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Jacinto Antón: “De las familias heredas las locuras”
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Jacinto Antón: “De las familias heredas las locuras y algunos de los tesoros culturales que más te marcan”

Jacinto Antón. Foto: Javier Ors. El periodista Jacinto Antón repasa en esta extensa entrevista su trayectoria vital y profesional. En esta primera entrega narra la formación de su imaginario. Jacinto Antón fue de los primeros periodistas que uno aprendió a reconocer en medio de esa pleamar de iniciales y apellidos. Él nutría la imaginación universitaria...

Jacinto Antón. Foto: Javier Ors.

El periodista Jacinto Antón repasa en esta extensa entrevista su trayectoria vital y profesional. En esta primera entrega narra la formación de su imaginario.

Antes de internet y las redes sociales, la lectura de los diarios era casi una herencia familiar, una especie de genética cultural que pasaba de padres a hijos. Uno leía el periódico que encontraba en casa, atraído, al principio, por el titular, la exclusiva, el escándalo que había oído comentar durante la comida. Un tiempo después, cuando su consulta formaba ya parte de los hábitos comunes, se reparaba en que detrás de cada artículo, titular o reportaje había un nombre y, de esta manera, se dejaba de seguir una cabecera o línea editorial para buscar a ese pelotón de cronistas que escribían sobre los temas que te interesaban.

Jacinto Antón fue de los primeros periodistas que uno aprendió a reconocer en medio de esa pleamar de iniciales y apellidos. Él nutría la imaginación universitaria que aún se tenía por entonces con toda esa pléyade de exploradores, viajeros y descubrimientos arqueológicos de los que daba noticias y por  los que uno, que ha estudiado en la facultad de Historia, se sentía tan atraído, y que, él, con el tiempo, ha ido consignando en libros como Héroes, aventureros y cobardes o Pilotos, caimanes y otras aventuras. Después, quizá porque el destino discurre por senderos secretos, casi indescifrables, se ha acabado compartiendo con Jacinto Antón este oficio que es la prensa escrita y, de paso, también, algún viaje, pudiendo uno conocer muchos más relatos, aunque en esas ocasiones de viva voz, como sucedió en Siria o, como en el caso de este encuentro, en Egipto, a la sombra de las pirámides.

—Su abuelo fue piloto de aviones. ¿Le influyó mucho?

"Tener un abuelo que fue aviador y que tuvo una muerte trágica, porque lo mataron de un tiro cuando mi padre era muy pequeño, creó una figura legendaria"

—Sí. Desde pequeño oía en casa historias épicas sobre él y la familia de mi padre, que habían sido militares de carrera. En mi familia hubo almirantes. Uno mandaba la flota de Filipinas durante la época de la pérdida de esta colonia. Mi abuelo era oficial de la armada y piloto naval, lo que serían los Top Gun ahora. En ese momento la aviación embarcada funcionaba con unos portaviones antiguos que eran una especie de barcos reconvertidos con una cubierta. Eran hidroaviones que aterrizaban en el agua, los recogían con una grúa y los montaban en la cubierta. Se llamaban “portahidros”. Él había llegado a ser comandante del primer Dédalo en los años 30. Era aviador naval. Participó en el desembarco de Alhucemas y las campañas contra las cabilas en Marruecos. Estas historias que oí, en las que había aviones y sables, me dejaron un poso. El interés por la aventura crees que se ha generado solo, pero seguramente estaba inspirado por estas historias que escuché por primera vez en casa. Tener un abuelo que fue aviador y que tuvo una muerte trágica, porque lo mataron de un tiro cuando mi padre era muy pequeño, creó una figura legendaria.

—Y está su familia materna.

—Por ese lado hay diplomáticos. Mi madre desde pequeña viajó mucho, porque todos acompañaban a mi abuelo, que fue embajador en Dinamarca, París, Nueva York… Esto me dejó la herencia por viajar. En mi casa había un viejo baúl de mi abuelo con cartas consulares y diplomáticas. Recuerdo haber leído, cuando era niño, el protocolo de la corte danesa, de los años en que estuvieron destacados en Copenhague. Estos dos mundos se combinan. Mi madre era venezolana, y de esa clase política que había en Latinoamérica, que ha desparecido completamente, y que era gente muy cultivada. Mi abuelo materno, aparte de diplomático, también era catedrático de griego y de latín, con lo cual todo el mundo de las letras clásicas estaba presente en casa. Mis padres se conocieron porque mi abuelo estuvo exiliado en Barcelona, con la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela. Estuvieron unos años en España y después se fueron, pero dejaron parte de la biblioteca itinerante a mi padre. Yo he conservado parte de esos libros, y ahí hay ediciones antiguas de Virgilio, Ovidio… He convivido con ellos toda mi vida.

