforos, agazapado en la esquina de cada manzana que atraviesa la poesía. El pasado habita el corazón de La ciudad, de Laura Villar, que remite con sus palabras a un lugar extinto y, simultáneamente, se esfuerza por proyectar luz hacia el futuro que queda por inventar.

un cuerpo se desnuda
la luz resbala por sus márgenes
y la silueta se recorta clara
sobre un fondo de pared
qué tendrá la sombra
de los cuerpos desnudos
su pureza inasible
de proyección de cuerpo
existe solo unos instantes
recuerda a la vida en lo efímero
y al encenderse la luz
desaparece

Tras ese armazón pétreo, tras esa batalla de hormigón sugiere Laura Villar la posible aparición de un destello de luz que sirva como aliciente, como justificación de lo vivido. Si el amor está contenido en los campos, si el viento lo desplaza con la caída de las hojas… alguna lámina de su rastro puede filtrarse a través de los muros infranqueables de esa ciudad sin emociones, de ese baile luminoso de días y de noches que nunca llegan a alcanzar la completa oscuridad.

Todo esto no es una respuesta. Todo esto es apenas una esperanza.

5. Yo quería cerrar esta reseña cantando una canción.

Es bellísimo el sonido de los cláxones por la mañana. ¡Qué despliegue utilitario de belleza urbana! ¡Qué sentimiento absurdo de pertenencia! ¡Qué adhesión a la vida sobre todo lo demás!

Los coches se enfurecen. Se adelantan los unos a los otros bajo la lluvia que empapa el asfalto. Los edificios están llorando. El hormigón se deshace lentamente. Quizá dentro de mil años un leve viento termine por derruir nuestra casa.

Por el cristal se deslizan las gotas. Primero están todas solas: una constelación de pequeñas gotas distribuidas con azarosa exactitud. Después se juntan para caer con violencia. Al otro lado observo el amor de las gotas que apenas acaban de conocer la ciudad. Pienso:

rectificar
ir hacia atrás
-como en la vida-
no siempre está permitido

——————————

Autora: Laura Villar Gómez. TítuloLa ciudadEditorial: Ediciones Liliputienses. VentaLiliputienses.

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Adrián Viéitez

Periodista cultural y estudiante de filosofía. Profesor de poesía contemporánea en el Máster de Periodismo Cultural de la USP-CEU. Antes, en la sección de cultura de El País, La Voz de Galicia, Radio Galega, Jot Down o en el Festival Márgenes. Coordinador de la antología 'Árboles frutales' (Ed. Dieciséis, 2021) y autor de los poemarios 'tratado sobre tu nombre' (Ed. En el mar, 2021) y 'Alta Escuela Musical' (Ed. Dieciséis, 2022).

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