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Lejía para la masculinidad - Zenda
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Lejía para la masculinidad

El actor Nick Offerman, hecho todo un hombre para interpretar a Ron Swanson (Parks and Recreation). [memoria histórico-mítica, parte I] En medio de la noche, Odiseo encabezó la embestida. Él y una serie de valientes hombres abandonaron el interior del gigante caballo ofrendado por los griegos a la ciudad de Troya. Tras asesinar a los...

El actor Nick Offerman, hecho todo un hombre para interpretar a Ron Swanson (Parks and Recreation).

[memoria histórico-mítica, parte I]

En medio de la noche, Odiseo encabezó la embestida. Él y una serie de valientes hombres abandonaron el interior del gigante caballo ofrendado por los griegos a la ciudad de Troya. Tras asesinar a los centinelas que resguardaban las puertas de la ciudad, procedieron a abrirlas y a permitir la entrada de todo su ejército: los troyanos cayeron aquella noche. Y Odiseo tuvo que volver a casa. Sin guerra que librar, en Troya no había nada que hacer.

[memoria histórico-mítica, parte II]

Fue culpa de mi camisa granate. Ella tuvo la culpa de todo. Mi ropa blanca ya no era blanca: camisetas rosas, calcetines rosas. El tejido de los bóxer slip es impermeable al desteñido. Mamá dice que no pasa nada: lo único que tengo que hacer es devolver toda esa ropa a la lavadora y bañarla en lejía. Compro una garrafa de dos litros de lejía en el supermercado. La vacío entera sobre la ropa. No puede quedar ni rastro del rosa.

Que todos los grupos de hombres merodeando por espacios
públicos sean detenidos, identificados y disueltos

Me arde la faringe mientras trago. Estoy enfadadísimo. No sé por qué estoy tan enfadado. Estoy enfadadísimo. Víctor Parkas me está agrediendo con una Game Boy. Se ha presentado aquí con ella en la mano: creo que es consciente de la apariencia de artefacto amigo que suele tener la Game Boy. ¿Qué HOMBRE podría temer a una minúscula videoconsola que, además, remite a ese lugar de la infancia en el que los privilegios no sólo permanecían intactos, sino que nadie se había atrevido aún siquiera a cuestionarlos? Pero Víctor Parkas no quiere encender la Game Boy. No quiere jugar. Quiere reventarme la cara con ella. Quiere que llore. Quiere que esté enfadadísimo. Estoy enfadadísimo. No quiero ser un hombre nunca más.

He aquí una matrioska de Caballos de Troya: una editorial llamada Caballo de Troya introduce a un hombre en el interior de la masculinidad, equipado con una cerilla y decenas de miles de litros de gasolina. Observa al cielo: no son los fuegos artificiales de la fiesta de tu barrio; es el hombre el que vuela por los aires. Así comienza el año de Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez a la cabeza de esta editorial insólita, atrevida y decidida a bailar. Comienza con Víctor Parkas golpeándome en los testículos con el arma que más daño me hace: la crítica sin paliativos hacia la figura de Woody Allen.

Víctor Parkas —periodista cultural en PlayGround— habla de Allen en relativos términos de nostalgia: intuyo que su filmografía está inevitablemente incrustada en su formación biográfico-artística. Se refiere a él como una especie de figura paterna deformada. Después, sin mayores contemplaciones, se lanza y emplea el término. El término. Dice: «el presunto* violador», y utiliza el asterisco para apuntar, a pie de página, que si por él fuese eliminaría esa palabra de su construcción sintáctica. De alguna manera, Víctor Parkas se revienta la Game Boy también a sí mismo en plena cara. Eso me hace comprender la tesis detrás de este libro que se articula como un puro bombardeo a quemarropa: hemos sido lo que hemos sido; ahora es precisa una tabula rasa. Es preciso extinguir la masculinidad.

Se pregunta Parkas: ¿qué demonios es la MASCULINIDAD? Su conclusión es ágil, afilada, hiriente: la MASCULINIDAD es mi enfado al leer Game Boy. La MASCULINIDAD es mi enfado al leer a alguien que propone el asesinato de mis privilegios históricos, políticos, económicos, sociales, deportivos, mediáticos, artísticos, laborales, existenciales. La MASCULINIDAD soy yo mismo, yo que me siento en mi casa a pensar en lo poco masculino que soy, yo que abro Twitter y me río maliciosamente —¡cuán por encima de los demás estoy!— al contemplar las desaforadas exhibiciones de testosterona del respetable. ¡He pasado años sacudiendo la Game Boy por los aires; ahora es ella la que se ve destrozada contra mi afeminado, mi frágil, mi sensible, mi cariñoso, mi bonito-y-preciado rostro!