—¿Esas son las primeras lecturas que le influyen?

"Mi madre decía que no entendía por qué llamaban realismo mágico a las novelas que escribía Gabriel García Márquez, porque era puro realismo"

—Tenía por un lado al abuelo militar y aviador; por otro lado, al diplomático y viajero. Después esta parte exótica de Venezuela, que me trajo los relatos, que eran cotidianos, de arañas, serpientes y tiburones. Mi madre decía que no entendía por qué llamaban realismo mágico a las novelas que escribía Gabriel García Márquez, porque era puro realismo. La relación con la naturaleza, este aspecto espiritual del ser humano, lo tenía presente. Si además añades a eso esta parte de la historia de la literatura y libros de mi abuelo, pues de aquí sale todo.

—Pero los clásicos, Heródoto, César, te van definiendo…

—El elemento fundamental que lo une todo son los libros. Todo lo he buscado en los libros. En mi casa había una biblioteca enorme. En la biblioteca de mi padre, que había heredado en parte de la de mi abuelo, había sobre todo clásicos. Desde pequeño estaba familiarizado con la Iliada y la Odisea. Ahora parece un poco pedante, porque en esta época parece que leer los clásicos es elitista, pero para mí eran muy cercanos. Todo formaba parte de un mundo mío. Mi madre también tenía una biblioteca de novela muy buena. Tenía libros que entonces eran denostados, como considerados de baja literatura, pero que luego se han convertido en alta literatura. Ahí estaban todas las biografías de Stefan Zweig, Sinuhé el egipcio, de Mika Waltari, que era una lectura habitual en la burguesía, o Frank Slaughter. No eran clásicos, pero también te daban una perspectiva de lo apasionante que es la lectura.

—¿Dónde te encontraste con Conrad y Stevenson?

—Me hacían regalos de vez en cuando y, entre ellos, recibí los libros de Karl May, Stevenson, Salgari… “Que el niño vaya leyendo novelas de aventuras”. Lo más importante era la disponibilidad de libros. Cuando era joven había solo un canal de televisión, el cine y los libros.

—¿Y Lord Jim? Por el que siente admiración.

"José María Pou me reconoció hace poco que creía que había leído Moby Dick, y lo que pasa es que lo había leído en una versión para jóvenes"

—Primero vi la película, cuando era bastante joven. Hubo muy buenas adaptaciones de novelas de aventuras, como La isla del tesoro. Todos vimos las películas antes de leer el libro completo, y todos hemos tenido acceso a los clásicos en versiones más cortas para jóvenes. José María Pou me reconoció hace poco que creía que había leído Moby Dick, y lo que pasa es que lo había leído en una versión para jóvenes. Cuando lees entero Moby Dick es otra cosa. Cuando lees estas obras de verdad te das cuenta de la intensidad que tienen. Incluso Salgari.

—El cine, ¿como influyó?

—Es muy generacional. Era la vía de escape. En una época en que no se viajaba, era la puerta de escape. Los libros te ponían en marcha la imaginación, pero el cine te daba las imágenes para proyectar lo que leías en los libros. Si leías libros sobre el oeste americano, como James Fenimore Cooper, tendías a revestirlos con las imágenes del western y el cómic. El cómic juega un papel esencial en la formación del imaginario de mi generación. Pero películas veíamos muchas. Cada fin de semana, sábado y domingo, ibas al cine, y como eran sesiones continuas, podías ver la película otra vez, un fenómeno que la gente ya no recuerda: disfrutar viendo una película varias veces seguidas. Murieron con las botas puestas la vi tres veces la misma tarde.

—¿Cuál fue su primer viaje?

"Mi viaje iniciático fue a Polonia. Era como ir a la luna. Era el telón de acero, la Polonia comunista"

—Empecé a viajar tarde, porque en mi generación no era habitual. Pero mi viaje iniciático fue a Polonia. Debía tener alrededor de 18 años. Había estado antes en Italia y Francia. Pero Polonia era como ir a la luna. Era el telón de acero, la Polonia comunista. Había que atravesar Alemania del Este. Fui en tren. Acudí allí, porque estudié teatro en el instituto del teatro de Barcelona, una escuela oficial, donde aterricé en un momento muy bueno, porque coincidí con algunas de las grandes personalidades del teatro. Estaban Lluís Pasqual, Albert Boadella, Albert Vidal, Iago Pericot… los profesores eran los profesionales del teatro más renovadores que había en Cataluña y en el resto de España. Muchos de los compañeros de clase se han convertido en actores conocidos, como Andreu Benito o Lluís Homar. Me fui a Polonia para ver el teatro polaco, que estaba de moda y tenía mucha influencia en la expresión corporal y la pantomima. Vi obras de Jerzy Grotowski, que era un mito, la parte más legendaria del teatro europeo. Durante ese viaje visité Cracovia, Varsovia y conocí el gran castillo de los caballeros teutónicos, Malbork. Todo lo hice en tren. Son cosas que cuando vienes de la Barcelona de los años 70, con el franquismo todavía, suponen un descubrimiento. Entonces la gente no viajaba. Ir a Londres era el equivalente a ir hoy a Estados Unidos o Australia.

—Allí se encontró con la Segunda Guerra Mundial.

—Ya entonces me interesaba mucho, porque era otro de los pilares de mis intereses. La influencia me viene por cuestiones personales. Mi padre conoció a Otto Skorzeny, el jefe de los comandos de Hitler, por casualidades familiares, porque mi tío abuelo había sido oficial en la División Azul y había luchado en Rusia. Él contaba historias impactantes sobre la Segunda Guerra Mundial. Desde que era un niño viví toda la historia de la División Azul y la guerra en Rusia en primera persona a través de sus relatos. A él le hirieron en el frente, donde participó en operaciones bastantes cruentas. Nos explicaba que había estado en posiciones intermedias durante  los ataques rusos y que participó en golpes de mano contra ellos cuerpo a cuerpo, con cuchillo y pala. ¡Esto configura un imaginario! Todas las Navidades venía a casa, y mientras trinchaba el pavo, a mi hermano y a mí, que estábamos deseosos de conocer historias, pues nos contaba las suyas en el frente ruso. Desde los 7 u 8 años escuchaba esos relatos de los tanques T-34 chafando a la gente. Esto te lleva a interesarte por la guerra. Me hablaban de Otto Skorzeny, y de cómo les explicó en primera persona el rescate de Mussolini del Gran Sasso. Claro, oías estos relatos casi como si fueran cuentos infantiles. Luego empecé a leer cosas desde muy temprano sobre la Segunda Guerra Mundial, gracias a una amiga de mi madre que era alemana y que, más adelante, me enteré de que había estado relacionada con la red de Odessa, a través de la cual los nazis pasaban a América del Sur. Estaba vinculada con una empresa de transporte que había en España y trabajaba para ellos. Ella me regalaba libros, por ejemplo, el primer libro que yo leí  de Cornelius Ryan, que iba sobre la caída de Berlín y en el cual ya explicaba el tema de las violaciones de las mujeres alemanas por parte de las tropas rusas y todas las locuras de Hitler en el último momento. Era una especie de “pre-Antony Beevor” y que yo ya leía por esos años.

—¿Y la Guerra Civil española?

"Mi tío abuelo era una especie de “pre-Falcó”, porque, además, él era muy cínico, como el personaje de Pérez-Reverte. Acabó arruinando a la familia y trabajando en un serpentario en Brasil"

—Mi tío abuelo había estado en ella como espía infiltrado en Cataluña por parte de la inteligencia franquista. Había estado en el servicio de inteligencia republicano, pero como agente de los otros. Era una especie de “pre-Falcó”, porque, además, él era muy cínico, como el personaje de Pérez-Reverte. Acabó arruinando a la familia y trabajando en un serpentario en Brasil, con lo que me conecta con las serpientes. Y es justo a este tío abuelo, que estuvo en la División Azul, a quien le gustaba mucho el Egipto antiguo. De hecho, conectó con algunos de los grandes especialistas que había en esos momentos. Yo conservo libros firmados y dedicados a él por estos estudiosos que hoy son figuras importantes. En el fondo tu cultura proviene de la casualidad, es el aluvión de influencias que has tenido en tu vida.