No leo Game Boy, en ningún caso, como un ejercicio de ensayo sociopolítico. No creo que Víctor Parkas quiera redibujar una línea de pensamiento milenaria. Él lo que quiere es hacerla estallar. No hay voluntad de doctrina en sus textos; late una desaforada intención provocadora. Por eso habla de fútbol, por eso habla de Woody Allen, por eso habla del pene de su abuelo. Por eso se lanza como un tiburón blanco sobre los púlpitos sensibles del hombre moderno. Y, al final, todo regresa a su tesis: si queremos que el hombre tenga sentido en un debate genuino en torno al feminismo, el hombre debe morir.

A ella se acerca desde todas las latitudes que se le ocurren. Game Boy es, por expresarlo de algún modo, un cóctel de columnas de opinión particularmente broncas, relatos de vocación lírica pero subtexto agresivo y galimatías pop que reivindican uno de sus principales puntos de apoyo en lo argumental: el hombre de hoy es el hombre de hoy, en buena medida, debido a un enfermizo y enquistado diálogo con la cultura popular, que sirve como apoyo y como vía de expresión para esas identidades destructivas que, aún hoy, se niegan a ceder espacio en sus extensas parcelas. Para identidades como la mía.

La fuerza transgresora que atraviesa Game Boy es tan poderosa, tan soberana, tan vorazmente huracanada, que uno apenas puede detenerse en apreciaciones de travieso crítico literario. Apenas creo relevante subrayar el hecho de que los capítulos de corte ficcionado se pierdan en una prosa algo encarcelada, en una prosa que grita como loca por volver al lodo, por regresar al territorio en el que se mueve con insólita destreza: el de la columna de opinión. Es en sus textos más frontales, en sus textos más definitivamente entregados al arte de cabrear al macho, en los que Víctor Parkas se alza como un ave estelar. Es entonces cuando no puedo arrancar mis ojos de Game Boy. No puedo hacerlo: estoy enfadadísimo.

De alguna manera, Víctor Parkas hace suya aquella demanda de Virginie Despentes, quien, en Teoría King Kong, se preguntaba cómo diablos era posible que ningún escritor —hombre y privilegiado— hubiese lanzado un órdago significativo a su imperante masculinidad. Ya que lo hace, decide no quedarse a medias: desestimando el acomodaticio influjo de las nuevas masculinidades¡masculinidades pop! ¡masculinidades que escuchan a The Smiths! ¡masculinidades que comen helado Ben & Jerry’s y ven Sexo en Nueva York! ¡masculinidades como la mía!—, lo que él propone es una reducción al cero absoluto. Dice Víctor Parkas en Game Boy que el hombre, para despegarse del hálito neoliberal que le proporciona su condición de aliado, debe renunciar por completo a sus privilegios. Lo que es lo mismo: debe SENTIR los mismos peligros que una mujer. Debe SUFRIR sus dolores. Debe SABER. DEBE.

Lejía rosa sobre los dinosaurios: el hombre sigue aquí. No creo que Game Boy, de Víctor Parkas, sea necesario. Es un libro, queridos. El motivo de mi agitado interés viene de otro lugar, viene de las profundidades de la tierra que piso, de la tierra que Game Boy ha sacudido. Me tiene al borde del colapso, pidiendo un balazo más. Yo ya sólo quiero verme arder. 

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Autor: Víctor Parkas. TítuloGame BoyEditorial: Caballo de Troya. VentaAmazonFnac y Casa del libro.

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Adrián Viéitez

Periodista cultural y estudiante de filosofía. Profesor de poesía contemporánea en el Máster de Periodismo Cultural de la USP-CEU. Antes, en la sección de cultura de El País, La Voz de Galicia, Radio Galega, Jot Down o en el Festival Márgenes. Coordinador de la antología 'Árboles frutales' (Ed. Dieciséis, 2021) y autor de los poemarios 'tratado sobre tu nombre' (Ed. En el mar, 2021) y 'Alta Escuela Musical' (Ed. Dieciséis, 2022).

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