—También pasó por la veleidad de ser misionero.

—(risas) Es cierto. Estuve en un colegio de curas, como casi todos por entonces, excepto aquellos que tenían la suerte de que sus padres fueran unas personas más laicas. Yo crecí en un ambiente muy católico. El de esos años. De niño, confundía la vocación religiosa con las ganas de viajar, porque ahí te explicaban el Domund, las misiones… Para mí las misiones era una vocación antropológica más que religiosa. Este sentimiento religioso que podía tener es lo que después me acercó a la poesía, porque en el momento en que te despojas de la religión es muy fácil que ese lugar sea ocupado por la lírica, con la poesía, que me gusta mucho. Mi padre era un gran amante de la poesía clásica. Incluso escribió algún libro sobre crítica literaria y recitaba todo el día. De las familias heredas las locuras y algunos de los tesoros culturales que más te marcan. Aunque a veces es difícil saber qué parte es locura y cuál una herencia aprovechable.

—¿Qué aprendió de estas vivencias?

"Lo que me fascina del nazismo es cómo la gente puede dejarse arrastrar hasta esos límites de maldad"

—La muerte de mi abuelo fue un gran misterio. Se presentaba como una muerte heroica y no lo fue. Este claroscuro lo sueles proyectar en tu personalidad. Al igual  que, en realidad, mi tío abuelo luchara con los malos. Me di cuenta entonces de lo que había en muchas de las lecturas que había hecho de joven. Pienso en Hans-Ulrich Rudel, un piloto de Stukas, que después estuvo montando la aviación de Perón, refugiando alemanes allí y que era un verdadero nazi. Leías de pequeño sus libros y te  identificabas con él, pero cuando creces depuras todo eso. Yo tuve la suerte de leer muy pronto a Leon Uris, un clásico de la novela popular, que era judío y te presentaba una versión diferente de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Enseguida entendí quiénes eran los buenos y los malos. Nunca tuve ninguna duda a este respecto. Pero eso no quiere decir que no sientas una fascinación, y esa fascinación tiene que ver con el mal. Lo que me fascina del nazismo es cómo la gente puede dejarse arrastrar hasta esos límites de maldad. Este es mi interés. En ocasiones la gente me pregunta: “¿Pero por qué te interesan tanto los nazis, Hitler y la historia del nazismo?”. Bueno, pues no es más que la fascinación por la maldad.

—El 23-F le tocó haciendo la mili y le enviaron al Congreso.

—(risas) Si eso no es estar en el lugar inapropiado en el momento más inadecuado… Cuando sucede eso, vives experiencias fuertes. Fue una verdadera casualidad estar destinado en El Pardo y justo en ese preciso año. Como tuve una fascinación por lo militar, que proviene por mi interés para comprender el fenómeno de la guerra, en la cual figuraron algunos antepasados míos, pues lo viví de una manera especial. Cuando haces el servicio militar te das cuenta de que todos tus sueños bélicos o heroicos no se corresponden con la realidad, que lo que tienes es un romanticismo que no tiene que ver con el servicio militar. Pero ni aquí ni en Gran Bretaña. He amado siempre los clásicos de la aventura en las que figura con asiduidad el ejército británico, como Tres lanceros bengalíes, y todo eso está bien leerlo, pero sabiendo también cuál es la realidad del ejército. Pero la atracción por la aventura continúa estando ahí, porque el tema de la cobardía y el valor están muy presentes. Ha estado mucho en la tradición británica. Admiro a la gente que no tiene miedo, pero creo que, en el fondo, no tener miedo es un vacío. Porque es una experiencia primordial. El problema básico es la escala del miedo: el paralizante, o aquel que te sirve para entender las cosas y para huir de las cosas que no puedes resolver. La dicotomía valor/cobardía es fundamental, no solo en la literatura o la historia, sino en la vida de cada uno de nosotros.

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Continuará:

La segunda entrega, sobre el espíritu de la aventura, se publicó el viernes 11 de enero

La tercera entrega, sobre el periodismo, se publicará el domingo 13 de enero.

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Javier Ors

Comenzó en ciencias y acabó en letras. Estudió Historia y ejerce de periodista. Es autor de "Los años asesinos" (Libros del olivo), "Un tiburón en la piscina" (Huerga &Fierro) y "Cuarteto de cuerdas" (Almazura). @J_Ors

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